Libreta de direcciones
Libreta de direcciones
[…] ese eterno
ser lo que fuimos ya sin esperanza.
Juan Gil-Albert
No la abras.
Sólo tiene el mérito
de los objetos que sobreviven
a través de mudanzas,
exilios,
migraciones.
Saltan en sus páginas
demasiados años,
demasiados adioses
inundan la a;
de la c a la f alguien más
escribió en tinta verde
nombres de felices desconocidos
que alguna vez
estuvieron invitados a cenar.
¿Quiénes son
Antonio, Adriana, María Luisa,
que sin apellido, como pueblan
los amigos las libretas,
me miran sin memoria?
¿De qué libretas antiguas formo parte,
en qué borrosa tinta
me estoy desvaneciendo ahora?
Te cierro mucho antes de la z,
te exilio al pasado
donde otra yo quizá
sigue hablando por teléfono
en tardes definitivamente ajenas
con Ingrid, con Ignacio,
con Fuensanta…
La rosa de Magritte
Encerrada, gigantesca, en espera de no sabemos qué, la rosa de Magritte nos mira. Nos mira como un gran ojo inmóvil, presa y sola.
Y no sabemos si alguien algún día podrá responder la pregunta que nos lanza, muda.
No es la rosa sin color de Villaurrutia,
y no sabe qué hacer con su rojo indescriptible, con su rojo para nadie.
Y me darían ganas de entrar en la habitación en que se encuentra, donde no hay tiempo ni lugar, y abrazar sus monstruosos pétalos fragantes, y decirle: ya no estás sola, estoy aquí, encerrada contigo en un cuarto sin puertas y sin aire.
Y perderme en la sombra de su sangre, y nunca más volver.
Visitación
A Nuno Júdice
Toco la puerta de la estrofa,
tres golpes discretos,
¿hay alguien ahí?
Salen con fuerza
sílabas agitadas
que se niegan
a ordenarse en versos
y, rebeldes, olvidan o niegan
cualquier lejano parentesco
con metáforas o anáforas o
ningún otro ardid retórico,
dicen;
y me informan
que piensan salir a andar
un rato al aire libre,
sin gobierno ni dirección;
salir de mi cabeza,
es lo que piden,
andar sueltas por la página
y vivir
a su albedrío
Y como soy sólo
una figura imaginada por ellas
las obedezco y escribo
lo que dictan
Para que no se alejen
ni se oculten silenciosas
y nunca más quieran volver.
Pedacería
“… hacer vibrar al extremo de lo insostenible unas imágenes más bien tenues
– una especie de briznas de poesía.”
Emilio Adolfo Westphalen
Creemos que en los papeles desordenados nos esperan mundos por descubrir. Vistos de cerca, ocultan sólo naufragios.
**
En los fragmentos perdidos de las tardes donde nos abandonamos a la pereza o al hastío, tal vez se encontraba la llave de algo que no nos atrevimos a encontrar.
**
Un poema no se termina; se abandona, dijo Valery; también hay vidas que parecen pedazos incongruentes de obras mal dirigidas, tachadas, enmendadas y, claro, abandonadas: no concluidas.
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En ese fragmento de idea, en ese cuaderno viejo que se cayó detrás del más alto librero, estaba la frase que te salvaría, abriendo otros mundos en tu mundo. Pero una nueva mudanza hará que, por cansancio, tires todos los papeles viejos y pierdas esa huella, esa señal que te mandaste de ti a ti para el futuro.
**
Cada vez que olvidas algo es como si te empeñaras en ser el guardián de secretos inútiles, que sólo consiguen hacerte perder el tiempo, por falta de atención.
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Renuncio a lo no dicho. Me pierdo en arenas de silencio, caminando por la visible oscuridad.
Recuperar la voz, callando.
Climas postales
Tienen las postales
un clima azul perpetuo.
En ellas
las calles pintan su mejor cara:
ningún error,
nada inconveniente
se asoma nunca
en sus paisajes perfectos,
en sus brillantes escenarios.
En ellas no hay basura,
mendigos ni días nublados.
Me gustan las postales,
refugio en el papel
de ciudades arrasadas,
utopía de tienda de recuerdos
para quienes mañana olvidarán
la iglesia y la plaza,
confundidas
en la estación siguiente
del viaje apresurado.
Paisaje chino
Más allá de lo que conozco
late un blanco espacio
(ese que los chinos, tan sabios,
elegían no representar
en la parte de sus cuadros
donde la tierra termina).
El cielo no podía conocerse
por eso
se quedaba sin pintar.
Cierro los ojos
Floto en ese espacio vacío
para adivinar lo que no alcanzo.
Espero
que lo desconocido se muestre,
que aparezca:
Mañana es ayer
y entre las manos sostengo
el blanco cielo chino
donde se encuentra
lo que ha de ser.
Variaciones sobre un tema de Torri
“Mi voluntad dormita bajo la superficie brillante y negra de una taza de café.”
Julio Torri, El ladrón de ataúdes
Ante la primera taza de café del día, miro la columna de vapor, perezoso y lento, que la superficie exhala. Mi voluntad se vuelve caprichosa y la más leve ráfaga de aire la dispersa. Las formas del vapor son diversiones del azar, un azar ante el cual mis empeños pierden fuerza.
¿Y para qué, para qué esto o aquello, o ni esto ni aquello? Mi matutino deseo de administrar las horas, y las tareas entrevistas hace unos minutos, ahora son sólo proyectos, vagos apuntes en el ánimo. Mis planes se diluyen como la cucharada de azúcar en la taza. Aquella claridad de hace un momento me parece absurda: mi libertad ha sido siempre un engaño, una ilusión. En cambio, el café, el calor de la taza… su aroma en que se conjugan centenares de sustancias, esperando que las beba para comunicarme algo, aún no sé qué, pero esencial; sólo eso importa, es el único reino a mi alcance, y en él no hay imprecisiones, nada que elegir. Bebo su oscuridad, me escribe su tinta. El mundo entero podría hoy, tal vez, reconstruirse y girar, un día más, en sus innumerables engranajes.