El problema con la poesía
(Traducción al español de Isaías Garde)
Introducción a la poesía
Les pido que tomen un poema
y lo sostengan a la luz
como una diapositiva a color
o que apoyen una oreja contra su colmena.
Les digo que suelten un ratón en el poema
y miren cómo busca la salida,
o que caminen dentro de la habitación del poema
y tienten las paredes buscando la llave de la luz.
Quiero que hagan esquí acuático
sobre la superficie de un poema
mientras saludan al nombre del autor en la orilla.
Pero lo único que quieren hacer
es atar al poema a una silla
y hacerlo confesar bajo tortura.
Empiezan a pegarle manguerazos
para averiguar lo que realmente significa.
Querido lector
Baudelaire te considera su hermano, y Fielding te llama cada pocos párrafos para asegurarse
de que no cerraste el libro. Y ahora yo te convoco, fantasma atento, oscura figura silente parada
ante la puerta de estas palabras.
Tomos
Hay en mi biblioteca una sección dedicada a la muerte,
otra a la historia irlandesa,
unos pocos estantes para la poesía de China y de Japón,
y en el medio una fila de imperturbables libros de referencia,
de esos a los que podés recurrir en cualquier momento,
cuando la noche no va bien
o cuando el día está colmado de promesas vacías.
No tengo nada en contra
de la monografía superficial, los de consulta caprichosa
o alguna nota sobre la identidad del dentista de Chejov,
pero lo que prefiero en días como este
es levantarme del sillón,
sacar La historia del mundo,
y sostener en las manos este libro
que lo contiene casi todo
y que no pesa ni más ni menos que una bolsa de papas,
cinco kilos, lo descubrí un día cuando lo puse
en la balanza de acero negro
que mi madre solía tener en la cocina,
el artefacto con el que ella pesaría
un poco de pescado,
un poco de carne.
Abierto sobre mis rodillas,
bajo el resplandor de la lámpara,
este tipo de libro tiene siempre la virtud de
calmarme los nervios,
aquietando el descontrolado oleaje de información
que hace espuma alrededor de mi cintura,
aunque no dice nada
de los callados trabajos de los pobres,
de las fantasías de tenderos y sastres
ni de los rostros de mujeres y hombres solitarios en habitaciones individuales-
aunque no dice nada de mi madre,
ahora que otra vez pienso en ella,
que apenas el año pasado se deslizó hacia el borde de la tierra
en su cama eléctrica,
con su suave camisón rosa,
los huesos de sus dedos entrecruzados,
los ojos hundidos mirando hacia arriba
más allá de todo conocimiento,
más allá de las ínfimas figuras de la historia,
algunas de uniforme, otras no,
que marchan por las páginas de este libro increíblemente pesado.
Otra razón por la que no tengo un arma en casa
El perro de los vecinos no para de ladrar.
Ladra con el mismo ladrido alto y rítmico
con el que ladra cada vez que los vecinos no están.
Deberían llevárselo cuando salen.
El perro de los vecinos no va a parar de ladrar.
Cierro todas las ventanas de la casa
y pongo una sinfonía de Beethoven a todo lo que da
pero no dejo de escucharlo amortiguado por la música,
ladra, ladra y ladra,
y ahora, hasta lo veo sentado en la orquesta,
con su cabeza asomando muy segura como si Beethoven
hubiera incluido un pasaje de ladrido de perro.
Cuando la grabación termina el todavía está ladrando,
sentado allí en la sección de los oboes, ladrando,
sus ojos fijos en el director que
lo guía con la batuta
mientras el resto de los músicos escuchan en respetuoso
silencio el célebre solo de ladrido de perro,
la coda interminable establecida por primera vez
por el genio innovador de Beethoven.
A mi chica favorita de la secundaria, de 17 años
¿Te das cuenta de que si hubieras empezado
a construir el Partenón el día en que naciste
lo hubieras tenido listo en solo un año?
Claro, no lo podrías haber hecho vos sola,
así que no te preocupes, sos perfecta así como sos.
Te aman por ser vos misma.
Pero ¿sabías que a tu edad Judy Garland
ya levantaba 150.000 dólares por foto,
que Juana de Arco conducía al ejército francés a la victoria,
y Blaise Pascal había limpiado su cuarto?
No, un momento, quise decir que había inventado la calculadora.
Por supuesto, habrá tiempo en tu vida para todo eso, más tarde,
después de que salgas de tu cuarto
y empieces a florecer, o al menos después de que juntes tus medias.
Por algún motivo, sigo recordando que Lady Jane Grey
fue reina de Inglaterra cuando solo tenía quince años,
pero entonces la decapitaron, así que no la tomes como modelo.
Unas pocas centurias después, cuando tenía tu edad,
Franz Schubert lavaba los platos de su familia
lo que no le impidió componer dos sinfonías,
cuatro óperas y dos misas completas siendo tan joven.
Claro que eso fue en Austria en el apogeo
del lirismo romántico, no aquí, en los suburbios de Cleveland.
Francamente ¿a quién le importa si Annie Oakley fue campeona de tiro a los 15
o si María Callas debutó como Tosca a los 17?
Para nosotros vos sos especial con solo ser vos misma,
cuando jugás con la comida, tu mirada perdida en el espacio.
Por cierto, mentí con eso de que Schubert lavaba los platos,
aunque eso no significa que él nunca haya ayudado en casa.
Génesis
Era tarde, por supuesto,
solo nosotros dos a la mesa
dándole a la segunda botella de vino
cuando te pusiste a especular acerca de que tal vez la que llegó primero fue Eva
y Adán empezó como una costilla
surgiendo del costado de ella en un atardecer paradisíaco.
Tal vez, recuerdo que te dije;
porque muchas cosas eran posibles entonces,
y mencioné a la serpiente parlante
y a las jirafas asomando sus cuellos en el arca,
sus hocicos alzados en la lluvia torrencial del Antiguo Testamento.
Me gustan los hombres de mente abierta, dijiste,
alzando hacia mí tu vaso iluminado por las velas;
mientras yo alzaba el mío me pregunté
cómo sería vivir siendo una de tus costillas-
estar todo el tiempo en vos,
paseando bajo tu blusa y tu piel,
enjaulado bajo el peso suave de tus pechos,
tu costilla favorita, lo di por sentado,
si alguna vez te detuvieras a contarlas;
que es exactamente lo que hice yo esa noche, más tarde,
después de que te quedaste dormida
y estuvimos bien ajustados, tu espalda contra mi pecho,
tus largas piernas contra las mías,
mis dedos jugando el juego loco de la numeración que proponía el amor.
El problema con la poesía
El problema con la poesía, -me di cuenta
mientras caminaba por la playa una noche
con la arena fría de Florida bajo mis pies descalzos
y un espectáculo de estrellas en el cielo-
el problema con la poesía es
que estimula la escritura de más poesía,
más pescaditos atestando la pecera,
más conejitos
saltando desde sus madres a la hierba húmeda de rocío.
¿Y cómo termina todo esto?
a menos que finalmente llegue el día
en que hayamos comparado todo en el mundo
con todo lo demás en el mundo,
y no quede nada por hacer
sino cerrar en silencio nuestros cuadernos
y sentarnos con los brazos cruzados en nuestros escritorios.
La poesía me llena de alegría
y me eleva como una pluma al viento.
La poesía me llena de tristeza
y me hunde como una cadena lanzada desde un puente.
Pero sobre todo la poesía me llena
de urgencia por escribir poesía,
de sentarme en la oscuridad y esperar que aparezca
una pequeña llama en la punta del lápiz.
Y con esto, las ganas de robar,
de irrumpir en los poemas de otros
con una linterna y una máscara de esquí.
Y qué banda de ladrones infelices somos,
carteristas, rateros vulgares,
pensé
mientras una ola helada se arremolinaba entre mis pies
y el faro movía su megáfono sobre el mar,
y esta es una imagen que le robé directamente
a Lawrence Ferlinghetti
-lo digo, para ser honesto por un momento-
el poeta ciclista de San Francisco
cuyo pequeño parque de diversiones en forma de libro
llevé de acá para allá en el bolsillo de mi uniforme
por las traicioneras aulas de la secundaria.