Bessy Reyna

Memorias de la amante infiel

 

 

 

 

NOSTALGIA DEL INMIGRANTE

 

En días como hoy

quisiera abofetear el rostro del destino

que me hace recordar las playas de mi tierra,

ordenarle al sol

que pose sus rayos entre los hibiscos

que crecen allá lejos

olvidar el color de la gente

y el pueblo

abrigarme en el calor de su ternura.

 

En días como hoy,

quisiera escupirle la cara a la distancia

que arranca la sonrisa de mis labios

no aferrarme al recuerdo

que cubre cada instante

de días como hoy.

 

 

 

 

LA INCERTIDUMBRE

(a mi padre)

 

La incertidumbre puede tener tu nombre

o tu rostro

y atraparnos en una tarde en la que el caracol

que observamos en silencio

tuvo la buena suerte de morirse.

 

Puede tener color vino y sello oficial

llamarse represión, inflación

o coup d’etat

tener uniforme militar o votos cambiados.

 

Tratar de controlar el carro mientras

da vueltas acercándose a otros carros

pensar en el dinero que no tienes

para la renta y como conseguirlo.

 

La incertidumbre, en fin,

es despertarse cada día

tropezarse con el sol

y no tener respuestas.

 

 

 

 

MEMORIAS DE LA AMANTE INFIEL

“Al principio es incomprensible, y después súbitamente, de todas las direcciones,
de todos los rincones de la tierra, viene el dolor.”
MARGUERITE DURAS, The Lover

 

I

Debo empezar por el principio en aquella noche

en una playa solitaria

donde nos sentamos en silencio,

abrazadas, escuchando el ritmo del océano

dejando que el deseo se fuera desplegando lentamente

hasta que tus manos

se convirtieron en un colibrí impaciente

desnudándome por primera vez

mientras la marea iba subiendo

y las olas borraban nuestros rastros.

 

II

O tal vez debo empezar por el principio

Aquella tarde que te vi por primera vez

mientras tú leías un periódico

en el apartamento de tu amiga y yo no podía dejar

de contemplar tu rostro

donde se unían tres continentes

y conversamos, tomamos café y te dije vamos a pasear

y te llevé a la playa

sin siquiera preguntarte si era allí a donde querías ir

y tú quedaste callada dándome la espalda

como si le rezaras al mar.

Yo no vi tus lágrimas hasta que volteaste tu rostro y

preguntaste ¿cómo sabías que yo necesitaba venir aquí?

 

III

Debo empezar por el final, tal y como me lo imagino—

Tú sola en el hospital en París

¿Quién tocó tu rostro por última vez? ¿Cerró tus párpados?

 

IV

¿Cuál es el sonido de dos manos entrelazadas

convirtiéndose en una

explorando el contorno de un universo íntimo?

¿Cuál es el sonido de la traición?

¿Cuál es el sonido del abandono?

 

V

Envuélveme con tu rabia, tu dolor, tu herida

pero déjame tocarte una vez más por un instante.

 

VI

Voy a excavar la tierra para retornar a las ciudades

donde me amaste

Ven conmigo una vez más a esos lugares

y esta vez no lloverá en Stonehenge al amanecer

y sí me va a gustar París, te lo prometo

y buscaremos más piedras en las playas de Etretat,

y un ladrón no se robará tu cartera en New York City.

¡Ven! Volvamos a escuchar jazz en New Orleáns

o a caminar en silencio como lo hicimos en aquel otoño

mientras tú absorbías los colores de los árboles

antes de que descubrieras mi traición.

 

VII

Tu imagen, tus caricias, tus manos, tu voz.

Oigo tus palabras dentro de mí—

Amor, te quiero tanto

Ma Petite, tú me manques beaucoup

 

¿Cómo pudiste hacerme esto?

 

 

 

 

LA DAMA UKIYO-E EN LA NIEVE

(Inspirado por un grabado de Eizan 1787-1867)

 

En medio de la tormenta

la sombrilla roja aleja la nieve de su rostro.

 

Ella es la dama ukiyo-e creada por Eizan

condenada a esperar eternamente en el muelle.

Con su cabello recogido atrás, con su cintura ceñida por un obi

le da la espalda al mar.

 

Esta mañana de invierno como deseo parecerme a ella:

su postura elegante, su cuello perfecto.

Y poder escuchar el sonido del viento acariciando su kimono negro y dorado

mientras permanezco descalza en la nieve.

 

 

 

 

LAS QUE HABITARON MI PASADO

 

Al principio fue difícil saber si la mujer

que caminaba entre los autos

hacia el lugar donde quedamos en encontrarnos

era mi compañera de la escuela primaria.

Aquella con quien pasamos tardes adolescentes

buscándonos problemas.

La que contaba los días hasta nuestra graduación.

En la acera, ambas decimos nuestros nombres al unísono

inseguras de habernos reconocido.

 

En el café, me habla de su vida, sus nietos.

Me cuenta de aquellas a quienes ambas conocimos

las antes-niñas, ahora-mujeres, que habitaron nuestro pasado.

Por ella me entero que “una compañera murió arrollada”

y eso me va a obligar a tener cuidado al cruzar la calle

en caso de que la muerte quiera llevarse de la misma manera

a otra alumna del mismo salón, de la misma escuela.

 

Cuando ella me menciona nombres yo le digo que sí y sonrío

para esconder mi incertidumbre sin saber si el rostro

que surge en mi memoria le pertenece a la dueña,

o si es el de otra, cuya cara olvidé hace mucho tiempo.

 

Mi amiga me cuenta sobre esas vidas para mí desconocidas

y, me alegra saber, que aquella,

cuyos lentes rompí cuando niña, se casó con un millonario

gracias a una conexión política.

 

Sabes, me dice en voz baja, “la gente habla muy mal de

fulana que siempre fue tan marimacho. Dicen que es

lesbiana.”

Mi amiga baja aún más el tono, como si las sílabas

de esa última palabra le hubieran ensuciado la lengua.

¿Ella? ¿De verdad? Mira, no tenía la menor idea. No

puede ser, si tiene hijos, casada dos veces…

Respondo asombrada.

La duda dando vueltas en el aire como la cuchara

con la que endulzo el café una vez más.

 

Mi compañera continúa sacando a la luz el pasado.

“¿Te acuerdas de la flaquita a la que le decíamos Palitroque?

Imagínate ¡su hijo se suicidó!”

 

Mi compañera de escuela extrae

uno a uno nuestros nombres

con la misma delicadeza que utilizaría

para seleccionar y desenvolver un chocolate exquisito.

Esas vidas ocultas por tres décadas van apareciendo

sorpresivamente como los pañuelos de colores

que sacan los magos de sus chisteras.

 

Frente a mí, ella sonríe y sus ojos pequeños van cerrándose

como si la memoria del pasado exhumado

la hubiera envejecido.

Como si cada año vivido desde entonces se hubiera llenado

como un reloj de arena flotando en la limonada

que ella acerca lentamente hacia sus labios rojos.

 

 

 

 

LA SEÑORA LEONOR

 

La última vez que vi a la señora Leonor, tenía puesto

un vestido de algodón sin mangas y viejo,

con la nuca y los brazos cubiertos con talco para niños.

Sentada sola gesticulaba, conversando en voz alta

con los puntos que estallaban como estrellas

dentro de la pantalla del televisor.

Le susurré ¿cómo está? muy bajito para no asustarla.

Ella volteó la cabeza, sonrió y enseguida

reanudó su conversación

hablando un idioma que solo ella entendía.

 

Años atrás, temprano en la mañana,

la primera vez que entré al comedor a la hora del desayuno

ella me miró, puso otro plato en la mesa, y preguntó

¿Quieres tortillas de maíz y huevos fritos?

Sí y café, por favor, le contesté.

Meses después ella y yo conversábamos sobre su vida,

sin nunca mencionar las noches que yo pasaba

en el cuarto de su hija,

la puerta siempre cerrada con llave.

 

La última vez que la vi,

frente a su casa un policía golpeaba a su hijo,

tirándolo en la acera

porque cuando manejaba su destartalado pickup

no se detuvo en la luz roja.

 

La señora no notó que los vecinos

se amontonaban como un coro

en el drama aconteciendo en su entrada.

No escuchó nuestros gritos

fundiéndose con el sonido de las sirenas.

Inmutable ella continuó su conversación

con los personajes imaginarios

en la pantalla de televisión vacía.

 

 

 

 

EL TAZÓN DE FLORES DE LOTO AZULES

 

Cuando el hermoso tazón  blanco con flores de loto azules

empezó a deslizarse del gabinete de la cocina

Yo traté de apresurarme y atraparlo en el aire

como hizo Zhang Ziyi cuando Michelle Yeoh,

dejó caer una taza de té para comprobar sus reflejos

en Crouching Tiger, Hidden Dragon.

Pero yo no lo logré.

 

“Te lo  vendo a buen precio”

me dijo la señora Vietnamita

la semana que cerraría para siempre su bodega.

 

Me gustaba ir allí para comprar té y admirar la mercancía,

mientras me imaginaba los sabores escondidos

en los almuerzos listos para ser vendidos

y presentados por ella,

como si fueran obras de arte envueltas en plástico

parecidas a una instalación creada por Christo

 

Una vez vi una película China, donde un artesano

visitaba las aldeas ofreciendo reparar tazones rotos.

Con la cámara enfocada en sus manos

podíamos apreciar su gran habilidad  en

encontrar cada pieza para unirlas,

rellenando las grietas con colores,

haciendo que el tazón renaciera

volviera a ser útil y aun más hermoso.

 

En mi cocina, fui recogiendo

los fragmentos de flores azules

regadas en el piso

recordando tantas otras cosas rotas:

Quebrantos en mi vida.

Amistades desaparecidas.

Las traiciones.

 

Como me gustaría que alguien viniera a mi casa

y lograra recrear mi vida unir los fragmentos como

eran antes.

Bessy Reyna Su poemario bilingüe “Memoirs of the Unfaithful Lover/Memorias de la Amante Infiel" fue publicado po ... LEER MÁS DEL AUTOR