Bernardo González Koppmann

El tiempo es un tren con pasajeros invisibles

 

 

 

Cuando no están
mis hijos
un oso de peluche
me lee cuentos
(B. G. K.)

 

 

 

Bolero

a Palmenia Pizarro

Se escucha de muy adentro de la casa
ruidos de ánimas en pena
murmullos de voces sin palabras
atraviesan la pared donde me apoyo
caricias de unas manos frías
arrullan días viejos
los treiles anuncian en el patio
visitas que se fueron

Mi bicicleta pasa sola por la calle

Cruzan volando por el comedor los brindis
de las promesas que nunca se cumplieron:
ampliar la galería
pintar con cal los troncos de los árboles
arreglar la tumba del abuelo…
El perro juega con su cola
y moscas que ya no quedan me hacen falta
para espantar los sueños
Pasan vehículos hacia la periferia
pasan vehículos hacia el centro
y en este rincón
las hormigas trajinan en mi alma

Los caracoles del jardín
se columpian en las hojas del mantodeva
celebrando la ausencia de tus pasos

Las canciones que estuvieron de moda
hace cincuenta años
las siguen entonando los muebles de la casa
el mantel largo cubre la ventana
por donde huyeron los recuerdos

Sobre el techo alguien baila

 

 

  

Último vuelo

En la playa encuentro
el esqueleto seco de una gaviota
y lo cubro de arena
con la punta del pie…
Las nubes se hacen flores
y sólo el viento pasa
dándome el pésame

 

 

 

El tiempo es un tren con pasajeros invisibles

a Infiernillo

Entonces los carros abandonados
que ahora se ven en los pueblos fantasmas del ramal
volvieron a surcar con pasajeros
que miraban sorprendidos la cosecha:
Las venteras salían de entre las rumas de durmientes
como perdices en celo, los grillos
afilaban sus cortaplumas en las brisas de la tarde
la uva rosada se pisaba en los lagares
-si alguien se embriagaba
el loco del pueblo le desabrochaba las botas
para que no se le hincharan los pies-
en la huerta los brotes nuevos acariciaban las cercas
las nubes eran el único periódico
la lluvia caía sobre un par de historias de bandidos
que huían de las llamas de las viejas hogueras
en busca de una huella hacia los ventisqueros
y desde lejos el humo de los hornos de barro
como pañuelo agitado en una despedida
decía adiós a una silueta llamada soledad
los salmones del río adornaban los pilares del corredor
esperando el ocio de los hortelanos
que a esa hora regaban los naranjos
algunos canastos parecían corderos en el patio
llenos de maíz para semilla
los pollos picoteaban la siesta
el techo de la cocina se cubría de zapallos
y cuando el sol desaparecía tras los recuerdos de infancia
una sombra encendía el carbón de espino
para acortar el invierno y secar las crecidas
los faluchos y los almendros colgaban del cielo
a veces una sonrisa amanecía a mi lado
y se marchaba fugaz a la siga de un pájaro
el reloj hace siglos que está malo…
Pero las ánimas del purgatorio, ese día
no reconocieron a sus deudos
y penaron en la estación

 

  

 

Álbum

Las carretelas de la panadería La Fortuna
ya no pasan por mi barrio
Gisela ya no salta la araucaria del jardín
ni el Piduco, el estero de mi pueblo donde pescaba
el vecino, tiene ahora tres brazos
Antes, cuando me tendía en los prados de la Alameda
cruzaba un auto cada diez minutos
y los plátanos orientales se llenaban de jilgueros
los carabineros rondaban a caballo por las calles oscuras
y nadie les tiraba piedras
en el almacén de don Lalo no vendían fósforos a los niños
el escaño aún congrega la ausencia de los que partieron:
nunca más pedaleó en su bicicleta la niña del vestido azul
los trenes de carga se hundieron en la niebla
y aunque tras lluvias y lluvias caídas sobre el muro
se volvió a leer Mejoral
por el vidrio roto entró un aroma desconocido
No importa; hoy creo recordar las manos de mi abuelo
poniéndole tirantes al primer volantín
hoy creo tener una tuna verde agua acortando la tarde
creo ver al gallo cacareando parado en el techo de la cocina
mientras la Elbita entona una canción de Leo Dan…
Y parece que nada de esto ha transcurrido
que todo está por suceder
salvo que las fotografías me contemplan

 

  

 

Florencio

A mi papá le pesaba el carbón de piedra
que traía al tranco sobre la escarcha
cuando éramos apenas dos ojos
intentando descubrir la superficie de la mesa
le dolían las manos de tanto apretar las orejas de la uva
la sarta de pejerreyes
o la bolsa de limones que lo tironeaban hacia el rastrojo
golpeaba la puerta con las rodillas
pasaba tardes enteras desmalezando los tomates
haciéndole tacitas a las matas de durazno
espantando a los pájaros
a veces, envuelto en una manta
jugaba interminables partidas de ajedrez
lavaba estampillas
o cantaba tonaditas de dos posturas, tres
en una guitarra más vieja que él
incluso, dormía siesta con los ojos abiertos
para no olvidar el rebaño de la abuela
que pastaba en el monte a la sombra de las pataguas
la tumba de Antonio en el cementerio de Nirivilo
la carreta cargada de mareas
las cuelgas de ajo
que iluminaban los corredores de la casa natal
el río, las promesas, el silencio…
Quizá por eso nunca aprendió a decir Adiós

 

 

 

Motel Galega

“Poco reino es la cama para este buen amor”
Antonio Cisneros

Amo las mariposas que vuelan por tu frente
aquí nadie nos cobra
ni nos piden carné por mirar las estrellas
el viento que se aleja se lleva los recuerdos
amo tu piel distinta debajo de la luna
tu ay olor a sueño
tus ojos sin espejos
aquí yacemos solos
atados por un fuego que nos moja los huesos
(ah, cosas que de pronto parecían lejanas…
la manera, la pausa, el desenfado)
amo cuando te inundas
y cuando te disuelves
amo cuando me arañan las uñas del deseo
Aquí nadie tropieza
huyendo de su nombre
nos desnuda otra herida, otro canto, otra vida
que estaba entre las hojas

 

 

  

Las viejas melopeas

a Atahualpa Yupanqui

Propongo desempolvar las viejas melopeas
y dar una vuelta a caballo por los alrededores
-a quien no encuentre un animal cerca de casa
le profetizo una larga trashumancia-
Propongo silbar en la niebla
para abrir un sendero en el paraje
soplar las espumas de la margen
a ver, a ver si sobre la arena encontramos amuletos
Propongo caminar bajo la lluvia
prender una fogata en la caverna para secar los huesos
beber aguardiente en la calabaza del ciego
escuchar los quejidos de la raíz abriendo la greda
propongo leer los arreboles
acariciar la lejana forma del huevo
palpar un bastón en las tinieblas
hurgar en las leyendas el gesto de la piedra
Propongo, ya era hora, celebrar los sueños
regresar a la fragilidad de las verduras
a la fugacidad de los gorjeos; luego, luego
dejar que las nostalgias se evaporen
y coger descalzos camino al manadero
-a quien no se sumerja en los zanjones
le digo que tendrá dolores en el alma-
Propongo pasar la mano por el lomo del gato
tenderse en las malezas a la sombra de un boldo
a esperar que de lumbre el lucero de la tarde
Propongo una sonrisa al paisano que escarba
y a la araña que enreda su forma en un rincón
respiremos ahora que la brisa nos trae
perfume de majadas en celo del corral
-a quien no muerda el fruto que le tiende la rama
le advierto que la carne se pudre con el tedio-
Propongo otro misterio: dar un pequeño paso
hacia donde aún cantan las cosas que olvidamos

 

 

 

El pueblo

a E. L.

Hay una manera de ser
que madura hacia adentro:
el fruto es su momento
un pájaro es el aire

Hay una lentitud en los caminos
que se puede prolongar de tiempo en tiempo
hasta que se acostumbre a la intemperie
a ese andar que tienen las palabras

Hay una rebeldía en cada cosa
buscando su canción, su agua
porque duele tanta piedra suelta
cuando ya nada vemos, nada oímos

Hay una desnudez en la porfía
que sufre su respirar, su nombre
es una herramienta que callada espera:
somos hijos de nuestras propias manos

 

 

 

Los vecinos

“No pensemos en los años que vendrán;
sentémonos y dejemos correr nuestra alegría”
Han Yu

No tienen estudios superiores
ni trabajo bien remunerado
han criado a sus hijos con dolor
pero andan tomados de la mano

No tienen celular ni TV cable
rara vez van al supermercado
buscan su ropa en los baratillos
pero andan tomados de la mano

No compran salud en las farmacias
porque beben toronjil cuyano
las monedas se las lleva el viento
ellos andan tomados de la mano

Sólo sueñan con llegar a viejos
escuchando tangos en la radio
no desean sino vivir en paz
y pasear tomados de la mano

No guardan rencores en el alma
comparten con Dios en un asado
un vaso de vino, un poco de aire
y bailan tomados de la mano

Por toda propiedad tienen el sol
un libro, un pan, una higuera, un gato
no les alcanza la jubilación
pero andan tomados de la mano

Como el tiempo sabe cuándo llama
desmalezan lentamente el patio
es la dicha que no tiene precio:
descansar con flores en las manos

 

 

 

La frontera de lo irreal

“Piedad para nosotros, los que exploramos
en la frontera de lo irreal”
G. Apollinaire

Por nosotros
los que vemos mariposas en las llagas de los bipolares
de los parias, de los leprosos
con una amapola en celo en cada úlcera; desahuciados
que se arriman con su tarrito a las vitrinas
donde nada podría consolarnos
los que bajo la escarcha hurgamos la leyenda perdida
el cuento con un final abierto, un haikú
para, quizá, por última vez sentirnos jóvenes,
llenos de bellos ideales
por nosotros
los que de cada aliento en la cuesta del camino
hacemos un refugio, una sombra, una cascada
aunque estemos inconscientes en el furgón de los rondines
aunque estemos bajo los efectos del valium 10
los que agobiados por la soledad
esperamos en la esquina la presencia de un ángel
que nos diga la hora porque aquí, en esta residencia
sin paredes ni puertas ni ventanas
todos los relojes están malos
por nosotros
los que siempre nos vamos cuando la fiesta empieza
y se agitan las niñas y la música sube su voltaje
y los dandis y los bacanes con sus neologismos
creen que ya olvidamos los secretos de familia
los que nadie reconoce en ninguna historia de amor
en ninguna estrella fugaz ni eclipse ni zodiaco
(mejor; así pasamos piolas por los barrios místicos)
por nosotros
los que perdimos el tiempo sentados en la cuneta
despulgando un oso de peluche
los que insomnes captamos la presencia de otra luz
en ese instante en que los murciélagos despiertan
y las balizas encandilan la inocencia del mallete
y del árbol de la sabiduría se esfuman las manzanas
por nosotros
sólo por nosotros
la dama pasea su perrito
los gorriones parecen tan humanos
el paisaje se oculta en las costumbres
y el jubilado con su pucho bajo un alcornoque
hace figuras, fantasmas, argollas en el aire
por donde mi hija, al fin, asoma sus ojitos…
Por nosotros
sólo por nosotros
el mundo acaso mañana sea hermoso

 

 

 

Ulises

Quemé los mapas…
Ahora mi camino
es la tempestad

 

 

Bernardo González Koppmann Poeta, nace en Talca en 1957. Su obra se reúne en “Cantos del bastón” (Helena Ediciones, 2022), libro que abarca cuarenta años de ... LEER MÁS DEL AUTOR