El poema del sueño
Del libro FADER (primera mención en el Premio Ana María Iza 2024)
Sobre el invierno (II)
Había leído aquel poema de Montale sobre la calle de la media luna
antes de conocer Edimburgo
Era diciembre,
la primera nevada caía
A poco de llegar vi que la media luna no era
una calle sino una batería del Castillo que amenaza o embellece la ciudad
En el poema dice Montale
el hombre que predicaba bajo la Media Luna
me preguntó: ¿Sabes dónde está Dios? Lo sabía
y se lo dije. Movió la cabeza
(es a la vez espléndido y triste)
Entramos en un bar de la ciudad medieval, una tarde oscura, huyendo de la tormenta
Adentro, mujeres de nacionalidades inciertas (¿danesas?) bailaban y hombres tocaban guitarra y violín,
todos bebían bajo la mirada estática —eterna— de un retrato de Robert Burns
No teníamos frío, no teníamos miedo, éramos jóvenes y amábamos,
no nos delataba la mortalidad
Afuera, escoceses pasaban silbando bajo la ventisca
Vos
Te sorprende un clavel del aire que asoma del balcón
En todo hay belleza, decís
Fumás y hacés un gesto extraño
a veces parece nervioso y otras veces displicente
y sin embargo todo sucede en un mismo movimiento
Una mano en la pared
después la otra
los nudillos hinchados
Te adivino respirando en la oscuridad
Pero cuál es tu furia
La furia que te mueve
El gris es intempestivo, decís
y hay humo sobre el día
Más tarde hablás del fuego
y de la oportunidad del invierno para las fogatas
(imagino que la noche se abre y se cierra ante cada destello)
Las llamás el espinazo de la noche, como Sagan,
y quizás pienses también en el detrás de las estrellas
En tu palma estarán todavía los restos de esa flor
que levantaste del suelo
Ah, la recurrente maravilla
El poema del sueño
Dije
una frase
improbable
mientras despertaba,
me asomé a la vigilia
crédula
y alcancé a murmurar aún
en medio del sopor
algo sobre abrir no los ojos
sino los jardines.
Casi estabas ahí.