Bárbara Délano. Las playas de fuego

 

Presentamos un fragmento de este texto clave de la recordada poeta chilena.

 

 

 

Bárbara Délano

 

 

Las playas de fuego

 

Entonces vi el avión atravesando el cielo
la nieve blanca se extendía abajo
y el sol era más grande que nunca
como en los dibujos de los niños lo vi

Tómame la mano pecosa… dije
para que no sintiéramos

Pero sentíamos de todas maneras
el carraspear de las bobinas y las alas
las magníficas alas… también se caían
y se estrellaban contra el suelo

Tómame las manos le dije a mi hermana
basta ya de esta chingadera

Y salí por el pasillo hacia la cabina del piloto
saqué mi aka y le grité alto ahí… hijo de puta
alto ahí… hijo de puta… Me miró
Ya no recuerdo… me desmayé

Veía como bajo el agua
Era Juan el vecino decía la pecosa. Ella era muy fuerte
había visto al hijo de puta. al vecino pero no
le importó… no le importó… igual se lo echó
ahí mismo quedó su cremallera reventada contra
las ventanas del avión

las ventanas del avión que dejaban pasar el azul del cielo

Un día salimos de casa sin nada bajo el brazo
con la leve certeza de que jamás volveríamos
Caminamos hacia el Parque Forestal
donde se apiñaban los coches
que no podían entrar al centro

Los transeúntes caminaban rápido

No había nada más que la certeza
de que todo se había acabado

“Va a caer”, gritó un joven azotándonos La Nación
en el rostro

“Va a caer”, gritaba

Y cayó y tuvimos que marchar
como marcharon los judíos

Nos habían dejado sin casa… sin sueños
sin escuela y nuestros padres se fueron
y los vecinos se arrinconaron en sus cocinas
y cuando llegaron a preguntarles dieron nombres
y entonces fueron a nuestra casa

Muchas veces entraron con sus mascarillas
se sentaron en la sala a hacer preguntas
revisaron la alacena y los cajones
dejaron todo desparramado

Dijeron que era rutina
La rutina duró años

Y tuvimos que cambiar de nombre
dar claves telefónicas a los amigos
juntarnos en las esquinas oscuras
a leer al buen Maiakovsky… al buen Esenin

Éramos cuatro gatos y queríamos vivir

La generación perdida nos llamaron
y fuimos carne de cañón

Nos juntábamos en el Jaque Mate o en la Unión Chica
a conversar de poemas de la Frontera
y a tomar vino
Al principio creíamos que alguien nos oiría
que alguien vendría a buscarnos

Sólo nos buscó la muerte
la enfermedad… el éxodo

A veces íbamos al mar y comíamos almejas
en algún boliche barato del puerto
Dejábamos que el sol pegara sobre nuestras piernas
y al salir escribíamos en las paredes
frases heroicas que he olvidado
para después correr y perdernos en las callejuelas
para volver a sentirnos tristes
porque es la tristeza la que salva
la rotunda melancolía de no saber
de no tener destino

Leíamos a Eliot a Fiódor a Maupassant
dejábamos los libros sobre la mesa
llena de colillas
donde planeábamos grandes acciones
para que las calles fueran otra vez caminables
y no nos dejaran a medianoche en la oscuridad
obligados a volver a casa sin ningún cine abierto

Derrumbados los castillos
y cerradas las puertas de las iglesias
no se despliegan ya las visiones
que les dieron morada a nuestros padres

He ascendido por el camino hacia el mar
donde vivían mis antepasados

Desde aquí contemplo el Éufrates… el Misissippi
la Isla Delfos… París… Tulum

Atrás han quedado las huellas de la feria
y después de la cena los comensales
se van a casa

Los hombres desarman la rueda de la Fortuna
y toda su gloria no es más
que un puñado de fierros viejos
a la orilla de la playa
El olor del mar azota mi rostro
queriendo decir algo
que no me atrevo a comprender

Pasa serena y oscura la gran máquina negra
Arrastra sus ruedas por el riel
y a su paso rechinan ecos de viejas melodías
de amor… odio… piedad

Sobre el mar la historia ha ido a perderse
sin héroes
ni santos
Arrastra sus pesadas ruedas sobre un riel
demasiado estrecho

Nunca supe bien a bien quiénes fuimos

Íbamos a ser otros… íbamos a ser
quienes debíamos ser y algo para siempre
quedó trastabillando como un ciego que no logra
llegar a casa después que han cerrado
todas las cantinas

De modo que éstos son entonces los tiempos venideros

Todo lo íbamos a hacer ahora
pero en el zaguán… tirados los rastrojos
ciertos ropajes antiguos… libros sellados
cuentan historias ciertas
sobre hombres y mujeres que existieron de verdad

Más arriba. . más arriba del terruño
donde las serpientes se muerden la cola
las fragantes nubes se arremolinan y pasan

Obligados a mirar el camino
sin prepararnos a morir… sin oír
cómo cimbra la nota del arpa allá
en el azul del cielo
como si de pronto hubiéramos descubierto
que un enemigo atroz nos vigilaba
agazapados entre nuestras escasas pertenencias
dándonos un veneno razonable
vagamos sin ropaje… sin recuerdos
con la herida abierta manchando
las calles horribles

Nada tan miserable como la ausencia de Dios
en esta casa sin Padres donde sólo habita
el tigre castrado de la Duda

Tengo miedo… Todos tenemos miedo

Allí donde quedó el eco suspendido
de lo que no alcanzamos a decir

Esa huella de sangre que esconden las piedras
como la lengua de un niño esconde el secreto de la voz
Allí quedó la nieve cayendo para siempre
sobre el Jardín de los duraznos desnudos
como queda un instante el último hálito
sobre la límpida superficie del espejo