

Presentamos tres textos del gran poeta húngaro en la traducción al español de Fayad Jamís en colaboración con András Simor, Mátyás Horányi y György Somlyó.
Attila József
Mamá
Desde hace una semana, en mi mamá
sólo pienso, abstraído; en mi mamá.
Con la chirriante cesta a la cintura,
iba siempre al desván en su premura.
Yo era un hombre sincero todavía:
chillaba, pataleaba. Le decía:
deja para otro ese pesado y gran
bulto, mi madre, y llévame al desván.
Sola se iba a tender, calladamente,
sin regañarme, sin mirarme, ausente.
Y las ropas crujían, luminosas,
revoloteando en lo alto, jubilosas.
Aunque para llorar es tarde ya,
sé cuan inmensa eres, mi mamá.
Flota en lo alto su agrisado pelo
y echa su añil en el agua del cielo.
Bella mujer de antaño
Bella mujer de antaño que quiero ver de nuevo,
ella en quien se escondía el cariño de un hada.
Cuando íbamos los tres a pasear por los prados,
iba, grave y risueña, sobre el fango ligero.
Y si ella me miraba no evitaba un temblor,
bella mujer de antaño que quisiera no amar.
Sólo quiero mirarla de nuevo, simplemente
mirarla soñadora bajo el sol del jardín,
un libro entre las manos, cerrado como ella,
y en torno, los tupidos follajes en el viento
de otoño. Quiero verla, meditando despacio,
como pensando en algo, en el quiosco sonoro,
mirar furtivamente y emprender el camino
que se oculta en las frondas y va a la lejanía.
Las dos hileras de árboles le dirían adiós.
Como un niño que mira a su madre ya muerta,
así quisiera ver una vez más a aquella bella
mujer de antaño que se pierde en la luz.
Marzo
I
Una tibia llovizna cae serenamente
y la espiga del trigo joven sube hacia el cielo.
En una chimenea la cigüeña se instala
y el invierno, abatido, se muda a los glaciares.
Llegó la primavera con su alegre violencia,
llegó la primavera con verdes estallidos.
Delante del taller de un carpintero
exhala la esperanza olor a pino.
¿Qué dicen las revistas? Una banda saquea
a España y la devasta.
En China un general estúpido
quita a los campesinos
sus pedazos de tierra. La guerra hace amenazas.
Las camisas más limpias ya se empapan de sangre.
Los pobres están siendo torturados.
Los que atizan la guerra gesticulan.
Alegre soy: tengo el alma de un niño
y Flora me ama. Contra nuestro amor
—amor bello y desnudo— avanza al populacho
desfilando con hierros y con tanques.
El celo de esta chusma
me asusta, desde luego,
y sólo obtengo fuerza y esperanza
en interés de nuestras vidas.
II
El hombre es mercenario, la mujer prostituta.
Entre sus corazones y el mío no habrá diálogo.
Sus maldades también están infladas
y temo por mi vida
que es todo cuanto tengo.
Mi mente, precavida, piensa en esto.
Y cuando el globo herido ya está helado
el amor de mi pecho y mi Flora arderán.
Una hermosa muchacha, sabia, procrearemos,
y también un varón inteligente y bravo.
Ellos heredarán un jirón de nosotros
como la vía láctea guarda la luz del sol.
Y cuando el mismo sol ya sólo parpadee,
mientras charlan, confiados, volarán nuestros hijos
a bordo de máquinas buenas
en pos de las estrellas laborables.