Náufrago nace el hombre, náufrago muere
Sobre un país cualquiera tristemente
I
No ha sido fácil cargar a cuestas con tanta historia.
Manuel O. Nieto
Escucha cómo viene doliendo el hombre al alba
con sus pasos de muerte y solemnes silencios.
Hay tantas noches
pero hay siempre distancias perennes en mi oído.
Mi corazón revive una frontera de amor, que se detiene
como un ciego ante el mundo.
Aquí están las congojas, son Diosas fatigadas
que eternamente buscan las horas del poeta
para abismar sus sueños.
Yo soy el mismo cantor.
Me llaman y soy testigo
por mi nombre,
y me duele la arena de los años
vertida ante la muerte de mi madre.
Me persigo constantemente
con el viento,
acusándome
en un quebranto de mí mismo.
II
Sobre un País cualquiera, tristemente
la vida cruza siempre preguntando
con su arrobado péndulo de muertes.
Desdibujado el sueño se remonta
por calendarios rotos.
El tiempo en cada sombra
y en la divina copa de la mesa
que en maternal amor dejó mi madre.
Con pie de prosa llega el ángel de la lluvia
bajo la noche siento la fuerza de sus golpes.
Allí es donde la vida repara en un sollozo.
Un sendero común conmueve al hombre
y lo triza por siempre en un minuto.
Estamos sin relevo en este potro,
y en la vida buscamos el color del durazno
cada vez que nos quiebra la fiebre de encontrarnos.
Y queremos servir la sangre en cada vena
buscando en cada médico la vida,
que siempre se nos va de tal manera
en algodones, yodos y suturas.
Jugamos con prudencia al silencio del asno,
en viejas tentativas de un sueño que soñamos
y en los plenos poderes de un Dios tan solitario
que existe en tres personas, herido en el costado
para salvar al hombre del Mundo y su contagio.
A duras penas grito, rodeado de sarcasmos
y al monto del vacío me lleno de congojas.
Reclino con mis huesos en habitual monólogo
que violenta mi sangre.
Almirante sediento de vinos y de fábulas
Te conmino al velamen de tu urgencia
ya desnuda y sensible
con las aletas grises del arcano
cuando las funerales sombras llevan
a un Ulises buscando a la lejana Ítaca.
Ah, cuántas veces fui capitán de unos cielos
y almirante sediento de vinos y de fábulas.
El amor vive tus plenos resplandores
a la llamada lánguida de tu ocarina triste
al pie de las estrellas
con delfines conciertos de entregas inmediatas.
Arde mi corazón en la proa del instante
en los atajamares de la sangre,
y escribo en las corrientes de tu sueño
la quimera inmortal de los pingüinos.
A qué jardín del mundo te remito
A qué jardín del mundo te remito
este crujir de arena atormentada?
Ah, cielo temeroso, sangre airada
que en sueño sumergido me permito.
Estréchame si quieres con tu grito:
vigilia en pie de muerte rematada,
y niégame en tu luz desmoronada
este dolido yo de estar marchito.
Vigilia sin orillas hoy me entrego
y enciendo con mis sangres tus fronteras.
De ardor y desventura voy callado.
Condéname en tus dudas, que estoy ciego,
y esquiva con tu empeño mis banderas:
Pegaso de mi cielo desclavado.
Sin el ademán de Dios
“Que no esté con llanto
deshaciendo
hasta acabar la vida”
Garcilaso de la Vega
I
Oh, cardo adolescente, en mis dolores:
argonautas de nortes imposibles,
gondoleros de penas inflexibles,
batiendo sombras, despertando flores.
Cielo amargo cargado de rencores
mientras muero entre escollos impasibles,
herido en el desdén de las sensibles
fuerzas de tu pavor en mis pavores.
Sin nada, sin temor en tus ramales
cuando tengo mi quiero desprendido
y entregado a mis ciegos ventanales.
Donde espero latir en tu regazo
y despertar arando mi gemido
sin lucha y con amor, armado el brazo.
II
Conduciendo el azul de la armonía
la tristeza en tu rostro se serena
y detiene la sangre que me ordena
el temor de mi triste compañía.
Cómo duele dejar la fantasía
cargada por la luz que da la arena
donde se duerme Dios en la terrena
conjugación de la sabiduría.
Que vago azul para sembrar olvido
ah, tejedora del amor tejido
conmovida pasión de enamorada.
En tu claro vendaje de pureza
aquí para mi amor, tu amor empieza
desde el cansado Mundo condenado.
III
A un limbo de tu luz y dominado
hasta el latir de tu temor de estrella
sangra de ayer mi corazón por ella
desanda al tiempo el palpitar cansado.
A un garfio de tu voz y condenado
donde ciega la muerte su querella,
espejo que al morir dejó en su bella
la vaga obstinación de lo deseado.
Detrás de las palabras iniciales
donde gana la abeja sus rosales
donde no pueda terminar vencido.
Donde falta el sostén de tu ternura
y el Otelo ritual de mi locura
será mi muerte un grito desmedido.
IV
Firme temblor del ansia del paisaje.
Ah, gladiador del arco que doblega
a la luz imprecisa que congrega
la marcha azul del mar sobre su oleaje.
Ah, marítima furia del cordaje
descendiendo al perfil del ancla ciega
obediente en el mástil que restriega
la pasión, delas velas en ramaje.
A ti, lienzo del mar, rumbo distante,
derrochadora fuerza que constante
desvanece la línea de la altura.
El libro de la noche en ti se asila
en gracia del vaivén que arma y destila
la cadencia del mar en su armadura.
V
Quiero: pura ficción estremecida
elevar de mi voz toda su vena
y pensar con la vida que me ordena
este alcance de muerte convenida.
Quiero: por siempre lágrima entendida
el diseño más fiel de la sirena,
concediendo por siempre de la arena
la fresca voz del mar ya discernida.
Quiero: cielo lejano y perdurable
salir a flote siempre inalterable
con las voces de Dios en mi aventura.
Quiero: luchar al sol cuando te ofende
la visión del dolor que no defiende
la imagen primordial de tu escultura.