Armando Romero

Escribir es un acto de amor

 

 

Por Floriano Martins

 

FM | ¿Cómo podemos hablar, a partir de tu propia poesía, del pensamiento poético y de qué tarea humanística se convoca, de qué manera actúa, con una determinación estética y también con su orientación comunicativa?

AR | Escribir es un acto de amor, siempre se ha dicho, y no queda de otra. Hasta el mismo Kafka tuvo que transformarse en un horrible insecto para permanecer a nuestro lado desde ya hace cien años. Así, ese mismo juego entre lo estético y lo comunicativo logra que surja esa voz donde las palabras se reflejan a sí mismas, tornándose entes concretos, mientras mantienen el diálogo con los otros, que también somos nosotros mismos. Siempre he buscado  (y creo encontrar), que mi poesía así como mis obras en prosa visiten los diversos campos que se abren al sembrar en un lado la palabra que se encuentra consigo misma y en el otro las proposiciones de diálogo con el lector, donde el entendimiento también es el gozo, las formas cambiantes, efervescentes de lo lúdico. Creo que soy un escritor con heterónimos secretos, desconocidos para el lector, pero también para mí. Es como si mis libros tuvieran varios autores que son una sola persona. No me divido en distintos seres como Pessoa o Montejo, al contrario me hago uno, como dice la cábala que es el todo. Ahora bien, lo humano es eso que no sabemos qué es.

FM | Simpatías, parentescos, analogías, ¿cómo se relaciona tu poesía con otros poetas, en cualquier tiempo o lugar, que tal vez te permita ubicarte en una familia poética?

AR | Siempre he creído en la protesta, en la inconformidad. De joven pertenecí al movimiento nadaísta en Colombia, el cual no era una familia poética propiamente dicha, sino una agrupación para delinquir culturalmente, una forma de dadaísmo con patas. Me hice entonces en la calle de la poesía con estos poetas amigos, quienes me llevaron a reverenciar a Joyce, a Kafka, Miller, Whitman, Eliot, Borges, y toda la sarta de exploradores de los subsuelos de la palabra que desde allí se desprende, para llegar yo mismo, con las agallas de mi curiosidad, a los surrealistas, a Cendrars, Lautreaumont, Apollinaire, y por el lado de América Latina a Paz, Vallejo, Fernando González, Mutis, León de Greiff, Molina, Sánchez Peláez, Gonzalo Rojas, Edgar Bayley. Leí y sigo leyendo de todo, buenos y malos poetas por igual, pero no así con la prosa, ya que me crean un gran fastidio muchos novelistas famosos, incluso algunos que son objeto de culto. Difícilmente soporto la prosa, aunque la escribo, porque siempre estoy pensando que mi tiempo se lo debo a Proust. Entonces, no creo que tenga una familia poética, aunque amo a Breton y todo lo que se nos viene como belleza convulsiva con el surrealismo.

FM | ¿Cómo se relacionan los poetas de tu país con otros poetas hispanoamericanos? ¿Existe algún tipo de comportamiento histórico, cuyas causas puedas explicar, que dificulten esta relación, no sólo en el ámbito de un diálogo estético, sino también en caminos abiertos o cerrados respecto de editoriales, revistas, la prensa etc.? ¿Operarían en este ambiente aspectos ideológicos o la eventual incidencia tendría una connotación individual, impulsada por alguna disputa o sentimiento de envidia? ¿Qué ha cambiado en este ámbito en los últimos tiempos?

AR | Según yo veo las cosas, todo ha cambiado en los últimos años, al arrancar este nuevo siglo. De joven yo recorría paso a paso la hermosa e indescriptible América Latina, desde Argentina a México, sin dejar montaña suelta o mar encabritado, y dentro de este espacio visitaba a los poetas de todo tipo. Los sistemas de comunicación eran precarios, vistos desde hoy en día, pero los poetas mantenían un diálogo abierto a través de publicaciones que iban y venían como aviones o barcos de papel. Los poetas se querían, se respetaban, se odiaban, se bendecían o se maldecían, con la fuerza que da la sinceridad con que veían su relación con la literatura. Era un mundo donde los escritores tenían una fuerte columna vertebral que los ayudaba a mantenerse de pie, a no transigir, pero también a reconocer la calidad de sus semejantes. Lastimosamente, hoy en día veo que poco a poco esto desaparece, al mundo de la crítica sincera se opone la necesidad del aplauso, y si es masivo, gracias a los medios sociales, mucho mejor. Los poetas, en su gran mayoría, siguen sufriendo la falta de acogida de las editoriales, pero esto lo suplantan con las computadoras, y ya no importa la calidad. La mayoría de los poemas que circulan son como emojis convertidos en palabras. Es triste ver a los poetas recogiendo la limosna de los aplausos, de los elogios, por los facebooks y los Instagram y toda la chuchería que surge del internet. En la narrativa todo es peor. Las editoriales, en su gran mayoría, son empresas de manufactura para hacer muñecos y muñecas que escriban sobre sus primeros pasos o primeras libaciones. Joven, de larga y reluciente cabellera, listo o lista para modelar en las vitrinas, con una sonrisa de enigmas si es para el suspenso, o seductora si es para el coge-culo, o seria y circunspecta si es para fotografiarse con cara de biblioteca. La competencia entre los escritores se ha llevado el amor, y esto probablemente es antiguo, pero ya no tiene la calidad de la literatura que venía en el amor y en el odio, como pasaba con los clásicos.

FM | ¿Cree usted que es imprescindible que los poetas asuman la responsabilidad de difundir obras de otros autores, no sólo en tu país, sino también en Hispanoamérica, creando mecanismos editoriales, como editoriales y revistas?

AR | Yo no creo que sea tanto responsabilidad, sino amor por los otros, por su trabajo. Muchos poetas lo han hecho antes y ahora lo siguen haciendo. Lastimosamente ya no circulan tanto las revistas en papel porque el Internet es más económico y fácil de difundir. Pero allí está el problema, a la facilidad se le pega la falta de calidad, la proliferación de palabras alargadas como prosa o recortadas como poesía. Yo leo casi a todos los poetas que me llegan por el internet o por libros, y me es muy difícil encontrar algunos que pasen la criba que permite la buena poesía. A veces pienso que ya estoy viejo, que no entiendo, pero volteo a mirar a los poetas de hace 50 años, 100 años y más, comparo, y saco como conclusión que hoy en día hay una caída de la calidad mientras aumenta la bolsa de mercado.
Sin embargo, es necesario ayudar y elogiar a los poetas o amigos de la poesía que siguen en la lucha por la buena literatura, que de hecho todavía se escribe, afortunadamente. Varias revistas que circulan por el internet son muy valiosas. Debo señalar, entre otras, a La Otra, que dirige en México José Ángel Leyva, Agulha Revista de Cultura de Floriano Martins en Brasil, Latin American Literature Today, de Marcelo Rioseco en USA, Altazor, de Mario Meléndez en Chile, Cronopio, de Juan Manuel Zuluaga en Colombia, y otras más donde el criterio de selección es estricto. En el caso del poeta José Ángel Leyva encontramos en él a un gran editor en libros de papel. En un mundo cambiante como el nuestro creo que estos poetas están encontrando una forma de neutralizar el facilismo utilizando los mismos medios que lo promueven.

FM | ¿Qué valoración se puede hacer del entorno de la crítica literaria, incluyendo los estudios académicos, a lo largo de un siglo, en tu país? ¿Hubo avances o retrocesos y, en ambos casos, cuáles fueron las razones y consecuencias? ¿Hubo en algún momento la publicación de una Historia Nacional de la Literatura, y cuáles son los aciertos y defectos de tal libro, si existe?

AR | Nuestra crítica literaria es pobre por varias razones. Los estudios académicos no circulan para el lector común si no está ligado a una universidad. También tienden a ser imposibles de leer por los enredos de los métodos de crítica literaria, que cuando vienen de Francia o España terminan avinagrados en nuestros países. Además, la dirección de “política correcta” hace que toda la crítica se vaya por el embudo de lo marginal social, donde el contenido de un poema o una novela da paso a una interpretación exclusivamente sociológica, y no permite también, como complemento, una visión de la literatura como literatura misma. Por curiosidad hace algunos días he estado leyendo algunos textos y correspondencia del crítico Ángel Rama. Fuera de ser un mal escritor, este crítico no da paso a la idea de que la literatura, es decir la prosa porque para él la poesía no existe, también es un arte como escritura, que el escritor es un artista, un ser para quien la belleza de una frase, una palabra, todo un texto, es tan importante como su contenido referencial. Otra razón importante es que se han suprimido las reseñas de libros en la mayoría de los periódicos. Tal vez quedan algunas en México o Argentina, pero es muy raro encontrar una reseña en una revista, en un periódico. Debemos anotar que la crítica literaria también se ha convertido en un trabajo peligroso, ya que una crítica negativa puede conseguir para el autor represalias terribles por los escritores o lo editores criticados. Y ni hablar de las Historias Nacionales. Son textos de escuela, que por lo regular incluyen a los escritores que obedecen a los cánones literarios de los gobernantes de turno. En definitiva, en América Latina tenemos buena literatura, es cierto, pero adolecemos de un aparato crítico propio que nos permita vernos desde adentro.

 

 

 

 

Poemas de Armando Romero

 

 

 

BRISA

 

El sólo movimiento de una hoja en el limonero puso en actividad toda la casa

A ras de suelo un leve humo disipó sus sombras y dejó al descubierto

el dulce ladrillo de los antepasados

El antiguo fantasmero de caoba fue puras risas entrecortadas y pasos blandos como guantes

Las vigas en el techo y el soporte de las arañas temblaron como una trapecista en celo de tendones

Apagada estaba ya la vela en el altar contra el rincón y no se movía¬-

Al borde y al centro de una pantalla de adobe habían ahora puertas

y ventanas en vaivenes de secos golpes y monótonos

Paso tuvo el sol que quedaba restando y sumando por los postigos y los portillos

En la fragilidad de sus lazos y la corredera del hilambre la hamaca dijo sí o dijo no

Corrió veloz la mariposa única hasta el escaño deshuesado y sólido que esperaba en el corredor

Y desde allí la ahumada cocina hizo leve muestreo de rescoldos y cenizas

Viejas ollas en depósito de sentencias y perfumes

Desierto de áridos granos y legumbres florecidas

Leña ya en el musgo y el renacimiento de las parásitas

Tardo hueco del fogón y su encanto

Platos y tazas desportillados por un constante repique de los usos

Pocillos en la pared como una interrogación colgando

Por el patio donde se desvanecía el acento trinitario y el punto aparte de las gallinas

caminó como un murmullo que no era sino roce y frotación de pieles desnudas por la hierba

El cielo se sostenía en un meridiano preciso que era una nube gris

y muchas blancas más azul

Fue sólo un múltiple movimiento de pies como las hojas cortadas del plátano

Un sólo movimiento en esa tarde

Pero al detenerse el limonero

Todo en aquel sitio continuó como antes

 

 

 

 

STRIP TEASE

A veces pienso que la vida lo va desnudando a uno. Yo, por lo menos, me he quedado sin ese zapato
que caminó por la avenida séptima de Bogotá una noche salida del interior de un tiempo adelgazado
por las esperas; la chaqueta de cuero, de origen dudoso, se despedazó contra el respaldar del bar
donde el bohemio infiel empalidecía de aguardiente todas las noches; una camisa que no había
pintado Rolf, el alemán, acabó como trapo sucio en un apartamento de Valle Abajo; mis pantalones
de vaquero murieron congelados en los páramos de Mérida todavía con la bragueta en perfectas
condiciones; un roto de bala en el pecho tenía la camiseta a rayas cuando la perdí de vista en
Puerto La Cruz; los pantaloncillos terminaron haciendo cama para Agapi, la gata blanca de Sebucán.
Es extraña esta vida que nos desnuda y nos viste de otro, tiempo tras tiempo.

 

 

 

 

HAZ DE ASCETAS

 

Qué tanta cruz y tanto signo

en la iconostasis de la iglesia de la Transfiguración en Pantocrátoras.

Todo aquel que hizo piltrafas del cuerpo para engordar el alma,

camina por estos cielos frescos pintados por Panselinos:

San Antonio de Memfis, padre de los padres del desierto,

sirvió a Dios hundiéndose en la oscura vida de las cavernas;

San Pacomio, modelador de eremitas a imagen y semejanza de los monjes que son ahora

y para siempre;

San Macario el Grande, estigmatizado, 60 años en el desierto, padre de la danza macabra;

San Pablo de Tebas, cien años interno en una cueva hasta que San Antonio lo enterró en el desierto

ayudado por dos leones;

San Moisés el Negro, rufián convertido a Dios y monje del desierto;

San Onofrio, cuyas barbas tocaron el suelo de esta tierra y lo enredaron para siempre en la profundidad

de su caverna;

San Simeón el Estilita, encaramado para siempre en una pilastra de cinco metros, en el pie izquierdo

un año, en el derecho el otro. Una soga hundida en la carne podrida de su cuerpo, y de ella

se desprendían los gusanos: “Comed lo que Dios os ha dado”, les decía con su bendición;

San Daniel, a su lado, como sombra del que no tiene sombra.

La larga fila de eremitas y anacoretas

—San Nilo, San Efraín, San Moisés, San Pedro el Athonita,

San Pablo de Xeropotamou—

se pierde en la oscuridad y en los años borrosos de la iconostasis,

pero allí está con humildad y soberbia

todo aquel que hizo infierno de la vida a tormento,

para ganar un cielo dulce como higos maduros,

una eternidad de boca abierta frente a Dios.

 

Armando Romero (Cali, Colombia, 1944). Es un poeta, narrador y crítico literario perteneciente al grupo inicial del Nadaísmo. Ha vivido en numerosos paí ... LEER MÁS DEL AUTOR