Arian Leka

Auschwitz Marítimo

 

 

 

(Traducción del francés de María Elena Blanco)

 

 

                                               Sin fecha. Ceremonia que se repite cada año el 28 de marzo

 

Los parientes y amigos de las víctimas de Otranto visitaron el cementerio donde yacen sus seres queridos, vieron la placa con los nombres de los desaparecidos y se dirigieron al Puerto de Vlora. Tras un minuto de silencio, echaron flores al mar para rendirles homenaje en el lugar desde donde zarpó el barco de la tragedia, el Kateri i Radës. La sirena del transbordador de la línea Vlora – Brindisi sonó cinco veces seguidas.

                                                                                                          Extracto del periódico local.

 

 

 

 

CASERNA I. El mar Adriático

 

Llegamos allí en barco todos sudados. Algunos caminaron sobre al agua.

El hueco del barranco, en las alturas de Otranto, allí donde nos tiraron,

lo taparon de nubes.

Después se fueron. Nos hicieron venir. Nosotros no llegamos aquí solos.

Cubiertos de agua negra, no éramos gitanos

ni profesores obsesionados por la verdad tabú.

No éramos gays.

Ni disidentes, esos que buscaban la libertad a la luz de las velas.

Éramos unos miserables.

Unos miserables de ojos azules. Unos miserables de ojos negros.

Algas de noche como cabellos. Arena rubia sobre las pestañas.

No éramos los mejores del mundo. Fuimos elegidos porque nos podían mantener

largo tiempo sin respirar.

Nos hundieron para soldar el fondo fisurado del mar,

desde donde asalta el miedo.

¡Abre bien las orejas!

No se comenta abiertamente, pero en la noche, las canciones de las ballenas dicen que,

al tocar el fondo, nosotros los cautivos en este búnker submarino,

nos convertimos en judíos.

Es todo lo que sé.

A Nuestro Señor le entierran clavos oxidados en la lengua.

Le cosen los labios con hilo.

Esto es un campo de trabajo. Rodeado de alambres de espuma.

Durante el trabajo, en casernas cerradas con paredes de olas,

desmontamos nuestros cuerpos.

Con nuestros miembros hacemos piezas para camiones.

Con nuestros ojos hacemos películas en blanco y negro.

Polvo con nuestros huesos. Medicinas con esperma, ovarios y médula ósea.

¿Buscas un jabón de buena marca?

Tenemos grasa para velas que no pone negros los templos y los

santuarios.

Con nuestros días, fundidos en la forja,

se vierte tiempo cíclico en forma de escudilla y cuchara.

Hacemos tostar al sol el pan mojado que nos dan en el campo.

Cae la noche. Nos viste a todos de pijama.

Nos duchamos antes de acostarnos.

Litera húmeda. Empapadas las sábanas.

La luna nos arroja hilos de luz cálida.

Nos frotamos con ganas contra estrellas negras.

Quitamos el mal olor de nuestros nombres.

Tú eras el nuevo clavo, del que colgó el cuadro del hundimiento.

La tela blanca.

Eras tú.

 

 

 

 

CASERNA II. Las costas de Lampedusa

 

Me limpio las plantas de los pies antes de caminar sobre el azul

extendido frente al puerto como un tapiz mal tejido.

Devuelvo la vida.

Devuelvo las joyas. El anillo se separa del dedo.

La cadena y el colgante del cuello.

Deshago con cuidado los botones de las islas

y desvío los ojos hacia afuera por un pedazo de cielo.

A mi regreso, me controlan para ver si escondo souvenirs bajo la piel.

Primera noche en el campo. El agua entraba por el techo. Nos pusimos en fila.

Los ancianos de un lado. Los niños aparte. Los hombres aparte. Las mujeres aparte.

Hacemos la cola con un corazón en la mano.

Alguien portaba pulmones hermosos como un abanico.

Otro, riñones como hojas de magnolio.

Un tercero tenía dientes de leche

que ni siquiera habían probado el sabor de la punta de sus dedos.

Huesos esponjosos. Páncreas ligeramente usado. El blanco del ojo

cruzado de ríos rojos.

Hígado quemado por el alcohol barato.

Esperamos hasta que incluso el más joven de los ahogados hubo dado

sus órganos para un trasplante.

El beso enciende una fogata azul bajo el mar.

Nuestras válvulas aórticas subieron a los cuerpos de aquellos

que se ahogan en el dolor.

Pero todavía, en secreto,

en silencio e ilegalidad,

nos seguimos entrenando cada día,

como si fuéramos un equipo de rescate.

Enseñamos la respiración artificial a los niños ahogados.

Boca blanca sobre bocas negras.

Tus labios eran flores.

Tú eras el ovario.

El estilo

El estigma.

 

 

 

 

CASERNA III.  El mar Egeo

 

Tu cuerpo adoptó la forma del compás debido a la soledad.

Por la mañana, sales a distribuir las tierras bajo el mar. ¡No te des prisa!

Aire no tanto, pero tierra hay de sobra para todos los ahogados.

Pueden hasta elegir. Praderas de hierba. Pastizales.

La meseta. El llano. Bosquecillos de arbustos. Las colinas

para las viñas.

Los barcos serán nuestros sirvientes. Sus chimeneas crean bosques.

Al poco rato, las proas de los barcos trabajan el salitre.

Cascadas entre las olas.

Surcos en los campos de agua.

Sembradores de huesos con barcos bajo los pies.

Avanzamos entre los barbechos. Plantamos vértebras en las zanjas.

De ahí nacerán niños ahogados con juguetes en la mano.

Los transbordadores pesan sobre los torsos,

a medida que penetran las islas para coserlas, como se suturan las heridas,

para inventar una patria sobre el mapa líquido.

Los transbordadores nos tiran comida en sacos de plástico negro.

Maná del cielo –¡echadnos hoy de nuevo nuestra basura del día!

Con los huesos rodados volvemos a las labores de estación.

Reforma agraria[1] en el fondo del mar.

Repartimos en parcelas la tierra prometida de Dios

con la boca cerrada, apretamos una melodía de espuma entre los labios

en la noche, tú cierras el compás de tus lindas piernas

y regresas al campo como una abeja sobre un pistilo ahíto.

La ola esculpe desde el exterior nuestro sarcófago.

Tú eras la flor.

Tumba común.

 

 

 

 

CASERNA IV. El mar Tirreno

 

Eso se parece a Disneyland. Pero es otra cosa.

Es un campo. Un campo de trabajo.

Cerrado con escotilla.

Sobre estacas al sol

la carpa se engancha ahí, donde las olas nos cocinan una sopa espesa de espuma.

Se distribuyeron las tareas.

Desde el primer día se repartieron y no fueron santas.

En el taller de costura, las ahogadas eran menores de 40.

Los hombres, en el servicio de reparación de zapatos reventados como la vida.

Trabajamos en silencio hasta que la campanilla del transbordador,

que pasa cada hora para vigilarnos,

dé la orden de apagar nuestro cuerpo pulsando el botón Turn Off.

Fiesta.

Un año después de la llegada al campo submarino.

Un año después de nuestro aniversario de ahogados en el mar.

La risa está prohibida, pero hay alegría para todos.

Escanciada en cada plato en pequeñas cantidades.

¡Gocemos! ¡Carpe diem!

La vida es corta. La jornada de trabajo larga.

¡Ingerid el elixir de muerte disuelta!

¡Embriaguémonos de vida!

¡Rellenad las tazas de vuestras manos con la bebida

espumante de burbujas de aire que estallan como el champán cuando

desde el fondo de nuestros pulmones

explotan sobre la superficie de este bello mar!

Los hombres seducen a las mujeres en torbellinos de danza

pulsando las teclas negras y blancas de las costillas.

Abrigos de humo negro. Encajes de espuma.

¡Radiante! ¡Magnífico!

¡Eso es todo!

El transbordador de línea vuelve otra vez hacia nosotros.

Hiende la epidermis del mar.

Escribe números. Hace tatuajes sobre los huesos esponjosos

luego toca la campanilla.

Se acabó la fiesta.

Debemos regresar a los camarotes.

La luna como un proyector gravita sobre el campo submarino.

Comprueba que el cerco de olas de alambres de púas no esté roto en ningún tramo.

Alguien puede escaparse por ahí e informar a la competencia sobre

los secretos de la vida en este campo.

La tecnología. Los precios.

Los mercados donde venden ropa y zapatos medio ruinosos.

Como nuestra vida.

Nos acurrucamos bajo las camas, pero no dormimos.

Tenemos miedo de que un sueño venga de lejos

y decida plantarse en nuestro cráneo.

Así que no se duerme. Los sueños no deben encontrarnos dormidos.

Si te pillan con un sueño en el cuerpo te condenarán a tenor de las tres cláusulas:

Apoyo al tráfico ilícito.

Tentativa de evasión del campo.

Posesión ilegal de sueños.

El nacimiento del día nos sorprende lavando los pijamas del esqueleto,

hasta que la campanilla y la marea se revientan sobre el recinto.

Alguien afinó el piano entre las costillas, que se descompuso al bailar.

A los niños que contaban las estrellas con los dedos, la piel se les llena de verrugas

cuando llaman a la puerta.

Tú entras al jardín para mutilar mi corazón de la aorta.

Amanece.

Somos las velas apagadas del pastel.

 

 

 

 

CASERNA V.  Las costas de España

 

¡Cubrid vuestra piel con nuestras pieles!

Cada vez que entráis en las camisas, chaquetas y batas

ahogadas,

os vestís de nosotros.

El mercado de las pulgas es nuestro lugar de encuentro secreto.

Ven disfrazado. Es tiempo de guerra.

Oculta tu cuerpo en mi cuerpo destripado.

Los controladores de calidad llegan al campo.

Separan la ropa perfecta de la ropa defectuosa.

La que le falta un botón

de la que tiene la costura más torcida que la verdad.

Seleccionan la ciudad de los Balcanes occidentales

a la que irá la primera remesa.

Comienza el embalaje. Nuestros cuerpos de lana y algodón baratos

son apretujados, amontonados, deshechos, plegados y hacinados en paquetes.

Para que ocupen el menor espacio posible.

Para que no se muevan ni se separen durante el transporte en tren.

¿Sientes las puntas de mis dedos como pinchadas por agujas?

Y el hilo, partido con los dientes, ¿lo sientes, cuando cargas

mi cuerpo,

cortado a la moda de los años 40?

Llegan los buzos con máscaras. Se lanzan al vacío de mi alma.

Recogen uñas, pestañas y cabellos para extensiones

y pelucas para hombres de cabeza rapada.

Para que no me vean me cubro con fango.

No por nostalgia.

Como protección, nos dispersamos entre los puestos de la ciudad socavada

de la pobreza de carnes azules.

Tú eras el hilo partido con los dientes.

Mi nudo gordiano.

Tú eras nación.

 

 

 

 

CASERNA VI.  El mar Jónico

 

Teníamos permiso para salir, pero nos desviamos del camino,

cuando un grupo de turistas con botellas de oxígeno a cuestas

vino a visitar el interior de nuestro campo.

El billete de entrada se paga con sol contante

cuando la viga podrida se alza.

Casi es otoño.

Estación propicia para una gira submarina

en medio de la grandeza hundida en el fondo marino.

La jornada corta. Los prados sin cosechar.

El guía advierte a los visitantes que, por respeto a nosotros,

no hay que hacer estallar ruidosamente los globos de aire comprimido

que bullen en sus gargantas.

El Naufragio del Lusitania se exhibe en la primera sala.

Popcorn incluido en el precio del billete.

Se puede escoger el Titanic en la sala multimedia número dos.

Kateri de Rada bastante intrigante, pues está filmada en directo, dos veces al día,

justo ante los ojos de los curiosos que eructan helio.

Cada uno de nosotros tiene un papel.

La filmación se realiza solo cuando el grupo de turistas es superior a 20 personas.

Acción. Escena 1. Episodio 1. Primer plano-retrato-detalle: El padre ahogado

enseña a nadar a su hijo. Episodio 2. Escena masiva – plano amplio:

Los ahogados que padecen de artritis hacen su paseo de tarde en los jardines. Alguien,

excitado por la fuerza cero, grita: Caminar bajo el mar es volar.

Es como bailar en la superficie de la luna. Cámara stop.

Repetir. Dos jóvenes extras se frotaban los huesos de los dedos

para hacer fuego. Los huesos al parecer estaban mojados. El ayudante trae

otros dos huesos, bien secos. ¡Acción! La fricción de los huesos

de los dedos para encender el fuego vuelve a empezar de cero.

En un momento dado la gira terminó.

Nos sentamos en la cubierta del barco.

Ofrecemos pan no cortado al sol, que se ahoga en nuestro mar.

Con sus centellas de oro, pagamos a los traficantes por un viaje

hacia la costa.

Encontramos a los nuestros durmiendo.

Roncan.

Desvarían.

Regresan del trabajo.

Se pelean después de la cena.

Hacen las paces en la cama.

El tiempo previsto para las visitas ha terminado. Llegan los traficantes.

Atraen a jóvenes turistas para que visiten nuestro campo submarino.

El viaje de regreso se paga en metálico de sol.

Nos cuentan.

Nos lavamos los pies.

Tú eras el fin.

Tú eras el principio.

 

 

 

 

CASERNA VII.  Las costas de Libia

 

Este campo es un paraíso submarino.

Sin polvo, ni ruido, ni lodo.

Las mesetas de hierba aún no han sido devastadas.

Una pila bautismal llena de agua salada es este sitio.

Entramos uno tras otro para la confirmación.

Antes de convertirse en ahogados, con documentación regular

o ahogados clandestinos,

la ley exige que se cuelgue de un pasador el color de la piel,

se encierre la fe en el armario

y se macere la piel espesa de la etnia con corteza de roble.

Somos ahogados. Sin diferencia alguna.

Portando signos internacionales, unas minorías de ahogados yacen en el fondo

de nuestro mar.

Nos desean la paz eterna.

Ya no nos disputamos por el color de los ojos.

Pero ¿he de contaros que, después de eso, los pescadores volvieron a sacar

nuestros cuerpos sobre el filo del agua?

¿Cómo puedo decirles que después de tantos años de empleo

en el fondo del mar,

donde posábamos desnudos, como modelos frente a estudiantes de bellas artes,

debemos nuevamente ponernos los zapatos

y vestir camisa blanca?

Regresamos.

¿Qué encontramos allá?

Olivos con el tronco lleno de parches. Barcos volcados sobre la orilla.

Gente que lee el anuncio de que la indemnización

para los ahogados de la última tragedia marítima

no se entregará en las oficinas de correos sino en sobres a domicilio.

Encontraremos la torre de vigilancia en la playa de la que salimos.

La torre de la ciudad, olvidada en medio de la campiña,

y además un hilo de araña,

a través del cual el soldado blanco habla al oficial negro.

También arbustos con las piernas segadas. Avispas sobre uvas maduras.

La mesa vacía en la taberna del barrio,

donde el vaso de vino derramado olvidó sus pulseras.

El traje chorreando colgado del hilo.

Guardan nuestros huesos en cajas,

como ramos de lirios blancos.

Nos llevan de vuelta a la tierra. Nos ofrecen tierra estéril.

Tú eras el espejo trizado.

¿Peine de raíces sobre el cráneo?

 

 

 

 

CASERNA VIII.   Las costas de Túnez

 

Quien quería una piedra del fondo del mar para colgarla en su collar

llevó a casa un corazón con un hueco.

Bajo el mar, los hombres morenos son buenos para domeñar los ríos.

Las mujeres de pelo suelto tejen las cuerdas de lluvia sobre las horcas.

Las muchachas con mástiles en mano cosen las venas cortadas.

He vuelto.

Me lavo los ojos antes de entrar en la casa.

Retiro el cuchillo de la mesa.

Recojo en el puño a las almas aplastadas sobre el mantel de mesa.

Corto el hilo del sol que oscila en medio del cielo.

Bajo el volumen de la radio.

Veo mi foto en la pared.

El día recomienza con las mismas imágenes.

Papá sonríe.

Papá plantó una casa en el centro de nuestro jardín.

Le injertó hermosos niños llenos de vida que vuelven a su casa sin mapa.

El cepillo de dientes en el vaso.

Papá sube por la escalera para crucificarse en la cruz verde de la farmacia.

Tú te asomas a la ventana.

Tu mano tiembla como una hoja al viento.

Uña cortada.

Rosa azul, envenenada por la luz.

Cabello rebajado.

Pequeña flecha sobre el campo negro del reloj.

 

 

 

 

Sin fecha.

                        El panel de control y la brújula del barco “Kateri i Radës” están almacenados

                        en la bodega hasta que se realice una obra de arte en memoria de las víctimas.

 

 

                                                                                                          Extracto del periódico local

 

 

 

 

 

Nota

*En una reforma agraria, las tierras confiscadas a sus propietarios se ofrecen a los campesinos que las cultivan. La toma del poder por el Partido de los Trabajadores de Albania en 1945 dio lugar inmediatamente a la promulgación de una ley de reforma agraria destinada a la expropiación y la redistribución de las tierras.

 

 

Arian Leka Nacido en la ciudad portuaria de Durrës, ARIAN LEKA (1966) pertenece al grupo de autores llamados vanguardistas, después de la ap ... LEER MÁS DEL AUTOR