Aquiles Nazoa

Alegrías pasadas

 

 

 

 

PROFESIÓN DE BANQUERO

 

Extraña profesión la del banquero:

dibujar lagartijas en billetes,

comerse puntualmente su tabaco

y pinchar con su pluma entomológica

los números servidos a su mesa.

Instalado en su silla vaticana,

pellizca aquí y allá menudas cifras

o bien al escuchar la trompetilla

que le tira un audífono privado,

asume una actitud de esbelto brindis

y se bebe el teléfono de un trago.

Extraña profesión la del banquero:

ponerse bicicletas en los ojos,

limpiarlas cuando llega otro banquero

con su gentil pañuelo junto al cual

lleva también un corazón Luis XV,

o ponerse a decir cosas aseadísimas

con ademanes propios de conejo

ante una dactilógrafa de vidrio

que se sienta ante él como una etcétera.

A las once el banquero toca el timbre,

pues es la hora de tener jaqueca

y de la caja fuerte saca una

píldora de importancia y se la toma.

Qué extraña profesión la del banquero:

pinchar con su estilográfica las cifras

como exquisitas presas de ensalada

y en casi maternales cucharadas,

dárselas de comer a la chequera.

 

 

 

 

LA LLUVIA

 

Ayer

volvió a llover…

 

Vino la lluvia a refrescar jardines

y a impedir la salida de los cines.

 

Ayer

volvió a llover…

 

La lluvia es una niña que no tiene

—porque vive desnuda— camisón;

sueltas las trenzas por el aire viene

repartiendo pestón.

 

Ayer

volvió a llover…

 

Los poetas, que son sentimentales,

la ponen a bailar tras los cristales.

 

Ayer

volvió a llover…

 

¡Oh, bardos! Cómo estáis de equivocados

al no cantar la lluvia en los tejados.

 

Ayer

volvió a llover…

 

Colándose por grietas y rincones

y mojando las camas y las sillas;

metiéndose indiscreta en las hornillas

y apagando carbones.

 

Ayer

volvió a llover…

 

Porque la lluvia es bella en los cristales,

pero forma terribles barrizales…

 

Ayer

volvió a llover…

 

En la calle, en la plaza, en el camino,

a tal punto que sales

de puntillas, salvando manantiales,

hasta que llega algún chofer cretino

y te pone lo mismo que un cochino.

 

Ayer

volvió a llover…

 

Mi corazón

es un niño arrullado por el son

de la lluvia de plata,

que cae desde el cielo en una lata

—tin, tan, ton—

bajo el alero roto del balcón.

 

Ayer

volvió a llover…

 

Y en medio de esta lírica cantata

a dúo de la lluvia en el balcón,

un muchacho infeliz se medio mata

porque se le desliza una alpargata

y se da un resbalón.

 

Ayer

volvió a llover…

 

 

 

 

DOS CANCIONES DE BEETHOVEN

 

A Armando Reverón

 

ADELAIDA

Adelaida,

que el lausí ya se muere

—Adelaida, y el jazmín

está muerto.

Borda con tus lausí de sueño

un corazón de azúcar cande

y un nombre delicado de pañuelo.

Adelaida,

que se acaba el lausí

y llueve.

Llueve.

 

PARA ELISA

El cofre, la violeta,

¡Quién sabe!

Coty otoñal:

Elisa.

 

 

 

 

EL PERRO SARNOSO

 

Este pobre animal, antes obeso,

hoy parece un inglés con paludismo;

se vio al espejo y se mordió a sí mismo

creyendo que era un hueso.

 

Se dispersan los grupos si él se arrima

y él sigue su camino, tristemente,

añorando caricias que la gente

ya no le da porque le tiene grima;

él ya no es perro sino, escasamente,

cuatro patas con una sarna encima.

 

Yo le he visto pasar

muerto de hambre, muriéndose de sed,

tan débil que no puede caminar;

y para no caer, si va a ladrar

tiene que recostarse a la pared.

 

Allá estaba, ladrándole a la luna;

su mirada era triste y era amarga,

como de gran dolor enorme carga

y era una

y era una

y era una sola sarna larga…

 

 

 

 

ELEGÍA A UN SUICIDA CON GAS

 

Auf Wiedersen, amigo, que te vas,

viajero de una muerte sin dolor,

envuelto entre los velos del vapor

de un mortífero gas.

 

Cansado de un monótono existir,

una tarde al bajar del autobús,

resolviste partir

y después del ya clásico escribir,

le diste vuelta al suiche de la luz

y te tendiste plácido a dormir.

 

Tal vez tengas razón así al morir,

pues resulta difícil soportar

este fastidiosísimo vivir

de comer, de dormir, de trabajar

o de buscar peroles que empeñar;

y tanto, para un flux de casimir

y una mujer mediocre a quien amar.

Como tú, camarada, que te vas,

yo también moriré plácidamente

entre olores mortíferos de gas;

en casa los tenemos por demás,

pues nosotros vivimos bajo un puente.

 

 

 

 

EL CABALLO AHOGADO

 

Dolorosa es la vida del caballo:

él nace potro libre en la sabana

y después, de la noche a la mañana,

vese del hombre su servil lacayo.

 

Parece este cuadrúpedo infeliz,

cuando es joven, viviente bicicleta,

más tarde es un motor para carreta

que funciona con látigo y maíz.

 

Con el tiempo ha perdido aquel donaire

de gentilhombre o D’Artagnan equino,

tan veloz o más rápido que el aire…

 

Pensaba de tal modo en su destino

el caballo que ayer se ahogó en El Guaire

tal vez porque soñó ser submarino.

 

 

 

 

ALEGRÍAS PASADAS

 

Cuán presto se va el placer,
cómo después de acabado
da dolor.
Manrique

 

¡Qué ligero se van las alegrías!

Lo que hasta ayer nomás fuera ilusión

es ahora, pasados los dos días,

un enorme ratón.

 

La Navidad fue apenas un engaño

vestido —mal vestido— de festejos;

la celebramos porque a fin de año

nos sentimos más viejos,

 

y en fin de fines es en Pascua cuando

podemos contentarnos con la vida,

pues como un año más se está acabando,

más pronto nos estamos acercando

al portón de salida.

 

¿Cuál es la utilidad de la alegría,

si pasada su efímera dulzura

viene un día y un día y otro día

de luchas y amargura?

 

La Pascua se acabó y sus alegrías

se marchitaron como viejas flores

y se quedaron muchos mostradores

llenos de hallacas frías.

 

 

 

 

NAVIDAD

 

Las campanas pascuales

anuncian que salió el Niño Jesús

de las jugueterías celestiales

en un coche de luz.

 

Alegres villancicos

cantan que ya llegó la Nochebuena

—buena para los ricos,

que tienen blando pan para la cena.

 

Los muchachos que duermen en el suelo

soñarán que Dios baja en patineta

a traerles la luna, desde el cielo

convertida en galleta.

 

Las casas serán ríos de muchachos

y luces y alharacas,

y las calles montones de borrachos

y de hojas de hallacas.

 

Todos celebrarán el nacimiento

llenos de una infantil felicidad…

¡Cuántas pobres en la Maternidad

habrá solas pasando «el mal momento»!

 

Ya se alegra la gente

porque el niño vendrá en carro de plata

(allá estará llorando bajo el puente

un niño que no espera ni el presente

de un carrito de lata).

 

 

 

 

EL DÍA DE CARACAS

 

Sentado como un tonto en El Calvario

—refugio de poetas y de flojos—,

mi corazón recorre tus despojos

en un sentimental itinerario.

 

Tu antigua sencillez de campanario

flota en el aire aún, pero los ojos

ya nunca más verán los techos rojos

que te dieron prestigio literario.

 

Pues enferma de snob cosmopolita,

te dio por transformarte —¡pobrecita!—

en una Nueva York de a cuatro reales.

 

Y así llegar lograste a lo que hoy eres:

una Babel de radios y choferes,

¡y ese montón de Casas Regionales!

 

 

 

 

ODA A LA CUCARACHA

 

Ya que no hay en el mundo quien te quiera,

yo te canto, animal de chocolate,

que emigraste del viejo escaparate

porque ya no los hacen de madera.

 

Las damas otoñales de hoy en día,

tan otoñales como vivarachas,

son tus hermanas en coquetería,

pues en su afán de parecer muchachas

tapizadas de polvo y crema fría

se ponen como ciertas cucarachas:

las cucarachas de panadería.

 

Como hay contigo cosas muy afines

y eres pequeña, oscura y tan versátil,

yo he visto, cucaracha, botiquines

donde te han confundido con un dátil.

 

Eres un animal interesante

pues con solo mover tus dos alitas

acabas, entre gritos y al instante,

con una agrupación de señoritas.

Y tienes vocación de congresante

porque te gustan mucho las levitas.

 

A cosas dulces, de muy buena gana,

la gracia de tu nombre les concedes

(me refiero a la rumba mexicana

según la cual ni caminar tú puedes).

 

Dondequiera que estás juegas la vida:

te asfixias en hedionda naftalina,

y si corres buscando una salida

el hombre a chancletazos te asesina.

Luego al corral escapas perseguida

y allí te espera el otro insecticida,

el más feroz de todos: la gallina.

 

Y aunque te busquen con aviesos fines,

ni procuras vengarte ni te ofendes,

pues tú, Cucarachita, tan Martínez,

no eres parienta de Martínez Méndez.

 

 

 

 

AQUILES AUTOBIOGRÁFICO

 

Nací en la barriada El Guarataro, de Caracas, el 17 de mayo de 1920.

He estudiado muchas cosas, entre ellas un atropellado

bachillerato, sin llegar a graduarme en ninguna.

He ejercido diversos oficios, algunos muy desagradables, otros muy pintorescos y curiosos,

pero ninguno muy productivo, para ganarme la vida. A los doce años

fui aprendiz en una carpintería; a los trece, telefonista y

botones del Hotel Majestic; y luego domiciliero en una bodega de la esquina de San Juan,

cuando esta esquina, que ya no existe, era el foco de la prostitución más importante

de la ciudad.

Más tarde fui mandadero y barrendero del diario El

Universal, cicerone de turistas, profesor de inglés, oficial

en una pequeña repostería y director de El Verbo Democrático, diario de Puerto Cabello.

Durante los últimos diez años me he compartido entre las redacciones de Últimas

Noticias, El Morrocoy Azul, El Nacional, Élite y Fantoches,

del que fui director.

Alguna vez fui encarcelado por escribir cosas inconvenientes, pero esto no tiene ninguna importancia.

A cambio de ese pequeño disgusto, el oficio me ha deparado grandes

satisfacciones materiales y espirituales.

Mi mujer y yo somos los dueños del único tándem o

bicicleta de dos pasajeros que existe en Caracas. Muchos de

los comentarios que este extraño vehículo suscita al pasar

junto a los grupos de echadores, me sirven a las mil maravillas para sazonar lo que escribo.

 

 

 

 

BUENOS DÍAS AL ÁVILA

 

Buen día, señor Ávila.

¿Leyó la prensa ya?

¡Oh, no…! No se moleste

siga usted viendo el mar,

es decir, continúe

leyendo usted en paz

en vez de los periódicos

el libro de Simbad.

¿Se extraña de la imagen?

Es muy profesional.

¿O es que es obligatorio

llamarlo a usted Sultán

y siempre de Odalisca

tratar a la ciudad?

¡Por Dios, señor, ya Persia

no lee a Omar Khayyám,

y en vez de Syro es Marden

quien manda en el Irán!

 

Cambiemos, pues, el tropo

por algo más actual:

digamos, por ejemplo,

que usted, pese a su edad

y pese a que en un ojo

tiene una nube (o más),

y espléndido, ante el cual

como un gran diario abierto

se tiende la ciudad.

 

¿Se fija usted? La imagen

no está del todo mal…

¿Qué le ha gustado? ¡Gracias!

Volvamos a empezar.

 

Buen día, señor Ávila,

¿Leyó la prensa ya?

¿Se enteró de que pronto

con un tren de jugar

su solapa de flores

le condecorarán?

¡Oh, no! ¡No, no! No llore,

¿por qué tomarlo a mal?

Será, se lo aseguro,

un tren de navidad

con el que usted, si quiere,

podrá también jugar.

Serán, sencillamente,

seis cuentas de collar

trepándose en su barba

de viejo capitán.

 

Tendrá el domingo entonces

un aire de bazar

con sus colgantes cajas

de música que van

de la ciudad al cielo,

del cielo a la ciudad.

¡Adiós, adiós! los niños

le dirán al pasar

y el niño sube-y-baja

tal vez le cantarán:

usted dormido abajo

refunfuñando: ¡Bah…!

y arriba los viajeros

cantando el pío-pá.

 

Pero ¿por qué solloza

si nada ocurrirá?

¿Le asusta que las kodaks

aprendan a volar?

¿O dígame, es que teme,

¡mi pobre capitán!,

que novios y turistas

se puedan propasar

y como a un conde ruso

lo tomen de barman?

¿Es eso lo que teme?

¡Pues no faltaba más….!

¡Usted de cantinero…!

¡Qué cómico será!

¡Usted, que más que conde

fue en tiempos un sultán

con una nube al brazo

diciendo: —Oui, madame,

en tanto que la triste

luna de Galipán

le sirve de bandeja

para ofrecer champán…!

 

Buen día, señor Ávila,

me voy a retirar.

Saludos a San Pedro

y a los hermanos Wright.}

 

(El Ávila lloraba,

llovía en la ciudad).

Aquiles Nazoa (Caracas, Venezuela, 17 de mayo de 1920-Maracay, 25 de abril de 1976). Fue un escritor, ensayista, periodista, poeta y humorista venezolano. ... LEER MÁS DEL AUTOR