Antonio Rivero Taravillo

Nombrar y otros textos

 

 

 

 

BEWARE OF WORDS

Atento a las palabras: tienen filo.
Lo mismo expresan esto y lo contrario.
Por caso, la palabra oxigenar,
que puede significar un aire fresco,
libre, espontáneo. Desmelenarse.

Pero también,
bañada por el agua
teñir de rubio el pelo,
nada de aire fresco;
artificialmente
abandonar lo libre, lo espontáneo.

La palabra que inspira igual asfixia,
y en el mayor silencio
es cuando más se escucha el lápiz
sobre el papel.

 

 

MOLDES

Mis manos son los moldes que rellena tu dicha,
el agua en que la sed
nada como pez en el agua.

A la bodega abierta baja el aire
que desposa las velas
hecho corriente,
y por vías de agua el buque descarrila.
El arroz que se hincha, húmedo grano,
revienta el casco
como pólvora blanca y repentina.

Así mi corazón al encerrarte.

Un galeón que carga cuanto oro
no será más que plomo en el naufragio.

 

 

COMO EMPÉDOCLES

Leer como neologismos
las palabras arcaicas,
tan novedosas.

Tener esperanza en el pasado
y aprender del futuro.

Empédocles podía
resucitar los muertos cantando sus poemas.

También se puede
dar muerte a los vivos con silencio.

 

 

NOMBRAR

Nombrar es definir, ponerle límites
a todo lo que, mudo, no lo tiene.

Las letras son las lindes y las cercas
del prado de un silencio interminable.

El lenguaje es un parche sobre el ojo,
y mano sobre el otro el pensamiento.

Si ya por sí encadena el sustantivo,
el adjetivo le añade otros grilletes,

pero una y otra vez llena el poeta
la cerradura inmensa con su llave.

Y no la gira nunca para abrirla.
Por cerrarla introduce las palabras.

 

 

SASTRE

Venía el sastre a casa
e, igual que el practicante
sacaba sus punzantes instrumentos,
extraía alfileres si no agujas
y en vez del infiernillo el acerico.
Ajustaba el paño a medida
de un maniquí con bigote de actor,
junto al galán de noche otro de tarde:
mi padre joven todavía.
Lección a domicilio
de que no existen dos hombres iguales,
yo contemplaba lo que luego
pude calificar de acupuntura:
acomodar el cuerpo a lo que debe,
o ajustar otra piel a la que es suya.
Cinta métrica, hilvanes y tijeras
componían la periferia
de mi padre lo mismo que el cuaderno,
el lápiz, la memoria,
rehacen su figura
en esta escena en que lo visto
ahora en mi interior.

 

 

ACTRICES DE CINE MUDO

Hablan con sus ojos
fundidos en negro por el maquillaje,
y su piel tan blanca es más expresiva
que –también muy níveas–
las letras impresas en los intertítulos.

Muy pronto aprendemos a leer sus labios.
Las palabras vuelan desde la pantalla
a este otro siglo, y de esta tierra
se lanza el deseo raudo hasta su época
como el primer plano se escurre en The End.

Desde un piano suenan teclas melancólicas
en que viajan, jóvenes,
viejos ademanes y gestos de amor.

Dicen silenciosas lo que la vista oye.

Besos y mohínes en el celuloide
se estampan ahora sobre nuestra piel.

 

 

LA CARRETERA

Ese sol a mi izquierda
seguirá ahí
después que se haya hecho ya de noche,
no importa que luego me lo encuentre
deslumbrándome anaranjado
el parabrisas,
o que un monte lo tape cuando cárdeno
pronuncie vagas palabras de arrepentimiento.
Inmóvil hoy me ve
como me viera ayer en otros campos.
Soy la llanta que gira en derredor
de su eje,
y aunque sume kilómetros lo tengo
a idéntica distancia de continuo.
Es el motor
o corazón de a bordo.
Los faros lo persiguen cuando apaga
su brújula en el cielo, y lo persiguen
cachorros sin su madre extraviados.
Su lengua roja lamerá mañana
el horizonte.

 

 

[OTOÑO PONE LÁGRIMAS DE ORO]

Otoño pone lágrimas de oro
en las hojas sufrientes de los árboles;
caen por las cortezas de sus cuellos
a los húmedos pies que calza el musgo.
Llega la primavera del rocío
en que florece al alba la humedad.
Atrás queda el invierno artificioso
del aire acondicionado del verano.
El cuerpo se reagrupa en su interior
igual que una camada en una cueva
que no inunda el caudal en la crecida.
Amanecer y ocaso, enamorados,
se acercan en el beso azul del día
breve que no quiere inmiscuirse,
carabina entre ellos, y se encoge
de hombros ante el peso de las sombras.
Un dálmata de whisky se acurruca
debajo del asiento. El automóvil
amista con el viento y con las nubes
que le mandan recado de otras tierras
por medio de las aguas memoriosas.
Otoño: ocre, parda melodía
en el teclado gris que crece en charcos.

Antonio Rivero Taravillo Es un escritor español nacido en 1963. De 2006 a 2007 dirigió la revista Mercurio. Panorama de Libros de la Fundación José M ... LEER MÁS DEL AUTOR