Antonio Ramos Rosa

El silencio en el cuerpo

 

 

 (Traducción al español de Verónica Aranda)

 

 

El encuentro

A veces, sin esfuerzo alguno, soy una atmósfera o me identifico con una arboleda, con su color sombrío, color de terciopelo y de silencio, color de estar o ser, intemporal y denso. Es aquí donde vivo por momentos. Donde soy una respiración del silencio. O sino una pendiente. Unas cuantas ventanas donde ya nadie viene a asomarse. Una franja oblicua de color ensimismado en el abandono de una tristeza que es un gesto de la inmovilidad. Remoto, profundo, externo gusto de ser y nada más. Estar o ser en el encuentro se convirtió en la precisión pura de una densidad tranquila y suficiente, interiormente infinita. Contemplación intensa y tranquila, como liberada del deseo y, sin embargo, la forma y el fondo del deseo como sustancia única, salva en una completa tranquilidad. En este muro inhabitable, por abandonado y solitario, está la más viva y la más sosegada habitabilidad del mundo. Siento la vibración aérea de lo imperecedero y todavía efímero. Soy ahora, abandonándome, el propio encuentro con lo que no responde y que responde en el silencio de lo inanimado. Horizontal, vertical, estoy unido como una piedra y no me hundo, no zozobro entre la sombra y el agua.

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En el círculo total

Donde estoy respiro y ardo. Nada sé. Soy la savia incandescente de lo compacto. Pero la densidad coincide con la más viva ligereza. La gran masa móvil del follaje me insufla una sangre verde que me da una sensación aérea de imponderable vigor. Me siento pleno como una ola de mar, como un árbol, como un muro blanco. La tranquilidad es absoluta. Movimientos leves, movimientos profundos, movimientos oscuros y siempre aéreos, movimientos claros. Lo que antaño eran dioses se extiende en el esplendor de las cosas y los seres. ¡Qué magnifica dilatación de todo el espacio interior! Quizá estoy en el centro liberado: siento la realidad en una profusión armoniosa que me incluye, que me abraza, que viene a mí y de mí rompe en tranquilos y ardientes borbotones. Toco todo lo que veo. El viento que atraviesa las hojas me corre por las venas y las fibras. Fibras de un cuerpo, fibras del universo vibrando en el universo. Se han suspendido las interrogaciones, nada puede ser proclamado ni aclamado aquí. Estoy en el templo natural. Totalmente ebrio de una totalidad en que reposo y vibro.  Soy todo aquello en lo que estoy. Ramaje y agua, aire, piedras, el sueño verde de la tierra, los colores, los muros, los árboles y las casas dormidas, rugosas, todo, en su entera totalidad, aquí, en la coincidencia feliz de ser, de ser demasiado, ebriamente límpido, misteriosamente idéntico.

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En el huevo de la sombra

No escribo para abrir un espacio, escribo tal vez para encerrarme en un gran huevo de sombra con árboles inmensos y lámparas de piedra. Lejos, lejos, lejos, en la amplitud, en lo compacto, en la ignorancia cálida, en la perfección cerrada del enigma. He aquí que encuentro el encuentro en la ceguera azul, en el silencio de la afasia, en la boca borrada y oscura, en la quietud vegetal. Es el regreso al sí del sueño y a la densidad terrestre. Conozco ahora la palabra que no vibra, la palabra inmersa en la sal de su sombra. Remoto, remoto es el espacio donde nada resuena, donde todo fluye oscuro y aéreo, donde nada se dice, donde nada se pierde.

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El silencio en el cuerpo

Busco el espacio, busco el cuerpo. No escribo para confirmar sino para descubrir, para iniciar. Como buscar el gesto que sea el gesto del aire, que inaugure un lugar abierto y transparente. La sustancia es imponderable, nada prescribe el orden liberador, no lo conozco, no lo presiento en el silencio ni en la ausencia. Sigo todavía en la superficie y es ahí, entre el follaje de las letras, donde la palabra puede consumarse y abrir el espacio entero. El silencio que escucho es su silencio y por su propia ausencia permanece siempre, de algún modo, presente en mí. No puedo oírla, sin palabras o incluso a través de ellas, bebo por completo su silencio. Dentro del cuerpo, el sueño, la sangre, la sombra de la palabra. La plenitud de un manantial sereno. ¿No será ya necesario decir la frase que abriría el espacio e inauguraría el lugar abierto y transparente?

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Las palabras del aire

Balcón abierto. Espacio. Noche envuelta en hojas. Noche de mástiles y aromas, noche de bocas nubladas y blancas. Brillan constelaciones de bombillas a través de las nubes. Escucho. Ni palabras ni silencio. La voz es un olor de la sombra. Déjame tocarte el rostro, tu rostro de espacio. Te veo a través de los párpados. Toco las manos aéreas y silenciosas que atraviesan el follaje. Veo los labios rodeados de fuego. Estoy en el círculo de la distancia y escribo las palabras dormidas en el aire.

 

 

 

-Del libro Claros, Polibea, Madrid, 20

 

Cubierta Claros

Antonio Ramos Rosa Nació en Faro el 17 de octubre de 1924. Asistió a la escuela secundaria en Faro, que no completó por motivos de salud. Trabajó como ofic ... LEER MÁS DEL AUTOR