Pequeño cosmos
Del libro inédito 23 días en la casa de la muerte / twenty-three days at the house of death
1. Conversaciones enfrente de las máscaras
He visto cómo cuelgan
de tus palabras los internos
balanceándose en los árboles.
Nadie tiene un nombre
y pocos poseemos más que una ilusión aclaratoria.
Esta verdad desemboca en los mares de la mente;
un desasociado, un término,
dicta de dónde parte
la certeza de no sufrir el abandono
al ni siquiera de ello darse cuenta.
En la rosaleda
veo a dos sujetos admirando cada una
de las flores;
uno despoja y pone aparte
las espinas suavemente
y mi reflejo se las traga;
el inquilino que resta sólo observa.
Quiénes son sino yo mismo,
tan lejos de tu cuerpo,
tan cerca de mis complejos primitivos,
tan debajo
de tus últimas palabras.
2. Rosal
Como los atardeceres
que habitan tus pómulos,
como las sombras
que cubren tus párpados:
justo así
he sentido estremecer
lo que, más allá
de mi pensamiento,
de mi fantasía,
recorre tu figura
cubriendo, calmando
los sismos en el pecho
sin ninguna víctima mortal
mas que yo, insensible analogía,
colgado en la distancia
que pende del canto de una tórtola
y el recuerdo del camino
de un viejo mercader
de sábanas de seda.
Tus ojos cerrados, tu pecho:
tibio pudor que me indica
cerrar un poco más los míos
para volvernos semejantes
y sentirlo así sereno a mis espaldas
donde una vez recorrieron tus manos
dibujando caricias como un golpe
entre tantos actos de violencia;
un suave toque de suspiro,
un placebo afortunado,
una fila que conglomera
al empedrado.
Y Pensar en que ahí estás tú
y quién más que tú
a la vuelta de la esquina
de los mares y fronteras.
Del libro inédito Poemas aparte
Péndulo
Decidí despertar a mitad de la noche
aproximándome al círculo que emana
el péndulo celeste a la alforja irregular
que la calle mastica en mi ventana.
Péndulo maldito,
péndulo puro,
péndulo usufructo;
péndulo fantasma.
Péndulo de pena,
paz de la paz lejana,
de la mentira.
La péndula viene y apoya
su dedo impuro
en la oquedad sensible
de mi pecho.
Tal como el teopixqui
busca flor y canto,
la semilla de mi sangre,
el grito de mi ahogo lacustre
que ahora es valle seco.
Péndulo de techos grises,
húmedos y sucios,
prisión que tiene por llave
una estaca en la punta de su boca.
Tal como la suerte de le vampire,
deja sus fuerzas
al encuentro de lo tranquila,
dolorosa, sensual y seductora
que es la muerte.
Así exclama mi ciudad:
−¡cahuic−.
Mientras la figura endeble
de mi estirpe más lejana,
refugiada en el olvido oblicuo
de su asilo, víctima y victimario
de su asedio,
pronuncia la sentencia
que le dejará muda eternamente:
–il n’y a que de l’espoir−.
Fortuna
Aquel que es, aquel que ignora;
El niño juega con el cielo y con las nubes,
separa los rayos del goteo entre las tejas,
el que toma una lanza de metal
y una espada de seco pino.
Aquel, el de las huellas de pared
y de las huellas de la última octava melodía,
el de los filamentos en la piel
que logran coincidir,
después de un instrumental,
con la voz onírica ancestral que viaja
circundando frecuencias imitadas.
Aquel nesciente dichoso,
emperador de pixeles,
aprendiz del barro y Nuwa,
viajero del Yggradsil,
relojero del equivalente de Saturno,
siente pena extraña
hacia Prometeo, el titán;
la ceniza de la barca
donde el fuego alzó a Quetzalcóatl,
es también el remanente del abril de pesadillas
sobre la sangre mortal del hijo del hombre.
Aquel,
el que teme como Xólotl:
madero en la pintura de Valaquia,
en el sueño de París y sus cloacas.
He trazado una runa
en lo alto de lo que un día prometí
al centro de la pirámide del sol,
en la ciudad que crea dioses
de los hombres.
Dentro de las paredes anchas de adobe,
el pueblo se vuelve hogar:
el sitio de las artesanías de humo
donde anduve tierra a gatas
y camino volando,
el corcel blanco se detiene
sosteniendo a quien fue hijo del trueno.
La noche del atlántico a los seis,
un salto del Niágara sobre los veinte,
ante veintidós inviernos, el pacífico,
Escribe aquel que no es poeta,
sino ciudadano de su oficio.
Aquel a quien el viento
que alza el polvo le susurra:
“Anda, muchacho, que has tenido suerte”.
Pequeño cosmos
La diosa fértil
o la primera desterrada;
el estruendo del trueno
de una tierra que no es mía
−ni en lengua o apariencia−.
No importa en qué parte,
o en qué libro,
esté o no esté escrito:
me han arrebatado la conciencia
y la mecen junto a una pluma en la balanza.
Arriba se ajusta el paraíso,
los campos elíseos,
el Valhala,
la tierra del regente que repta
con sus alas al oriente cada amanecer;
A la izquierda, este purgatorio;
a la derecha, el padre,
un pastor, un cordero
y un perro sin pelo.
Al sur, el Edén
y demás historias
inconclusas.
Poética en la lápida
Podría estar a cargo del relato
sobre el curso del futuro venidero;
mas tengo que cumplir con mi labor
donde se ahogan las noches vencidas
en mi propio cementerio, mi patíbulo,
mi panteón de glorias y fracasos.
Ese vaivén es más antiguo
que el primer hombre ante
la sepultura de su cuerpo,
no así de la resonancia
de su ausencia:
primero en piedra
luego en papel,
después
será tarde.
NOTA:
La presente selección de poemas forma parte de dos libros inéditos 23 días en la casa de la muerte / twenty-three days at the house of death y Poemas aparte. El primer poemario busca construir aquel “mundo de ideas” a partir de los años de la vida, aunque algunos figuren como recuerdos que precisan de reconstrucciones. De manera alterna, busca el canto, la poesía, como medio para expresar y trabajar al oficio inexperto en la búsqueda de una voz a través de sus temas. El segundo libro, por su parte, es el reflejo del regreso de un viaje, de la reflexión que gira en torno a lo que sigue después de las metas, de los golpes necesarios de la vida y el encuentro con el futuro cercano siendo este incierto e indescifrable. Esta selección es un conjunto de intentos nocturnos en la búsqueda personal de compartir con el mundo la palabra siempre y cuando esta tenga algo que decir.