Antonio Gamoneda

                                     Nadie estaba solo.

 

 

Iban los hombres al centeno y afilaban el dalle en la sombra; las vecinas, en los lavaderos, alzaban sábanas en la luz y discernían las huellas del agua; las ancianas escondían migas y pequeñas tazas de aceite en las alacenas retiradas.

Recuerdo un verano; las venas turgentes, la tormenta alejándose. Después, nosotros en la oscuridad y la fiesta creciendo: el vendaval de lámparas, la música ardiendo en el terraplén, la noche poblada de cintas. ¿Eran rojas las cintas?

Más tarde, cenábamos bajo los manzanos inmóviles y advertíamos el relente posándose en los cuchillos. Las mujeres sonreían y nosotros deseábamos que no cesaran de sonreír.

Recuerdo la piel fresca y el espesor de los mantos.

¿Qué era aquello, qué era? ¿Qué fueron la pobreza, la salud, los amigos?

Vino un tiempo en que viajábamos y aprendíamos a hablar. Enloquecimos en los pronombres. Nos desconocíamos y comenzamos a usarnos. No distinguíamos la documentación de los cuerpos, apenas recordábamos nuestra luz insurgente. Nos vigilábamos y desconfiábamos.

Cada uno supo que estaba solo y que iba a morir.

Y hubo otra noche.

Estábamos en el estudio. Inmóviles, ignorándonos. La luz era amarilla y había un lienzo clavado en la sombra. Cada uno miraba una copa vacía en sus manos y escuchaba el motor que se acercaba en la noche.

El tiempo fue rápido o lento, quién sabe. Cuando cesó cl zumbido, todo fue revelación: Éramos nosotros mismos en la inminencia; nosotros unánimes; nosotros amenazados y limpios.

Nos miramos y nos reconocimos.

Recuerdo los ojos de Jorge, aquella lucidez excesiva. Un solo ladrido hizo estallar la noche y huimos veloces a las cárcavas. Nos echamos al suelo entre las bodegas y las viñas y fumamos hasta el amanecer. Escondíamos la brasa en nuestras manos.

¿Qué era aquello, qué era?

Todo fue muy sencillo, todo se resolvió mirándonos, todo está muy lejano.
Sólo permanece lo ininteligible.

Ahora es otra edad. No hay nadie de quien huir, no hay nadie para mirarse y reconocerse.
Unos nos abandonamos el vértigo, otros esperamos algo (no nos interesa saber qué es) y otros aún, sospechamos que no somos existencia ni inexistencia. La mayor parte, hemos prescindido del pensamiento.

No es por coherencia ni incoherencia, es por algo que no sabemos decir o que no merece la pena decir.

En cuanto a mí,

perdido en certidumbres o en incertidumbres (supongo que es indiferente), podría retirarme a considerar el que soy o no soy o algo semejante.

Pero no es posible. No tengo nada que considerar, nada que creer o desear, nada que olvidar.

Esta escritura es una casualidad, un relato sin importancia, una insignificante vírgula.

O una fábula. Quizá sea una fábula.

¿Qué era aquello, que era?

 

 

(Segunda versión)

 

 

Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931). Considerado uno de los poetas españoles más relevantes de las últimas décadas. Ha sido relacionado con el "grupo poétic ... LEER MÁS DEL AUTOR