El murciélago entre fuegos de artificio
El murciélago entre fuegos de artificio
Mirad el cielo.
Mirad la luna hoy, negra también.
Como la fosa
de tantos héroes derrotados,
heridos, aviesamente heridos
por la espalda.
Como su última fatiga desangrada en estrellas,
las tenaces,
esas que incluso hoy contemplamos oscuras
pues sabemos
la exacta posición de nuestras cicatrices.
Mirad.
Fogonazos, de pronto.
Antes,
quizá ya mucho antes,
os advertí
-¡cuántas veces!-:
“Eso que imagináis un fabuloso fuego,
un fuego entre las manos que no quema,
son cerillas,
cuidado,
son cerillas y duelen
igual que una caricia en el rostro imposible”.
Cómo callar ahora
y no advertiros
-sólo una vez y ya, sólo de pronto-
la pirotecnia de las noches estivales
si vais con brazos vivos por el mundo
y por el cielo ufanos,
sin los pies,
de tanto que voláis a las deshoras
del furor.
Sabedlo,
son fuegos de artificio.
Ni ramos ni palmas ni palmeras,
ni crepitantes leños verdes con todo el musgo al aire,
ni la risa de Dios.
Son fuegos de artificio,
no el orbe en vuestros ojos.
Si incluso ya os creíais
empapados de luces
bajo los rubios surtidores
de allá lejos.
De tanto que voláis a las deshoras.
Y sabedlo también:
este pavor de ir y venir
y no acabar las alas
y no rendirse en liza de verdad,
esta ceguera ruda entre la pólvora y su estrépito,
este murciélago aterrado,
súbito,
tan súbito que ya os estorba en vuestro gozo,
es el fantasma negro de los héroes
-aviesamente heridos por la espalda-
que fuimos algún día.
Víspera
¡Qué gran víspera el mundo!
(Pedro Salinas)
La vida entera me pareces
con mi angustioso anhelo en tus olvidos,
mordaz día de antes,
vestíbulo de tanto y de tan poco.
Sólo si prometiste amor
tu absurda tiranía di por buena,
como la de la sangre oculta
sobre el agua.
Tierra de fríos escorpiones,
guerrera contra el sol,
víspera luna de los relojes muertos,
que pueda siempre
mirarte cara a cara sin desmayo
y recordarte
la fe que ya perdiste por los dos,
sacerdotisa.
Convalecencia
Postrado.
Sé que será por unos pocos días,
pero postrado estoy
y todos los fantasmas se despiertan
y vuelven.
Sin las sábanas blancas de los cuentos,
que aparecen desnudos
como desnuda de horizontes
cruzaba mi niñez entre vosotros;
desnudos
igual que pesos muertos de mala madrugada
sin dormir ni soñar,
igual que un solo nombre
que fuese todo nombre conocido:
derrota.
“Venciste luego”,
diréis,
no sin razón,
pero ahora, justo ahora,
lento ahora de ayer que ha vuelto hoy,
me siento derrotado y derrocado
como Dios en los libros de los médicos.
Ojalá me entregara
a la espera del bien que ya amanece,
mas sólo me revuelvo
y aquí estoy,
postrado y crepitante en fría hoguera,
echándole este pulso a los abismos
para vivir en pie.
Cartografía y quiromancia
¡Qué sorpresa tu cuerpo…!
(Carmen Conde)
Qué sorpresa tus manos,
la feroz nervadura.
Yo repartía besos
entre los dorsos pálidos y dulces
cuando tú, de repente,
quisiste desnudarte
con el único gesto que te vestía aún más.
“La verdad está aquí”,
parecías decirme.
Y me mostraste las palmas de tus manos.
Fascinado e incrédulo,
toqué los rasgos de la tierra,
la tierra toda,
el agua,
el reverso del agua,
también los ríos que murieron y el fondo de los mares,
un árbol sólo hoja,
la feroz nervadura del tiempo y de la vida
y un tronco hecho pedazos.
Cartografía densa,
el mundo resumido y renacido,
doble ferocidad,
milagro doble de tus manos.
Para la quiromancia,
en la línea más honda de la urdimbre,
justo donde perdura
el pedazo más sabio de aquel tronco,
grabé mi nombre a fuego.
Patio de luces
Caracola de cielo
desprendida y clavada en mitad de la muerte.
Lluvia y viento abrazados,
así anoche,
sin la noche ni el viento ni la lluvia.
Mi firme corazón son siete plantas sobre ruinas,
el verso vertical que no enmudece,
la piel para las ráfagas mojadas y sus vueltas,
el vacío olvidado de la altura.
Es el patio de luces que todos escucháis,
vecinos de la sangre.
Junto al que duerme ella,
mecida por la lluvia y por mi sed.
Como versos cruzando por una partitura
Para Carmen de Silva
Y así vamos doblando
las esquinas de todos nuestros miedos,
con las dulces memorias
y las tristes que casi nos mataron y no mueren,
con la inercia de hoy
y la ilusión,
la irredenta ilusión
de que vendrá mañana lo que falta,
con lo puesto,
y más con lo desnudo,
así vamos viviendo para el canto,
porque es nuestro destino desordenar el aire,
confundirnos de azul y más de rojo,
ser un remoto dios que no existió.
Como el abrazo equivocado.
Como el atlas de fuego que perdiste de niño.
Como versos cruzando por una partitura.
Strogoff
Fueron años de cuarzo inconmovible
pero ahora,
por fortuna,
lloro más.
Como mi abuelo
cuando evocaba su Galicia.
Como mi madre
cuando evoca a su madre.
Vosotros no lo veis,
pero en verdad os digo:
lloro más.
Bien lo sabe mi alma al caer la noche,
e incluso algún espejo.
Y este bendito don de lágrimas
habrá de protegerme,
a través de mi historia,
del ardiente metal,
de los sables al rojo
que la vida,
inapelable y dura,
deslice por mis párpados.
Ciega creeréis mi alma,
pero después,
veré.
Porque vi siempre.
Manuscrito
Aquí te tengo,
escrito a mano,
y así te llamas manuscrito, y lodo y alma.
Llegarás a ser orden,
quizás un libro incluso,
limpidez contra el blanco nevado de las páginas
-esa nieve que se soñó fuera del tiempo,
apilada y bruñida
al otro lado del tapial de un camposanto-;
llegarás,
aunque ahora,
entre manchas de tinta
y los borrones del grafito,
los ingenuos borrones del grafito,
qué te puedo decir sino que me recuerdas
un campo de batalla al caer los cuervos.
Pero los cuervos huyen,
otra vez,
como siempre:
nunca se acostumbraron
a mi apretada y fiel caligrafía
de neurótico.
Y aquí te quedas,
mi rebelión absurda,
imprescindible,
con tu incólume barro y todos mis desvelos.
Has hecho de mi alma
un horizonte puesto del revés
y la aventura de nacerme hoy
en la armonía.
Gracias y maldición.
Aquí me tienes.