Antonio Daganzo

El murciélago entre fuegos de artificio

 

 

 

 

El murciélago entre fuegos de artificio

 

Mirad el cielo.

Mirad la luna hoy, negra también.

Como la fosa

de tantos héroes derrotados,

heridos, aviesamente heridos

por la espalda.

Como su última fatiga desangrada en estrellas,

las tenaces,

esas que incluso hoy contemplamos oscuras

pues sabemos

la exacta posición de nuestras cicatrices.

 

Mirad.

Fogonazos, de pronto.

Antes,

quizá ya mucho antes,

os advertí

-¡cuántas veces!-:

“Eso que imagináis un fabuloso fuego,

un fuego entre las manos que no quema,

son cerillas,

cuidado,

son cerillas y duelen

igual que una caricia en el rostro imposible”.

Cómo callar ahora

y no advertiros

-sólo una vez y ya, sólo de pronto-

la pirotecnia de las noches estivales

si vais con brazos vivos por el mundo

y por el cielo ufanos,

sin los pies,

de tanto que voláis a las deshoras

del furor.

 

Sabedlo,

son fuegos de artificio.

Ni ramos ni palmas ni palmeras,

ni crepitantes leños verdes con todo el musgo al aire,

ni la risa de Dios.

Son fuegos de artificio,

no el orbe en vuestros ojos.

 

Si incluso ya os creíais

empapados de luces

bajo los rubios surtidores

de allá lejos.

De tanto que voláis a las deshoras.

 

Y sabedlo también:

este pavor de ir y venir

y no acabar las alas

y no rendirse en liza de verdad,

esta ceguera ruda entre la pólvora y su estrépito,

este murciélago aterrado,

súbito,

tan súbito que ya os estorba en vuestro gozo,

es el fantasma negro de los héroes

-aviesamente heridos por la espalda-

que fuimos algún día.

 

 

 

 

Víspera

 

¡Qué gran víspera el mundo!
(Pedro Salinas)

 

La vida entera me pareces

con mi angustioso anhelo en tus olvidos,

mordaz día de antes,

vestíbulo de tanto y de tan poco.

 

Sólo si prometiste amor

tu absurda tiranía di por buena,

como la de la sangre oculta

sobre el agua.

 

Tierra de fríos escorpiones,

guerrera contra el sol,

víspera luna de los relojes muertos,

que pueda siempre

mirarte cara a cara sin desmayo

y recordarte

la fe que ya perdiste por los dos,

sacerdotisa.

 

 

 

 

Convalecencia

 

Postrado.

 

Sé que será por unos pocos días,

pero postrado estoy

y todos los fantasmas se despiertan

y vuelven.

 

Sin las sábanas blancas de los cuentos,

que aparecen desnudos

como desnuda de horizontes

cruzaba mi niñez entre vosotros;

desnudos

igual que pesos muertos de mala madrugada

sin dormir ni soñar,

igual que un solo nombre

que fuese todo nombre conocido:

derrota.

 

“Venciste luego”,

diréis,

no sin razón,

pero ahora, justo ahora,

lento ahora de ayer que ha vuelto hoy,

me siento derrotado y derrocado

como Dios en los libros de los médicos.

 

Ojalá me entregara

a la espera del bien que ya amanece,

mas sólo me revuelvo

y aquí estoy,

postrado y crepitante en fría hoguera,

echándole este pulso a los abismos

para vivir en pie.

 

 

 

 

Cartografía y quiromancia

 

¡Qué sorpresa tu cuerpo…!
(Carmen Conde)

 

Qué sorpresa tus manos,

la feroz nervadura.

 

Yo repartía besos

entre los dorsos pálidos y dulces

cuando tú, de repente,

quisiste desnudarte

con el único gesto que te vestía aún más.

 

“La verdad está aquí”,

parecías decirme.

Y me mostraste las palmas de tus manos.

 

Fascinado e incrédulo,

toqué los rasgos de la tierra,

la tierra toda,

el agua,

el reverso del agua,

también los ríos que murieron y el fondo de los mares,

un árbol sólo hoja,

la feroz nervadura del tiempo y de la vida

y un tronco hecho pedazos.

 

Cartografía densa,

el mundo resumido y renacido,

doble ferocidad,

milagro doble de tus manos.

 

Para la quiromancia,

en la línea más honda de la urdimbre,

justo donde perdura

el pedazo más sabio de aquel tronco,

grabé mi nombre a fuego.

 

 

 

 

Patio de luces

 

Caracola de cielo

desprendida y clavada en mitad de la muerte.

 

Lluvia y viento abrazados,

así anoche,

sin la noche ni el viento ni la lluvia.

 

Mi firme corazón son siete plantas sobre ruinas,

el verso vertical que no enmudece,

la piel para las ráfagas mojadas y sus vueltas,

el vacío olvidado de la altura.

 

Es el patio de luces que todos escucháis,

vecinos de la sangre.

 

Junto al que duerme ella,

mecida por la lluvia y por mi sed.

 

 

 

 

Como versos cruzando por una partitura

 

Para Carmen de Silva

 

Y así vamos doblando

las esquinas de todos nuestros miedos,

con las dulces memorias

y las tristes que casi nos mataron y no mueren,

con la inercia de hoy

y la ilusión,

la irredenta ilusión

de que vendrá mañana lo que falta,

con lo puesto,

y más con lo desnudo,

así vamos viviendo para el canto,

porque es nuestro destino desordenar el aire,

confundirnos de azul y más de rojo,

ser un remoto dios que no existió.

 

Como el abrazo equivocado.

Como el atlas de fuego que perdiste de niño.

Como versos cruzando por una partitura.

 

 

 

 

Strogoff

 

Fueron años de cuarzo inconmovible

pero ahora,

por fortuna,

lloro más.

 

Como mi abuelo

cuando evocaba su Galicia.

Como mi madre

cuando evoca a su madre.

 

Vosotros no lo veis,

pero en verdad os digo:

lloro más.

Bien lo sabe mi alma al caer la noche,

e incluso algún espejo.

 

Y este bendito don de lágrimas

habrá de protegerme,

a través de mi historia,

del ardiente metal,

de los sables al rojo

que la vida,

inapelable y dura,

deslice por mis párpados.

 

Ciega creeréis mi alma,

pero después,

veré.

 

Porque vi siempre.

 

 

 

 

Manuscrito

 

Aquí te tengo,

escrito a mano,

y así te llamas manuscrito, y lodo y alma.

 

Llegarás a ser orden,

quizás un libro incluso,

limpidez contra el blanco nevado de las páginas

-esa nieve que se soñó fuera del tiempo,

apilada y bruñida

al otro lado del tapial de un camposanto-;

llegarás,

aunque ahora,

entre manchas de tinta

y los borrones del grafito,

los ingenuos borrones del grafito,

qué te puedo decir sino que me recuerdas

un campo de batalla al caer los cuervos.

 

Pero los cuervos huyen,

otra vez,

como siempre:

nunca se acostumbraron

a mi apretada y fiel caligrafía

de neurótico.

 

Y aquí te quedas,

mi rebelión absurda,

imprescindible,

con tu incólume barro y todos mis desvelos.

Has hecho de mi alma

un horizonte puesto del revés

y la aventura de nacerme hoy

en la armonía.

 

Gracias y maldición.

Aquí me tienes.

 

Antonio Daganzo (Madrid, España, 1976). Es poeta, narrador, periodista y ensayista. Autor de nueve poemarios y una “plaquette” poética, entre los que ... LEER MÁS DEL AUTOR