Entonces en las aguas de Conchán
Domingo en santa Cristina de Budapest y frutería al lado
Llueve entre los duraznos y las peras,
las cáscaras brillantes bajo el río
como cascos romanos en sus jabas.
Llueve entre el ronquido de todas las resacas
y las grúas de hierro. El sacerdote
lleva el verde de Adviento y un micrófono.
Ignoro su lenguaje como ignoro
el siglo en que fundaron este templo.
Pero sé que el Señor está en su boca:
para mí las vihuelas, el más gordo becerro,
la túnica más rica, las sandalias,
porque estuve perdido
más que un grano de arena en Punta Negra,
más que el agua de lluvia entre las aguas
del Danubio revuelto.
Porque fui muerto y soy resucitado.
Llueve entre los duraznos y las peras,
frutas de estación cuyos nombres ignoro, pero sé
de su gusto y su aroma, su color
que cambia con los tiempos.
Ignoro las costumbres y el rostro del frutero
-su nombre es un cartel-
pero sé que estas fiestas y la cebada res
lo esperan al final del laberinto
como a todas las aves
cansadas de remar contra los vientos.
Porque fui muerto y soy resucitado,
Loado sea el nombre del Señor,
Sea el nombre que sea bajo esta lluvia buena.
Muchacha húngara en Hungría otra vez
a Tilsa
Aquí no soy Sofía la del rancho celeste en los acantilados.
Un cangrejo pesa 300 gramos, tiene diez patas, dos antenas peludas
y es color de ciruela cocido por el fuego.
Su lomo es duro como piedra-pizarra.
Pero sus pinzas son más duras todavía.
En la playa lo abrimos contra una roca.
En la mesa del comedor con un martillo azul de picar hielo.
Bajo el lomo están las aguas de coral, los pellejos
y cierta carne de ordinaria calidad.
Mas la blanquísima carne de las pinzas es perfecta como el viento en el verano.
No recuerda ave ninguna ni ganado ni pez.
Aquí no soy Sofía y mi memoria confunde alguna vez aquel sabor
con un sabor de trucha o de ternera.
Y sin embargo son carnes tan distintas como el fuego y el hielo.
Ahora las colinas amarillas se acercan al invierno.
El quinto invierno desde que he vuelto a casa.
(Y preparo conservas de cebollitas verdes y pepinos).
Ésta es mi tierra y aquí he de florecer
mientras olvido esa carne blanquísima y perfecta.
Entonces en las aguas de Conchán
(Verano 1978)
Entonces en las aguas de Conchán ancló una gran ballena.
Era azul cuando el cielo azulaba y negra con la niebla.
Y era azul.
Hay quien la vio venida desde el Norte (donde dicen que hay muchas).
Hay quien la vio venida desde el Sur (donde hiela y habitan los leones).
Otros dicen que solita brotó como los hongos o las hojas de ruda.
Quienes esto repiten son las gentes de Villa El Salvador,
pobres entre los pobres.
Creciendo todos tras las blancas colinas y en la arena:
Gentes como arenales en arenal.
(Sólo saben el mar cuando está bravo y se huele en el viento).
El viento que revuelve el lomo azul de la ballena muerta.
Islote de aluminio bajo el sol.
La que vino del Norte y del Sur
y solita brotó de las corrientes.
La gran ballena muerta.
Las autoridades temen por las aguas:
la peste azul entre las playas de Conchán.
La gran ballena muerta.
(Las autoridades protegen la salud del veraneante).
Muy pronto la ballena ha de podrirse como un higo maduro en el verano.
La peste es, por decir,
40 reses pudriéndose en el mar
(ó 200 ovejas ó 1000 perros).
Las autoridades no saben cómo huir de tanta carne muerta.
Los veraneantes se guardan de la peste que empieza en las malaguas de la arena mojada.
En los arenales de Villa El Salvador las gentes no reposan.
Sabido es por los pobres de los pobres
que atrás de las colinas flota una isla de carne aún sin dueño.
Y llegado el crepúsculo
no del océano sino del arenal
se afilan los mejores cuchillos de cocina y el hacha del maestro carnicero.
Así fueron armados los pocos nadadores de Villa El Salvador.
Y a medianoche luchaban con los pozos donde espuman las olas.
La gran ballena flotaba hermosa aún entre los tumbos helados.
Hermosa todavía.
Sea su carne destinada a 10000 bocas.
Sea techo su piel de 100 moradas.
Sea su aceite luz para las noches
y todas las frituras del verano.
Naturaleza muerta en Innsbrucker Strasse
Ellos son (por excelencia) treintones y con fe en el futuro.
Mucha fe.
Al menos se deduce por sus compras
(a crédito y costosas).
Casaca de gamuza (natural),
Mercedes deportivo color de oro.
Para colmo (de mis males) se les ha dado además por ser eternos.
Corren todas las mañanas (bajo los tilos)
por la pista del parque y toman cosas sanas.
Es decir, legumbres crudas y sin sal,
arroz con cascarilla, aguas minerales.
Cuando han consumido todo el oxígeno del barrio
(el suyo y el mío)
pasan por mi puerta (bellos y bronceados).
Me miran (si me ven)
como a un muerto
con el último cigarro entre los labios.