Antonia Pozzi

(Milán, Italia, 1912-1938). Fotógrafa y poeta que permaneció inédita hasta su muerte, ocupa un lugar destacado dentro de la poesía italiana que se produjo en el siglo XX. Creció dentro del seno de una familia privilegiada, en una época con una alta tasa de analfabetismo y en la cual el italiano escrito era de uso exclusivo de la alta burguesía y la clase intelectual. Fue en el propio hogar donde tuvo el primer acercamiento con el italiano estándar: la madre, la condesa Lina Cavagna, era maestra, quien, además, enseñó francés e inglés a la hija. Más tarde ingresó en la universidad local, en Milán, y fue durante este periodo, en abril de 1929, cuando escribió los primeros poemas, en los que ya son notables el habla sencilla y el tono conversacional característicos de su escritura. En ese mismo año, después de culminar los estudios universitarios, estableció su residencia en Pasturo, en la provincia de Lecco, donde sus padres habían adquirido una finca construida en el siglo XVIII al pie de la Montaña la Grigna, y donde un año atrás la poeta pasó una larga estadía dedicada a la traducción de textos griegos. Su afición por el montañismo le proveyó una relación íntima con la extensa región de Lombardía, que incorporó situaciones propias del campo en sus poemas. Al mismo tiempo, enfrentó por primera vez la miseria en la que sobrevivían campesinos que habitaban las montañas. Se trataba de personas de carácter apaciguado, silenciosas, que hacían uso de diversos dialectos que tenían en común el tono endurecido y concreto, evidentemente afectados por el rumor de la montaña. Un lenguaje donde estaban todas las sombras del bosque. Toda la claridad y dureza de la nieve. Para la poeta, los campesinos son dueños de una “piedad silenciosa y activa; llevan alrededor el perfume de la bondad del campo”, le escribe a la abuela Nena.[1]

En sus caminatas siempre la acompañó, además del cuaderno, la cámara fotográfica, con la que produjo un poco más de tres mil fotografías en el espacio de once años. En las cartas que dirigió a sus amigos desde Pasturo, incluyó también, como obsequio, sus propias fotografías. Opinaba que no eran muy buenas, sin embargo, agregó, servían para mantener vivos los recuerdos. Se trata de materiales que relatan su relación continua con pastores de ovejas, pescadores del lago Lario, lavanderas y campesinos. Éstos aparecen tan abstraídos, tan entregados al trabajo, que no reparan en la joven que, respetuosa y callada, se mueve entre ellos con cámara en mano. Aparecen mujeres inclinadas sobre la suavidad del arroyo. También sombras de árboles dispersas en el agua. Más arriba, nubes negras y violentas sobre las cumbres de las montañas. La niebla por encima de todo. Instantes de luz. Todos muy callados. La fotógrafa mostró particular interés por pastores que caminaban muy calmados por senderos de grava blanca que se perdían por los barrancos. Por la inmensidad del cielo abierto para un solo hombre y sus ovejas. No hay señalamiento ni denuncia. Existe, sí, la emoción de atestiguar la humildad y elegancia con la que sus vecinos incorporaban cada gesto a la sencillez del paisaje. La emoción, también, de acertar en imágenes que le sirvieran para construir una visión del mundo que fuera capaz de excluir todo el ruido que la perturbaba. Son fotografías de una gran serenidad y que demuestran la capacidad de Antonia Pozzi para aislar imágenes que le permitieron narrar el silencio.

Con apenas veintiún años de edad, escribiría: “Yo / bajo el oyamel / ―en paz― / como una cosa de la tierra, / como un mechón del brezo / quemado por el frío”.[2] Este poema ―como muchos otros de Antonia― revela el plan que, años más tarde, en la madrugada del 3 de diciembre de 1938, la llevaría a ingerir una gran cantidad de barbitúricos. Hacia la mañana de ese mismo día, la hallaron recostada sobre la nieve, bajo los árboles del bosque de Pasturo. Fría.

Después de su muerte, el trabajo de Antonia Pozzi padeció todo tipo de alteraciones realizadas por el padre, Roberto Pozzi, sobre todo donde se alude al profesor Antonio María Cervi, con quien la poeta sostuvo una relación amorosa. No fue hasta el año 1989 cuando Graziella Bernabò y Onirina Dino organizaron los distintos cuadernos en un solo volumen y en tres secciones, Parole, La vita sognata e Inedeti, lo que sumó veintiocho poemas que, hasta ese momento, habían permanecido reservados. (Roberto Bernal)

 

 

 

Notas

1. Antonia Pozzi, Diari e altri scritti, Viennepierre, Milán, Italia, 2008, p. 98. (La traducción es mía.)
2. Antonia Pozzi, Parole, Garzanti, Milán, Italia, 1989, p. 75. (La traducción es mía.)