En alabanza a mi útero
(Traducción al español de Elisa Ramírez Castañeda)
Nosotros
Yo iba envuelta en pieles
negras y en pieles blancas y
tú me deshiciste y luego
me colocaste en la luz dorada
y luego me coronaste,
mientras fuera de la puerta
la nieve caía en dardos diagonales.
Mientras diez centímetros de nieve
se apilaban como estrellas
en pequeños fragmentos de calcio,
estábamos en nuestros propios cuerpos
(este cuarto nos enterrará)
y tú estabas en mi cuerpo
(este cuarto vivirá más que nosotros)
y primero froté tus pies
secándolos con una toalla
pues fui tu esclava
y luego me llamaste princesa.
¡Princesa!
Ah, entonces
me levanté en mi piel dorada
y ritmé los salmos
y tiré la ropa
y me soltaste las bridas
y me soltaste las riendas
y me solté los botones,
los huesos, las confusiones,
las tarjetas postales de Nueva Inglaterra,
las noches de enero a las diez,
y como trigo crecimos,
acre sobre acre de oro,
y cosechamos,
cosechamos.
En alabanza a mi útero
En mi interior todos son un pájaro.
Estoy batiendo todas mis alas.
Querían cortarte
pero no lo harán.
Decían que estabas desmesuradamente hueco
pero no lo estás.
Decían que te encontrabas mortalmente enfermo
y se equivocaron.
Como colegiala cantas.
No estás roto.
Dulce peso,
en la alabanza de la mujer que soy
y del alma de la mujer que soy
y de la creatura central y de su goce
te canto. Me atrevo a vivir.
Hola, espíritu. Hola, copa.
Detente, cúbrete. Cubierta que contiene.
Hola, tierra de los campos.
Bienvenidas sean, raíces.
Cada célula vive.
Hay suficientes para colmar a la nación entera.
Basta con que el populacho se apropie de estos bienes.
Cualquier persona, cualquier congregación diría de él:
“Sería bueno que plantáramos otra vez este año
y pensáramos de antemano en la cosecha.
Un percance se había pronosticado y se ha conjurado.”
Muchas mujeres juntas cantan a esto:
una está en la fábrica de zapatos maldiciendo la máquina,
una está en el acuario cuidando una foca,
una está, indolente, tras el volante de un Ford,
una está recibiendo el dinero en la caseta de cobro,
una está amarrando el ombligo a un becerro en Arizona,
una está a horcajadas sobre un cello en Rusia,
una está cambiando las ollas sobre la estufa en Egipto,
una está pintando color de luna las paredes de su recámara,
una está muriendo pero recuerda un desayuno,
una se tiende sobre su estera en Tailandia.
una le limpia el culo a su hijo,
una mira por la ventana del tren
en el centro de Wyoming y una está
en cualquier parte y algunas están en todas partes y todas
parecen estar cantando, aunque algunas no puedan
dar la nota.
Dulce peso,
en la alabanza de la mujer que soy
déjenme usar una mascada larguísima,
déjenme redoblar por las muchachas de diecinueve años,
déjenme llevar los cuencos de la ofrenda
(de ser ese mi papel).
Déjenme estudiar los tejidos cardiovasculares,
déjenme examinar la distancia angular que media entre
meteoros,
déjenme chupar los tallos de las flores
(de ser ese mi papel).
Déjenme hacer ciertas figuras tribales
(de ser ese mi papel).
Pues esto es lo que el cuerpo necesita
déjenme cantar
por la cena,
por los besos,
por el adecuado
sí.
El tacto
Mi mano estuvo sellada meses
en una caja de estaño. En ella, sólo los barandales
del metro.
Tal vez esté magullada, pensé,
y por eso la encerraron.
Pero al asomarme, la veía quieta.
Puede indicarte qué horas son, pensé,
como un reloj, con sus cinco nudillos
y sus delgadas venas subterráneas.
Yacía tendida como una mujer inconsciente
alimentada por tubos de los que nada sabe.
La mano estaba postrada,
pequeña paloma de madera
que optó por recluirse.
La volteaba, la palma era vieja,
sus líneas finísimas de punto de cruz
hilvanadas a los dedos.
Gorda, suave, ciega en ciertos puntos.
Enteramente vulnerable.
Y todo esto es metáfora.
Una mano común y corriente —deseosa sólo
de tocar algo
que a su vez tocara.
La perra no basta.
Mueve la cola a las ranas del pantano.
No soy mejor que un bulto de alimento para perros.
Es dueña de su hambre.
Mis hermanas no bastan.
Viven en la escuela excepto por los distintivos
y lágrimas que manan como limonada.
Mi padre no basta.
Llega con la casa a cuestas e incluso en las noches
habita la máquina fabricada por mi madre
y bien aceitada por el trabajo, el trabajo.
El problema es
que dejaría congelar mis gestos.
El problema no estaba
ni en la cocina ni en los tulipanes
sino en mi cabeza, mi cabeza.
Luego todo esto se hizo historia.
Tu mano encontró la mía.
La vida se apresuró a mis dedos como un coágulo.
Ay, mi carpintero,
reconstruidos están mis dedos.
Bailan con los tuyos.
Bailan en el desván y en Viena.
Mi mano está viva sobre toda América.
Ni la muerte podría detenerla
—la muerte derramándole la sangre.
Nada podría detenerla, pues éste es el Reino
y el Reino ha llegado.
El pecho
Ésta es la llave.
Ésta es la llave maestra.
Preciosamente.
Estoy peor que los hijos del guardabosque,
ganándome el pan y el polvo.
Estoy aquí, tamborileando un perfume.
Déjame descender a tu alfombra,
a tu colchón de paja —lo que tengas a mano,
pues la niña en mi interior muere, muere.
No es que sea ganado para comerse.
No es que sea alguna calle.
Pero tus manos, como arquitecto, me encontraron.
¡Lechera llena! Hace años ya era tuyo
cuando habitaba el valle de mis huesos,
huesos mudos en el pantano. Juguetitos.
Un xilófono con piel, tal vez,
torpemente tensada sobre él.
Sólo más tarde fue algo real.
Comparaba después mi talla con la de las estrellas de cine.
No daba la medida. Algo había
entre mis hombros. Nunca suficiente.
Claro, había una pradera,
pero ningún joven que cantara la verdad.
Nada que revelara la verdad.
Ignorante de hombres yacía con mis hermanas
y resurgiendo de las cenizas gritaba
mi sexo será transfigurado.
Ahora soy tu madre, tu hija,
tu cosa nuevecita —un caracol, un nido.
Estoy viva cuando tus dedos viven.
Uso seda —cubierta para descubrir—
pues en seda es en lo que quiero que pienses.
Pero me estorba la tela. Es tan tiesa.
Así que, di lo que sea, pero escálame como alpinista
pues aquí está el ojo, la joya está aquí,
aquí está el goce que el pezón aprende.
No tengo equilibrio —pero no es la nieve la que me
enloquece.
Estoy loca como las jóvenes lo están,
con una ofrenda, una ofrenda…
Y me quemo como se quema el dinero.