Aníbal Fernando Bonilla

Cuerpo ajeno

 

 

 

 

 

XXXVIII

 

Hemos transitado en plena lluvia

entretejiendo el rostro a la inclemencia.

El vino y la sonrisa en nuestros labios,

mis latidos en la profanación de tu cuerpo,

dureza de la roca sosteniendo

aquel presagio adolescente,

dos pétalos en tu vientre florecido,

reciedumbre que doblega a la penumbra,

invierno efímero

ante la fortaleza de nuestro amor de largo aliento.

 

 

 

 

XXXIX

 

Niebla en tu rostro

pálido en la estocada final,

reminiscencia furtiva

que acaricia la noche,

zumbido de amor

en la mejilla.

 

Fragmento de habitación ajena

cuyas paredes desteñidas

nos devuelven a la realidad,

ojos que observan

la luz interior de las aguas,

ritmo inacabado como el bolero.

 

 

 

 

XLII

 

Latidos similares en el tiempo.

Aprendizaje del padre en pos del surco

la rueca en la confección del sueño palpitante,

los hijos como raíz y aliento

en la ardua travesía que precede al porvenir,

la perseverante faena

de dar cobijo y calmar la sed.

 

 

 

 

XLV

 

El mar golpea

la furia del tiempo,

las conchas seducen la memoria,

la brisa estalla en tu rostro ausente.

 

El oleaje perturba

el ombligo de los amantes,

la vida del navegante

como desgarradura en el añejo oficio,

el sol en la derrota

sobreviene como vértigo,

tu desnudez

palpitante en mi retina

tesitura de espejismo a la distancia.

 

 

 

 

XLVII

 

Hablar

desde el lenguaje del mutismo;

el mundo andante esperando por nosotros.

 

Penetrar a la esfera desconocida

en una aproximación etérea.

 

Abrir las puertas de la catedral

tras un repentino soplo de fe.

 

Naufragar en las profundidades

del amor;

invitación como estallido de cristales,

pedazo roto en copa vacía.

 

 

 

 

XLIX

 

Fragmento de luz

tras el último beso de agosto,

ojos ávidos de cristal

de aquel gato en vigilia.

 

Sortilegio en el mar

ante el aplomo de la noche circundante,

canción roja de metal

en el desplome de los cuerpos afligidos.

 

Surco en la tierra fatigada

por la inclemencia de los siglos

y el rumor de catacumbas,

la duda permanente

en el mañana azul

como papel de celofán

en el viento.

 

 

 

 

LII

 

Vuelvo al poema

como seducción en la escapatoria,

como relicario de orfandades,

como lascivo encanto

en la triste noche,

como hojarasca sin una pizca de viento,

como aluvión que devora la siembra,

como abismo que carcome el sueño,

como derrota cuya consecuencia

oculta la ceniza,

como sombra que se asemeja a tu ausencia,

como relámpago en la intemperie,

como insomnio que deja los ojos inflamados

en el cuerpo del animal en llamas.

 

Vuelvo al poema…

 

De Íntimos fragmentos, El Ángel Editor, Quito, 2019.

 

 

 

 

Canto sagrado

 

Felonía que rompe corazones,

devoción del gozo oculto.

Intensidad del río en los adioses

tinta derramada hacia la nada.

Reminiscencia de los años mozos

como lenta espera del ocaso.

El paseo del domingo

en la impotencia acumulada de lluvia.

 

Juegos iniciales como estirpe andante

en el vuelo sin tiempo,

quebranto por la ilusión fallida.

Pasión de sábanas ante el cúmulo del insomnio

y el fragor de la batalla entre dos serpientes.

Sensación perturbadora que deviene del olvido.

Escote para los ojos esclavos,

cuello atado al cántaro del siguiente día,

olor de bienaventuranza.

 

Son los sueños cuya bitácora alerta el diluvio.

Condena que nos deja este clamor poético.

 

 

 

 

El fruto de otra larga noche

 

La apuesta diaria desde el génesis,

sombra en el umbral como cicatriz de lo desconocido.

 

Acertijo de las cosas insondables,

conjuro de vida expuesto de cuerpo entero;

orfebrería en plena aurora.

 

El poema como mortaja del mundo

en la cadencia del tiempo.

Los colibríes, huéspedes de honor en el amanecer fulgurante;

revelación en el escenario de la incertidumbre.

 

Apremio por los códigos marchitos,

desnudez del miedo que moja la pólvora,

fatiga en el reino ante el desprecio del soberano.

 

Anuncio de lo sagrado en el borde de lo efímero,

alusión de las aristas que queman las hendiduras del alma,

alucinación como recoveco que envuelve a la muerte.

 

El poema en el hermético palpitar peregrino,

huella y caricia en el corazón con armadura de celofán,

sonido de viejos acordes que retumban en la memoria de los otros,

angustia que decanta su propia sombra,

luz y senda que despierta el apetito de la luna voraz.

 

 

 

 

Cuerpo ajeno

 

Que los besos compartidos

tengan sabor a fruta

en el paladar de los deseos.

 

Que la cereza

inunde la tentación

de la noche

junto al mordisco

y la caricia.

 

Que la sombra

de tu desnudez

sea bandoneón

en el ritmo extenuado

de las olas.

 

Que la espalda

de la luna

sea antesala

en la concupiscencia

y el extravío.

 

 

 

 

Sorbo de nostalgia

 

Las tazas

desandan

el aroma del tiempo,

redescubren

la memoria de otras latitudes,

delatan las calles transitadas

las cúpulas

en la amplitud de la historia;

ciudades desconocidas

de piedra

de viento

de equinoccio

de infancia

de verdor

de lejanía.

 

Las tazas

acumulan

aguas del mundo,

el hombre

sorbe el último

aliento de mar.

 

Morada ajena

cuyo faro

anuncia el horizonte.

 

Las tazas

aguardan

en mi estante

los colores

del errante,

la melodía

de otros lares

como nostalgia pura.

 

De Tránsito y fulgor del barro, El Ángel Editor, Quito, 2018.

 

Aníbal Fernando Bonilla (Otavalo, Ecuador, 1976). Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana, y Máster en Escritura Creativa en la Uni ... LEER MÁS DEL AUTOR