Cuerpo ajeno
XXXVIII
Hemos transitado en plena lluvia
entretejiendo el rostro a la inclemencia.
El vino y la sonrisa en nuestros labios,
mis latidos en la profanación de tu cuerpo,
dureza de la roca sosteniendo
aquel presagio adolescente,
dos pétalos en tu vientre florecido,
reciedumbre que doblega a la penumbra,
invierno efímero
ante la fortaleza de nuestro amor de largo aliento.
XXXIX
Niebla en tu rostro
pálido en la estocada final,
reminiscencia furtiva
que acaricia la noche,
zumbido de amor
en la mejilla.
Fragmento de habitación ajena
cuyas paredes desteñidas
nos devuelven a la realidad,
ojos que observan
la luz interior de las aguas,
ritmo inacabado como el bolero.
XLII
Latidos similares en el tiempo.
Aprendizaje del padre en pos del surco
la rueca en la confección del sueño palpitante,
los hijos como raíz y aliento
en la ardua travesía que precede al porvenir,
la perseverante faena
de dar cobijo y calmar la sed.
XLV
El mar golpea
la furia del tiempo,
las conchas seducen la memoria,
la brisa estalla en tu rostro ausente.
El oleaje perturba
el ombligo de los amantes,
la vida del navegante
como desgarradura en el añejo oficio,
el sol en la derrota
sobreviene como vértigo,
tu desnudez
palpitante en mi retina
tesitura de espejismo a la distancia.
XLVII
Hablar
desde el lenguaje del mutismo;
el mundo andante esperando por nosotros.
Penetrar a la esfera desconocida
en una aproximación etérea.
Abrir las puertas de la catedral
tras un repentino soplo de fe.
Naufragar en las profundidades
del amor;
invitación como estallido de cristales,
pedazo roto en copa vacía.
XLIX
Fragmento de luz
tras el último beso de agosto,
ojos ávidos de cristal
de aquel gato en vigilia.
Sortilegio en el mar
ante el aplomo de la noche circundante,
canción roja de metal
en el desplome de los cuerpos afligidos.
Surco en la tierra fatigada
por la inclemencia de los siglos
y el rumor de catacumbas,
la duda permanente
en el mañana azul
como papel de celofán
en el viento.
LII
Vuelvo al poema
como seducción en la escapatoria,
como relicario de orfandades,
como lascivo encanto
en la triste noche,
como hojarasca sin una pizca de viento,
como aluvión que devora la siembra,
como abismo que carcome el sueño,
como derrota cuya consecuencia
oculta la ceniza,
como sombra que se asemeja a tu ausencia,
como relámpago en la intemperie,
como insomnio que deja los ojos inflamados
en el cuerpo del animal en llamas.
Vuelvo al poema…
De Íntimos fragmentos, El Ángel Editor, Quito, 2019.
Canto sagrado
Felonía que rompe corazones,
devoción del gozo oculto.
Intensidad del río en los adioses
tinta derramada hacia la nada.
Reminiscencia de los años mozos
como lenta espera del ocaso.
El paseo del domingo
en la impotencia acumulada de lluvia.
Juegos iniciales como estirpe andante
en el vuelo sin tiempo,
quebranto por la ilusión fallida.
Pasión de sábanas ante el cúmulo del insomnio
y el fragor de la batalla entre dos serpientes.
Sensación perturbadora que deviene del olvido.
Escote para los ojos esclavos,
cuello atado al cántaro del siguiente día,
olor de bienaventuranza.
Son los sueños cuya bitácora alerta el diluvio.
Condena que nos deja este clamor poético.
El fruto de otra larga noche
La apuesta diaria desde el génesis,
sombra en el umbral como cicatriz de lo desconocido.
Acertijo de las cosas insondables,
conjuro de vida expuesto de cuerpo entero;
orfebrería en plena aurora.
El poema como mortaja del mundo
en la cadencia del tiempo.
Los colibríes, huéspedes de honor en el amanecer fulgurante;
revelación en el escenario de la incertidumbre.
Apremio por los códigos marchitos,
desnudez del miedo que moja la pólvora,
fatiga en el reino ante el desprecio del soberano.
Anuncio de lo sagrado en el borde de lo efímero,
alusión de las aristas que queman las hendiduras del alma,
alucinación como recoveco que envuelve a la muerte.
El poema en el hermético palpitar peregrino,
huella y caricia en el corazón con armadura de celofán,
sonido de viejos acordes que retumban en la memoria de los otros,
angustia que decanta su propia sombra,
luz y senda que despierta el apetito de la luna voraz.
Cuerpo ajeno
Que los besos compartidos
tengan sabor a fruta
en el paladar de los deseos.
Que la cereza
inunde la tentación
de la noche
junto al mordisco
y la caricia.
Que la sombra
de tu desnudez
sea bandoneón
en el ritmo extenuado
de las olas.
Que la espalda
de la luna
sea antesala
en la concupiscencia
y el extravío.
Sorbo de nostalgia
Las tazas
desandan
el aroma del tiempo,
redescubren
la memoria de otras latitudes,
delatan las calles transitadas
las cúpulas
en la amplitud de la historia;
ciudades desconocidas
de piedra
de viento
de equinoccio
de infancia
de verdor
de lejanía.
Las tazas
acumulan
aguas del mundo,
el hombre
sorbe el último
aliento de mar.
Morada ajena
cuyo faro
anuncia el horizonte.
Las tazas
aguardan
en mi estante
los colores
del errante,
la melodía
de otros lares
como nostalgia pura.
De Tránsito y fulgor del barro, El Ángel Editor, Quito, 2018.