Romance y elegía
EL ROSTRO DEL MAGNIFICAT DE BOTICELLI
Tu frente de alumbrarnos nunca cesa,
absorta el alba en tu candor reposa:
nieve y espejo la azucena ilesa
copia tu hechizo y agua melodiosa.
Como la luz que en el trigal se espesa
granándose en la espiga rumorosa:
como el ala del día y su promesa
mansamente doblándose en la rosa.
Vuelcas la plenitud de tu rocío
al aire de tu clara primavera.
Gracias por el celeste señorío
de tu rostro invadiendo la ribera
de nuestra sombra, como el áureo río
de la luz invadiendo la vidriera.
ROMANCE Y ELEGÍA
-la poca flor de mi vida…
José Martí
La niña subió a la torre
-palma de su pensamiento-,
toda encendida y resuelta
en viva pasión de vuelo.
A sus solas con las olas
por el mar de su deseo,
piensa que es proa la torre
enfilada a los luceros.
Por toda su frente cruzan
raudos pájaros de fuego
y secretas lenguas de oro
minan la flor de su pecho.
Cómo viaja con la torre
su flor alta por el cielo…
Más que la flor y la torre,
más vivo y agudo el sueño.
Una vehemente espina
le buscó la flor del pecho.
-Nadie vio cómo apartarla:
todo el pueblo estaba ciego-.
Peces de plata circulan,
golpeando sus pechos trémulos:
mil pájaros por la torre
de sus altos pensamientos.
Sus cabellos que relumbran
encandilan los vencejos;
los vencejos que en la tarde
apresuran los luceros.
A las siete de la tarde,
cuando el mar agranda el cielo,
cuando entreabren los crepúsculos
ventanas de espuma al sueño,
cuando en los parques los niños
fijan sus últimos ecos,
de la torre una paloma
salía nevando el viento.
Cómo relumbró la torre
con los halos de aquel vuelo,
que le llevaba la vida
con la mucha flor del sueño.
Las campanas se quebraron,
se pararon los vencejos;
una bandada de grullas
su nombre hilaba en los cielos.
La niña murió de amor.
Hilos de plata sus dedos,
se hundieron como raíces,
buscando su flor de fuego.
Aires tejieron cendales,
lirios sus rasos tejieron,
tiernas coronas de nardos
trenzaron por sus cabellos.
La luna que aparecía
por los vecinos oteros
le puso un cojín de plata
para su frente y su sueño.
Una caja de cristal
le bajaron de los cielos:
cuatro ángeles la llevaban
a enterrarla en un lucero.
La torre se hundió en la noche,
cerró el crepúsculo el cielo,
brillaron más las estrellas…
Nada de esto supo el pueblo.
PAISAJE
Ventana, a la luz lanzas
tus brazos, abres tus hojas,
como un pájaro sus alas
y haces la estancia sonora.
Traes las voces de la calle,
los ruidos de los pasos,
los perfumes vegetales:
ese cotidiano río
de los cabeceantes carros
y los salomónicos gritos
de los pregones frutales.
Te entregas también ventana
a las verónicas del aire,
con las familiares telas
tendidas en las solanas,
-oh polícromo oleaje-.
Allá, a lo lejos, un árbol
derrama su alzada copa
sobre los rojos tejados:
flechando su fresca fronda
llegan azorados pájaros.
Allá una aérea espadaña
fija su aguja de piedra,
donde tenue luz morada
quiebra el perfil de la tarde.
Desde la esquila lejana
llueve -sombra y sueño- el ángel.
DE CÓMO EL SILENCIO FUE SONORO
LA NOCHE DEL NACIMIENTO
Era el silencio por la noche plena
al filo del feliz alumbramiento,
como rabel que de afinado suena
al menor y sutil tacto del viento.
Velaba su Rocío la Azucena
pesando en su cogollo el firmamento;
y a su peso la nieve, ya serena,
doblaba su candor y cielo atento.
Destellando extremadamente bella,
asombrando la esfera en manso vuelo
caía al suelo la mejor estrella.
Resuelto en lenguas de alta plata el hielo,
era rabel de amor por la Doncella,
que adormecía en su regazo cielo.
SAN JUAN DE LA CRUZ
El pecho en flor en gracia de rocío
impreso en claridad de alta figura
en ansia el alma sin temor del frío
corre flechera por la noche oscura.
Sintió en su centro el delicado brío
de ilustre mano en celestial dulzura
y a su motivo –llama en poderío-,
inquiere en todo ser su sombra pura.
Cómo así en fuego el pecho se levanta.
Cómo así quema con su aliento en celo.
Una aurora le brota la garganta,
-músico ardor en voluntad de vuelo-.
Por algo es flor y llama lo que canta,
por algo es que su voz le sabe a cielo.
VOZ EN EL DESIERTO
Hay un camino de luz
que guía a todo hombre que va por el mundo:
el camino hacia la casa del Padre.
Un camino real trazado por el dedo de Dios,
el dedo de Dios que rasga las tinieblas de toda noche
y abre el camino del agua hacia el Espíritu.
Tal la escala por donde asciende toda pura forma,
desde el rumor del agua batida por el ángel,
hasta el esplendor de la alígera gloria del Espíritu:
escala florida y fragante de la palabra,
desde el río en la forma bautismal de la Paloma,
hasta el arrobo pentecostal de las lenguas de fuego.
Hay un solo camino desde el principio,
es el del Espíritu flotando sobre las aguas,
hasta el fin y corona de los signos
por la fuerza y gracia de la palabra.
Y se oyó en el medio del camino
la voz de Juan a orillas del Jordán,
el río del perdón, testigo de las voces y signos
de Juan el Bautista, el hombre enviado de Dios,
heraldo de la luz y su atalaya divino.
Y su voz sonó poderosa por el desierto:
¿Qué es lo que saliste a ver en estas soledades?
¿Alguna caña batida por el viento?
Tal era Juan, como una caña
no en debilidad, sino en docilidad,
siguiendo el sesgo y forma del Espíritu,
vibrante al rumor de la Paloma.
Tal su voz, como sonar de muchas cañas secas,
batidas por el viento del desierto,
voz de muchas cañas secas
arrasadas por el fuego del espíritu.
Y desde remotas tierras acudían las gentes,
atraídas por el fuego de sus palabras.
Y era de verlas en temor y temblor
bajar al Jordán, lustral y misterioso.
Era el inicio del nuevo rito,
el estreno del rito lustral del agua
cobrando su real y gracioso sentido.
La voz de Juan sonaba sobre el rumor del río:
—Ya estáis limpios: dejad las aguas,
como ellas limpian vuestros cuerpos,
limpiad con las de la penitencia nuestras mentes y sentidos.
Levantad vuestros ojos y mirad:
que el que ha de venir, está ya en la puerta y llama,
trayendo el real bautismo de la gracia
y el triple testimonio del agua, de la sangre y el Espíritu.
Mirad clamaba Juan,
que yo para eso nací,
para dar testimonio de la luz;
yo, que vi el espíritu descender como paloma
y reposar con sus siete rayos sobre su frente.
Alzad vuestros ojos y ved al que pasa.
Ese es el Cordero de Dios,
el que quita los pecados del mundo.
Y algunos de los discípulos del Profeta
limpios ya por el agua de la penitencia,
como empujados por las palabras ardientes del Profeta,
fueron hacia el Cordero, suspirándole:
¿Dónde moras, Rabí? Desde ahora y para siempre
permite te sigamos donde vayas:
Tus caminos serán nuestros caminos,
y tu casa será nuestra casa.
—Venid y ved. Yo soy el camino
que lleva a la casa—.
Y le siguieron absortos y hechizados
como quienes avanzan por caminos de sueños.
Avanzaban con el día.
Un tropel de pájaros hacia la tarde
rompió por el sendero.