Ángel Escobar Varela

La conspiración de los necios

 

 

 

 

CIERTO FORASTERO

 

Aquí en Chile uno se vuelve antipoeta;

pero nunca llega a ser Nicanor Parra-

y nunca, nunca, nunca

tendrá una casa en La Reina.

Ve bustos de Neruda –

pero como tiene que tomar dos buses

para llegar hasta su aburrimiento,

y no tiene dinero, no los compra;

ni tiene, ni tendrá nunca, Cien sonetos de amor

para enamorar a una estudiante,

a una sola, que tenga deficiente en Castellano -:

ella, u otra, a lo mejor no saben si Huidobro

era descendiente del Cid Campeador;

pero seguro sabrán que tenía renta –

y él, nunca, nunca, nunca, pero nunca

tendrá una cosa ni la otra,

y, además, no escribirá Altazor –

lo que no es un detalle.

No verá los piececitos fríos que vio Gabriela Mistral –

ni tendrá el Nobel;

no se comerá tres vaquillas sentado en su leyenda

como Pablo de Rokha –ni sufrirá como él–,

ni tendrá El molino y la higuera, como Jorge Teillier.

Será, y no hay desmedro en ello, será, digo,

siempre un forastero.

 

 

 

CONSIDERACIONES

(Respondiendo a un argumento racista)

 

Soy más bello que una estatua griega, romana,

egipcia o de cualquier otra región o país.

Tengo amor a la muerte; soy la muerte y su doble.

La belleza también la sentí amarga. La senté

en mis rodillas, le hice el amor y me dejó señales

que le dejé en otro tiempo, caricias que yo ya le había dado.

Y no soy un tahúr. No puedo ser feliz, pero eso

me tiene sin cuidado. La usura, una rosa cortada,

me deprimen. Después me tomo una pastilla y golpeo

sobre una piedra sola. No me interesan los mapas:

en todos me desprecian, en ninguno me ven -soy único,

y así ellos se lo pierden; prefieren una antigüedad

o un vicio; una modelo o una estupidez chic, un pulpo,

un plagio prefieren, o la vuelta de los carneros luminosos.

Soy hermoso y constante; soy música y razón; soy

luz, soy carbón; soy todo y más en mí, como el diamante

en medio del idioma. Tal cual el adelantado supremo,

Martí, que nos unió en la vida, muerte, azar y destino,

veo una novia pasar, me atolondro y me callo.

Viuda de mí, no sé qué busca cuando me come el frío.

Ni sé si al menos sabe que soy su muerto, el muerto,

el último muerto de su amor callado.

 

 

 

 

ADELA EN LA SIESTA

 

Por ahí viene el calor. Doblándose en los postes

cae su pergamino de oro.

Viene huyéndole a los gritos que el mar suelta, solo, de pie en la costa

de Cojímar.

Adela entra en la siesta.

El verano se le para en los párpados de leche

y le exprime un limón maduro

entre los pechos.

Se recuesta en la pelvis, lame los muslos

de agua. Como un gato

conoce los tobillos

y abre en el cuello aquel su cola lloviznada.

 

Pero cuando parece que va a alcanzar la sangre

el cardo blanco,

cuando casi peligra el corazón

y pensamos que va astillarse el sueño,

vienen la brisa, el verde, la sombra de los bosques,

y en la frente de Adela se vuelven aceitunas,

le recorren el cuerpo, se desatan,

mientras, en la tarde callada,

pájaros sucesivos van volando.

 

 

 

 

LA CONSPIRACIÓN DE LOS NECIOS

 

Juntémonos en tu casa el sábado.

Sí: tiremos cualquier cosa a las brasas-

aunque sea un hombre:

sí: volvámonos caníbales –

eso da prestigio y fama –

eso hace que uno deje un trazo

como hace el caracol sobre la tierra –

si es que la Tierra es algo.

No todos podemos ser próceres piadosos.

Juntémonos en tu casa el sábado.

Sí: fumemos bastante; fumemos de todo;

fumémonos el todo: hasta que nos de cáncer –

el cáncer sí que es Creacionista -:

ahora mismo está haciendo que se pudra

la rosa en este problema.

La presencia

 

No te he abandonado.

Estoy aquí contigo.

Te han atado en la costa

a un madero,

entre el mar que desdeñas

y la tierra que amas.

La marea sube; el poste

resistirá. Mientras tanto,

los cangrejos pueden comer tus vísceras.

Al amanecer,

si la marea no te ahoga

ni los cangrejos te devoran,

las lanzas se cebarán en tu carne.

Tendrás frío. Es de noche.

De algo te servirán tu desdén o tu amor.

Yo no te he abandonado.

Estoy aquí contigo

 

 

 

 

UN POCO DE PACIENCIA

 

Al hijo de un Jorge, su abuelo por parte

materna que recorrió todos los mares, todos

los continentes, y ahora recorre la muerte,

ese otro mapa, le dijo que en su país,

un sur donde comulgan la cordillera y el desierto,

el puerto que bien podría ser un verso,

una mujer, y diez o doce o hasta veinte supersticiones,

le dijo —te repito en mi angustia— que allí,

en su país, patria, nación, alma o desamparo,

o fuego, se podía tocar la luna con la mano.

Ahora ese niño está bajo la luna aquella, está

donde no está su abuelo. La lejanía, el frío

ahora le hacen preguntarle a la madre,

de parte de la omisión que aumenta el desconsuelo,

si es que él mentía en el exilio, lejos. Ella, ella

acerca su cara, calla; pero uno ve lo que dice su silencio:

la nostalgia, si no corrige la realidad, la inventa.

 

 

 

 

PUNTO MUERTO

 

Qué ausencia la del mar en esta villa.

Falta lo que te envuelve, lo que embulla.

Líquido placentero que da vida o aniquila

al deseoso. Mar mío que no soporta el límite,

se ha ido y me ha dejado a la intemperie.

Qué habré de hacer, ojo fijo al espanto.

Qué es lo que me liquida ante el horror

de un olvido implorante. Llego y muestro

la mano que cercenó el verdugo. Canto –

si pudiera cantar como ninguno. Ayuno,

falto, sigo, resucito, mar que le ofrece

el labio a los deseosos, me pararé ante ti

como un viernes que esparce su ceniza,

pondré la planta de mi pie que añora

ser tu orilla junto a la mano seca: el rol

podrido que me han dado -feliz el testamento.

Fastuoso, cómo no ver que llegas, meta, punto

pobre, y entorpece estas líneas -llega el tamaño

grito, pendón, cárcel, muchacha, me cobija-

abro la boca y sigo de costado buscando

en donde acuclillarme, proseguir -falta, falta:

eso dicen los huérfanos. Palma, cinto, cuchillo,

total, no complemento. Moriviví amargo, mar

que te apartas del sol de los iguales, pon

tu placenta, el útero, el regreso, y que yo pueda

hablar y callar en el intento. Mienten los iguales

del sol, sus rayos temen calcinarse en la piedra,

la cal, la nieve de estas cuatro paredes, bartolina

que ciega el impulso y da fluspirilenum. Dame

la posible visión de un colibrí que toque la flor,

la mariposa, y sea, pues yo no puedo ser. Abusa

el miedo, golpea su buen gong callado, arrima

su guillotina que separa al dador de su cabeza.

Ve, triste mar sencillo, hasta donde dijiste;

ven y ráspame esta mugre del alma, y sopla,

porque ya sé que eres mi semejante. Vuelve

 

 

 

 

ABUSO DE CONFIANZA

 

No me has visto. Siglo. Siglo. Oh, prestidigitador.

Al lado de la carpa inmensa venden

barquillos. ¡Y algodones de azúcar!

Y dicen: “Ya estamos hartos de tus opiniones.”

No me has visto. No has venido a preguntar por mí,

el de los dedos cortados. Yo era dos muchachos

corriendo. Los remos junto al agua blanca,

el jadeo, sudorosos, y el no hallar lo suficiente aquello

de las estatuas sepultadas. Qué querías-

era correr sobre las manos negras, los pies rotos

hasta el filo del agua, hasta el filo del agua.

 

Oh, reino frío. No sean joyas los hierbajos podridos

que refracto. No sean dadas aún mis confecciones.

Por ellas, solo sobre ellas, tú has condecorado

a aquel demás. Y yo preferí ser el humano campante

que huye. El trapecio y las gradas, y las victorias,

y tus actas policiales: ¡Vaya plácemes! Es evidente:

Yo he podido morir, no deshacer el exceso de la razón

y el uso. No al tropezar con la piedra al muslo, el mito,

las caras de los gladiadores. Dicen: “Eso sería suficiente”.

O aquello de que a uno le baste un transistor

y una ventana, un transistor y una ventana.

 

Éramos las espaldas cuando empezamos eso. ¡Basta!

¡Basta! La música y el camino resecos -el fardo

al que le dicen no a los parabienes y a la clemencia

al listo-, pero tú no ves cómo levanta el arco. Lejos

de los comederos donde hay líderes juntando las cabezas

para el final del espectáculo. El plexo solar

sobra; no tu yesquero, mi cigarrillo, las sonrisas.

Diles, Príncipe: Huraños, lenguaraces bastardos. Y a mí:

Mentira que de un solo mal no escapas. Los otros

en el calor se aburren, por ejemplo. Salen de camiseta,

balanceando los brazos. Salen. Balanceando los brazos.

Miran hacia l alto. Un edificio. Y otro. Y otro.

-Eh, tú. A nosotros nos gustan los relojes automáticos.

En realidad (¡Simón! ¡Simón!) no me aprendí las reglas-

solo alcancé la paz que se otorga a los huesos

del conejo, el borboteo del oso

que alguien insiste en ahogar en la bañera-. Podrían cesar

el brillo ahora, y los ademanes con excesivo vetiver de las doncellas.

 

Y así como separan los codos los camareros y van, y van y vienen

en esa retahíla, nosotros nos percatamos: Escupimos

sobre su litografía. No fue el padre de aquellos quien ordenó

desfallecer. Así no. Nadie más vuelva a fila. Nadie más.

 

Yo me allego al horror del que estoy hecho.

(¿Van los pobres ramajes que me golpearon

loco en la carrera a prescindir de mí?)

Veo tu pulmón rosado. Veo el hielo y la gangrena

de tus vísceras. Sé de los aptos para lustrar

las mascarillas de oro. Sé del trasiego que m expulsan;

“Él ve, él ve la repetición incesante de muertes no marciales.”

-¡Hey! ¡Il sole non si muove!-Ja. Bailando. Sudan con chicos.

Hacen las alharacas de los picaneados por ti.

Mienten: “¡Oh!, ¿qué es esto? ¿Un hombre tapado?”

Giran: “¿Ves algún dios detrás de mí?” ¿Ves algún dios?

 

Chillan. Arriscando los labios. Il solo non se muove.

Salta. Y dice: “Maldita cosa que me importa”

Enola Gay tenía un pubis tan tierno (el Organon)

como Albertine en Spoon River. Y: “Ya hemos

explicado por qué ello es así”. ¿Habrían

de importar los excesivos tics nerviosos, Franz?

Vivimos adornando con potes de cerveza la Antología

de Kuei Mei. Tal vez eso nos reconforta. Al haragán

empleado de banco, al traidor. Le pendu, el fusilado-

de Beulah comentábamos con ganas de astillar

las vitrinas-: Qué pocas las pepitas. Gritan: “¡Fuego!

¡Fuego!

 

Y ya. No hay casa para nosotros. Ni siquiera la otra

a un paso de los farallones, la de los platos azules

del borracho. Solo el desfiladero es para mí. Y las piedras

que prefiguran el agua. ¿No lloré acaso por todas

esas sonrisas que me cercaron?: “Sin embargo

eres tú quien pone el nombre”. ¿Yo? ¿O Juan Inaudi?

¿Un edificio? ¿Y otro? ¿Y otro? No. Se sigue siendo

el orangután imbécil que fascina.

¿Acaso somos aquellos camareros para llevar-

ay los gladiolos. Ay, el pelo de las muchachas

púberes-y traer las vísceras así? ¿Así no más? ¿Así?

 

“Dos muchachos corriendo”. Es evidente. Y alguien

los ve pasar, sudoroso. Ahora bien: Nosotros somos

el tercero. Incluso digo que alguien nos espera; ni a Dios,

ni a la naturaleza: Excelentes paraguas rotos-

en medio del trasiego de insecticidas-.

¿No lo querían? Me he detenido a sopesar

las utopías histéricas, dividendos y usuras.

(Es la puerta cancel. Veo al cruzado.)

Las caras sobre los pergaminos. (No eran) Y ya.

(Los dedos que entran). Dicen: “El barro tan filoso

hiere”. Y en verdad hiere. El barro tan filoso hiere.

 

Estas palabras no son para ti. Yo no juego

en la arena. No estoy en un aeropuerto internacional

pateando una caja vacía de Original Russian Vodka,

ni me rajé la cara con una botella rota. Yo no cargo

a mi hermano. Ni a ningún otro muerto. Yo no me cargo

a mi. Las olas muerden. No hay ni un puñadito de candor.

Tu ojo me ve bailando sobre el filo de las imprecaciones.

La arena es la que es verde, el mar arena. Duermen

tres; cuatro te hablan; dos mil se hacen añicos. Solo uno,

entre el cristal del trópico y la esperma del lunes,

vocifera-

y eso que está de vacaciones, que está de vacaciones.

 

No soy yo. No eres tú. No son cuatro ni tres.

Ni dos mil. Ni los posibles datos del Obispo,

nuestra computadora. También tú buscas enemigos,

y hay quien te usurpa el nombre. (Alguien lo cumplirá-

se está cumpliendo, se cumplió). Realmente no te molesta

la frivolidad metafísica de Scheler, Nadie, ¡Atón! ¡Atón!-

OH, aquellos tres viejitos del basural cantando, ay,

danza extraña; mira sus marcapasos. Míralos. No al héros

Saturday Evening Post. También se gasta mi cigarrillo-

y miente. Al final uno vuelve a cavar otro túnel- uno,

viejo topo corrupto, Franz, al arca, al arca, Franz.

(Para Efraín Rodríguez)

 

 

 

 

EPIGRAMA FATAL

 

Quién fuera Isolina Carrillo –

que compuso Dos gardenias,

un bolero que escucha toda América,

y no Ángel Escobar –

que escribió Abuso de confianza –

tuvo que pagar para que lo editaran,

y no lo lee ni su primo más cercano.

Ángel Escobar Varela (1957 – 1997). Poeta, narrador, dramaturgo cubano. Fue estudiante de Arte Dramático y Escénico y un fructífero poeta de su tierra. Gan ... LEER MÁS DEL AUTOR