Andrea di Consoli

Aceite sobre tu piel

 

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

 

Me agacho para no ser alcanzado,

y así tumbado veo muchas cosas,

por ejemplo, las hormigas, las flores, las piedras,

los miedos que tenía de niño

y que hoy son idénticos, quizá más fuertes,

pues me tiemblan las manos, me tiemblan los codos.

A veces tengo miedo,

en la noche me despierto de repente, y tú estás despierta,

cansada de amamantar, de ver los monstruos,

entonces nos hacemos una seña con la mano,

y estamos llenos de rencor, estamos como en guerra,

pero estamos unidos, nos defendemos de la dura vida,

de los fantasmas, del miedo a morir.

Algunos días me parece que no lo veo, el mundo,

la vida está confusa, las piernas están acuosas,

pero se llega a ser hombre también así,

con las vergüenzas y con los Xanax,

con las fugas nerviosas y temiendo al cielo

‒ pero es humillante saberse frágil, a la espera de que ocurra lo peor.

Es que estamos dentro de la vida sin protección,

expuestos a los aguijones de nuestra insuficiencia,

por esto te amo, porque no caigo,

porque estoy agotado, pero aún no caigo,

aún comienza otro día con tus palabras.

 

 

*****

 

He recorrido todos los pueblos de mi tierra

porque buscaba una palabra que pudiera calmarme,

convencerme de que no estaba enfermo.

Pero la enfermedad estaba allí,

en esas plazas, en esas casas, en esas rocas,

en esos rostros paternos sin dulzura.

Y como en la infancia, el miedo ha crecido,

los pensamientos se han enroscado,

nadie me ha calmado,

un médico en Pietrapertosa ha torcido el morro.

He buscado a mil padres,

he telefoneado a voces cavernosas,

pero el padre era yo,

el hijo ya no era hijo,

de él había quedado una mancha roja en la mano.

 

 

*****

 

Padre, de noche vagamos por el establo semioscuro,

acabo de llegar de Roma,

hablas poco, hace frío,

la cabras intentan comprender quién soy,

los conejos se asustan con mi voz,

los pavos hinchan su cuello rojo.

Luego mamá baja con una botella llena de leche

y tú amamantas a un cabrito,

porque justo ayer,

tú que eres un hombre bueno,

mataste a su madre para festejar mi regreso.

 

 

*****

 

Mi padre huele a paja y a peras,

coge un tomate, lo limpia con la mano,

y lo come.

Mi padre, cuando muera,

será oloroso a hierbas y flores.

Por la noche los animales de la tierra

lo llevarán a un sitio secreto.

 

 

*****

 

Me quiero nutrir con el pan de mi padre,

en las venas quiero la esencia de sus frutos,

sus carnes, las conservas de mi madre.

El padre conoce el nombre del hombre

que ha aplastado con la palma de la mano,

por primera vez en su tierra,

la dura cáscara de la nuez.

Llega un momento, allá en la colina,

en que el padre desvela los secretos de la naturaleza.

 

 

*****

 

Mi madre ponía a hervir la olla de agua,

así, antes de coger el autocar de la mañana,

me lavaba el cabello.

Me decía: «Esta mañana tienes que lavarte la cabeza».

Vertía el agua con un pequeño cuenco de bronce

y me masajeaba lentamente el cabello.

Yo estaba con la cabeza inclinada en el lavabo,

con los ojos que me ardían de sueño.

Nunca tuvimos el butano, en nuestra comarca,

siempre nos las arreglamos con el fuego o con el agua

calentada sobre el fogón.

Esta noche recuerdo el ruido del pequeño cuenco

que bajaba a la olla,

las manos de mi madre que vertía el agua sobre mi cabeza,

lentamente, temiendo que no bastara.

 

 

*****

 

El sentido gigantesco de esta caja atada con bramante

donde mi padre ha guardado el pan y las naranjas.

El gesto de mi padre arrodillado que llena una caja.

El significado de colocar en la alacena

el aceite la carne el apio el vino las manzanas.

La sumisión del hijo que come la manzana

lavada con la boca con la lengua del padre.

El sentido majestuoso de los gestos de las cosas del padre

que se vuelven sangre en el cuerpo del hijo.

 

 

*****

 

Me gustaría, hoy que es tu cumpleaños,

festejarte como a un niño,

con los globos, las tartas, los juguetes.

Simplemente lo mereces.

En cambio bajarás como de costumbre a los establos,

hablarás con los animales, pondrás paja en las jaulas

y tendrás una vez más los hijos lejanos

‒ los hijos que en vez de festejarte con confetis

se contentan con hacerte una rápida llamada,

a lo mejor en medio de la circulación.

Nadie te ha hecho un regalo hoy.

Mamá me ha dicho por teléfono che ahora que bajo

tenemos que comprarte un taladro,

porque el que tenías se ha roto.

 

 

*****

 

Perro blanco que te asomas de pronto

en la plaza negra del padre,

¿dónde vas así corriendo?

No te asustes de mí

que salgo en la noche para cerrar el coche.

¿Dónde vas así a la carrera,

tan pequeño?

Pero ya estás en la entrada del bosque,

y te vuelves a mirarme

‒ por miedo o para llevarme contigo ‒

y vas a desaparecer,

la curva ya te engulle.

Quién sabe cuántos sois allá en la oscuridad

‒ las estrellas se las llevó

el viento frío de abril ‒

pero yo no voy esta vez,

yo me quedo esta noche.

 

 

*****

 

Aceite sobre tu piel,

tarde que se prolonga en la luz

‒ noche lejana, nunca más en la noche.

Tus piernas, tus riñones en mis manos,

y mi sudor

‒ la poca luz, las voces del barrio.

El calor de mis manos sobre tu cara.

Eres un cuerpo de niña,

me lo has confiado todo

‒ tus ojos grandes y cerrados, el calor que hace sudar.

No viene nunca la noche, y es tarde

‒no viene nunca más la noche.

Eres este aire inmóvil del verano,

eres la calma de un tiempo nuevo

‒ eres cuerpo caliente en la tarde.

Los cuerpos ya no se destrozan,

se deslizan por el mundo sin congojas:

son paz, sangre caliente

‒ y los latidos del corazón, curiosamente

ya no hacen ruido.

 

 

*****

 

Esta noche nos hemos abrazado, acariciado,

lentamente tu cuerpo herido se derrite,

las piernas están menos tensas,

ya no te hiere la luz amarilla de la calle,

y yo soy feliz de amarte sin prisa,

de persuadirte como la primera vez,

de traer un poco de malicia obscena

a tu cuerpo de dura madre niña.

 

 

*****

 

Claudio, cuando me muera no me encierres,

tenme abierto en un día de sol,

extrae de mi corazón las flores, las plantas de la tierra,

rodéame de los animales de mi padre,

luego por la noche enciendes un fuego grande,

ahuyenta los lobos de mi pueblo, defiéndeme,

deja que me cubra la nieve del invierno.

Andrea di Consoli Escritor y periodista, colabora en los más importantes periódicos italianos, como Il Messaggero e Il Sole 24 Ore. Nació ... LEER MÁS DEL AUTOR