Amelia Biagioni

La llovizna y otros textos

 

 

 

LLUVIA

 

Llueve porque te nombro y estoy triste,

porque ando tu silencio recorriendo,

y porque tanto mi esperanza insiste,

que deshojada en agua voy muriendo.

 

La lluvia es mi llamado que persiste

y que afuera te aguarda, padeciendo,

mientras por un camino que no existe

como una despedida estás viniendo.

 

La lluvia, fiel lamido, va a tu encuentro.

La lluvia, perro gris que reconoce

tu balada; la lluvia, mi recuerdo.

 

Iré a estrechar tu ausencia lluvia adentro,

a recibir tu olvido en largo roce:

Que mi sangre no sepa que te pierdo.

 

 

 

 

LA LLOVIZNA

 

Yo, con la vaga frente en la balada

y el talón en el musgo de los siglos,

yo, que inventé el otoño lentamente

y gris y lentamente soy su vino,

yo, que ya agonizaba cuando el hombre

me amó para nombrarme “la llovizna”,

yo, que cruzando su durar lo nublo

de eternidad y de melancolía,

yo, que debo medir la soledad

entera, y desandar todo el recuerdo

y más, y gris y lentamente el día

señalado asperjar el fin del tiempo,

yo, a veces, mientras limo tristes mármoles

y herrumbro amantes, pienso que en la tierra

no existo, que tan sólo voy cayendo,

así, de la nostalgia de un poema.

 

 

 

 

CAVANTE, ANDANTE

 

A veces

soy la sedentaria.

 

Arqueóloga en mí hundiéndome,

excavo mi porción de ayer

busco en mi fosa descubriendo

lo que ya fue o no fue

soy predadora de mis restos.

 

Mientras me desentierro y me descifro

y recuento mi antigüedad,

pasa arriba mi presente y lo pierdo.

 

Otras veces

me desencorvo con olvido

pierdo el pasado y soy la nómada.

 

Exploradora del momento que me invade,

remo sobre mi canto suyo

rumbo al naufragio en rocas del callar,

o atravieso su repentino bosque mío

hacia el claro de muerte.

 

Y a extremas veces

mientras sobrecavándome

descubro al fondo mi

fulgor inmóvil ojo

de cerradura inmemorial,

 

soy avellave en el cenit

ejerciendo

mi remolino.

 

 

 

 

POST MORTEM

 

Me miran con fijeza ya desierta

mis ojos, desde el cuerpo casi frío.

Acaba de arrojarme el pecho mío

cerrándose después como una puerta.

Sin embargo estoy viva, más despierta

que un filo, sin error, sin desvarío.

Qué espantoso llegar a este sombrío

descubrimiento. He muerto y no estoy muerta.

Quiero llorar con llanto y ya no puedo.

Lo que dudé era cierto: Estoy probando

que se acaba la sangre y no la vida.

Nunca podré morirme. Tengo miedo.

¿Quién con eternidad me está nombrando

e infinito se acerca? Estoy perdida

 

 

 

 

EN EL BOSQUE

 

Cada día una ráfaga me empuña

procurando mi identikit.

Siempre traza el rumor

que llega a la espesura y sopla:

 

Soy mi desconocida.

 

Tal vez

tu mensajera sin memoria

o tu evasión,

sopla el pájaro espejo

cancelándome.

 

Tan sólo sé

que el bosque errante de los nombres

es mi hogar.

Amelia Biagioni (Gálvez, 1916 – Buenos Aires, 2000). Se recibió de profesora de literatura. Fue distinguida con el premio Alfonsina Storni. En 1954 con ... LEER MÁS DEL AUTOR