Amalia Iglesias Serna

Canta por lo que ha de venir

 

 

 

NOCHE  TRANSFIGURADA

 

Nómade. Invernal.

Continente flotante que vas a la deriva

como si mendigaras tu propio patíbulo extraviado.

 

Te llevas la ciudad,

el mediodía de las callejuelas

-selvas, arpas, sepulcros y pronombres-.

Arrastras entre tus manos turbias todo lo que fue luz

y llamarada.

 

Y sabes que en tus venas laten dunas,

se avecinan tormentas inmortales,

fugitivas criaturas para saciar la sed

a la invisible diosa de la noche.

 

Orilla. Imperio hermoso.

Tentación de la nada.

Te llevas la quietud,

la geografía escrita bajo el sol,

vegetación de versos abrazados.

 

Cierras tus párpados,

te concluyes la historia.

No quedan astros que adornen este instante.

Y acaso no te importe.

Un crepúsculo olvida

y la medusa olvida

y hasta olvida el vidente

que te auscultó los ojos del futuro.

 

Del libro Memorial de Amauta (1988)

 

 

 

 

ENGRANAJES DEL UNIVERSO

 

Cerré los ojos para ver

y era como si el mundo

tuviera un gran motor

que impulsa,

ralentiza,

comprime

o acelera.

 

Invisibles engranajes del paraíso,

turbinas, hélices, taladros…

Sobre mis párpados se proyecta

su maquinaria transparente,

los grandes andamiajes

que sostienen las horas.

 

Las grúas que elevan el sol,

el remolcador invisible

que arrastra las mareas,

las aspas que adensan las nubes,

la sierra portentosa

que recorta montañas,

la lengua que horada los lechos

de los ríos,

la máquina celeste

de cosechar estrellas,

el brazo gigante de engendrar

el granizo,

los túneles donde nace el invierno.

 

Grandes excavadoras

y escaleras mecánicas

que suben por el tiempo.

 

Los inmensos hornos volcánicos

donde fermenta la luz,

los pequeños úteros calientes

donde se amasan todas las criaturas.

 

Del libro Lázaro se sacude las ortigas (2005)

 

 

 

 

RIZOMA

 

…y la realidad, un andamio a años luz de la conciencia,

y la sintaxis de la lluvia agazapada en el pulso del gusano,

en el tumulto de las sensaciones ajenas,

y el pasado y el porvenir, su condición viscosa,

recuento de células germinales

en las antenas del anochecer, tubérculos,

y lenguas nuevas para amasar palabras nuevas,

y en los párpados de las calles ociosas

lo que queda después de la memoria

suspendido en tus labios cuando besas,

y cartografías que tejen los paraísos despacio

y esparcen cuando amanece el mundo en tu ventana,

metástasis de luz sin más certezas,

y mesetas donde hierven las brasas de los desencantados,

sus promesas fósiles y sus ramificaciones necesarias,

y arborescencias, briznas de la sed, líneas de fuga,

redes para pivotar en sus raíces.

Y la lógica binaria entre tú y yo,

y los otros, nómadas sin causa,

fisuras en lo efímero,

y grietas de la inquietud y tramas de concertinas, marionetas,

y madejas de músculos y nervios para trazar los nudos del tapiz,

para anudar el tiempo que retumba en los teclados muertos,

y bulbos de primavera global.

Y agua entre los dedos, señuelo, rizoma

y anillos de fibra óptica

para adornar las manos de un niño en Ghana.

 

(Rizoma. Gilles Deleuze /Félix Guattari)

 

 

 

 

TIEMPO DE CEREZAS – NEGRAS CEREZAS DEL AMANECER

 

Sabes que ahora será entonces,

apenas un parpadeo de luz cuando cierres los ojos,

antes de que el futuro entone su recital de ceniza.

Tu tiempo todavía arrastra un viento dulce

en los rincones del sueño,

el tacto de la felicidad efímera es sólo un rastro

del último verano,

desde los erizos de mar a los erizos de tierra

un edén perfecto desvelado de espinas,

o rosas que han de venir

como surcos rojos a tus sienes.

Antes y después de la sombra

el tiempo en su plenitud abre los brazos de cerezos encendidos

(porque el tiempo no existe sin brazos ni cerezos).

Sólo persiste en el lenguaje de los pájaros,

en su euforia contra el atardecer y la verdad que no envejece.

Cerezas y erizos…,

escuchas cómo crecen en su rumor de infancia,

suben hasta las nubes donde anida el asombro,

y cantan para el insomnio de los tristes,

para el aliento de un corazón que no ha nacido.

Vuelve a subir ahora hasta el nido del aire,

cólmate de cerezas hasta que escuches

cómo canta el mirlo en tu corazón.

Sube a la espesura de este cielo

antes de que los mapas

se apresuren a dibujar tus pasos rotos

y las certezas negras en la nieve.

Carpe diem, sube sin cansancio

a la blanca luz encendida en los cerezos,

antes de que venga la noche a contar cicatrices.

Déjate llevar

allí donde los labios aciertan a decirse

los besos furtivos de amanecer despacio.

Canta en lo alto

para que éstas no sean las cerezas del último verano,

porque antes de que acabes de cantar

acaso esté muy cerca la penumbra.

Canta por lo que ha de venir

porque, cuando haya llegado, volverás a perderlo para siempre.

Cereza y erizos

en el bullicio del verano.

(Tiempo de cerezas, Monserrat Roig)

(Negras cerezas del amanecer, Juan Barja)

 

Del libro inédito Leer da tiempo (2019)

Amalia Iglesias Serna (Menaza, Palencia, España, 1962). Ha dedicado las tres últimas décadas a la escritura y el periodismo (El Correo Español, "Cult ... LEER MÁS DEL AUTOR