Álvaro Mutis

Veinte razones de Francia por Álvaro Mutis

 

 

 

Por Fabienne Bradu

 

La energía de Álvaro Mutis a menudo nos hacía olvidar que había nacido en 1923. Su primer viaje a París, desde Bruselas, coincide aproximadamente con la publicación de El tiempo recobrado que cierra la gran aventura de Marcel Proust y la década de los veinte. En efecto, hacia 1927, el niño Álvaro acompaña a su madre, Carolina Jaramillo, en un tren que los deja en la Gare du Nord. Lleva un sobretodo apretado que le raspa la nuca. La calefacción del tren es excesiva y la tela del sobretodo se empapa de sudor en el cuello. El desagrado es tal y es tanto que, en adelante, no soportará la intensa calefacción que lo asfixia, pero siempre le recordará este viaje. A su llegada a la Estación del Norte, la madre y el hijo toman un gran automóvil hacia el Hôtel du Colysée, donde residen una tía abuela y su riquísimo marido colombiano. El niño se emociona sobremanera al cruzar los Campos Elíseos, aun cuando todavía ignora todo de Gilberte y de sus pecas rosadas. La gran lección de Proust, asegura Mutis, es “desconfía de tu memoria. Y es que en el proceso de la memoria nada cuenta tanto como el olvido”.

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Años después, en el verano de 1939, Alvar de Mattos, el heterónimo de Álvaro Mutis, se encuentra con Drieu La Rochelle en este mismo hotel, o más exactamente en el Bar del Prince. Cuenta Alvar de Mattos: “Avanzamos torpemente por entre mesas y criados silenciosos y me hallé de repente ante un rostro agudo, unos ojos azules por los que se paseaba esa secular inocencia gala que ha engañado a tantos pueblos, acogido por una voz tímida, insegura, inteligente, con altos y bajos por los que se deslizaban astutamente un impecable acento con mucho de Guermantes y ciertos lunares de sorbonnard.” En el ensayo “La desesperanza” de 1965, Álvaro Mutis cita y traduce el prólogo a La suite dans les idées de Drieu La Rochelle, acerca del cual afirma: “No tengo noticia, con excepción de la Saison en enfer de Rimbaud, de un más hermoso acto de fe, de una más absoluta rendición de cuentas.”

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Álvaro Mutis pierde a su padre, Santiago Mutis Dávila, temprano en la niñez; siempre es demasiado temprano para quedar huérfano. Permanece en Bélgica hasta los nueve años: “No es que Europa tuviera un prestigio particular por ser Europa. Era mi mundo. Un mundo de amigos, de referencias, de calles, de idiomas, de gustos, que formaban parte esencial de mi niñez. Nunca me lo había planteado, pero pensaba que allí iba a vivir el resto de mi vida. Me encantaba Colombia, pero Colombia era una aventura, un viaje del cual siempre regresaba.” Aun después de haber conocido el paraíso en la finca de Coello, tiene un sueño recurrente: sueña que su padre reaparece en la biblioteca de Bruselas y le habla de sus libros. El hijo se pregunta dónde habrá estado el padre todos estos años. La visita le produce alegría y tristeza a un mismo tiempo, pues se da cuenta de que no se trata de un regreso, sino tan sólo de una conversación a la distancia, como cuando uno visita a un enfermo. “Entonces, más bien, le [cuenta] que [ha] seguido leyendo a Chateaubriand, a Sainte-Beuve y a Michelet”.

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Álvaro Mutis nunca ocultó sus lecturas de autores franceses. Es más, a veces hasta las exhibía como banderas y talismanes. Algunos críticos han rastreado sus páginas con el objeto de husmear la influencia de determinados autores, franceses o de otras tradiciones, en su obra. Es mal entender lo que significan los escritores de su predilección para la obra del colombiano. Toma el ejemplo más socorrido de Conrad para aclarar: “Yo fui el primero en subrayar la importancia que tuvo para mí la lectura de Conrad desde mi adolescencia. Pero la gente entiende mi ‘influencia’ de Conrad como una voluntad de copia. Como si yo dijera: ‘Voy a escribir como escribe Conrad’. Yo no entiendo así la influencia, obviamente. Eso es una forma muy elemental y primaria de pensar al respecto. La importancia de una influencia es lo que suscita dentro de nosotros con elementos nuestros, propios. Las comparaciones y los paralelos, las identidades y los rechazos que suscita en nosotros. Nadie ha hablado de la influencia más fuerte en mí, que es Charles Dickens. Y sería bastante complicado para un crítico buscar en dónde está y por supuesto no le voy a dar las claves, porque me da pereza sentarme a explicar esto. Lo que importa de una influencia es lo que suscita en uno. Es como una maquinaria que echa a andar en nosotros la lectura de un determinado autor. Hay otros autores que nos gustan mucho, pero que no echan a andar dentro de uno esa maquinaria. Por ejemplo, un autor que yo frecuento y que admiro y quiero intensamente, y además pienso que es sin duda ninguna el más grande escritor de los últimos 150 años, Marcel Proust, no me mueve a escribir una sola línea.” Como decía André Gide, que no era santo de la devoción de Álvaro Mutis, “L’influence ne crée rien, elle éveille.”

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En una conferencia de 1965, “¿Quién es Barnabooth?”, Álvaro Mutis comenta la relación entre Valéry Larbaud y su personaje Barnabooth. Le interesa lo que literariamente le permite dicha relación que no consiste exactamente en crear un doble de sí, sino, como lo ha precisado muchas veces Álvaro Mutis, una singular suerte de alter ego: “Maqroll es todo lo que quise ser y no fui. Todo lo que he sido y no he confesado. Y lo que pienso llegar a ser algún día en otra reencarnación.” Observa cómo Valéry Larbaud logra crear “un tipo de poeta exterior a sí mismo, por intermedio del cual expresará sus estados de alma permanentes, algunas de sus reacciones de viajero mezcladas con sentimientos e impresiones de su invención.” El mismo método rige la relación entre Mutis y Maqroll, pero, a veces, también se antoja que algo se anuda entre Mutis y Barnabooth, quienes comparten la sangre americana y la visión del viejo continente: “Todo en Europa está a la mano, desde una catedral gótica hasta una finísima encuadernación en piel, desde un ávido lector de Teócrito hasta “la poule de luxe” que conoce a fondo los impresionistas y los mejores vinos.”

El final del Diario de Barnabooth deja conjeturar el regreso de Álvaro Mutis a Colombia y los inicios de su obra literaria: “Viejo mundo, ¡olvídame como yo te olvido! Comienzo a perder el hábito de pensar en francés. Mi lengua natal, poco a poco, al hablarla todos los días en familia, torna a ser mi lenguaje interior. Una a una se reaclimatan en mi espíritu esas palabras castellanas que me traen tantos recuerdos, los más oscuros y los más queridos, de los confines mismos de mi vida.”

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Marta Canfield define a Mutis como “el más cosmopolita de los escritores colombianos y también el más intensa y esencialmente colombiano”. Jean Louis Enzini lo apoda “le colombien des Flandres”. Semejantes caracterizaciones tienen la ventaja de concentrar la perdurable oscilación del péndulo del que pende el pensamiento de Álvaro Mutis. Pese a que haya vivido su primera década de vida en Europa, la poesía de Mutis se erige sobre “una serie de imágenes y sensaciones de la tierra caliente colombiana”. “Lo que a mí me sorprendía viniendo de Bruselas, donde había pasado mi niñez, era la velocidad con que las cosas en el trópico se van deshaciendo, se van usando, se van gastando, las cosas y las personas; la rapidez con que se oxida, se destruye y vuelve a la tierra todo”.

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Si Álvaro Mutis ve en la vida y la obra de Barnabooth “un agudo tratado sobre el exilio”, por supuesto no se trata del exilio circunstancial que se debe a derrotas políticas, sino del exilio esencial de la condición humana. A través de la poesía y con la complicidad de Maqroll, Álvaro Mutis ha logrado descubrir una verdad esencial: “sólo podemos ser nosotros, sólo tienen nuestras palabras y las voces más secretas del alma una respuesta cabal y apaciguadora, en la tierra y entre las gentes que tejieran con nosotros los largos sueños de la infancia, allí donde el agua es el agua y en modo particular a nosotros nos habla, allí donde las altas montañas enredan el viento y lo precipitan en las grandes tormentas del trópico, allí donde una mirada es un diálogo permanente y nunca truncado, sólo allí nos será dado vivir sin la contradicción dolorosa de una sangre que reclama su suelo. Quien pretende, por otros caminos, buscar en lo ajeno a su ser una razón permanente de vida, vivirá la secreta miseria del exilio.”

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A los 18 años, Álvaro Mutis trabaja como locutor en la Radio Nacional de Colombia. Allí le toca vivir el día de la Liberación de París. Cuando oye las primeras palabras del periodista de Radio France, se pone los audífonos y comienza a traducir con tanto entusiasmo que el auditorio colombiano cree que está apostado en algún punto estratégico de los Campos Elíseos: “En estos momentos, las tropas del General De Gaulle están pasando bajo el Arco del Triunfo. Se escuchan disparos…” Su imaginación de futuro novelista hace creer a la gente que se ha convertido en un “temerario corresponsal de guerra”, de la misma manera que más tarde su voz será, para los latinoamericanos, la voz de Elliot Ness de los Incorruptibles.

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El surrealismo francés marca sus primeros ensayos poéticos, a tal punto que quería titular un libro de poemas: La cebra perfumada. Con el tiempo, abandona a estos poetas, a excepción de Robert Desnos y René Crevel. Un crítico de arte de la Radio Nacional, Casimiro Eiger, de origen polaco, lo disuade de escribir “a la Reverdy” y lo guía en la diversificación de sus lecturas de poesía francesa que ahora incluyen a Apollinaire, Mallarmé, Max Jacob, Paul Claudel, Paul Valéry, Saint-John Perse, François Villon, entre otros, pero ninguno superará nunca el hondo y perdurable deslumbramiento que le producen Baudelaire y Rimbaud. También aprecia a los simbolistas, a los que sin embargo regatea: “La gran poesía francesa, representada por Valéry y Claudel, vuelve a rescatar una pureza y una gran corriente de experiencia y de visión que los simbolistas no tienen.” A su llegada a México, Mutis traba amistad con Luis Buñuel con quien conversa de cine, de Georges Bataille y de las mejores recetas de Martinis.

 En cuanto a la novela, se desfasa de su generación por leer a los autores que fueron frecuentados por la generación anterior: Albert Camus, Louis-Ferdinand Céline, Marcel Proust, Drieu la Rochelle, Paul Morand, André Malraux, Henri de Montherlant, François Mauriac son los que suma a los eternos clásicos de su predilección.

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Al entrar a trabajar en la aerolínea colombiana LANSA, entra asimismo al mundo de Antoine de Saint-Exupéry. No solamente conoce así todos los países de América Latina, sino que abraza el código moral y la conducta que rigen a los aviadores de esa época. A propósito del jefe de operaciones de LANSA, Rafael Barro, asegura Álvaro Mutis: “Si alguien quisiera saber hoy en día cómo era su vida en la compañía, bastaría con tomar aquellas narraciones de Saint-Ex en las que alude directamente al mundo de la aviación”. Maqroll adoptará ciertas facetas de este código moral que, según Mutis, podría resumirse así: “Es el hombre que asume la responsabilidad de una tarea conociendo su inutilidad final, su pequeña vanidad, su ninguna importancia en el panorama del destino de los hombres, pero la cumple bien y a cabalidad como hombre y se manifiesta y se hace a sí mismo como hombre.” Por la integridad humana que supone semejante conducta, Saint-Ex decía que valía la pena arriesgar la vida por unos sacos de cartas, porque las cartas eran los únicos lazos entre personas separadas por la distancia.

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Álvaro Mutis llega a vivir a México en octubre de 1956, perseguido por la policía colombiana por mal uso de fondos en la compañía ESSO. Se sabe que pronto es encarcelado en la negra cárcel de Lecumberri. Su estancia en la cárcel mexicana, la resume en una frase: “Fue un curso en el que aprendí el ejercicio de la indulgencia”. En una pared de su celda, Mutis escribe unos versos de Apollinaire que hablan del personaje de la Historia que más se parece a Maqroll el Gaviero: el infante Pedro de Portugal, más conocido como don Pedro de Alfarobeira, hermano de don Henrique el Navegante. Los versos de Apollinaire rezan: “Con sus cuatro dromedarios, donde Pedro el de Alfarobeira recorrió el mundo y lo admiró, hizo lo que yo habría hecho si hubiera tenido cuatro dromedarios”. En otras palabras, lo que Mutis habría hecho de no estar encarcelado y lo que, más adelante, Maqroll hizo por él. Lo curioso es que, pese a haber vivido casi sesenta años en México, el Diario de Lecumberri es prácticamente el único libro situado en este país. El beneficio que sacó Mutis de la experiencia carcelaria es el descubrimiento de las Cartas del Prince de Ligne en la biblioteca de la cárcel, que apura como un oxígeno en semejante sordidez.

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La fascinación de Álvaro Mutis por Louis-Ferdinand Céline – por el escritor y no el novelista Céline – se debe a la capacidad de Céline para insuflar una respiración propia al París que, por ejemplo, aparece en el Voyage au bout de la nuit o en Nord: Clichy, Le Marais, la rue Vieille du Temple. Álvaro Mutis se sentía muy orgulloso de publicar en la editorial Grasset, que había sido la de Céline, de Montherland, de Proust y de Malraux. “En París puedo pasar horas hablando de Céline o de Proust con los libreros de orillas del Sena”, confesaba en entrevista. Gracias a su frecuentación de los bouquinistes de París, Mutis adquiere clandestinamente un ejemplar de Bagatelles pour un massacre. Tiempo después, me pasó el dato exacto del bouquiniste y a mi vez, compré otro ejemplar, por un precio que rebasaba ampliamente mis posibilidades económicas. Lo peor es que no pude soportar su lectura hasta el final, por el asco y el cargo de conciencia que me provoca el libro.

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En Amirbar, Maqroll trae consigo una novela de Georges Simenon: L’écluse No. 1, y asegura a su interlocutor que “Céline es el mejor escritor de Francia después de Chateaubriand, pero el mejor novelista es Simenon.” Mutis comparte con Maqroll este juicio y la misma inquietud que animaba a André Gide a recopilar un dossier sobre el creador de Maigret y de las llamadas “novelas duras” para tratar de entender el secreto de tan prodigioso inventor de destinos. Mutis tenía en su casa la obra completa de Simenon que le había regalado un librero de Montpellier cuando éste se enteró de su pasión por el autor. Maravillaba a Mutis la capacidad de Simenon para pintar cualquier ambiente social, cualquier ciudad del mundo y cualquier temperamento humano, y siempre sonar justo, sin nunca oler a literatura o a documentación. Un tonto, pero aleccionador cómputo habla de 1800 lugares y 9000 personajes que aparecen en la obra de Simenon.

Mutis aseguraba que reservaba una novela de Simenon sin leer para sus últimos días. No sé cuál, ni si cumplió con este deseo de regalarse un postrero gusto. Cuenta Gabriel García Márquez que una vez Álvaro Mutis le había propuesto firmar una carta, junto con otros dos mil escritores del mundo, para exigir que le aumentaran el sueldo al inspector Maigret. Anne Marie Van Broesck que cuenta esta anécdota añade en nota de pie de página. “Por desgracia, el Fondo de Simenon en Lieja no tiene ningún conocimiento de esta carta o de algún tipo de correspondencia entre Mutis y Simenon.” Donc, une boutade.

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El otro autor que acompaña a Maqroll en Amirbar es el Príncipe de Ligne, cuyas cartas también distraen al Gaviero en Un bel morir. En la primera novela, Maqroll asegura: “Yo no sé si los belgas sean un país o una diabólica pesadilla de Talleyrand. Lo que sí sé es que pueden contar siempre con mi irrestricta simpatía, porque entre ellos nació el más cumplido ejemplo de gran señor que haya dado Europa: el príncipe de Ligne”. Y en la otra se admira el narrador: “La infalible elegancia y la inteligente sobriedad de la prosa del gran señor, diplomático y galante, actuó [en Maqroll] como un lenitivo de eficacia inmediata.” Al igual que Mutis o aún más, le Prince de Ligne es un hombre de muchas patrias (siete, decía él) y de ninguna, que siempre “fue foráneo en lo propio y propio en lo foráneo”.

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Porque no cree posible la traducción, menos aun cuando se quiere al autor por traducir, Álvaro Mutis es un escaso traductor de poesía en lengua francesa. Traduce a Edouard Glissant, a Aimé Césaire y al argelino Kateb Yacine para la Revista mexicana de literatura que entonces dirigía Carlos Fuentes, y tiempo después el poema “Accueil au capitaine” de Monny de Boully para la revista Gradiva, fundada por Santiago Mutis. De Monny de Boully afirma que “me pareció extrañamente relacionado con mis cosas”. El poeta de origen serbio llega a París en los años veinte y se relaciona con los surrealistas para luego integrar el grupo de Le Grand Jeu, la revista de Roger Gilbert-Lecomte, René Daumal, Roger Vailland et André Rolland de Renéville, entre otros más. Monny de Boully, poeta de escasas creaciones, estaba habitado por el sentimiento de haber traicionado su sueño poético y de haberse sobrevivido a sí mismo, por la incurable nostalgia de la infancia perdida y por el cultivo de la amistad, tan importante para él como la creación literaria. Algunas características compartidas por Álvaro Mutis.

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En cambio, la relación de Álvaro Mutis con sus traductores al francés: Annie Morvan, Sylvie Messinger y François Maspéro, siempre ha sido entusiasta y agradecida. Le sorprendió mucho cuando François Maspéro se ofreció como voluntario para traducir la poesía de Les éléments du desastre ou de Et comme disait Maqroll el Gaviero, para las editoriales Grasset y Gallimard respectivamente. No era solamente que un traductor tan prestigiado lo escogiera y lo tradujera por el aprecio de su obra poética, sino porque François Maspéro tenía un itinerario de vida y un pensamiento político bastante ajenos al “aristocratismo” de Mutis. Por su lado, Maspéro comentaba en un artículo de Le Monde (febrero 1996) que Mutis “posee la maravillosa cualidad de dar a cada uno de sus amigos la impresión de ser su mejor amigo.”

De seguro, nunca pisó Mutis la legendaria librería La joie de lire mientras la gobernaba el izquierdista Maspéro. Cuando en 1993 François Maspéro le regaló su libro L’honneur de Saint-Arnaud, el colombiano comentaba con sus amigos mexicanos el vivo interés que le despertaba el personaje y, sobre todo, la posición excepcional del biógrafo con respecto a este mariscal de Francia, de quien Víctor Hugo afirmaba: «ce général avait les états de service d’un chacal». Le divertía sobremanera a Álvaro Mutis un biógrafo que odiaba a su biografiado de la primera hasta la última página.

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Al año siguiente de su retiro, Álvaro Mutis recibe el Premio Médicis Étranger 1989 por La nieve del almirante y con este reconocimiento su obra comienza a difundirse entre el público francés. No es exagerado, acerca de su éxito europeo, preguntarse lo que plantea Eduardo García Aguilar: “Vale la pena preguntarse por qué Mutis provoca entre quienes lo leen esa alegría y complicidad absolutas, esa extraña electricidad literaria que parecía perdida en las últimas décadas en el panorama del continente latinoamericano.” Con justificada seguridad, Mutis sostenía que no tenía admirados ni lectores numerosos: “Lo que tengo es una cantidad de amigos, que es más complicado y bonito.”

Álvaro Mutis asegura que el gusto suplementario que le aportó el Premio Médicis fue la posibilidad de volver a París que era, para él, “una manera de vivir el mundo” y una ciudad que le producía “una plenitud total”. “Lo que realmente me gusta de haber recibido el Médicis étranger es que esto haya sucedido en París, donde siento que cambia mi piel, donde creo haber adquirido una especie de eternidad temporal.”

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En 1995, Álvaro Mutis confiaba a Jacobo Sefamí que quería escribir poesía de nuevo. Tenía en mente un libro que llamaría Suite francesa. “Son momentos muy especiales en la historia de Francia, sobre todo en la Edad Media. Pero en eso estoy todavía, en esa época nebulosa en que das vueltas al proyecto. Estoy leyendo el proceso de rehabilitación de Juana de Arco y, en fin, no sé muy bien qué voy a hacer, pero voy a escribir poesía.”

 

-Texto escrito con motivo del centenario del nacimiento del gran autor colombiano.

Álvaro Mutis (Colombia, 1923 – México, 2013). Poeta, narrador y ensayista. Considerado uno de los autores más importantes de las letras hispanas. Ent ... LEER MÁS DEL AUTOR