Álvaro Mata Guillé

Un país sin nombre

 

 

 

 

7

 

Atrás del cerro,

el reflejo del sol tiñe el rubor de las nubes,

al mutismo de la maleza entre las flores

;

 

el llanto del río,

próximo al cerco,

el que acompaña los pétalos en el árbol,

está muerto

;

 

ocaso del alma,

las hojas destellan en el albor de la sombra

sumidas en lo ausente,

en la lluvia negra

.

 

 

 

8

 

Reclinado,

junto a la opacidad de la ventana,

veía a Estragón,

que al lado del murmullo,

miraba el ocaso,

el horizonte

;

 

el crepúsculo era el alba y el alba era la noche,

la noche la tarde, la mañana,

la penumbra transfiguraba el día,

el destino el tiempo,

confundidos en lo mismo,

en indiferencia

;

 

Vladimir,

no muy lejos,

veía los despojos en la laguna,

cercana al parloteo de los árboles,

a los sepulcros,

miraba sin mirar su rostro sin rostro en el espejo,

al otro sin verlo

;

 

el sol palidecía,

no había señales de lluvia,

tampoco nubes ni caía ceniza,

la población cantaba con los perros,

jugaba con las víboras,

se alejaban los muertos

.

 

 

 

9

 

Tiempo después,

mientras Estragón dormitaba

agotado de esperar a Godot,

que como muchas presencias

(el algo que movía las cosas, los dioses,

el aquello),

había muerto,

Vladimir veía de nuevo la llegada de los rinocerontes:

tomaban los púlpitos,

llenaban los graderíos,

inundaban de sin sentido las aceras,

las voces, las calles

;

 

en medio de los gritos,

de la histeria, del miedo,

del horror,

las palabras se mezclaban también a lo mismo:

a la oscuridad de los verdugos,

a la penumbra de los cómplices

a la vaciedad de los asesinos

;

 

Estragón,

sobresaltado por el temblor de las pisadas de los paquidermos,

intentaba aferrarse al sueño

y no salir de él, como pretendía sin lograrlo Gregor,

buscando una luz, alguna esperanza,

al sol palideciendo

;

 

la flor en el árbol, el murmullo en el río,

lo miraban sin ver,

alejándose

;

 

caía un poco de ceniza,

en los campos la niebla caía también un poco,

en el humo, en el rumor de muerte

de las campanas,

como así ocurría cuando Ionesco

escribió La cantante calva y hablaba de los salones de clase,

cuando enmudecieron las voces

.

 

 

 

10

 

“Habrá un día, quizá,

que los vocablos pierdan para siempre

a los vocablos”, presagiaba Edmond Jabès.

“Habrá un día que muera la poesía.

Será la edad del robot

y la desdicha de los judíos se habrá generalizado”

;

 

en esos días, en estos,

en aquellos,

cuando las campanas rememoraban el ocaso

y los rinocerontes poseían el brillo y la niebla,

tomaban lo oscuro,

invadían voces y escenarios,

tomaban la poesía,

el teatro, lo sagrado,

los ecos

.

 

Sin esperar,

Estragón intentaba alejar el desasosiego,

el sol buscaba la penumbra,

sumergirse en el polvo,

adentrarse en la cueva junto a la luna. Vladimir movía la boca,

hablaba sin hablar, balbuceaba,

jugueteaban las víboras por el patio,

los perros comían el brillor de las hojas en la sombra,

en los campos

;

 

los pájaros,

picoteando todavía a las nubes,

acompañaban a la flor en el árbol,

al llanto en el río,

volvía la ceniza

;

 

el alba bebía la tarde,

bebía y bebía la noche,

las estrellas,

bajo la lluvia negra,

parpadeaban junto a las luces,

pero estábamos más solos

.

 

 

 

11

 

Un lenguaje sin alma,

solo produce hechos sin alma

.

 

La poesía,

la hoja, el canto,

vincula la intimidad al origen,

nos vincula,

se busca en ella,

nos buscamos,

busca su voz en el sueño,

busca sin buscarse en la sombra,

nos busca

;

 

une el silencio al grito,

el deseo al gemido,

a la otredad, a lo próximo

;

 

propicia el encuentro, la comunión, pues

al transformarnos en personajes,

en historias, en bramido,

el otro se impregna de nuestras entrañas,

nos reconoce al reconocerse,

se lee en nuestros nervios,

se percibe

;

 

no dice ni lee,

indaga, se mezcla,

se hace uno en nosotros,

se libera nos libera nos abraza,

es un eco

un destello,

un fulgor,

donde olvidamos lo que somos

para ser lo que somos

;

 

releemos en las sombras,

reencontramos el silencio,

como ritual, como fiesta,

como mito

;

 

la bóveda de piedra se revela,

resplandece la nubosidad,

el tiempo del no tiempo en el tiempo

fuera del tiempo,

el no lugar, lo otro, el no regreso,

como ocurre en el carnaval o en la sacralidad en el teatro:

pulsión enlazada a la sombra,

al misterio,

el nosotros unido a la memoria,

a la orfandad, al sueño,

a la inconsciencia

;

 

la poesía

(la manifestación del grito,

del murmullo,

del percibir que expresa nuestras entrañas)

no requiere de algo para llegar al mundo,

es el mundo que necesita reformularse

para volver a ser mundo,

más allá de las fosas, los huesos

y la carne desmembrada,

de la ceniza en el polvo y los despojos,

más allá de los cráneos en las urnas,

en los montes o las celdas,

de la crueldad del vacío, la frivolidad,

la indiferencia de lo eterno,

del ensombrecer

.

 

-Selección del libro Un país sin nombre

 

Álvaro Mata Guillé (San José, Costa Rica). Poeta, ensayista, director teatral. Columnista de la revista Libros y letras, de Bogotá, Colombia.  Dire ... LEER MÁS DEL AUTOR