Sol de Pandora
Preludio de lectora
Que mañana pases de largo, sin esa leyenda de semillas
que arroja tu presencia o un ejército de copos de nieve batallando en el aire.
Deseo la lluvia que cae sobre la lluvia cuando es de noche y hay un desierto en la alfombra.
Que sea definitivamente viernes cada domingo de tu vida.
Ojalá te den ventana con vista a un grosellero cuando
te aprisione la piel de una persona-jaula.
No llegues a morirte de cometas en los ojos
como la gente que llora verano y en vano vuelve.
Si juegas con el amor, dispara en defensa propia y vete.
No te quiero con palabras muertas en la boca,
más bien con un país recién nacido debajo de la lengua.
Cuando haga frío, no olvides la capucha guinda
ni las zapatillas de vidrio de marzo.
Hoy se abren dos eclipses como manzanas de Adán,
esas mentiras que crecen por defecto de garganta,
esas manos para ahorcar al mensajero,
ese paraíso cuyo áspid es un aguafiestas.
Pasa de largo igual que una plaga de langostas,
que una peste negra, pasa de largo.
Quiero ver cómo te marchas
desde esta airada esquina del insomnio.
Necesito respirar por defecto de melena.
Náutica de Coatetelco
Porque el agua cobró un favor dorado
nos llevaste a navegar sobre el castigo
de la diosa de corazones en el cuello.
Se movía esa balsa como el perdón,
a veces brusca, a veces lenta.
Avanzaba sin llegar al resto de la luz sin frío.
Te daba miedo ese dolor de anguila,
esos peces grises debajo de nosotros,
triste ramo de nísperos sin rumbo,
unos cuantos ojos brillando
para la ofrenda de noviembre
después del sacrificio,
de lo que trae oscuridad y las serpientes
si el odio es una laguna,
maldición de algas saladas,
haz del ocaso también muerto
por órdenes de la Coatlicue.
Tú nos decías que con ese dolor crece la leyenda
y en los ojos de mi hermana la disputa
por el cañaveral se abría en su mente,
en sus manos con anillos rojos,
también en el corazón
colgando como dije,
que escondí en mi pecho.
Ahí, sobre las aguas
que perdían el oro y se volvían argentas,
aprendimos el poder de las faldas de serpientes.
Cuando desembarcamos,
éramos un par de espejos con melenas,
una historia de agua dulce
que te quitó la sed de un día.
Alda Merini
Te me irás olvidando,
aunque vueles como arcángel,
en esta habitación que fue la vida.
No quedará sino la voz del santo entumecido
por el nervio de una estrella,
por el sombrío andar de la memoria.
En una mujer cabe la desgracia del mundo,
pero también la redención de un manto
cuya sangre es la voz que prevalece.
No hay cielo sin orillas
ni mar que no se ate a cada nube.
Te me irás olvidando,
aunque en la esquina de este manicomio
no pasen a cantar tu ópera.
Aquí no acaba lo que has visto:
una nueva hambre de Dios,
la gracia amnésica de los desesperados.
Plazo fijo
Acá está tu soledad, te la devuelvo.
Perdona que la haya torturado
antes de descuartizarla.
Fue presa fácil.
No hubo que esperar entre los lotos,
no hizo falta adormecerla.
Te la entrego por partes,
salada con el sudor
de las mujeres que te amaron.
Te la doy cruda.
No disfruté cazarla.
Sol de Pandora
Esos pequeños mundos en mis manos,
globos de vidrio,
de ojo de gato bueno,
esfericidades que cambiábamos por dulces.
Ah, ese papel metálico azul,
aquella convicción de ángel con que
hacíamos chocar nuestras canicas.
Quien se quedaba con la negra
era tocado por un don,
un sino, una encorvada forma de caminar
en el futuro o una cadencia inalcanzable al hablar,
un ser de ala rota, pero digno.
Jugaba en la feria a no perder ninguna
y la luz con su acorde
y la música con sombras
me alejaban de aquellos universos
que me acercaba al ojo como queriendo
encontrar una razón,
una palabra, un maullido.
Entonces, todo el silencio era mi propiedad
en el patio de agua muerta,
en el corredor de vecindad con frutos
pudriéndose en el piso.
No sabía que estaba jugando al azar
o al ser el sol de mi sistema,
deseaba una canica oscura por encima
de todos los abrazos,
pero era mi cabeza la que tenía el cabello negro.
Hay quien saca hombres del lodo
Hay quien abre la tierra
buscando el nido verdadero
donde dejar salir sus plumas.
Hay quien arroja semillasde sensuales jacarandas
con tal de no escribir un epitafio.
Hay quien entierra un cuchillo
o su menstruo para ahuyentar la lluvia.
Hay quien deja oro sucio y caracoles blancos
en un cofre con papeles prohibidos.
Hay quien quema la columna de un pescado
y esconde una llave ensangrentada.
Quien sepulta un cáliz.
Hay quien dice que el campo es para eso,
para que el tiempo no encuentre lo que ha sido.
Álbum no dicho
Digamos que en el sueño
ya no había más guerra.
Volvíamos juntos a la infancia.
Allá, con los guayabos.
Allí, con los huizaches.
Nadie herido.
El viento soltaba las ciruelas.
Las mirabas caer igual que música.
Me dabas cinco que no quería gastar.
Las guardaba para el futuro.
Yo sabía que los cuentos
de la abuela, que los jinetes
y los ángeles enloquecidos
llegarían cuando estuviéramos muy lejos.
Cuando soñara con jardines,
cuando el desierto diera pánico
y más melancolía.
Las ciruelas se pudrieron.
Se mancharon los vestidos.
Cada quien se fue a buscar palabras
en países blancos, ajenos.
Pero alguien se quedó escuchando
las trompetas de este apocalipsis.
Alejandra Pizarnik
El árbol no estaba del todo podrido,
las ramas de Diana podían haber cantado
la caída como en un verso que te exime.
Pero el barco era inmenso en tu corazón,
no cabía en este mundo, en esta jaula vuelta pájaro,
en este miedo que era al revés: debió mirar también por fuera
como hacen las aves de rapiña.
Déjate levantar, mi muerte,
déjate dibujar con otro lápiz que se encaja en el escarnio.
Había un jardín de ruinas y de lilas a la vuelta de lo que acaba con nosotras,
nosotras mismas, nuestras pausas,
nuestros duelos consagrados al amor como lepra que se rasca.
Mi vida, tan tuya y tan frágil, delgado espejo,
inmensa soledad la que nos llama.