Alí Calderón

Álamo, colección de poesía mexicana en Lectorum

 

 

 

 

Álamo, colección de poesía mexicana en Lectorum

 

La editorial Lectorum ha completado en 2022 la colección Álamo, que dirige Rogelio Guedea y que propone diez títulos para comprender la actual poesía de México. Los libros son: Los fulgores del tigre de Eduardo Lizalde, La claridad furiosa de Gabriel Zaid, Álgebra del polvo de Jaime Labastida, Anoche y en algún lugar de Marco Antonio Campos, Todo tiempo pasado fue mejor de Héctor Carreto, Ponerse en pie de Dana Gelinas, El fuego es mi nombre exacto de Mario Bojórquez, Travesía de lo que cae de María Rivera, Yépez de Heriberto Yépez y Aquí de Alí Calderón.

1. ¿Por qué ahora?

Porque la poesía no es estática ni lo es tampoco la manera de interpretarla. Todo hacía parecer que, tras la publicación de los dos tomos de la Antología General de la Poesía Mexicana de Juan Domingo Argüelles (2014), y de su resumen la Antología esencial (2017), la fiebre por hacer antologías y, en realidad, por proponer cortes de caja, había menguado. Los primeros quince años del siglo se caracterizaron por un aluvión de antologías desde los más diversos lugares estéticos y políticos. Antologías generacionales, de grupo, temáticas, generales, esenciales. Ejercicios que hablaban, más que de salud crítica, de ansiedad por el posicionamiento en un medio literario que tiene muy claro su funcionamiento: girar en torno al dinero el Estado. No es un reproche. Si no tienes acceso a él hay que buscar modos para hacer visible la existencia o bien maneras de prolongar el privilegio. La antología, en tanto corte de caja, es el mejor camino para aparecer en la foto.

Pero ¿por qué Rogelio Guedea y la editorial Lectorum proponen una colección de diez títulos? ¿Por qué ahora? Creo que lo que hace Guedea con Álamo es leer a contrapelo. Un nuevo corte de caja a contrapelo. A contrapelo significa reconocer, por ejemplo, que el movimiento pendular tradición / ruptura, experimentación / conservadurismo, riesgo / decoro es una descripción artificial del funcionamiento de la literatura y no su condición fundamental, y que el lenguaje crítico emanado de esas tensiones no alcanza a cubrir las necesidades interpretativas de la poesía del presente.

Por ello, me parece que Guedea entiende que un poema, ante todo, es un llamamiento y la propuesta estética de cada autor, un modelo de conciencia. Desde ese lugar es que se construye esta colección de poesía.

2. ¿Por qué Rogelio Guedea?

Con casi quince años de trabajo crítico constante, Rogelio Guedea se ha convertido en un cronista excepcional de nuestra poesía. Todo comenzó con la publicación de Árbol de variada luz. Antología de poesía mexicana actual 1992-2002 que respondía a otro ejercicio de corte de caja: El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora. 1986-2002. Luego dio a conocer A contraluz. Reflexiones y poéticas de la poesía mexicana actual. Y vinieron más tarde títulos como Poetas del medio siglo: mapa de una generación y Reloj de pulso. Crónica de la poesía mexicana de los siglos XIX y XX, ambos en la colección Poemas y Ensayos en la UNAM. No olvidemos que, además, coordinó los dos volúmenes de la Historia crítica de la poesía mexicana, proyecto del entonces Conaculta y el Fondo de Cultura Económica. Con esto quiero decir que quién mejor que un especialista y un conocedor profundo de la poesía mexicana para dirigir la colección Álamo y proponer desde, ahí, una mirada nueva, audaz y contundente.

3. ¿Por qué estos autores?

Leer a contrapelo significa leer desde otro sitio. Elegir autores y seleccionar poemas es una actividad que solo puede explicarse como una toma de postura. ¿Por qué estos autores y no otros? En primer término, hay una apuesta por el tipo de lenguaje poético que se identifica con la dicción coloquial y que entiende que el poema, como escribió Luis García Montero, es ese punto de encuentro, un espacio respirable entre el autor y el lector.

Me parece que la colección se divide en dos partes. En el primer grupo: Lizalde, Zaid, Labastida, Marco Antonio Campos y aún Héctor Carreto son autores indiscutidos. Lizalde, desde prácticamente todos los lugares estéticos, es reconocido como un poeta mayor. Carlos Fuentes escribió que El tigre en la casa es un libro que aprehende la atmósfera de pesimismo post 68. Pero quizá algo más. En su obra, la violencia del ritmo y lo descarnado de su lenguaje bien podrían considerarse alegorías de la sociedad mexicana de las últimas décadas.

Si el poema es, efectivamente, un llamamiento, los textos de  Jaime Labastida son la invitación a repensar al ser humano. Lirismo y filosofía, conocimiento a través de las sensaciones y un lenguaje que sobresale por su tensión. Zaid, por su parte, podría ser identificado como la conciencia crítica de una época, además de representar a la zona más prestigiosa de la literatura mexicana. Las obras de estos dos poetas se enfrentan, además, al desafío de ser leídos y apreciados por los lectores más jóvenes. No es fácil pero los volúmenes de la colección Álamo están ahí justamente para intentarlo.

Marco Antonio Campos es un autor al que lo distingue su imaginación autobiográfica. Su prosa narrativa, su ensayo, su poesía no son sino aristas de la escritura del yo, de un yo que se vuelve espejo de un tiempo de México. Pero Marco Antonio Campos tiene además un carácter axial en la literatura del país. Axial porque él es el punto en el que convergen todas las generaciones. Recibió el legado de los maestros y construye siempre posibilidades para los más jóvenes. Su actividad cultural ha cincelado y dado forma a la poesía mexicana de hoy.

Héctor Carreto ha logrado la máxima eficacia de expresión en la escritura de epigramas. Tras su voz resuena no solamente Marcial o los poetas de la antología palatina sino que escuchamos voces como las de Hernán Lavín Cerda, Carlos Illescas, Ernesto Mejía Sánchez y Raymundo Ramos. También escuchamos a Carreto en poetas más jóvenes como Iván Cruz o Francisco Trejo. Tomemos un respiro aquí para sorprendernos ante la vitalidad del epigrama y lo atractivos que siguen siendo su brevedad, su lenguaje directo, su siempre sorpresiva vuelta de tuerca. No sería una exageración decir que la intención epigramática y su voluntad de comunicación son hilos que articulan y dan unidad a esta colección de poesía mexicana.

En el segundo grupo de autores encontramos a Dana Gelinas, Mario Bojórquez, María Rivera, Heriberto Yépez y Alí Calderón. En el segundo bloque está la apuesta arriesgada. Dana Gelinas ha escrito una obra que se ha permitido evolucionar del epigrama al poema documental, objetivista y antilírico. Su trabajo se inscribe en una vertiente natural del coloquialismo que no quiere anquilosarse, repetirse y aburrir. Los poetas restantes pareciera que tienen poca o ninguna afinidad de estilo entre sí. ¿Cuál pudo ser el común denominador que atisbó Guedea? Por un lado, posiblemente el carácter crítico e incómodo de estos autores. Pero también las posibilidades de lenguaje que exploran. Mario Bojórquez, en virtud de su curiosidad estética y teniendo como guía la exposición clara del pensamiento, se permite hacer un libro conceptual o arder en el lenguaje de las casidas o escribir postales de viaje o poemas autobiográficos o hacer historia y reconstruir, desde la poesía, el horror de la noche de Iguala. María Rivera, en la línea de Fabio Morábito o Antonio del Toro, logra una mayor intensidad lírica y trasciende el lenguaje de sus maestros. Amparada también en la claridad del discurso pareciera que construye atmósferas melancólicas. Me refiero a esa melancolía que “en su perseverante ensimismamiento asume en su contemplación las cosas muertas a fin de salvarlas”, como quería Walter Benjamin.

Heriberto Yépez es un caso aparte. Su literatura mira obsesivamente hacia el futuro. Pero ese futuro no es una zona irrespirable, como en el caso de otras tradiciones animadas por el riesgo formal, sino que busca el hallazgo espiritual. Su poesía es diferente y, para valorarla, hace falta cambiar las coordenadas del debate. Es el poeta que continua con mayor fortuna la línea abierta por José Vicente Anaya.

Álamo es una propuesta crítica que habrá que valorar dado los nombres que la integran, la apuesta de una editorial como Lectorum con su gran alcance, dada también la actividad de sus autores como difusores de la poesía y formadores de poetas. Gracias a Porfirio Romo, a Rubén Álamo y a Rogelio Guedea por esta colección de poesía mexicana.

Alí Calderón (Ciudad de México, 1982). Es poeta y crítico literario. Doctor en Letras Mexicanas por la UNAM. En 2007 recibió el Premio Latinoamericano ... LEER MÁS DEL AUTOR