Alfredo Zaldívar

Precipicios

 

 

 

 

 

Precipicios

 

 

 

1

 

He comprado pescado esta mañana

y he sentido un temor ancestral

ante sus ojos.

 

 

2

 

Cuidando de no herirme

he guardado las piedras del vecino

bajo los vidrios de mi techo.

 

 

3

 

Voy,

camarón dormido,

en la corriente que me quita los sueños.

 

 

4

 

El árbol que planté nació torcido.

Cada mañana en vano trato de enderezar mi

espalda.

 

 

5

 

El mal tiempo se posó sobre mí.

Por entre las ramas del olivo

pude ver una oscura nube sonriente.

Me coloqué la máscara de la comedia

y me entregué a la tempestad.

 

 

6

 

Para mi huida

tendieron un radiante puente de plata

sobre el foso.

Luego sabría

que yo era el enemigo.

 

 

7

 

Desayunó con dios sobre la luz de la mañana.

Almorzó con el diablo bajo la luz del mediodía.

Bajo la luz de las estrellas,

a la hora de la cena,

solo encontró en la mesa vacía,

la confusión de las hogueras.

 

 

8

 

Puso el ojo sobre la estrella.

Puso la bala sobre la misma estrella con una

certeza proverbial.

Entonces fue la guerra.

 

 

9

 

Bajo el olor de los cabellos calcinados que llega

desde la vecindad

todos los días pongo mis barbas en remojo.

 

 

10

 

Abrí mi boca y las moscas entraron

precipitadamente.

Cuando intenté cerrarla

ya el enjambre había armado su casa,

su algazara.

 

 

11

 

He sido el río y su sonido.

Siempre he traído piedras.

También he sido la piedra y su rumor.

 

 

12

 

Las paredes.

Su oído.

El que habla.

El que escucha.

El que oye al que escucha.

El que habla al que oye.

El que desoye.

El que deshabla.

Los oídos.

Sus paredes.

El que hasblucha.

El que escabla.

El que habloye.

 

 

13

 

Fui una piedra

y rodaba y rodaba hacia el oriente.

Fui otra piedra

y rodaba y rodaba hacia el poniente.

No sé cómo han llegado a la piedra que soy.

 

 

14

 

Sé que no soy el mejor escribiente.

Tan solo un escribiente que teme convertirse

en su peor borrón.

 

 

15

 

Puestos en la balanza

desafiantes

el peligro mortal y la confianza plena

decidieron fundirse para siempre

en las cruzadas del equilibrista.

 

 

16

 

Como el papel aguanta todo cuanto le pongan

no hay mentiras escritas.

Mentiras solo son las que se lleva el viento.

Toda verdad es de papel.

 

 

17

 

Hoy por ti.

¿Y mañana?

Mañana por mí.

¿Y hoy?

 

 

18

 

Soy el pez libre de las aguas mansas

que Dios puso en mi amparo.

El que sabe que en las aguas revueltas tendrá que ser su Dios.

 

 

19

 

Era su prédica la más dilatada.

—Ama a la libertad —nos repetía.

Y regresaba a las tapias de la ambigua palabra.

 

 

20

 

Era experto en empujar las naves hacia la mar

en calma.

La calma hacia las marejadas.

En mirar el desastre desde su eterna orilla.

 

 

21

 

Acudí a tu llamado y te salvé la vida.

Acudí cuando no me llamaste y te maté.

Ahora estoy preso y sordo.

 

 

22

 

Nunca— dije ya tarde.

Y

me

cayó

la noche

como un

jamás

sobre

los hombros.

 

 

23

 

Al final del día largo, dejé para mañana el poema que iba fundar una expresión inédita, un insólito idioma.

—Mañana —me decía cada noche— será un día refulgente que nos recibirá con todo su vigor…

 

 

24

 

Nunca dejé el camino.

Estoy en las veredas azarosas

en que el camino me dejó.

 

 

25

 

Dicen que al mal suele sobrevenir el bien.

¿Y al bien?

 

 

26

 

Extendió el brazo izquierdo para hacerse del mar.

El derecho para asir la montaña.

Aspiró para guardar todos los vientos en su pecho,

las aguas en su vientre,

el sol sobre su rostro,

la luna entre su pelo,

y todas las estrellas en sus ojos.

Solo escuchó el ruido de la noche cayendo en

sus espaldas.

 

 

27

 

Tuve peces.

Se perdieron en las aguas revueltas de un río que aún no tiene sosiego.

Sé de los oportunos pescadores.

De sus redes revueltas.

 

 

28

 

Los añicos del cántaro destrozaron la fuente,

la cegaron.

Un largo ir y venir para alcanzar la sed.

 

 

29

 

Eran sonrisas ciertas.

Pobres y cortas como la alegría.

Pocas y breves como la verdad.

 

 

30

 

El anciano,

en la noche absoluta,

sobre el silencio roto de los graznidos,

en la paz dominante de su intensa mirada,

cría sus cuervos ciegos.

 

 

31

 

Cuantas veces tocaron a degüello en mis oídos.

Cuantas no lo escuché.

He vuelto a ser el soldado desprevenido.

La misma baja de las guerras que nunca imaginé.

 

 

32

 

Fui el árbol caído.

La leña bajo el filo del hacha.

Alimenté la hoguera que abrasó los asados y calentó las manos.

Fui el hombre poderoso y su sonrisa cálida frente al fuego,

atizándolo.

Uno y otro, hasta ser la ceniza.

 

 

33

 

Secaba mis lágrimas.

Quería ser aún el surtidor en que me había transfigurado.

Suspiraba.

Quería ser la fuente en la que hubo un surtidor.

 

 

34

 

Muchos corrimos

creyendo que era luz.

Sólo los rezagados alcanzaron a contenerse

al filo del abismo.

 

 

35

 

Como la gota que colmaría la copa.

Como el día que vendría tras otro

—a cada santo le llegaría el suyo— decía la pitonisa.

Pero la copa estaba rota,

los días dejaron su trasiego

y ya no quedan santos.

 

 

36

 

El poeta de la tarde lo buscó en las puestas de sol.

El poeta de la noche en las tinieblas.

El poeta de las madrugadas

lo encontró muy temprano

en sus propios espejos.

 

 

37

 

Subió al podio entre vítores.

Sintió que los aplausos se reproducían.

Quiso que no cesaran.

Y se olvidó definitivamente del silencio.

 

 

38

 

Me arrimé hasta el buen árbol.

Sentí ante su justicia

que mi rama era pobre

y mi raíz endeble.

Pero su sombra era una gracia.

Aprendí a ser cobija.

Un bosque.

Su virtud para el descanso o la mortaja.

 

 

39

 

—Callad— decía el pez sabio –que las palabras

son anzuelo,

carnada.

El pez grande,

en el jamo,

seguía contando sus progresos.

 

 

40

 

Días

en los que cruzo a nado los océanos.

Días

en que me ahogo en el vaso de agua.

 

 

Alfredo Zaldívar (Sojo Tres, Holguín, Cuba, 1956). Es poeta y editor, e incursiona en la narrativa, la crítica y el ensayo. Ha publicado, entre otros, los ... LEER MÁS DEL AUTOR