Alfredo Zaldívar

Suite de Ginebra y otros poemas

 

 

 

 

 

SUITE DE GINEBRA

 

1

 

Se ha bebido en su cama

trago a trago

sin copa sin compañía

sin cuerpo

una botella de ginebra perfumosa

la que jamás ha tolerado

y ha pensado en Martí.

 

Uno piensa en Martí cuando bebe ginebra

sin compañía sin copa

sin cuerpo

escudriñando el techo de su cuarto vacío.

 

Espantado de todo

asido a una botella que nadie lanzó al mar

única tabla de salvación

hija suya amante suya

se refugia en ella

a quien jamás había amado

y ya no le parece tan intolerable.

Ya tiene fe en el mejoramiento

en la adicción a la ginebra perfumosa

en Martí

en los dos tomos de su poesía completa

ahora solo despojado despejado desnudo

sin su cuerpo

con sus manos aferradas a sí

escudriñando el techo y la vida futura

en el fondo de una botella perfumosa.

 

 

2

 

Uno piensa en Martí cuando llega a Ginebra

sin sacudirse el polvo del camino

y sale a caminar sobre el Ródano sobre el Léman

hacia una convención hacia el podio de Cuba

a los conciertos desconcertantes de la tierra

al clamor de las naciones que se alejan

a los acuerdos que se alejan.

 

Uno lo ve alejarse.

 

Luego es un hombre pequeño que regresa

y cruza sobre el río sobre el lago

y se pierde por las calles estrechas

en los efluvios de sus bares

un hombrecito vestido de negro

que compra una botella de ginebra

y se va confundiendo fundiendo

con el vaho y la noche.

 

 

3

 

Uno piensa en Martí cuando llega la noche

y entra a una de sus patrias

o es ella la que viene hacia uno

y nos cubre lo cubre todo

al hombrecito que quizás ahora llore

–no logro precisarlo entre tanta penumbra–

a la botella de ginebra vacía

a la patria intangible

a ti.

 

 

4

 

Solo despojado despejado desnudo

sin su cuerpo

piensa en Martí cuando mira el grabado

de la bella Ginebra que se escapa

la esposa infiel del rey Arturo

que arde por Lancelot

en la pared más alta de su cuarto.

 

Brinda por ellos

los amantes

por la bella Ginebra

por el rey solitario en su mesa redonda

por el hombre vacío que mira su grabado

por todo lo que en su vida escapa

y te recuerda

y le recuerda a Cuba.

 

 

5

 

Piensa en Martí cuando llega la noche

frente a esta botella vacía de ginebra

que no pudo ni comprar ni beberse

en el viaje que no hizo

el que quizás no haga

a la ciudad en la que él nunca estuvo

sólo sin convenciones sin convicción

en un cuarto sin techo

sin pared donde colgar el grabado de la bella Ginebra

busca su cuerpo a pico de botella vacía

busca tu cuerpo perfumoso en el suyo

busca en tus dos tomos de su poesía completa

y se aferra a su cuerpo con tu mano

con fruición con fricción

a la botella que no pudo

ni comprar ni beberse

pero que es toda suya

y se aferra a su cuello

con fruición con fricción

y se derrama

muy lejos se derrama de fe

en el mejoramiento humano

en la vida futura

en la utilidad de la virtud

y en ti

en ti

en ti

en ti

 

 

 

 

OTRA PARÁBOLA

 

No sabe si el instante en que sus manos

entraron en sus manos

sobre su pecho

fue verdad.

No sabe si el instante en que su boca

fue su boca

sucedió.

Sabe que perderá los ojos

cuando vuelva a entreabrirlos.

Sabe que cuando abra sus manos

no estarán en sus manos.

Pero no sabe si cambiará la historia

ni si tendrá palabras.

 

Las tormentas a veces

llegan sin anunciarse.

Las tormentas se anuncian

y quizás nunca lleguen.

 

Todo camino es una ingenuidad.

Todo pronóstico es sólo otra parábola.

 

 

 

 

ADELANTAR LA RAZA

 

I

 

Se llamaba Jacinto y era un negro de África el padre de mi abuela

el que casó con Rosa mi bisabuela blanca

la muchacha bonita de largo pelo lacio

la del retrato ovalado en el salón

a la que cada día mi abuela ponía flores blanquísimas.

 

Del bisabuelo Jacinto nunca vi una foto

no sé si había alguna en un cajón

quizás nunca se retrató.

Tampoco supe si fue esclavo o nació libre.

Tan solo oí decir   sotto voce   que era un negro de África

que lo negro de la familia venía de él    de allá

y que era implacable.

 

Mi abuela aunque nació

allá en el año 95 y por las selvas del Mayarí

y poco pudo vivir de aquella guerra

se decía mambisa

quizás porque su padre realmente lo fue.

Mi abuela con su piel blanca

sus labios finos su largo pelo negro

nada lacio como el de su madre

pero siempre estirado

siempre recogido

en un moño o una trenza sobre la nuca.

Mi abuela como Cecilia Valdés parecía blanca

casó con hombre blanco hijo de portugueses,

y tuvo diez hijos de todos los colores.

 

Aindiados de piel canela y pelo negro y lacio.

Aindiados  de piel canela y pelo suavemente encrespado

Unos de piel blanca o canela y pasa

Otros de piel cobriza y pelo enano

Unos de piel muy blanca y pelo crespo

y otros de piel muy blanca y pelo lacio.

 

Todos podían pasar por blancos.

Éramos una familia blanca

con sus pequeñas manchas

pero blanca.

Nunca se habló de raza en la familia

jamás oí la palabra mestizo la palabra mulato

mucho menos la palabra negro.

 

Hembras y varones escogieron libremente sus parejas

jamás hubo una orden al respecto

nadie arregló un casorio

pero todos se casaron con blancos y blancas.

Estaba sobrentendido.

Había que adelantar la raza.

 

 

II

 

Y la familia se blanqueaba se blanqueaba se blanqueaba

hasta que el galleguito

pelado siempre al rape

llegó a la adolescencia y añoró una melena.

Un buen día regresó de la beca con un peinado afro

ante el escándalo de la familia.

Esto nos delata repetían.

Recibió duras reprimendas

algunos comentábamos con sorna

que se le había desatado la pasión

pero él exhibía orgulloso su espendrú.

 

Y la familia se blanqueaba se blanqueaba se blanqueaba

hasta que un día la niña rubia como su padre

la de ojos muy azules y luengas guedejas

la mejor muestra del blancor de la familia

la que exhibían como estandarte

notó que sus bucles se hacían rebeldes.

 

Solo las negras de la cuartería

con su peine caliente y sus tenazas

pudieron desde entonces alisar su cabello.

 

Eran los bisnietos y tataranietos del abuelo Jacinto.

Así de fuerte era el negro africano.

Le había salido la maldición a la familia.

 

 

III

 

Todas las guerras

de todo los bandos

contra ese descalabro de la humanidad.

 

Guerra fría contra la mezcolanza de las razas

contra esa oscuridad que solo trae rezagos

y trata de imponerse frente al mundo blanco.

Guerra fría contra la ignominiosa interracialidad.

 

Guerra caliente de peines y tenazas contra el pelo malo

a riesgo de quemadas   afecciones letales   pérdidas del cabello.

 

Guerra química contra el pelo malo.

Días y noches en los laboratorios mezclando y combinando

buscando las fórmulas para un desriz que alise

que imite el cabello de los blancos.

 

Inversiones enormes para lograr productos prodigiosos

para que todo sea civilizado

para acabar definitivamente con el pelo malo.

 

Guerra económica contra el bolsillo de los negros

productos casi mágicos

peines   tenazas    artefactos electrónicos

cursos de gran estilo    de alta gama    contra el pelo malo.

Sofisticadas peluquerías para el pelo malo.

La queratina milagrosa contra la maldición.

Todo costoso y sumamente caro para el bolsillo de los negros

porque hay que envenenar al pelo malo.

 

 

IV

 

Mi padre iba a casarse con Blanquita

la niña bien tan blanca como él    decía su madre.

Pero mi padre se enamoró de Julia Rosa

la más morena de los diez nietos de Jacinto

a la que con todo cariño llamaban La Negra.

 

Muy pocas veces visité a mi abuela blanca

solo yo acompañaba a mi padre algún triste domingo.

No tuve tiempo de quererla.

Jamás mi madre y mis hermanas visitaron su casa.

Ella jamás nos visitó.

 

Algunos de mis tíos paternos

fueron amables y cercanos

y sus hijos nuestros primos queridos

pero las tías hembras eran demasiado blancas.

Nunca las visitamos.

Nunca nos visitaron.

No tuvimos tiempo de quererlas.

Mi padre había atrasado la raza

y eso era imperdonable.

 

Casi en su lecho de muerte,

en un hospital del Mayarí

rodeábamos a mi padre

mi madre mis hermanas y yo

cuando llegaron las hermanas blancas.

Nos saludamos con la cortesía que se saludan los extraños.

Agradecíamos que vinieran a despedirse de mi padre

que tanto añoraba a su familia.

Vi el brillo de sus ojos cuando las vio entrar.

 

Nos miraban sin discreción alguna

nos examinaban sin pudor.

Éramos el cuerpo del delito

La mácula en su estado inclemente

La maldición que había que increpar.

 

Pensé que sacarían una cruz de madera para reprendernos

o cruzarían sus dedos ante nuestros diabólicos rostros.

 

Entonces una de ellas consultó a la otra en voz muy baja

y finalmente   como si hubiera sido la única intención de su visita

señalando a mi hermana de piel más blanca

ignorando su tinte rubio

y el perfecto desriz que alisaba su pelo

dieron su veredicto

—esta es la única que salió a nosotras.

 

 

V

 

Tiran de mí por ambos lados.

De una parte los que quieren adelantar la raza.

De la otra los que no quieren que retrasen la raza.

Y siento el mismo miedo

ese miedo ancestral que carcome a ambas partes

el cepo  el latigazo   el hambre   el bocabajo

el destierro  el  desgaire    la orfandad

el no saber ser libre

 

 

VI

 

Aquí estoy

bien atado

de pies y manos

soportando

esperando

que mi cuerpo y sus cuerpos

de un lado y otro

vayan consiguiendo

su mismo y único color.

 

 

VII

 

Si me pelo al rape

pareceré blanco.

Si me paso el peine caliente

pareceré blanca.

Si me afeito la cabeza

pareceré blanco.

Si me recojo el pelo y me pongo una pamela ancha

pareceré blanca.

Si me pelo muy corto

antes de que mi pelo comience a rizarse

tendré pelo enano, como decía mi tío,

y pareceré blanco.

Si me desrizo

pareceré blanca

Si me pongo un pañuelo de pirata

pareceré blanco.

Si me tiño de rubio

pareceré blanca.

Si duermo con una media en la cabeza

pareceré blanco.

Si me hago la queratina

pareceré blanca.

Si me hago la queratina

pareceré blanco.

 

Pareceré.

¿Pareceré?

 

 

 

 

NUNCA PUDE ESCRIBIR UN POEMA A ESTA CIUDAD

 

I

 

solo yo veo el ave que en la Plaza Mayor intenta

alzar el vuelo

solo yo veo el adoquín sobre sus alas

la roca empecinada encima de su pecho

 

una piedra que pisan los que suben en las escaleras mecánicas del Corte Inglés, en los

ascensores del Madrid de los Austria, en los rolls royce que trepan los puertos hacia la

Granja de San Ildefonso, en los decibeles de la Joy Eslava, en los aviones que remontan los

cielos de Barajas

en todo lo que sube…

 

 

II

 

solo yo veo cuando vuela bajo

los gitanos anuncian sus argollas baratas

los moros sus alfombras

los mexicas su plata

los hindúes su incienso

y los turcos su sésamo

y los chinos sus bálsamos

los negros sus collares

y los incas su quena

y el ave de la plaza vuela en su flébil pena

 

 

III

 

viene volando bajo

desciende al metro y halla

aquel aliento maternal de la tierra

se refugia en su seno

se esconde acurrucado en su regazo

en sus entrañas

 

pero los trenes siempre se detienen, los túneles se acaban, las portadas se cierran, la piedra

terca pesa, aprisiona sus alas pisoteadas, y busca un asidero, una corriente, un río, un torbellino,

una luz que lo ice

 

 

IV

 

solo el agua le ampara

nunca la turbia holganza del Manzanares

nunca la parca lluvia del cielo de Castilla

solo el agua vulgar que sale de sus grifos

inédita fragante

como del mismo manantial de Clío

 

 

V

 

la empozaba en el cuenco de sus manos

para ver su bonanza

salpicaba sus alas

bebía para olvidar

se embriagaba

 

 

VI

 

el olvido

la abulia

el agobio

la ausencia

hartos del agua lucia

se empañaban

 

 

VII

 

la humildad de los grifos era un bálsamo

un elixir capaz de coronarle

rey del agua común

y Dios de las bañeras

 

 

 

VIII

 

ileso

inmaculado

inmune a los ensalmos y ficciones

dueño del agua noble

el ave se curaba

 

 

IX

 

nunca pude escribir un poema a esta ciudad

solo el ave podía dedicarme sus rémoras

nunca pude decirle mi casa es alta y está abierta

desde aquí se ve el mar

allá se yergue el valle

este río murmura y aquel trina

 

 

X

 

sonaban los teléfonos

herían

había frío en los guantes

las bufandas

los chales

 

aquí tampoco el ave viviría

 

 

XI

 

abandoné mi casa

me fui a vivir con él bajo la piedra

viajamos en los trenes de la mañana y del

atardecer

y en los que buscan el final de la noche

 

 

XII

 

y compramos argollas para el cante

sésamo para el hambre

collares para el rito

alfombras para el frío

bálsamos para el tedio

incienso para el miedo

plata para la calma

la quena para el alma

 

 

XIII

 

yo intentaba vivir con él bajo la piedra

soportar las pisadas de los giris

la mueca del que sube

el desdén del señor

 

 

XVII

 

pero los trenes se detienen siempre, los túneles se acaban en un punto donde no empieza

nada y la música calla, y confiere al silencio, al ruido, la mansedumbre ambigua de su espejo

 

 

XIV

 

El ave renegaba de mi sombra

mi ambrosía solidaria era un bochorno

no soportaba mi traición inútil

 

 

XV

 

dejé la piedra

mi filantropía

abandoné mi estigma

deje al ave en su celda

y me fui libre

 

 

XVI

 

nunca pude escribir aquel poema

en aquella ciudad

a esa ciudad

 

como el esclavo que ha comprado su suerte

¿qué puedo hacer con ella?

¿estoy libre de qué?

¿salvo de qué?

 

Alfredo Zaldívar (Holguín, Cuba, 1956). Reside en Matanzas. Es poeta y editor. Incursiona en la narrativa, el ensayo, la crítica literaria y de arte. Premi ... LEER MÁS DEL AUTOR