Ni el polvo
-Poemas del libro “Los nombres propios” (Editorial Costa Rica, 2024)
TODO CAE
Un trozo de papel,
un poco de pan,
una gota de agua: todo
cae de la mesa —y parece que cae porque sí,
porque ya era hora.
Nada ni nadie los ha llevado
visiblemente al borde,
hacia el vacío. Todo está derecho y nivelado.
Pero las cosas caen: el papel,
el pan, el agua, se mueven
hacia el abismo. Rehúsan
la superficie limpia de la mesa
y caen, como instigados
por una sombra o un fantasma.
Todo cae.
No solo el papel,
el pan
y el agua. No solo
la plenitud y la loza.
Todo se mueve
como si soplara el viento
desde una herida.
NO TENDRÉ HIJOS
No es un gran problema
ni algo que contenga
una gran tristeza —pero cuando
una verdad aúlla así,
sin excesos, sin desesperación,
solo para desacomodar
la noche, se podría pensar
que el dolor oculta parte
de su forma. Casi todo
su rostro bajo un abrigo,
bajo una manta. Quizás sea
la razón por la cual
no tener hijos y enfermar
y desvanecerse
recuerde una gran cosecha
de hielo —vagón tras vagón
de frío embarcado hacia
hospitales y cementerios.
Podría decirse
que semejante fortuna congelada,
a esta hora, me ha vuelto
un hombre más a merced
de lo que jamás hará.
EL PERRO
El perro muerto
durante la construcción
del puente, del viaducto,
—por atropello, por hambre,
por olvido—
ha de ser levantado
por un capataz
y un par de trabajadores del acero
y depositado en las bases,
bajo el asfalto.
Será el perro
anónimo de la arena
y el adobe. Todos lo visitarán
(ignorando que lo hacen)
al ir a sus trabajos, a sus citas,
con una ofrenda de premura.
No sabrán que
son los ojos muertos
de este perro
los que mantienen en su lugar
a la autopista.
EL VACÍO
Saco los últimos
comestibles del refrigerador:
una cebolla,
un plato con sobras
y una pieza de jamón
que más bien parece
una vieja fotografía
en la que vos
y yo estamos juntos.
No queda mucho más.
El refrigerador
no es una cosa
en la que uno pone
cualquier cosa. Es
como el corazón:
una vez que se queda
sin nada, pues se queda
sin nada. Los últimos
víveres, pues son
los últimos. Pero quizás
guardar ahí, después de todo,
una foto de nosotros sea una justa
ceremonia. Un ritual
a los temporales alimentos.
Dejaré conectado
el refrigerador
para que conserve
la frescura del vacío.
NI EL POLVO
Pedime
cualquier cosa
y te diré que no.
Para vos,
ni el polvo. Tengo poco
y no te pertenece:
ante tu boca o tus dedos
cada cosa que tengo
ha de irse a los armarios
—cada cosa que tengo
es un cachorro asustado
que corre si te escucha
porque yo lo digo. Y digo no.
¿Necesitás una aspirina? No.
¿Querés sopa, café, palabras? No.
Nos fallamos. Te fallé.
Y en el futuro
mi atención estará en fallarte
todavía más.