Alfredo Cardona Peña

Réplica de la poesía

 

 

 

LAS CASAS

En Juchitán las casas no tienen sueño,
son como viejos troncos hundidos en el tiempo.
Las salas tienen grandes espejos y miradas,
lutos, fotografías de mujeres solemnes
que sonríen entre maravillosos velos y azahares.
Los roperos se cierran como las puertas de las iglesias,
guardando los manteles, el oro y el silencio.
La caoba del mueble,
la anchura de los muros, aquellos cuartos
hechos para morir hermosamente,
dan a las casas un fervor antiguo, una presencia
de sutiles aromas.
No hay relojes.  Acaso las hamacas
un péndulo suscitan, junto al ocio
de las horas calientes, pero el tiempo
ha quedado dormido como un buey a la sombra.
A un lado se ve el patio, el agua y lo silvestre.
Y por toda la casa, como un duende bellísimo,
canta el alcaraván de la leyenda.
De noche, junto al sueño, en la tiniebla
de las casas profundas, escuchamos el viento.
Lejos, lejos los perros ladran.  Y sentimos
caer en nuestras almas todo el peso nocturno.

 

 

NOCTURNO

Siempre he deseado perderme en la noche de los puertos,
en donde las mujeres coleccionan ocasos,
en donde todo se balancea como las gaviotas.
En compañía del muchacho, que vino de Singapur
entraría en la Taberna del Oso Marino.
Ahí estaría el viejo Gluck con su pierna de palo,
El bribón de San Telmo y el golfo de Simbad.
Bebería con ellos largamente.
Las grandes arañas del calor moverían sus brazos-
Gluck, sonriendo,
mostraría un mapa con Eolos soplando
y contaría la historia del cofre de diamantes.
Después, en esos hoteles de los puertos
que gimen en la noche como los heridos de Trafalgar,
me acostaría en la niebla como un barco,
me acostaría a amar hermosamente.

 

 

RÉPLICA A LA POESÍA

tenía en la mano una piedra ardiendo,
y la aplicó sobre mi boca
Isaías

Quiero comenzar condenando mis renglones escrupulosos,
vengándome de la poesía manchada de pureza
como una doncella en la primera comunión de su sangre;
algo se opone en mí a lo demasiado inteligible,
he dado claridad a lo que debe sumergirse
en las aguas delirantes de las especies,
donde flotan los primeros movimientos del corazón en membranas de vidrio
y se llora ante el nacimiento de los párpados de la aurora;
quiero hundirme en las armas invisibles del lenguaje,
poseer la fuerza que únicamente se alcanza
con la visión que arde en el interior de los símbolos;
abrir las palabras con un cuchillo afilado en la tormenta,
extraer de sus cuerpos la luz que perdieron,
la música que olvidaron,
volver a producir con ellas la lluvia, el agua, los colores;
soplar sobre un hermoso verbo circular del que salieran plumas de fuego,
visitar a mi amada bajo la tierra,
besar la descomposición de sus labios hechos raíces,
construir con ellos una habitación luminosa;
quiero bajar a lo más impenetrable de la materia disgregada,
pintar las cuevas del silencio con bisontes y demonios,
y luego comunicar a la rosa celeste de los cielos
lo que ocurre a sus espaldas cuando se embriagan los centinelas del paraíso:
algo sometido a lavas destructoras y terribles
como en la noche de amor de dos gatos leprosos,
como un anciano atravesando el pensamiento de una niña,
como una hermana apasionadamente enamorada de su hermana;
crímenes deslumbrantes, parecidos a las llamas que salen
de las cabelleras poseídas y del relincho del caballo
y quienes le sacaran los ojos con el acero de la locura;
para los culpables no es nada, simplemente una satisfacción prometida;
pero ay de los crisantemos y los sauces,
ay del señor que colecciona paraguas y fantasmas,
y de la señorita ya madura que reza mientras se baña,
y de los jueces que miden los actos con el rasero de sus lenguas.
Hice muchos versos parecidos a la barbita de los ángeles,
versos con abanicos, versos con crema,
versos con guantes hermanos de los cisnes-primos-de-los-lirios
untados de tocador agradable y luna de limón;
luego practiqué los llamados versos comprometidos,
versos con sangre falsa tomada de las paredes,
versos con gritos imitando a los hambrientos,
ignorando que los hambrientos no hacen ruido,
llenos de sí mismos, vasos resplandecientes en el humo de su humanidad;
después asistí a la misa de tres clásicos de las rimas,
oficiada con labrados incensarios sonoros,
cantada en una lengua extraña a los buenos días del campesino,
con mucha gente porque era misa importante,
llena de innumerables concesiones plenarias,
sancionada con la presencia del primer tambor de la academia
y del excelentísimo doctor en imágenes prefabricadas
y otros notables caballeros que gustan de las sutilidades de la perla,
dejé constancia del alma con la calma y de la ilusión de la razón,
di más importancia al esqueleto que al rubor de la mejilla,
atormentado por la duda de quitar o poner una de esas pestañas
que separan a las palabras para hacer una pausa,
cuando lo importante es la mancha total y arrebatadora,
lo bello es la mariposa que se detiene a descansar
en la nariz absolutamente amorosa de una vaca,
la sorpresa es el asco del acostumbrado a los perfumes,
cuando siente la emanación indecible y pacífica que sale de los establos.
lo definitivo la explosión de los tuberculosos en la miseria,
y no la risita del comején envidioso y estéril,
risita de la comadreja que se come el honor del prójimo con una lechuga,
risita del que viene a cobrar la renta del tugurio;
hago con todo eso un fardo de restos humanos y lo tiro
donde nadie lo vea, como después de una catástrofe,
y me limpio las manos con el ácido corrosivo de la pasión
renacida de sus propias cenizas
con el filtro poderoso de la sinceridad cuando se desnuda
ante los ojos vestidos de verde;
pisoteo la solemnidad alcanforada de las ocas,
adorno con desperdicios y cueros sucios la tienda de los hipócritas,
lo agradable y bonito que gusta de los idiotas
de la ciudad ataviada para los bailes de caridad;
nada valen,
como no sea lo que se ofrece por acostarse con una fuente pública.
Ay de mí, ay de mí,
dejé de creer en el crepúsculo rosa y en la utilidad de las estaciones,
quisiera tener en mi jardín a un minotauro que se alimentase con la hora del ángelus,
y a un niñito antes de nacer en una pecera con burbujas,
y a la camiseta de silvestre revueltas colgada de un alambre estereofónico;
ya no me atraen los sonidos amablemente exquisitos
de los instrumentos de labranza poético-musicales,
ya no creo en la gioconda ni en la colección de abstracciones;
prefiero un sapo tullido a una elefante codorniz,
voy a hacer poemas para que sean apaleados,
expulsados de la ciudad como ratas inmundas;
voy a escribir poemas descompuestos, llenos de granos en las manos,
capaces de levantar el clamor de las goteras cívicas;
esos poemas existen, viven ocultos,
se llevan debajo de los trajes
como dos utensilios rotundos
en tal forma situados,
que aunque nos bañemos en las piscinas nadie los nota;
será tal vez la inconformidad, el desprecio, la ira,
será tal vez que me cansé de dar vueltas al manubrio
para que bailen los miquitos en la esquina del oprobio,
y me tiren monedas desde los  balcones donde acaba de estrenarse un adulterio,
frente a la plaza de las cotizaciones y los lauros;
pero afirmo que en todo caso no servirán de nada,
ay de mí, ay de mí,
serán tirados como trapos con sangre,
o como los productos del amor antes de tiempo;
no servirán de nada,
como no sea para rascarnos el alma, esa pordiosera
esperando la visita de su capataz
que llega a visitarla por las noches disfrazado de fascinación;
no servirán de nada,
como no sea para sacarnos con un alfiler pedacitos del ser,
como hace el viejo gordo con un palillo de dientes
después de  comer carne de puerco;
ay de mí,
me pondrán dentro de una empalizada de perros rabiosos,
me señalarán con el índice que ellos usan para las tumbas,
me lanzarán saliva hirviendo con alquitrán,
me dejarán caer en un pozo amarrado de los labios,
me tratarán como a un negro en un cabaret de pelucas azules,
y todo porque mis versos no sirven,
no dicen lo que enamora a los floripondios debajo de la luna,
no nacieron para ser aplaudidos como el líder de sus intervenciones de gala;
ay de mí, no servirán de nada,
como no sea para cortarnos el sueño con la navaja de van goh,
y oír el ruido que hacen los piojos cuando se aplastan con las uñas,
y descubrir por la rendija que sirve de pasadizo
a los miedos de la noche y a las acechanzas del día,
la aullante, la terrible, la inconmensurable realidad de ser hombres.

 

Alfredo Cardona Peña Poeta, narrador y escritor de ciencia ficción. Nació en San José de Costa Rica en el año 1917 y murió en el año 1995 en Ciudad de Méx ... LEER MÁS DEL AUTOR