Datos para una elegía
Datos para una elegía
Milton era ciego, Cervantes manco.
Christopher Marlowe, antes de los treinta años,
fue apuñaleado de muerte en una riña de bar.
Aparentemente el cuchillo iba dirigido a uno de
/sus ojos.
¿Qué se supone deberíamos pensar al respecto? Nada.
Una gorda inmensa nada.
Thomas Wentworth Higginson, un ignorante de
/siete leguas,
llamó al poema de Whitman Hojas de Hierba, un
/libro inmoral
que no llegaba a los pies de la obra divina de
/Emily Dickinson.
Poe murió loco, delirando en un albañal de
/Baltimore.
Tuvo, además, la mala suerte de escoger a
/Rufus Griswold como su agente literario.
El mismo que lo despreció y dedicó muchos años
/a destruir su reputación.
Pobre Poe.
Tan mala suerte tuvo que su tumba fue destrozada
/por un tren descarrilado.
Vos nunca te graduaste de maestro, porque siempre
/estuviste dedicado
a convertir el mundo en un lugar seguro para la
democracia,
y llenándote la cabeza de información inútil.
Cuando Poe murió y se invitó a todos los
/intelectuales a sus funerales,
Nadie, excepto Whitman, asistió.
Longfellow, Oliver Wendell Holmes,
y todos los de entonces, se quedaron en casa.
Otro que estuvo, aunque en espíritu fue Mallarmé,
que escribió el soneto Le Tombeau d’ Edgar Poe.
¿Qué se supone deberíamos pensar al respecto?
Nada.
Absolutamente nada.
Epocalipsis
Estoy harto de la marihuana y el alcohol, del éxtasis y la
anfetamina, del ácido lisérgico
y la caspa del diablo, de la telebasura:
partera del terror y del error que borra
el esplendor del mundo.
Harto, muy harto de todos los medios del diario consumo.
Harto del orden con que se encubre la mugre
y la verdad con que se disfraza la mentira.
He bebido en tu boca los jugos de la sombra y leído en
tus manos los signos del desastre.
Estoy harto de la belleza moderna, del silicón con que
reviste su esqueleto.
Harto del mundo cada vez más inmundo, de sus profetas
y ministros, del dios que sólo cabe en sus carteras.
Harto del pasado, del presente y el futuro, ese puente
falso lleno de trampas.
Harto del miedo y la valentía, de las buenas y malas
palabras.
La vida igual que mi computadora está amenazada por
los virus modernos,
de todo el maleficio de los mercados negros.
Dios, dios de los vivos, yo estoy muerto,
porque no quiero nada, nada que
no sea como el mar, donde toda soledad
es el más caro dominio.
Ni la gloria, ni la fama, ni la tarjeta de oro del banco,
fundado —como todos—, con instinto criminal.
Harto de la política y los políticos, de la moral que
enmascara el rostro de la envidia.
Harto de mí mismo que se plagia así mismo
y repite y repite la misma
letanía que este mundo infame me hace repetir
como un reloj demente la hora de siempre.
Harto de los médicos que saben todo sobre la muerte pero
nada de la vida,
de sus juicios de dioses implacables, de su ciencia
enemiga de milagros.
De los lavados de cerebro, los choques eléctricos
y las ondas invisibles que alteran nuestro cerebro
sin que nos demos cuenta.
Harto de la Historia y sus tumbas de siempre, de los
héroes y los
salvadores que fundan a su paso nuevos campos
de concentración.
¿No es una estupidez aprender lo que luego tenemos que
olvidar?
Estoy cansado, muy cansado del vecino, a quien no
puedo amar porque no da signos de trascender la tensión,
el miedo y la violencia de su religión.
Cansado del abismo cada vez más hondo
entre pobres y ricos.
Harto del horror de las tardes sin ducha, porque el agua
no tiene presión,
de los atascos de viernes a domingo,
de la suciedad que el viento arrincona en las esquinas,
de los gatos y los perros
que se ocultan en las sombras de la noche.
He visto cosas que nadie creería: un leopardo en la cola
de un cometa, naves
atacando más allá de Orión, rayos
y centellas cayendo sobre las torres de Tannhäuser.
Sin amor se hace el amor en estos días, sin seso el sexo,
ni poesía.
Estoy harto, muy harto del progreso que aniquila
el último verdor y la única verdad.
Harto, muy harto de saberme asido a la punta de la última
rama y presentir
el golpe, la caída mortal.
Evasión
Mientras el tiempo pasa y nosotros con él, vigilo cuando
duermes que el fuego no se apague.
La primavera florece, después de tanta espera.
La aguja de Dios baila en el cerebro del gallo solitario.
Con su canto, saltas de la cama, y la guerra comienza.
Antes que el último de los árboles sea talado y el pobre
polvo domesticado, tú que vienes del caos,
enciende un astro nuevo y hazlo danzar sobre la arena.
Ajeno a los regateos de un poder que siempre te fue
ajeno, escribe lo que ves, hasta hacer de tu virtud
tu propia catástrofe.
Con negros dedos la justicia se frota sus cansados ojos.
Un viento negro sopla en la oficina donde el genio pasó
la noche elogiando las riquezas del banquero
y ofreciendo sus servicios.
Como una gata entró la luna por la ventana,
sigilosa y deshonesta;
mientras dormías un rayo iluminó tu cuerpo.
Temeroso de tus propios pensamientos, callas y escuchas
en el silencio de la noche el aullido de un perro.
¿No es el mismo aullido del perro de otra noche?
El pensamiento retrocede hasta los confines de la infancia
más lejana, es el mismo perro que aúlla espantando
el alma de aquél que ha muerto y aún se cree vivo.
En la oscuridad el tiempo pesa más.
¿Qué ojo no ha sido oscurecido en el crepúsculo?
Indulgencia plenaria para todos ha decretado el
humildísimo arcipreste,
ahora convertido en sosia de Dios aquí en la tierra.
Palabras y sonidos, puentes entre las cosas que han
estado eternamente aparte.
Dentro de la ballena, en su oscuro vientre, trazas con un
palo marcas y cifras del bien y el mal.
Decir que Dios ha muerto es reafirmar su existencia.
En su tumba no queda nada que no sean los lobos
que aúllan a la muerte.
Un festival de santas memorias y servicios divinos va
dejando a su paso el rey de los payasos de este reino,
donde todo es negocio y regateo.
¿No es inaudito que el más santo de los hombres
ya no crea en Dios?
Hay que vencer el miedo y conquistarlo,
contemplar el abismo en el abismo.
El espíritu se inflama, crece el vigor a través de la herida.
Deja aquí, por eso y para siempre, una página en blanco,
Un espacio sin límites, donde puedas hundirte,
de una vez y para siempre, en el sueño,
la evasión suprema de tu fe en la poesía.
Sustancia
Palabras. Muchas palabras saliendo de la boca.
Palabras vanas.
Al final la sustancia se queda pegada tras la lengua.
O tras el alma.
Nieve. Dos cuervos en una rama. Dos palabras
negras en la primera línea de la página en blanco.
Oscuridad y claridad. El sí abrazado en su no.
Equilibrio entre dos mundos diferentes.
Adentro y afuera. Lo impuro en su pureza. Mal y bien.
En el naufragio de lo singular, lo numeroso y plural.
Palabras. Palabras vanas. ¿Dónde está la sustancia?
No hay escritura sin riesgo.
Hacia el olvido caminas. Envilecida. Aclamada.
Sustancia. Ahora en la manía incontrolable de los puntos.
Borrosa imagen de la tierra prometida,
que ayuda al hombre solo a cruzar el desierto.
Ese constante esfuerzo de renovar el ser.
Maestro de la coma. Minimalista de la inmensidad.
Atormentado por la ambición de poner un libro dentro
de una página, una página dentro de una frase
y la frase en una sola palabra se te fue la vida, sin hallar
la sustancia.
La sustancia Dios mío, ¿dónde está la sustancia?
Rimbaud
Ha regresado. Por fin ha regresado, dicen aquellos
que un día lo imaginaron bronceado por el sol
de las playas y los climas de otro tiempo.
Ha regresado dicen, ha regresado después de haber
vencido fieras salvajes
y fumado cigarrillos exóticos y bebido licores ardientes
como metales en fundición.
Ha regresado, anuncian aquellos que un día lo vieron
partir, ha regresado
poniendo así fin a una ausencia que duró veinte años
y ya no se parece al que se fue.
No con el ideal con que partió: piel roja, miembros
de boxeador. Ha regresado no con el cinturón
forrado de oro y piedras preciosas
que despertarían la envidia de amigos y enemigos.
No han acudido a su encuentro las mujeres que un día
le prodigaron cuidados reservados a lisiados de guerra
o de amantes subyugadas por el codicioso
resplandor de su mirada.
Ha regresado dicen, con la irónica sonrisa dedicada
a los eternos fracasados. Ha regresado.
Ha regresado dicen. Qué decepción, enfermo y viejo,
sin teléfono móvil ni tarjeta de crédito
¿Qué duda cabe que estuvo en el infierno?