

Presentamos tres textos claves del emblemático poeta nicaragüense.
Alfonso Cortés
La paz del sol
Yo soy el vino; el hombre es la simiente.
Subamos tierra adentro entre los ramos
de un inmutable Domingo de ramos
para abrigar a Dios eternamente.
Hoy se ha puesto mi tierra en el poniente
del marco de mi ser y prolongamos
una tarde sin horas en que estamos
cara a la eternidad del fuego ardiente.
En vano es escribir, pues no se escribe,
y lo único que pueden nuestros seres
es dictarle al amor lo que él concibe.
Basta de un buen silencio y bien del habla
cualquier cosa es así: como la quieres
y Dios es náufrago de nuestra propia tabla.
Almas sucias
Abro para el silencio la inercia de la fluida
distancia, que no vemos, entre una y otra vida
y tras la cual las cosas que miramos, observan…
Yo elevaré las vastas esencias que conservan
su secreto de sueños dentro del pecho enorme,
que dentro de mí tienen una idea conforme,
y uniré los detalles de Forma, Luz y Acento
que unifica la pálida lejanía del viento;
porque bajo, entre y sobre los cielos, la distancia
de que os hablo, es la Idea que pone la fragancia
de unidas relaciones sutiles, como losas,
un silencio, ¡una inercia del alma de las cosas!
La canción del espacio
¡La distancia que hay de aquí a
una estrella que nunca ha existido
porque Dios no ha alcanzado a
pellizcar tan lejos la piel de la
noche! Y pensar que todavía creamos
que es más grande o más
útil la paz mundial que la paz
de un solo salvaje…
Este afán de relatividad de
nuestra vida contemporánea —es
lo que da al espacio una importancia
que sólo está en nosotros—,
y quién sabe hasta cuándo aprenderemos
a vivir como los astros—
libres en medio de lo que es sin fin
y sin que nadie nos alimente.
La tierra no conoce los caminos
por donde a diario anda —y
más bien esos caminos son la
conciencia de la tierra… —Pero si
no es así, permítaseme hacer una
pregunta: —¿Tiempo, dónde estamos
tú y yo, yo que vivo en ti y
tú que no existes?