Alberto Caeiro

O Guardador de Rebanhos (VIII)

 

(Traducción al español de Mario Bojórquez)

 

 

VIII

 

En un mediodía de fin de Primavera

Tuve un sueño como una fotografía.

Vi a Jesús Cristo bajar a la tierra.

 

Vino por la costa de un monte

Otra vez niño,

Corriendo y arrastrándose en la hierba

Y arrancando flores para lanzarlas

Y riéndose de modo que pudiera oírse desde lejos.

 

Había huido del cielo.

Era demasiado como nosotros para fingir

De segunda persona de la Trinidad.

En el cielo todo era falso, todo discordante

con las flores y los árboles y las piedras.

En el cielo tenía que estar todo el tiempo serio

Y de vez en cuando volverse otra vez hombre

Y subir a la cruz, y estar siempre muriendo

Con una corona ornada toda de espinas

Y los pies atravesados por un clavo con cabeza,

Y hasta con un trapo que le rodeaba la cintura

Como los negros de las ilustraciones.

Ni siquiera lo dejaban tener padre y madre

Como los otros niños.

Su padre era dos personas—

Un viejo llamado José, que era carpintero,

Y que no era su padre;

Y el otro padre era una paloma estúpida,

La única paloma fea del mundo

Porque no era del mundo ni era paloma.

Y su madre no había amado antes de tenerlo.

No era una mujer: era una maleta

En la que él había venido del cielo.

Y querían que él, que sólo naciera de la madre,

Y nunca tuviera un padre para amarlo con respeto,

¡Predicara la bondad y la justicia!

 

Un día que Dios estaba durmiendo

Y el Espíritu Santo andaba volando,

Fue a la caja de los milagros y se robó tres.

Con el primero hizo que nadie supiera que se había fugado.

Con el segundo se volvió eternamente humano y niño.

Con el tercero creó un Cristo eternamente en la cruz

Y lo dejó clavado en la cruz que hay en el cielo

Y sirve de modelo a las otras.

Después huyó hacia el Sol

Y bajó por el primer rayo que encontró.

Hoy vive en mi aldea conmigo.

Es un niño bonito de risa natural.

Se limpia la nariz con el brazo derecho,

Chapotea en las pozas de agua,

Recoge las flores las disfruta y las olvida.

Le tira piedras a los burros,

Roba la fruta de las huertas

Y huye llorando y gritando de los perros.

Y, porque sabe que a ellas no les gusta

Y porque toda la gente lo encuentra gracioso,

Corre detrás de las muchachas

Que van en grupos por los caminos

Con los cántaros en la cabeza

Y les levanta las faldas.

 

A mí me enseñó todo.

me enseñó a mirar las cosas.

Me explicó todas las cosas que hay en las flores.

Me mostró como las piedras son graciosas

Cuando la gente las toma en la mano

y las mira despacio.

 

Me habló muy mal de Dios.

 

Me dijo que él es un viejo estúpido y enfermo,

A toda hora escupiendo en el piso

Y diciendo maldiciones.

La virgen María pasa las tardes haciéndose tonta.

Y el Espíritu Santo se rasca con el pico

Y se acurruca en las sillas y las caga.

Todo en el Cielo es estúpido como la Iglesia Católica.

Me dijo que Dios no sabe nada

De las cosas que creó

-“Si es que él las creó, lo cual dudo”-

“Él dice, por ejemplo, que los seres cantan a su gloria,

Pero los seres no cantan nada,

Si cantasen fueran cantores.

Los seres existen nada más,

Y por eso se llaman seres.”

Y después, cansado de hablar mal de Dios,

El Niño Jesús se adormece en mis brazos

Y yo lo llevo en brazos adentro de la casa.

 

………………………….

 

Él vive conmigo en mi casa en medio de un otero.

Él es el Eterno Niño, el dios que faltaba.

Él es el humano que es natural,

Él es el divino que sonríe y que juega.

Y por eso es que yo sé con absoluta certeza

Que él es el Niño Jesús verdadero.

 

Es el niño tan humano que es divino

Es ésta mi cotidiana vida de poeta.

Y es porque él anda siempre conmigo que yo soy poeta siempre.

Y que una mínima mirada mía

Me llena de sensaciones,

Y el más pequeño sonido, sea de lo que fuera,

Parece hablar conmigo.

 

El Niño Nuevo que habita donde vivo

Me da una mano a mí

Y la otra a todo lo que existe

Y así vamos los tres por los caminos que hubiera,

Saltando y cantando y riendo

Y gozando nuestro secreto común

Que es el de saber por todas partes

Que no hay misterio en el mundo

Y que todo vale la pena.

 

El Niño Eterno me acompaña siempre.

La dirección de mi mirada es su dedo apuntando.

Mi oído atento alegremente a todos los sonidos

Son las cosquillas que él me hace, jugando, en las orejas.

 

Nos llevamos tan bien el uno con el otro

En la compañía de todo

Que nunca pensamos el uno en el otro,

Pero vivimos juntos y dos

Con un acuerdo íntimo

Como la mano derecha y la izquierda.

 

Al anochecer jugamos a las cinco piedritas

En el escalón de la puerta de la casa,

Graves como conviene a un dios y a un poeta,

Y como si cada piedra

Fuera todo un universo

Y por eso fuera un gran peligro para ella

Dejarla caer en el suelo.

 

Después yo le cuento historias de las cosas sólo de los hombres

Y él sonríe, porque todo es increíble.

Ríe de los reyes y de los que no son reyes,

Y siente pena de oír hablar de las guerras,

Y de los comercios, y de los navíos

Que quedan humo en el aire de los altos mares.

Porque él sabe que a todo eso le falta aquella verdad

Que una flor tiene al florecer

Y que anda con la luz del sol

Cambiando los montes y los valles

Y haciendo doler a los ojos de los muros encalados.

 

Después él se adormece y yo lo acuesto.

Lo llevo en brazos hacia dentro de la casa

Y lo acuesto, desnudándolo lentamente

Y como siguiendo un ritual muy limpio

Y todo materno hasta que queda desnudo.

 

Él duerme dentro de mi alma

Y a veces despierta de noche

Y juega con mis sueños.

Echa unos patas arriba,

Pone a unos encima de otros

Y bate las palmas solitario

Sonriéndole a mi sueño.

 

………………………………..

 

Cuando yo muera, hijito,

Sea yo el niño, el más pequeño.

Tómame en los brazos

Y llévame dentro de tu casa.

Desnuda mi ser cansado y humano

Y déjame en tu cama.

Y cuéntame historias, si acaso me despierto,

Para volverme a adormecer,

Y dame sueños tuyos para jugar

Hasta que llegue cualquier día

Que tú sabes cuál es.

 

………………………………

 

Esta es la historia de mi Niño Jesús.

¿Por cuál razón que se entienda

No ha de ser ella más verdadera

Que todo cuanto los filósofos piensan

Y todo lo que las religiones enseñan?

Alberto Caeiro (1889 – 1915). Nacido en Lisboa, fue la mayor parte de su vida un campesino casi sin estudios formales (solo cursó la instrucción primar ... LEER MÁS DEL AUTOR