O los areítos de la soledad
Por Javier Alvarado
Tierra se hará silencio,
Risa no harán los hombres para que me haga eterna,
Llanto no harán las piedras para que me haga arena
A.C.P.
Cierta vez cuando pregunté por Anacaona, la princesa indígena de las Antillas, me contaron que poseía el don de transmitir poesía e historias en los areitos a su pueblo. Toda la poesía de los taínos podía contenerse en la memoria de una mujer ahorcada por esas tantas injusticias que registra nuestra historia. ¿Dónde habrán quedado esas sagas, esos poemas, esas floraciones de la naturaleza sobre la ofrenda de las canoas? Lamentablemente esa conquista política y religiosa, en su deseo de dominar, conllevaba a la exterminación de los individuos, a su avasallamiento y a sepultar y destruir sus culturas y a robar la riqueza de los “babeques”, que significa tierras con oro. Poco ha sido lo que ha sobrevivido a nuestros días de esas tradiciones y en muchos casos, lo que sobrevive es de manera parcial o interpretada. Según los cronistas, el primer fuerte, levantado en esta isla se construyó gracias a los maderos de un galeón encallado. ¿cómo no remitirnos en Quisqueya-Ayti, a ese pasaje de Cien años de Soledad tan febril como la búsqueda del mar del sur o de la piedra filosofal:
Cuando despertaron, ya con el sol alto, se quedaron pasmados de fascinación. Frente a ellos, rodeado de helechos y palmeras, blanco y polvoriento en la silenciosa luz de la mañana, estaba un enorme galeón español. Ligeramente volteado a estribor, de su arboladura intacta colgaban las piltrafas escuálidas del velamen, entre jarcias adornadas de orquídeas.
…
El hallazgo del galeón, indicio de la proximidad del mar, quebrantó el ímpetu de José Arcadio Buendía. Consideraba como una burla de su travieso destino haber buscado el mar sin encontrarlo, al precio de sacrificios y penalidades sin cuento, y haberlo encontrado entonces sin buscarlo, atravesado en su camino como un obstáculo insalvable.”
Y aquí encontramos el mar Caribe que llega a mi Panamá y entra sigilosamente por el Canal encontrándose con el Pacífico, en ese chorro multiétnico que proviene de las Antillas. La República Dominicana ha llegado hasta mí a través de muchos referentes femeninos: las hermanas Mirabal, asesinadas y vivas aún en el pensamiento colectivo, Salomé Ureña de Henríquez, madre de la educación, Anaísa la de las siete vueltas y con una voz poética que llamó mi atención cuando sostuve entre mis manos una delgada edición de la poesía de Aida Cartagena Portalatin en una feria del libro dedicada a la literatura dominicana. Añoré tener más libros de ella y aun espero también por su Escalera para Electra. Bebí de aquella poesía y me transporté no sólo a la soledad de una mujer cuando está sola, también sopesé mi soledad de hombre, porque también un hombre puede estar solo, los poetas siempre estamos solos y es la poesía la que nos sigue convocando, con su ansia sorprendida.
Y seguimos celebrando la poesía sorprendida, a pocos meses del año del centenario de Aida Cartagena Portalatin, quien junto a los poetas Rafael Américo Henríquez, Manuel Llanes, Franklin Mieses Burgos, Manuel Valerio, Freddy Gatón Arce, Manuel Rueda, Mariano Lebrón Saviñón, Antonio Fernández Spencer y José Glass Mejía, conformaron este grupo y publicaron esta revista en plena dictadura trujillista, donde se tenía vedada la libertad de expresión, pero la poesía igual lleva esa impronta de las mariposas, su deseo de propagarse desde las metamorfosis del discurso, la crisálida del pensamiento y las alas multicolores del mensaje. El pensamiento ideológico soterrado en los versos y en los poemas y la permanencia de las publicaciones y el sentido de “estamos por una poesía nacional nutrida en lo universal, única forma de ser propia; con lo clásico de ayer, de hoy, de mañana, con la creación sin límites, sin fronteras y permanente; y con el mundo misterioso del hombre, universal, secreto, solitario e íntimo, creador siempre”, ha impactado enormemente en la historia y en el corpus de la literatura dominicana de todos los tiempos y hoy día es materia de estudio no sólo en la isla, sino a nivel del continente y de otras geografías.
Sorprende, otra vez el verbo y el adjetivo, la presencia femenina de Aida Cartagena Portalatín en este grupo. Su voz íntima y transgresora a la vez nos remite desde su primer libro Víspera del sueño, a una soledad y a una sombra que se dilataría aún en pleno sol del trópico con el tiempo:
Ausencia tuya nunca ha estado sola:
tu recuerdo es el pasaporte de mis viajes.
Si tu ausencia fuera la ausencia de los otros,
y te presintiera como estrella lejana, vacilante,
entonces, no sería tu ausencia la ausencia,
sería el dolor de la muerte.
…
Si tu ausencia no se hubiera eternizado,
como una luz o una sombra,
yo no estaría ausente.
En un continuo viaje iría hacia ti,
persiguiendo tu presencia.
En este primer libro, la autora persigue la ausencia del otro, la claroscura presencia de lo que se ama. Decía el poeta chileno Gonzalo Rojas, ¿qué se ama cuando se ama? Aida nos da los oximorons de la luz y la sombra, de la presencia y la ausencia, y la ausencia de ella en su vida y en sus versos, será su permanencia. En su segundo libro, Del sueño al mundo, la voz trasciende desde ese deseo de lo personal a trascender a lo universal. Vicente Huidobro accionaba: ¿Por qué cantáis a la rosa?, oh poetas. Hacedla florecer en el poema; mientras que la poeta peruana Blanca Varela apunta:
A rose is a rose
inmóvil devora luz
se abre obscenamente roja
es la detestable perfección
de lo efímero
infesta la poesía
con su arcaico perfume
La rosa, ese leiv motiv para las floraciones lúgubres y sentimentales en el Siglo de Oro español, en el Romanticismo, en el modernismo y en el posmodernismo y en las sucesivas vanguardias hasta nuestro presente, puede ser tomada desde el hastío hasta el acto de llorar su muerte, así como los caballos lloraron la muerte de Patroclo en el poema de Kavafis. Aida Cartagena Portalatín no sólo toma la rosa como un motivo para llorar, sino también el trasfondo es la insensabilizacion y la deshumanización:
Hombres no han llorado
Porque caen los hombres
Cómo llorar la muerte de una rosa?
Recordemos también el hermoso cuento de Oscar Wilde, donde el estudiante buscaba irremediablemente una rosa roja y el ruiseñor para cumplir la rogativa, entrega su corazón a la espina de la rosa, desangrándose hasta dar el color escarlata de las pasiones, para finalmente la rosa, quedar olvidada o confinada al olvido. La detestable o admirable perfección de lo efímero o de la permanencia, he aquí el dilema hamletiano del ser o no ser y hubiese sido interesante la discusión entre Aida Cartagena y Blanca Varela. En el mismo libro, en su poema Elegía Antillana, prosigue la alusión a las rosas:
Hay una cruz de mariposas blancas
En la acendrada soledad que traje desde Eva.
…
Hoy: estoy vuelta rosa de sal,
En el perfil de rosas
De mi rosal de islas.
La soledad, la fragilidad femenina, la vida, la muerte y la insularidad se reúnen en esta Elegía Antillana, como un ars poética. Si Virgilio Piñera, apuntó “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, Aída, en su libro Mi mundo el mar, nos habla de esa insularidad hermanada y desbordada desde si en una prosa poética con fuerza, desgarrada, siempre desde su condición de mujer:
Querer hermano del mar, Aída tiene un sueño de hermanos, silencio de sueños, como el pensamiento manso que puebla los contornos de los calamares.
Y más adelante, nuevamente, la condición de mujer en el mar:
Si esa mujer que hace fugas al mar, que le gritan las trenzas, que se hiere los ojos por romper tu piedra, … dolida en sus intentos, … se quedaría en el llanto de una espina de tierra.
Chiqui Vicioso, poeta y crítica y gran estudiosa de la obra de Aida Cartagena Portalatín, sostiene: “Es importante señalar que ambas corrientes, la de la llamada “poesía pura”, representada por la Poesía Sorprendida … y la del movimiento de la joven poesía o de poesía de posguerra, consideraron a Aida Cartagena Portalatin como la máxima exponente femenina de la poesía de su tiempo, y de todos los tiempos, aunque ninguna de las dos escuelas poéticas puso énfasis en su poesía negroide… donde ella abarca no sólo la realidad de los negros u negras de nuestra isla, sino también de la población negra en los Estados Unidos”. En nuestro Panamá, poetas como Gaspar Octavio Hernández, aborda el tema de la condición de negro:
Ni tez de nácar, ni cabellos de oro
veréis ornar de galas mi figura;
ni la luz del zafir, celeste y pura,
veréis que en mis pupilas atesoro.
Con piel tostada de atezado moro;
con ojos negros de fatal negrura,
del Ancón a la falda verde oscura
nací frente al Pacífico sonoro.
O Demetrio Korsi en su Incidente de Cumbia, donde relata la trágica historia de Chimbombó, que arrebatado de los celos mata a una mulata por irse con un amante gringo:
Húyese hacia el Cauca el negro bravío
y otra vez la cumbia trepidando está,
pero se dijera que no tiene el brío
de la vieja cumbia de Pancha Manchá…
Es que falta Meme, la ardiente mulata,
y es que falta el negro que al Cauca se huyó;
siempre habrá clientela y siempre habrá plata,
¡pero nunca otro hombre como Chimbombó!
O nuestro Rogelio Sinán con su Candombe:
Zamba, zambé, zarabanda!
¡Mi perro, la luna y tú!
¿Por qué te pones tan brava
cuando te llaman
Chombita del Curundú?
Estos autores abordan la temática negroide desde lo personal, hasta lo humorístico y lo trágico cómico. En una gran antología, publicada por Ediciones Era en México en 1976, realizada por José Luis González y Mónica Mansour, titulada Poesía Negra de América, loable esfuerzo antologador y de investigación, por República Dominicana, aparecen los nombres de Francisco Muñoz del Monte, Domingo Moreno Jimenes, Tomás Hernández Franco y Manuel del Cabral y resulta curiosa la omisión de Aida Cartagena Portalatín. Siempre las antologías resultarán incompletas. La mencionada Mónica Mansour, en su prólogo sostiene:
“La trata de negros -injusta y cruel- fue un elemento importante en la conformación de las sociedades americanas. No sólo en el aspecto económico, su única causa, sino igualmente o tal vez aún más en la formación de sus culturas.
…
Igualmente, variado fue el impacto de su cultura sobre la que se iría formando. No obstante, existe un elemento común: el aspecto cultural que más influyó sobre esas sociedades fue la música, y con ella la danza y la poesía.”
Otoño negro de Aida Cartagena Portalatín, es un poema antológico. Representa la defensa de la negritud desde cualquier punto de la esfera terrestre. La muerte de cuatro niñas negras en Alabama, encoge la sensibilidad de la poeta quisqueyana:
¡Hasta la muerte llora las cuatro niñas negras!
¿Cómo habitar sus huecos?
Malvadamente muertas porque la muerte es propia,
otro no debe usarla.
Sus tiernos esqueletos levantarán su raza.
Con sus cabellos crespos se tejerán banderas.
Cuatro fueron las niñas en una iglesia muertas.
Antorchas inmortales sembradas en el Sur.
¿Cómo se escribe en Alabama l i b e r t a d ? pregunto.
Yo que lloro al árbol, al pez y a la paloma.
Su poema Cuando una mujer está sola se ha convertido en una consigna de la poesía feminista. Aída Cartagena Portalatín nos dice:
Una mujer está sola. Sola con su estatura.
Con los ojos abiertos. Con los brazos abiertos.
Con el corazón abierto como un silencio ancho.
Espera en la desesperada y desesperante noche
sin perder la esperanza.
…
Una mujer está sola. Sujetando con sus sueños sus sueños,
los sueños que le restan y todo el cielo de Antillas.
Desde las Antillas y desde Quisqueya, su voz aguarda:
Viví en oscuro monte. Luego la tierra
Se llenó de la alabanza de aquel vientre
Cuando llegué a la vida en busca de corderos.
Cuando subí sobre los caballos,
Cuando subí sobre los carros,
Cuando subí sobre las piedras,
Cuando bajé a la raíz del agua,
O cubierta de harapos
La tropa de los mundos
Me descubrió en un canto.
Una poesía que esplende por sus referentes telúricos, cósmicos y en plena comunicación con la naturaleza. Una poesía legada desde varios libros como un archipiélago de perlas rituales. Un divino ajiaco que ha heredado todos los tubérculos de la creación. Hay que comer de todos esos árboles y si hay uno prohibido hay que hacerlo con el riesgo de encontrar a la poesía con pulpa americana como dijo José Lezama Lima. República Dominicana con sus mariposas y sus niñas negras. Su música de mangulinas extasiadas, merengues vertiginosos y bachatas de cristales melancólicamente quebrados en la noche del azúcar. El cañaveral que nos espera en esta y otra tarde; el larimar que es una gema que titila en la noche como una rosa de sal en los labios. Unos labios blancos, unos labios negros, unos labios mulatos para cantar. Y tras ese canto, femenino, unánime, estarán la princesa Anacaona y la poeta Aida Cartagena Portalatín, con sus verbos y sus poemas, mujeres de nuestra América, para nuestra historia y para nuestra cultura, alimentando el latinoamericano y universal areíto de los pueblos.
-Leído en el Auditorio Manuel del Cabral-Biblioteca Pedro Mir
Universidad Autónoma de Santo Domingo, República Dominicana 2017
Poemas de Aída Cartagena Portalatín
Otoño Negro
Elegía
Redoblado tambor redoblando…
Sé que era otoño sin alondras ni hojas.
Yo que lloro al árbol, al pez y a la paloma
me resisto a los blancos del Sur.
A esos blancos con su odio apuntando a los negros.
No les pregunto nunca, porque responderían
que en Alabama pueden florecer las dos razas.
Mas, después del Verano de Medgar W. Evers
hicieron de un Otoño de cuatro niñas negras.
Ese cortejo de tantos ataúdes.
Ese cortejo nublando la alegría
redoblado tambor redoblando,
¿hasta cuándo? aquellos cuatro cuerpos.
Su luz de carne negra iluminando el Orbe.
No es hora de un grito jubiloso.
Afligida la tierra, hasta la tierra llora…
¡Hasta la muerte llora las cuatro niñas negras!
¿cómo habitan sus huecos? Malvadamente muertas
porque la muerte es propia, otro no debe usarla.
Sus tiernos esqueletos levantarán su raza.
Con sus cabellos crespos tejerán banderas,
cuatro fueron las niñas en una iglesia muertas.
Antorchas inmortales sembradas en el Sur.
¿Cómo se escribe en Alabama L I B E R T A D?- pregunto.
Yo que lloro al árbol, al pez y a la paloma.
Henri Matisse
¿Dónde está Henri Matisse? Las manos de los colores
nunca más con nuevos rostros y líneas
compartirán mi celda.
¿Dónde? Componiendo la trama,
envuelto en el color, donde el ángel dibuja.
Bajo el cuerpo del cielo
se retuerce su cara de pájaro tostado.
En el surco que araba con sus manos
se incendia la gloria,
su gloria sin edad
habituada para vivir edades.
Ahora lo llamo al revés de la tarde
en que dejó sin otra posada mi memoria.
Lo llamo con voz de sus verdades,
con una voz de amante lo llamo
a mi jardín de bronces.
De pie vigilo la casa de su nombre.
Henri Matisse grande como el océano,
¿dónde está el cargamento?
Pienso cómo estarán hoy los amigos
apegados a esa dudosa voluntad de obedecerlo.
¿Diste a ellos la clave? La clave que lograste
con tu cuerpo de hambre,
con la vanidad de ser puro,
de darle tu perfil, expresamente.
Nada me turba que desate recuerdos,
que le ofrezca otra máscara,
que dispare la honda a la campana mayor.
¿Dónde su piel, su cruz, las bestias?
En Vence, con todas las estaciones del año.
En Vence, con sus manos que eran alimento renovado.
En Vence, sencillamente, con su mujer, su hijo
su oro y el atavío de su nombre,
Oh, montañas de Vence, ¿dónde está Henri Matisse?
Una Mujer está Sola
Una mujer está sola. Sola con su estatura.
Con los ojos abiertos. Con los brazos abiertos.
Con el corazón abierto como un silencio ancho.
Espera en la desesperada y desesperante noche
sin perder la esperanza.
Piensa que está en el bajel almirante
con la luz más triste de la creación
Ya izó velas y se dejó llevar por el viento del Norte
con la figura acelerada ante los ojos del amor.
Una mujer está sola. Sujetando con sus sueños sus sueños,
los sueños que le restan y todo el cielo de Antillas.
Seria y callada frente al mundo que es una piedra humana,
móvil, a la deriva, perdido el sentido
de la palabra propia, de su palabra inútil.
Una mujer está sola. Piensa que ahora todo es nada
y nadie dice nada de la fiesta o el luto
de la sangre que salta, de la sangre que corre,
de la sangre que gesta o muere en la muerte.
Nadie se adelanta ofreciéndole un traje
para vestir una voz que desnuda solloza deletreándose.
Una mujer está sola. Siente, y su verdad se ahoga
en pensamientos que traducen lo hermoso de la rosa,
de la estrella, del amor, del hombre y de Dios.
Víspera del Sueño
Tierra se hará silencio,
risa no harán los hombre para que me hagan eterna,
llanto no harán las piedras para que me hagan arena.
Mi sangre se ha herido y se parece al fuego,
abísmate en olvido, sueño alma tu sueño,
la luz es solo sombra,
es víspera del sueño.
Nieve se irá al cielo y vestirá la luna,
se talarán los bosques para que la desnuden.
sabrá a dulzura la raíz de la hierba.
Amor:
los ojos de la luz quemarán sus pestañas;
te soñaré a mi lado,
en víspera del sueño.
Mundos de pies cansados,
descansarán. La sed de los recuerdos
tendrá lluvia de olvido.
Mi lecho se hará muelle sobre los cardos agrios;
soñaré con espigas,
es víspera del sueño.
Bocas querrán hablar
y no tendrán palabras.
Las piedras tendrán lenguas,
la arruga de la arena será tapiz de algas;
los mares serán mármoles;
soñaré en sus costales,
en vísperas del sueño.
El Tiempo
desde el cuerpo del Sol
con temblor de ceniza
ha reído a los hombres.
Cielos, mares, tierras.
Nacer, vivir y morir.
Los astros tienen sueño,
soñaré con los astros:
es víspera del sueño.
Cómo llorar la muerte de una rosa
“De todos los hombres que están vivos, ¿quién sabe algo?”
Eclesiastés
¿Cómo llorar la muerte de una rosa
si los amaneceres han desdoblado el Mundo,
y en la hierba que tiembla cerca de los rosales
se han quedado las albas vueltas gotas de agua?
Sólo desde la tierra
tienen brillo de ámbar las estrellas.
A la tierra amarga vuelva
la lluvia del color de los rosales.
Sentir como los musgos se asen a las piedras:
¡hay un rencor en la brisa viajera!
Hombres no han llorado
Por qué caen los hombres.
¿Cómo llorar la muerte de una rosa?