Agustín Acosta Bello

en la poesía del Siglo XX

Con cuántas cubanas razones…

 

 

Por Yolanda C. Brito Álvarez*

 

El acercamiento al Poeta Nacional cubano Agustín Acosta Bello (Matanzas, 1886 – Miami, 1979) en el contexto de la poesía hispanoamericana del Siglo XX, va a estar precedido por una de las voces más importantes en el rescate, análisis y permanencia de valores identitarios y antropológicos de nuestro continente, el sabio Fernando Ortiz:

“Todo cubano debe leer La zafra, como antaño a Heredia, a Luaces, a Plácido, a Milanés… oigan sus versos y aprendan de ellos la belleza de un apóstrofe nacional con audacias de blasfemia. Y deben cantarla en el tiple y gemirlas por las guardarrayas…”[1]

El tema es arduo, máxime cuando en los eslabones por los que se deslizan sus versos, convergen fuertes contrastes de la historia de Cuba, los movimientos sociales y estéticos y, en la última mitad de Siglo, la aparición de los medios de comunicación masiva como elemento determinante en la consecución de los objetivos de un grupo o clase.

Agustín Acosta Bello nació en la ciudad de Matanzas, la “Atenas de Cuba”, Cuba, en el año 1986, en medio de la crisis general provocada por el colonialismo español imperante en la Isla, que desembocó, a finales de la centuria, en sendas guerras de independencia que dieron fin a aquella afrenta. El Siglo XX vio su luz en el seno de una sociedad desgastada y consumida por más de quince años de conflagraciones. La poesía cubana, entonces, tenía profundas grietas, sobre todo por el vacío dejado por el primer romántico de América, José María Heredia (1803-1839), el neomodernista Julián del Casal (1863-1893) y el esclarecido José Martí (1853-1895), quien continúa siendo una figura descomunal y paradigmática en el ámbito estético latinoamericano.

Deslumbrado por Rubén Darío y otros poetas que sentaron cátedra en su formación, a  los 15 años Acosta publica poemas en revistas y periódicos de su entorno, conoce lo mejor de la poesía universal, y comienza su relacionamiento con los más importantes escritores hispanos. En 1908, el poeta peruano José Santos Chocano le obsequia uno de sus libros, con la siguiente dedicatoria:

“A Agustín Acosta, a quien le auguro el cetro de la poesía de los trópicos[2].

Siete años más tarde, y en busca de su cetro, sorprendía a todos con Ala (1915), un poemario que alcanza el más importante premio nacional y que se desliza en el mundo de habla hispana con notables muestras de aceptación por su frescura y alcance temático, al tiempo que por su diferencia con la poesía que hasta ese momento se hacía en el país, tanto en el sentido ideomático, como por los vaivenes en que va transcurriendo el leit motiv de cada composición. Se distanciaba de los modernistas clásicos, dejaba de abrazar las rimas y de finalizar en agudos, lo metonímico alcanza niveles hiperbólicos e introduce su ojo inquisidor poco a poco en las podredumbres” como él mismo señalara.

Es el libro que marca definitivamente la base conceptual de su estética de siempre, una estética conjugada entre vida y obra que lo define notablemente entre otros de su momento: sencillez, elegancia en el lenguaje, desbordante fe cristiana, compromiso con la humanidad, deslumbramiento por la Patria, obsesión por la naturaleza cubana, ética de la paz y la libertad, equilibrio en eso que llamamos hoy identidad nacional, ideario patriótico martiano, voz profética.  Poemas como “Los caminos”, “Parábola del amor y la paz”, “A los tiranos de la tierra”, “Sensación espírita”, o su desconocida elegía “Martí” o los veros premiados “A la bandera cubana”, así lo demuestran.

Ala fue un puente y un estímulo para la poesía cubana de su tiempo. Junto a otros dos poetas Regino Boti y José M. Poveda, que en la zona oriental del país levantaban sus voces renovadoras, Agustín Acosta se da a conocer definiendo el arduo y fatigoso camino por el que habría de transitar en su larga existencia. Pero los momentos de sorpresa no habían terminado, y en 1926, el poeta redimensiona todas sus posibilidades creativas y de distanciamiento de los modelos heredados cuando lee en plazas y tertulias los versos de La zafra. Cintio Vitier, el analista consumado de la poesía cubana, ya examina, no solo el efecto, sino las causas de la aceptación de los versos más cubanos escritos hasta ese momento:

todo él vibra de una emoción que ya se había acumulado lo bastante como para
merecer el testimonio poético… tiene el acierto de entrar por sus sentidos frescos,
simples y abiertos, en la atmósfera del campesino cubano[3].

Son innumerables las reacciones a que podemos acudir con relación a La zafra. Los más importantes críticos de la época se refirieron a su impronta en la conciencia de los lectores, así como en la poesía cubana y de Hispanoamérica. La destacada periodista Loló de la Torriente narra cómo fue su llegada a un profuso círculo de poetas en México:

“Cuando llegué a México, los poetas me preguntaron por La zafra (Xavier Villaurrutia, Enrique González Martínez, Alfredo Cordoña Peña, Efraín Huerta y el maestro Julio Torri que me pidió un ejemplar que no conseguí sino con trabajo). La zafra era el poema de combate más admirado en América… y Agustín Acosta, … era comparable a López Velarde, amado y venerado por los mexicanos    …   Otros habían escrito, pero ninguno tan directo, … ninguno exhibía una unidad tan apretada y concisa en la que se reflejara la conciencia nacional… Agarró fuerte en el ánimo del público y se oyó recitar en veladas y mítines y conmemoraciones de toda clase, fue como una saeta que entraba profundo en el sentir del pueblo[4].

Mientras, uno de los más exigentes críticos contemporáneos, Ángel Augier, quien fuera biógrafo y especialista en la obra de Nicolás Guillén, finalizó, alegando:

Pero queda el poema intacto, como denuncia vigorosa que no es posible ignorar”[5].

La poesía de Acosta acompañó el resto del Siglo XX. Abogado, político, periodista, políglota, pensador, pero “sobre todas las cosas, poeta[6], que había comenzado a ensartar sus versos al darse cuenta de que “Se empieza a ser poeta cuando se rompe algo/ en la cristalería de nuestro corazón[7], podía viajar de un extremo a otro de las influencias, las tendencias o los modernismos a la usanza. Podía deslizarse con soltura y libertad desde los filosóficos versos de Ala, hasta los tiernos y profundos poemas de Hermanita (1923), para llegar a La zafra y encender el nacionalismo que le era intrínseco por su vocación a la tierra que le vio nacer,  con textos tan armoniosos como “Las carretas en la noche”, o deslizarse con sutileza de pájaro enjaulado por los exorcizantes versos de “Mi corazón y yo”, “Ego Sum” o “Dualidad”, o volver, ya en plena ancianidad, a textos como “Luna del campo” envueltos en el apasionamiento melancólico que suelen poseer aquellos seres especiales que alcanzan apropiarse de las bellezas de la creación, una prosopopeya que absolutiza su relación con la naturaleza: “Tú siempre has sido mía, luna del campo…/ jugaste a que eras sol en mi jornada oscura,/ lo mismo cuando a pie soñaba por los bosques,/que cuando sobre un potro volaba en la llanura”.

Decenas de libros, folletos, papelería inconclusa, cartas de importantes escritores, llenaron los espacios de este hombre que continuaría su labor creativa, no por preconizada, carente de obstáculos: Los camellos distantes (1934), Los últimos instantes (1941), Las islas desoladas (1943), Jesús (1957), Caminos de Hierro (1963), El Apóstol y su isla (1975), Trigo de luna (1978) y Lejanía (1980). Además, seis antologías nacionales y extranjeras, publicaciones seriadas en España, Islas Canarias, Perú, Costa Rica, Chile, México, etc., y una todavía incalculable obra inédita, tanto en poesía como en ensayos, artículos, discursos y correspondencia, conforman el riquísimo arsenal que es la obra literaria de un poeta declarado en 1955 por sus contemporáneos como Poeta Nacional de Cuba.

Las radicalizaciones políticas ocurridas en Cuba a partir de 1959 cambiaron definitivamente el rumbo del anciano poeta. El sutil encierro a que se vio precisado, sobre todo después de 1968, cuando el gobierno indemniza definitivamente el Ateneo de Matanzas, donde era uno de los directivos y en cuyo lugar había establecido su templo; fue una grave afrenta que se sumaba a sus derrotas, pero enriqueció su obra tanto como su vida espiritual. A partir de ese momento, fue alarmante el silencio al que se sometió su nombre durante más de seis décadas, tanto por los medios de difusión y la publicidad como por la neo historiografía de la literatura cubana.

Acosta, salió de la Isla en 1972, muy anciano y enfermo, para reunirse con su hija de crianza en Estados Unidos, después de haber vivido trece años de soledad, ausencias, desatención institucional, rechazos por mantener su fe, discriminación por sus principios filosóficos y políticos, y a pesar de su irrenunciable voluntad de permanecer en Cuba “entre mis palmas y mis ríos/ el claro paraíso donde siempre viví…”  y de nunca haber tenido problemas de enfrentamiento directo con las autoridades. Tenía 86 años.

Tal decisión familiar le costó el precio de no morir en Cuba, lo que ha sido una espina difícil de extraer del manto social entretejido por la intelectualidad cubana aliada a la Revolución, que es la que ha llevado la voz decisoria. No importan sus años, ni sus heridas al ser sustituido por otro Poeta Nacional, en este caso, Nicolás Guillén; ni el aislamiento a que fue sometido como parte de la segregación que sufrieron los escritores y artistas desde esa década y la posterior, que se conoce en la historia como “Quinquenio gris”; lo que importa es que “abandonó” Cuba, se convirtió en un “desafecto de la Revolución[8] y nada más.

Para aquellos que gustan de las clasificaciones y las estrecheces, ha habido diversidad de opiniones: para algunos, Acosta permanece solo dentro de los renovadores del lirismo y la poesía en la Isla a principios de la centuria; para otros, está ubicado dentro de los que han atendido la mal llamada “poesía social”, a pesar de que en  muchas ocasiones lo han ignorado en los listados y antologías; para otros, es un descendiente del modernismo, que rebasó sus límites para entrar en los intersticios de las vanguardias y lo han catalogado como post modernista pertinaz antecesor de los ismos.

La poesía agustiniana contiene en sí misma todo eso y mucho más. Ha rebasado los contornos de la crítica y las estrecheces de los mercaderes de la palabra, para continuar su ascenso a la luz de los nuevos tiempos, avalada por la aureola multicolor de sus versos. Nuevas generaciones, mejor preparadas y más capaces, entenderán el legado patrimonial de este “poeta de siempre[9]. Los primeros intentos a nivel social se realizan desde su casa museo en Jagüey Grande, Matanzas, inaugurada en el año 2005.

El privilegio de haber vivido casi cien años permite constatar el tránsito pausado pero armonioso, a que nos somete este autor, sus ascensos y sus retornos, el pesado andar de los camellos en el desierto, el rápido vaivén de los trenes sobre sus paralelas hacia la estación segura y al “poeta de la dualidad”, al decir de la poetisa Damaris Calderón, viajando en alas de un Siglo que le merece respeto y admiración.

Fui sonoro y alocado y tuve,/ para todo inseguro pensamiento,/ la poliforme y lenta veleidad de la nube/ y la fecunda y rápida tenacidad del viento…[10].

 

Brasil, 21 de julio de 2022.

 

 

 

Poemas de Agustín Acosta y Bello

 

 

 

Los caminos
(Fragmento)

 

EL VIEJO

¡Yo soy el Dolor…!

EL JOVEN

Cuéntame, pobre viejo, tus locas romerías;

quiero saber la clave de tus melancolías.

EL VIEJO

Todos esos caminos tienen un nombre: Suerte,

Dicha, Amor, Esperanza, Gloria, Fortuna, Muerte…

Y muchos más… y todos llenos de sombras…llenos

de flores punzadoras y de dulces venenos…

Por una luz de aurora el alma iluminada,

emprendí hacia la Gloria la traidora jornada…

(Y con voz sollozante que sólo el alma oyó,

el doloroso viejo su tristeza cantó)

EL VIEJO

Ama la placidez de los días vulgares,

donde halla el corazón su encanto silencioso;

ama la paz añosa de los viejos lugares

anchos de soledad y blandos de reposo.

EL JOVEN

¿Siempre el mismo paisaje, la misma perspectiva?

EL VIEJO

Llegan a ser del alma amigos necesarios

que nos retienen cuando la frente pensativa

sueña en aventureros lances extraordinarios…

EL JOVEN

¡Pequeñas cosas, dueñas de nuestra voluntad…!

EL VIEJO

Hoy son indiferentes a nuestras almas, pero

nos acompañarán hasta la eternidad…

 

(1915)

 

 

 

 

A la bandera cubana

 

Gallarda, hermosa, triunfal,

tras de múltiples afrentas,

de la patria representas

el romántico ideal…!

Cuando agitas tu cendal

__sueño eterno de Martí__

tal emoción siento en mí,

que indago al celeste velo

si en ti se prolonga el cielo

o el cielo surge de ti…!

 

Pabellón que en la alta sierra

al alma cubana diste

fe y esperanza en la triste

debilidad de la guerra:

tiende sobre nuestra tierra

tu glorioso simbolismo,

y ahuyentando el pesimismo

que a nuestro temor se aduna,

sé como un rayo de luna

sobre el horror de un abismo.

 

Cuando airosa y hechicera

te columpias con la brisa,

parece que una sonrisa

se ha convertido en bandera…

Se olvida la lucha fiera,

se olvida la temeraria

epopeya extraordinaria

en que sucumbió Martí,

y solo se piensa en ti

y en tu estrella solitaria.

 

(1915)

 

 

 

 

Martí

(Fragmento final de la elegía)

 

Hoy es… el recuerdo de aquellas homéricas luchas;

hoy es la muralla que evita el despeñamiento del loco corcel

sobre el cual cabalga la joven visión de las Patria,

cerca de un abismo en que los leones

no son como aquellos divinos leones del Santo Profeta Daniel.

 

Hoy es la atalaya de luz que vigila

el enigma abierto de los horizontes…; fecundo rosal

que aroma el hedor de la llaga; cendal

que tiende amoroso la suave piedad de su velo

sobre tanto abrazo que hiere con brusco, alevoso puñal…

Hoy es… el asombro de veinte repúblicas

que se desprendieron –pámpanos maduros –de una vieja vid…

 

Porque él tuvo salmos y puso la piedra en su honda,

en un milagroso gesto de David.

Y será mañana, cuando comprendido

sea, en su grandiosa maravilla única, el zafir

y la plata, y la púrpura, y la estrella que anuncian

las auroras de lo porvenir.

 

Él, la Patria misma, el alma compleja y romántica;

el verbo y la estrofa, el rugido épico y el canto de amor;

el culto pasado, la gloria presente, la dicha futura,

la lámpara inmensa, el trueno colérico, la zarza y la flor…

¡Todo el enorme sentir de la Patria

en el espíritu de su salvador…! 

 

Un jubiloso clamor de clarines preludie una lírica diana;

un deslumbramiento súbito exalte la luz sideral,

y un tremolar de banderas a todos los vientos

abra una ruta al Ideal.

Callen después los clarines que anunciaron la lucha bizarra;

dulce penumbra suceda al imprevisto fulgor,

y un decaimiento de alborozadas banderas

olvide al viento adulador.

 

La Patria entera, de rodillas,

como en hierática liturgia, emita un canto singular:

rece la eterna oración del recuerdo

Psiquis desnuda ante el altar…

Padre y Señor que caíste, defendiendo la enseña en Dos Ríos:

obste el ejemplo de tu vida la maldad

que en los talleres infernales forja grillos

para oprimir la Libertad.

Padre y Señor: ilumina el futuro sendero,

desde el sitial invisible que la Gloria a tu gloria cedió,

y tus parábolas sean fecunda simiente

en esta tierra bendita que tu próvida sangre regó…

 

Acallado el rezo, que se incendien de púrpura y oro

las cumbres supremas; que brame furiosa la mar;

¡qué un trino de alondra vidente presagie las albas futuras;

qué sones de hidalgas bravuras animen un hondo cantar…

 

¡Qué se iluminen las almas en una plegaria armoniosa;

qué un delirante alborozo rasgue la rosa de su frenesí,

y un espejismo de cumbres, y un homenaje de estrellas

y una locura de músicas, y una visión de banderas,

consagren la dulce, la triste, la blanca, la enorme, la eterna

visión inmortal de Martí…!

 

(1915)

 

 

 

 

Las carretas en la noche

 

Mientras lentamente los bueyes caminan,

las viejas carretas rechinan…rechinan…

 

Lentas van formando largas teorías

por las guardarrayas y las serventías…

 

Vadean arroyos, cruzan montañas

llevando el futuro de Cuba en las cañas…

 

Van hacia el coloso de hierro cercano:

van hacia el ingenio norteamericano…

 

Y como quejándose cuando a él se avecinan,

las viejas carretas rechinan…rechinan…

 

¡Espectral cortejo de incierta fortuna,

bajo el resplandor de caña de la luna…!

 

Dando tropezones, a obscuras, avanza

en fantasmagórico convoy de esperanza.

 

La yunta guiadora de la cuerda tira,

mientras el guajiro canta su guajira…

Ovillo de amores que se desarrolla

en la melancólica décima criolla:

 

“Hoy no saliste al portal

cuando a caballo pasé:

guajira: no sé por qué

te estás portando tan mal…”

 

Y al son de estos versos rechinan inquietas

con su dulce carga las viejas carretas…

 

“En el verde platanal

hoy vi una sombra correr:

mucho tendrá que temer

quien te me quiera robar,

que ya yo tengo un altar

para hacerte mi mujer.”

 

En bruscos vaivenes se agachan se empinan

las viejas carretas… rechinan… rechinan…

 

Las ruedas enormes, pesadas, se atascan…

Los bueyes se lamen los morros y mascan…

 

Jura el carretero, maldice, blasfema,

y cada palabra es un anatema…

 

Detiénese el tardo cortejo a ayudar

a quien paso libre tiene que dejar.

 

Aquí de las piedras que calcen las ruedas,

los troncos robados a las arboledas…

 

El esfuerzo inútil y la imprecación…

La frase soez y la maldición…

 

Oh guajiro… y mientras a gritos maldices,

¡los bueyes se lamen las anchas narices…!

 

Al fin sobre el firme terreno ha rodado

el carro de caña de azúcar cargado.

 

Y de otra carrera sale una canción

que exorciza el eco de la maldición:

 

“Yo nunca podré aspirar

a darte un beso de amor:

tú conoces mi dolor

y no lo quieres calmar.”

 

Y al son de estos versos rechinan inquietas

las tardas, las viejas carretas…

 

“te vas al pueblo a bailar

y no te acuerdas de mí;

de mí que me quedo aquí,

y que como buen poeta

te dedico esta cuarteta

que he sacado para ti.”

 

En bruscos vaivenes se agachan, se empinan…

las viejas carretas …rechinan…rechinan…

 

El ingenio anuncia cambio de faena

con un prolongado toque de sirena.

 

Y a través de sombras fantásticas brilla

como gigantesca lámpara amarilla,

 

soplando cautivos vapores rugientes

hacia los irónicos astros esplendentes.

 

Por las guardarrayas y las serventías

forman las carretas largas teorías…

 

Vadean arroyos…cruzan montañas…

Llevando la suerte de Cuba en las cañas…

 

Van hacia el coloso de hierro cercano:

van hacia el ingenio norteamericano,

 

y como quejándose cuando a él se avecinan,

cargadas, pesadas, repletas,

¡con cuántas cubanas razones rechinan

las viejas carretas…!

 

(1926)

 

 

 

 

Cuba

 

Pero lo que eres tú, lo que te expone

a los ojos absortos y encantados,

no es tu mar de oleajes reverentes,

no son tus horizontes azulados;

es el portento de la flora indiana

que en sí misma te acuna y te rodea,

brindándote un estuche en que reposas

como una aristocrática presea.

 

Tú eres el suelo y el verdor… La vida

en glorioso esplendor se manifiesta

como perenne júbilo en tus campos,

como luz y color en tu floresta.

Tú eres la selva. Tú eres el paisaje;

las colinas, las grutas, el riachuelo,

los pájaros que cantan en los bosques,

la gracia azul con que te mira el cielo.

 

Eres el árbol vivo, el valle, los torrentes,

las tierras labrantías, el fruto, la maleza;

el árbol que te ofrece sus trémulos encajes,

lujosa vestidura de la Naturaleza,

el árbol, estallido de ramas y de hojas,

para el seguro abrigo de flores y nidales;

el árbol, cuya verde techumbre envidiaría

el oro artesonado de los palacios reales;

el árbol, cuyo suave rumor es el saludo

que a manera de póstumo homenaje

dan los que permanecen en el mundo

a los que emprenden ya su último viaje;

el árbol, atractivo cómplice de la lluvia

que neutraliza en ti la amargura del mar,

de la lluvia, que el ruido de su propia caída

es acaso lo único que no logra mojar.

Tú eres el árbol, Cuba. Por él la frase histórica

se hace eterna al recuerdo de Cristóbal Colón.

Tu campo es el recinto de una eterna esperanza,

y tu cielo es el éxtasis de una inmensa ilusión.

 

Si todo cuanto el hombre ha construido

fuera deshecho por su propia mano,

aún quedarías tú, novia del mundo,

ilesa y firme sobre el océano.

 

Aún quedarías tú, salvaje y sola,

con tus frutales y con tus colmenas.

Asilo de extraviadas golondrinas,

refugio de las últimas sirenas.

 

Aún quedarías tú si el orbe se extinguiera,

para que de otro extraño mundo desconocido

vieran llenos de asombro los ojos más lejanos

cuán real y bello era el mundo destruido.

 

Algo impalpable en ti tu eterno encanto roza:

es un aura, un efluvio, un sutil resplandor;

dijérase la música de un concierto de ángeles

dándote una inefable serenata de amor.

 

Leteo de las íntimas congojas del espíritu…

Estar en ti supone proximidad a Dios.

Los que de ti se alejan te dicen “Hasta luego…”

¡y es tan solo la muerte la que te dice adiós!

 

(EU. 1975)

 

 

 

 

Jaculatoria final del canto a Cuba

 

Señor: cuando yo sea una sombra tan solo,

en busca del sendero que me lleve hacia ti,

escucha el hondo ruego que te dirijo ahora:

¡no me alejes de aquí…!

 

Déjame entre mis palmas, mis cumbres y mis ríos,

el claro paraíso en que siempre viví,

no me lleves a tierras extrañas y sombrías:

¡no me alejes de aquí…!

 

Si tú me purificas cuando en tu luz me acojas,

daré mis resplandores al suelo en que nací,

quiero seguir amándolo como lo he amado siempre:

¡no me alejes de aquí…!

 

Y si es cierto que hay otras existencias, si es cierto

todo cuanto en los Libros Sagrados aprendí;

si es cierto que se nace más de una vez, recuérdate:

¡no me alejes de aquí…!

 

(1972)

 

 

 

 

Canto a Matanzas

 

Aquí me tienes otra vez. Ignoro

las lunas que he de ver sobre tus ríos,

y si tu amanecer –nácar y oro—

será represa de los sueños míos.

 

Quiero llenar de ti mi pensamiento,

tornar mi rosa en perpetuo amaranto,

para mandarte en el rumor del viento

lo que escogí de ti para mi canto.

 

Quiero que mis ausentes pesadumbres

trasunten sin equívocos detalles

la sinuosa elegancia de tus cumbres

y el porfiado verdor que hay en tus valles.

 

Quiero decir que la ciudad más bella,

¡oh Atenas sin igual, eres tú misma,

ya que fuiste en la patria, como aquella

de la Grecia inmortal, crisol y prisma!

 

Pero nada dirá mi ansia infinita:

si es inmenso el amor, la pompa es muda;

y el corazón, en la palabra escrita,

no sabe si se viste o se desnuda.

 

Otros cantos de amor ya te he cantado,

porque viva y presente en mis visiones,

muchas veces tú sola has escuchado

el eco de mis viejas oraciones.

 

Que no en vano en tus mantas me arropaste

junto a la cuna, en el primer momento,

y músicas de ensueño me dejaste

en el otoño de mi nacimiento.

 

Tras la nostalgia de tu ayer, cultiva

el árbol de tus justas esperanzas.

Mi corazón, que es llama sensitiva,

ama el fanal más límpido: Matanzas.

 

(1945)

 

 

 

 

Mi camisa

 

Esta camisa blanca que mi madre ha zurcido,

tan llena del aroma íntimo de mi casa,

tiene una santidad cuyo oculto sentido

ni envejece ni pasa…!

 

Yo podré ser mañana un hombre potentado,

sin soberbias ridículas y sin turbios sonrojos.

A estos días de ahora llamaré mi pasado,

y una lágrima triste caerá de mis ojos.

 

¡Mi pasado! ¡Oh qué dulce me será todo esto!

En el viejo horizonte ya mi sol se habrá puesto,

y yo despreciaré honores y fortuna…

 

Acaso esté de sedas riquísimas vestido;

más como esta camisa que mi madre ha zurcido

no me pondré ninguna…!

 

(1934)

 

 

 

 

Mi corazón y yo

 

Mi corazón y yo dejamos la ciudad.

Atrás, piedra labrada a cincel, aguas muertas

estrechos callejones, suntuosos paseos,

multitudes, atrás…

 

Mi corazón y yo dejamos la ciudad.

 

Pálidos rostros; prisas en el andar; tumulto

heterogéneo, multicolor; indiferencia

y estruendo y rapidez y fuga, y catarata

de cristales y espumas de odio. Y la mentira,

vencedora aparente de la eterna verdad…

 

Mi corazón y yo dejamos la ciudad…

 

Quede atrás la deshecha ilusión; la esperanza

ha de reaparecer en otra parte,

más vestida de verde que en los parques urbanos,

más de luz que en los tristes focos de las esquinas.

 

Mi corazón y yo dejamos la ciudad.

 

Dame la mano, corazón, o tómame

de ella. No sabemos quién ha de ser el guía.

 

Tú o yo –¿qué más da? –Somos la misma cosa.

La diferencia es una: cielo o tierra.

¿Cuál es el cielo de los dos? Tú eres

el cielo cuando late tu bondad invisible,

y yo la tierra cuando las pasiones

te humillan.  O yo el cielo cuando canto

si es que no cantas tú, porque, bien visto,

si canta el corazón cielo es la tierra.

Si canta sólo el hombre el canto es sombra.

 

Dame la mano corazón, ahora

voy a cantar: tú cantarás más tarde,

cuando mi oscuridad te necesite.

¡Lo que tenemos que cantar, hermano!

 

(1975)

 

 

 

 

Ego sum

 

Yo mismo soy. Yo mismo. Nadie lo creería:

desmadejado a fuerza de tanto enmadejar.

Yo mismo soy: antorcha que tomó la luz del día,

y misterio sonoro de la noche y del mar…

No me entienden, y acaso me siento desgraciado

por no poder a todos mostrar mi corazón

como un aherrojado

león.

Hurgad, hurgad, hurgad en el momento mismo

del equilibrio o de la unción,

cuando juntos converjan las almas al abismo

de la emoción o de la tentación.

No es posible. No puedo. No puedo declinar

este palacio interno de mármol y zafir…

Ingeniero divino: ven el plano a trazar

para que todos sepan qué camino seguir.

 

(2005)

 

 

 

 

Dualidad

 

__La primavera ha vuelto a mis dominios.

__Yo he cortado las rosas de tus campos:

trae espinas también la primavera.

__Vino el estío. De sus frescas lluvias

se colmaron mis lagos, y mis ríos

corrieron a su antojo por mis valles.

__Yo descansé a la sombra de sus riberas,

__El otoño me dio soles dormidos,

cielos ansiosos y malignos vientos.

–Yo lo vi todo desde tu ventana.

–Cuando llegó el invierno encendí lumbre

y me puse a leer lo que no he escrito.

–Yo me abrigué con tus mejores mantas.

 

–Yo estaba solo, pero no quería

presencia alguna en torno de mi cuerpo.

–Yo me escondí sin que pudieras verme.

–Le dije al mar que alborotara un poco

y que trajera a mi desierta playa

ruido de caracoles y de espuma.

–Yo hice un collar de caracoles negros.

–Pedí a la sombra luz y me dio sombra.

–Fue necia petición: tú has olvidado

que nadie puede dar lo que no tiene.

–Cuando encendí la hoguera se hizo el día.

–A veces las hogueras del crepúsculo

resultan ser las canas de la aurora.

–Entré en mis predios: la presencia humana

era un perfil de sombra que se evade.

–Yo estaba en el perfil y no me viste.

–Eran rosas de ayer las que quedaban

en los rosales, y se desprendía

de los rosales un olor a muerte.

–Yo sacudí las rosas medio oculto

junto a un viejo jardín desamparado

–Los ruiseñores del pasado apenas

se fijaron en mí. No hubo ni un canto.

–Suelen enmudecer los ruiseñores

cuando hay olor de muerte entre las rosas.

–Y tú, ¿cómo lo sabes? ¿Quién eres tú?

¿Por qué es mi sombra tu presencia? Dime,

¿Por qué respondes sin que te pregunte?

–¿Quieres que te abandone en este instante?

–Puedes marcharte ya. o sé quién eres…

–¡Pobre de ti si me marchara ahora!

Tú sabes quién soy yo pero lo olvidas:

mírate en el espejo de ti mismo.

 

(1978)

 

 

 

 

Luna del campo

 

Tú siempre has sido mía, luna del campo, siempre

jugaste a que eras sol en mi jornada oscura,

lo mismo cuando a pie soñaba por los bosques,

que cuando sobre un potro volaba en la llanura.

 

Tú siempre has sido mía. Los bailes campesinos

que decoraba el nácar de tu presencia única,

ampliaban el monótono rasgar de las guitarras,

y tú me sonreías sobre los campos, luna.

 

Yo voy hacia las vastas haciendas de mi espíritu,

donde reinar no puede la densa sombra oscura,

¡porque a la noche opongo tu clara luz de entonces, luna!

 

(1978)[11]

 

 

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Notas

1.Ortiz, Fernando. Crítica a La zafra, 1926. Folleto. Fondos de la Biblioteca Gerner y del Monte, Matanzas.
2.El libro Alma América, con Prólogo de Miguel de Unamuno, editado en 1906, con la referida dedicatoria, fue consultado en la biblioteca personal de la que fuera de su sobrina Nina Acosta. N. de la A.
3.Vitier, Cintio. Lo cubano en la poesía, 1958. Pág. 86.
4.de la Torriente, Loló. “Coloquio del poeta y la poesía”. Bohemia Año 60 No.24. 24-3-1968.
5.Augier, Ángel (1910-2010). “Cuba, la poesía como acción”. Fórum de poesía. La Habana, 1985.
6.Frase que acompañó a Agustín Acosta Bello en toda su obra, incluidos sus ensayos y amplia correspondencia. N. del A.
7.Poema “Fracasse”, en Antología Poeta de siempre. 2010. Pág. 128.
8.Frase acuñada durante las primeras décadas de la Revolución para catalogar cualquier persona que no estuviera estrictamente de acuerdo con algún lineamiento o decisión tomada por el gobierno.
9.Frase de uno de sus poemas.
10.Poema “Mi alma de hoy”. Ob. Cit. 2010. Pág. 232.
11.La fecha que aparece en los poemas corresponde a la de su primera edición. En la mayoría de las ocasiones, los poemas de Acosta eran publicados muchos años después de haber sido escritos. N. de A.

 

 

 

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*Yolanda C. Brito Álvarez (Agramonte, Cuba, 1948). Es Lic. en Filología en la Universidad de la Habana y en Teología el Seminario “Los pinos nuevos”, de Cuba y en la Universidad Evangélica Latinoamericana (UNELA), de Costa Rica.
Es profesora, investigadora, escritora y editora de múltiples publicaciones. Se desempeñó como directora de la Biblioteca de la ciudad de Jagüey Grande y especialista de Literatura. Su experiencia en la coordinación de talleres de formación integral la avalan en el área de la comunicación.
Actualmente continúa dedicada al rescate de la vida y obra del Poeta Nacional Agustín Acosta desde su actual residencia en Brasil.

 

Agustín Acosta y Bello (Matanzas, Cuba, 1886 – Miami, EE. UU., 1979). Abogado, periodista, ensayista, político, promotor cultural, escritor infatigable, pero ... LEER MÁS DEL AUTOR