Ada Limón

El fin de la poesía

 

 

(Traducción al español de Jeremy Paden)

 

 

 

Un nombre

Cuando Eva anduvo entre
los animales y les puso nombre—
ruiseñor, busardo hombrorrojo,
cangrejo violinista, gamo común—
me pregunto si alguna vez quiso
que la contestaran, si los mirara a
los ojos maravillosos y abiertos y
les musitara, nómbrame, nómbrame a mí.

 

 

La Mujer Maravilla

Parada a la ribera del turbio río Mississippi
justo después de que un médico de urgencias me dijera, Bueno,
qué mala leche, me enamoré de nuevo
de Nueva Orleans, rápido y duro. Un torbellino
de calmantes en la cartera y un conjuro para luego. Me he demorado
en aceptar, estoy sumida en una recia batalla
contra mi cuerpo, una columna vertebral encorvada
a treinta y cinco grados, vértigo que viene y va como el malón
de un cómic de DC que nadie puede vencer. El dolor invisible
es premio y castigo a la vez. Siempre te ves tan contenta,
me comentó un desconocido mientras sonreía y me ajustaba
para apoyarme del lado bueno. Pero ese día, sola en la ribera,
las trompetas del buque de vapor Natchez sonando a todo,
vi de reojo a una muchacha, tenía quizá la mitad de mi edad,
vestida, sin ninguna razón obvia, de la Mujer Maravilla.
Se pavoneó en toda su fuerza y su esplendor, invulnerable,
eterna, y al ponerme de pie para aplaudirla (porque quién no),
hizo una reverencia y posó como si supiera que necesitaba de un mito—
una mujer, a la ribera de un río, invulnerable.

 

 

El impermeable

Cuando el médico mencionó cirugía
y el uso de órtesis a lo largo de mi juventud,
mis padres se la arreglaron para llevarme
a terapias de masaje, a que trabajaran los tejidos profundos,
la osteopatía, y pronto mi encorvada espina dorsal
se desenrolló un poco, podía respirar de nuevo,
y moverme más en un cuerpo despejado
de dolores. Mi madre me pedía que le cantara
canciones a lo largo de los cuarenta y cinco minutos
de camino a la Middle Two Rock Road y los cuarenta
y cinco minutos de regreso de la terapia física.
Me decía, hasta mi voz sonaba destrabada
de mi columna después. Por ende cantaba y cantaba
porque pensaba que le gustaba. Nunca le pregunté
lo que había sacrificado para llevarme
o cómo le había ido el día antes de este quehacer. Hoy,
a su edad, soy yo la que me manejo a casa después
de otra cita para la columna, acompaño
alguna canción sensiblera pero sólida en la radio,
y veo una madre quitarse el impermeable
y dárselo a su pequeña hija cuando
una tormenta se apoderó de la tarde. Dios mío,
pensé, toda mi vida he estado bajo su
impermeable pensando que era una maravilla
que nunca me mojara.

 

 

Gorrión, ¿qué dijiste?

Un día entero sin hablar,
lluvia, luego sol, de nuevo lluvia,
algún sembrado en la tierra, hojas
tiernas metidas en tierra negra, y pienso
tengo talento para esto, este estar sola
en el mundo, el observar las cosas
crecer, este yo más vieja, la que lleva
zapatos cómodos y no tiene tiempo
de fregar los trastes, la que pasó
una hora en identificar que el pájaro
con un canto de tres notas descendientes
es simplemente un gorrión. ¿Qué haría yo
con un crío aquí? ¿Enseñarla
a sembrar, observarla como observo
las hojas de lechuga, con ternura, poner
sus palmas sobre la tierra, apartar su
pelo negro como si sembrara una semilla? O
exigiría que me devolvieran este día,
un día pleno sin obligaciones
en el que intento identificar qué ave
me llamaba y por qué.

 

 

Cómo somos hecho

Para Philip Levine

Por meses, era yo una bala de cañón
metida en el ánima, tambaleando
en borrosas vueltas de vómitos hacia
el detonador; cuarenta días de vértigo
son así. Mi nuevo equilibrio
era girar dentro de las cámaras
de oscuridad esferoidal y en eso las noticias
llegaron. Tú, con tus extremidades enjutas
de verso duro, sonrisa chimuela entintada
de nervio y trabajo, tú quien sobriamente
nos dijiste que dejáramos de hacer el tonto,
de hacer de este asunto de supervivencia
una línea de montaje, como desescamar peces,
como filamento y escombros, tú
quien decías, a lo mejor,
todo esto era huevadas empalagosas, tú
te habías ido a carbonillas, volado
al éter sin siquiera haber dejado
humo. Me paré entonces en una colina
helada bajo la autopista, llena
de la sal que me habías dado,
y por la primera vez ese año,
mi mundo entero se detuvo.

 

 

Cómo debe haberse parecido

Pollito, tamaño de una palma, un pico
que se asoma de la manga, yo
he mantenido mis aves mudas
por tanto tiempo, temo que estén
acostumbradas a una quietud negra.
¿Qué desorden podría resultar
si un ala se liberara?
Ven ráfaga retrasada, ven
parvada, enjambre, espolón y garra.
Disperse el nido de la gallinera, libera
la cría del cisne y su sombra. Agriete
y rasguñe a la jaula del estado,
raje las nube y las ramas,
sin tomar en cuenta la muda arena
blanca del reloj que bosteza grano por grano.
Lo que no puede ser contenido
no puede ser contenido.

 

 

El fin de la poesía

Basta ya de óseo y carbonero y girasol
y raquetas, de arce y semillas, de sámara y brote,
basta de claroscuro, basta del así y la profecía
y del campesino estoico y la fe y del padre nuestro y
del sobre ti, país mío, basta de seno y retoño, de piel y de dios
que no se olvida de cuerpos siderales y aves congeladas,
basta del deseo de seguir y de no seguir o de cómo
cierta luz hace ciertas cosas, basta
del arrodillarse y del incorporarse y del mirar
hacia dentro y del mirar arriba, basta de las armas,
del drama y del suicidio del conocido, de la carta perdida
hace mucho tiempo sobre el tocador, basta del anhelo y
del ego y de la anulación del ego, basta
de la madre y del hijo y del padre y del hijo
y basta de señalar al mundo, agotado
y desesperado, basta de lo brutal y de los límites,
basta de me puedes ver, de me puedes oír, basta de
soy humana, basta de estoy sola, de estoy desesperada,
basta del animal que me salva, basta de marea
alta, basta de la pena, basta del aire y su facilidad,
te estoy pidiendo que me acaricies.

 

Ada Limón Ada Limón (Sonóma, California). Es autora de cinco colecciones de poesía. Su cuarto libro Bright Dead Things (2015) fue fin ... LEER MÁS DEL AUTOR