

Compartimos dos textos claves del gran poeta rumano en la traducción al español de Omar Lara.
Marin Sorescu
Shakespeare
Shakespeare creó el mundo en siete días.
En el primero hizo el cielo, los montes, los abismos del alma.
En el segundo hizo los ríos, los mares, los océanos
y demás sentimientos
y se los entregó a Hamlet, Julio César, Cleopatra y Ofelia,
a Otelo y otros,
para que se enseñorearan en ellos con sus descendientes
por los siglos de los siglos.
El tercer día reunió a todos los hombres
y les enseñó los gustos:
el gusto de la felicidad, el gusto del amor, el gusto
de la desesperación,
el gusto de los celos, el gusto de la gloria.
Entonces llegaron unos individuos que se habían retrasado.
El Creador les acarició, compasivo, la cabeza,
y les dijo que no les quedaba sino hacerse
críticos literarios y negar su obra.
El cuarto y el quinto día los reservó a la risa.
Liberó a los payasos
para que hicieran sus cabriolas
y dejó a reyes, emperadores
y otros infelices divirtiéndose.
El sexto día solucionó unos problemas administrativos:
desencadenó una tormenta,
enseñó al rey Lear
cómo llevar su corona de paja.
Habían quedado unos desechos del génesis
y creó a Ricardo III.
El séptimo día echó una mirada para ver si le quedaba
algo por hacer.
Los directores de teatro ya habían llenado la tierra con carteles,
y Shakespeare consideró que después de tanto esfuerzo
valía la pena ver también él un espectáculo,
pero antes de eso, sintiéndose sumamente cansado,
se fue a morir un poco.
Don Juan
Luego de comerles toneladas de carmín,
las mujeres,
engañadas en sus más sagradas expectativas,
hallaron el modo de vengarse
de don Juan.
Cada mañana,
frente al espejo,
luego de delinearse las cejas,
se pintan los labios
con arsénico.
Se ponen arsénico en el pelo,
en los hombros albos, en los ojos,
en los pensamientos, en los senos,
y esperan.
Se asoman albas a los balcones,
lo buscan en los parques,
pero don Juan,
como acometido por un presentimiento
se hizo ratón de biblioteca.
Ya no acaricia sino ediciones raras,
a lo más encuadernadas,
ninguna empastada en cuero,
como el perfume de las alcobas,
el polvo de lo antiguo
le parece mucho más refinado.
Y ellas lo esperan.
Envenenadas en sus cinco sentidos esperan.
Y si don Juan levantara los ojos
de su nueva pasión,
vería en la ventana de la biblioteca
cómo a diario es enterrado un amante marido,
muerto en el cumplimiento del deber,
mientras besa a su mujer
por equivocación.