Vagabundos
(Traducción del búlgaro al castellano por Marco Vidal González)
¿Por qué?
¿Por qué me acaricias mis manos tú?
¿Por qué tan serenamente besas las palmas de mis manos?
¿Por qué sonríes en silencio
mientras me tocas la mano?
¿Por qué junto a mis labios respiras
en la esquina junto al silente mostrador?
¿Por qué tan sigilosamente bailas tú
al anochecer mientras llueve?
¿Será esta noche lluviosa y azul
en la que nos hundamos ebrios en el silencio?
Bajo la sombra en la oscuridad de algún parque
¿gemiremos abrazados de nuevo los dos?
¿Por qué en esta vieja taberna siempre
me buscas tú y yo te busco solo?
Solo de día pero sediento de noche
sediento de tu voz, de tu baile, de ti…
Siéntate a mi lado ahora… Baila más conmigo…
…Aunque caiga rendido…
El tabernero mañana me dirá en voz baja:
“De nuevo está usted solo, amigo, ¿por qué?”
Poemas al muchacho azul
1.
El muchacho de plata, aquel de las boinas azules
y las charreteras, resultó ser un sueño.
Que me halle hablando con gatos y estrellas
posiblemente al ron se deba.
Yo no he vivido en un patio entre árboles
bajo nubes y anaranjados atardeceres.
Para el muchacho de plata cogí yo el retrato
del negro del calendario francés.
Borrachos y dorados ángeles he anhelado.
No ha llovido, pero la lluvia yo he oído.
En la oscuridad atardeceres yo he presenciado
y no son manos lo que he besado, sino farolas…
Desde el azul yo mismo he contemplado
labios y ojos imaginarios,
tazas vacías, lágrimas y bailes…
He estado ebrio y entiendo que he estado loco.
2.
Ya no te espero… ¿Marcharás tú
junto al sol que se escabulle?
Acaso de nuevo serás ocaso tú
sin llamas, sin sangre ni lágrimas…
Viaja, fúndete en el crepúsculo, saluda a la lluvia.
No soy yo quien te besa, no soy yo el que llora de nuevo, ni siquiera quien sonríe.
…¡Me temo que solo has sido un ángel imaginario!
Y tú eres ocaso.
Pero el muchacho azul no ha sido
Muchacho de gorro azul y plata
con ojos de baile sureño,
aquel ebrio muchacho que de lejos susurra: Sasha[1]
Y esta noche
…Ay, la vieja farola me llevaba a la iglesia
bajo el horizonte nocturno.
Cúpulas de niebla, cúpulas de luna e invierno.
Yo también he caído en la nieve
bajo dos fríos y mudos ojos…
¡Policía! ¡Policía!
Sálveme de mis recuerdos.
¡Policía!
Haz que el día tenga lugar…
Pero voy a llorar…
Es posible que el muchacho azul haya existido.
¿Llegaré a vivir algún día?
La luna se acerca a la ventana
justo cuando las agujas del reloj se detienen.
La luna desciende sobre una nube dorada
y sobre la cornisa se asienta frente a ti.
La luna es tan fría como yo,
pero tú nunca me has visto de noche…
Lentamente por las paredes me subo,
mientras tus manos yo toco, permanezco en silencio,
mudo y frío como la luna.
Entonces no debes moverte tú…
La luna deambula solo en noches taciturnas.
¿Verdad que no la has visto de día?
De día yo soy como ella:
un mero reflejo, infinito y pálido,
apenas reconocible e innecesario.
En la mudez de la noche quiero yo que me veas,
y que desciendas sobre mí, pero no sé yo
si con el roce tuyo
me esfumaré como polvo de luna.
Versos a un muchacho
I
El muchacho iba paseando por el viejo y oscuro bosque.
Del rocío sus botas hace tiempo que se cubrieron de plata.
Él iba silbando, con los árboles hablaba,
y con sus manos rozaba su corteza rojo-dorada.
Los pájaros silentemente cantaban escondidos entre las oscuras ramas,
el muchacho con tristeza les alzaba la mano, él llevaba una pluma sobre su sombrero.
El bosque llegó a su fin por la tarde. Un gran horizonte se expandió.
Una carroza iba viajando junto a caballos viejos, cubiertos de polvo.
El muchacho se detuvo en el camino y miró el dorado atardecer.
La carroza azul en el crepúsculo; el bosque, oscuro y silencioso.
Con su frente dorada por el sol, con sus ojos en llamas y de color escarlata,
el muchacho se puso a llorar en silencio y la noche en tristeza aconteció.
II
Yo soy aquel muchacho que viaja por un oscuro bosque.
El sol está enfermo, el aire está enfermo, los pájaros están enfermos.
Tal como flor endeble, crecida en algún lugar a la oscuridad,
así de bello y débil es el muchacho de oscuras pupilas.
Yo no vivo al sol, yo respiro, yo crezco entre tinieblas.
Yo amo las habitaciones sombrías, aquellas con retratos y cómodas amarillentas,
mi espejo, aquel que reflejaba la oscuridad, junto a la pared;
a su lado el gato, el morador de las tinieblas, él es mi mejor compañero.
Yo amo las grandes y vacías tabernas, inaccesibles para el sol azul.
Yo deliraba horizontes morados, farolas bailando en lo negro.
Yo estoy loco, yo estoy enfermo, el aire sobre mí contagiado está.
Ciérrate, enorme horizonte… Cerrad, cerrad la antesala.
III
El muchacho bajo la vieja y triste farola sonríe con impotencia.
No toquéis nunca sus dedos, ni tampoco sus oscuros ojos.
Su contagio penetrará en vuestro feliz y apacible hogar.
Entonces despreciaréis el mundo, aquel que sufre y canta bajo el sol.
Vagabundos
En las inquietas tinieblas de la noche
vamos andando: ¿a dónde llegaremos?… La lluvia.
Un lejano destello por los aleros suena.
En las preocupantes e inquietas tinieblas
lejos, por la ciudad,
vamos andando, andando.
¿Qué son estos reflejos de luz,
que cortan en tiras las aceras
frías y desiertas? ¿Qué son
estas luces nocturnas y tenues,
encendidas en esas redes brillantes y lluviosas?
Por nuestras frentes heladas y pálidas
corre la lluvia.
Lejos, allá donde las inquietas
e infinitas tinieblas, vamos andando.
Lejos de la ciudad:
suena infinitamente, con ternura,
suena en nuestros oídos,
susurra la lluvia…
Vamos andando… ¿A dónde llegaremos?…
Las aceras frías y desiertas.
…Sin pan, sin techo,
mojados,
ensimismados en el susurro de la lluvia otoñal.
Y ya,
a través de la infinidad de tantas noches,
habiendo deambulado en lo lejano, no solo una vez,
dejamos caer
nuestras manos en una fría desesperación;
y no una sola vez,
en silencio:
con mandíbulas de hierro chirriamos en la noche.
¿A dónde llegaremos?…
La lluvia susurra. Oh, ¡esos reflejos
por las aceras! Oh, ¡esas luces!
Con las frentes heladas
y oscuras,
caminamos
en las inquietas tinieblas de la noche.
Nuestras manos,
nuestros ojos,
arrastrados, son sacudidos hacia las puertas y
los cristales oscuros y silenciados
de las casas…
¿Y nuestro corazón?:
Un manantial infinito de un impulso desesperado.
(Del libro El muchacho azul, 2020)
Nota
[1] Diminutivo de Aleksandar.