Irene Gómez Castellano

Todos aquí son medusas a su manera

 

 

 

 

Walking Around (Anuncio de compresas)

Sucede que me canso de ser hombre.
Pablo Neruda

Sucede que me canso de ser mujer.

Me canso de tus veinte poemas de amor

y de tu falsa canción desesperada.

Dónde está ahora la chica que inspiró esos versos,

mientras tus palabras vagan por la mente

de locas como yo, amargándonos la vida.

Nosotras somos los pobres buzos ciegos,

los astronautas desconectados de la nave madre

girando en una órbita que desemboca

en un agujero negro

rodeado de pelos:

a ver cuándo te depilas.

No aguanto a las esteticiennes. Me duele

que me arranquen los pelos de las cejas,

pero me duele no gustarte.

Me duele tener que charlar

en la peluquería

fingir que soy alegre

en amable agorafobia.

Me duelen los tacones que me pongo cada día

mientras camino con una mezcla de aire de mujer fatal

que no ha roto nunca un plato.

No quiero caerme, no quiero.

 

Pero he roto muchos platos en la vida.

Con mi imaginación, lo único

que nadie puede quitarme

ni con cera caliente ni con fría.

A veces cuando paseo por las calles

me saludan las maniquíes de un Zara

con más simpatía que la escuálida dependienta

que lleva diez horas a seis euros sin contar el transporte

para plegar sus sueños de grandeza

y guardarlos en las mangas de los suéters

donde no molesten con sus impertinentes villancicos

que hablan de reyes que no existen

y de príncipes que no cuidan de sus princesas

para eso no hubiera probado tantos tratamientos

para encogerme las caderas

tantas torturas, tanto vendarnos

los pies para encogernos el alma,

tantas horas planchándote el pelo

y el alma, tanto callarme, tanto sonreír

para esto.

Sucede que me cansa tener que trabajar más que tú

para ganar mucho menos.

Sucede que me canso de cuidar a los hijos

que llevarán tu nombre.

Hijos de puta.

Me canso de hablar y de pedir y protestar en silencio

Porque me enseñaron a callar

y a hablar en voz baja

y a sonreír

y a no pedir nada.

Me enseñaron que no debo levantar la voz

ni desear.

Por eso no me gusta

hablar en voz alta

prefiero escribir mis gritos

cuando me quito los tacones

al llegar a casa

y desear cosas prohibidas

a través de los libros.

Mis orgasmos no son

sino poéticas epifanías.

 

Algunos días me invade la tristeza cuando te veo,

chica en los huesos que fui yo,

y me invade la nostalgia, lo reconozco, porque ya no veo

mis huesos

porque ya no paso hambre y tengo buenas caderas

y pechos y estas manos que trabajan y limpian y cocinan

y escriben

y que alimentan a mis hijos

me cansa que los políticos hablen de mi vientre

como si fuera suyo

y que me miren el culo

y que no me lo miren

porque si no te miran no eres nadie:

sólo servimos para reflejar deseos ajenos

y devolverles a los hombres una foto

mejorada de ellos mismos.

Las fotos no tienen arrugas

me voy a retocar el alma,

borrarme la memoria

aunque qué gusto que la dejen a una

tranquila

paseando por la calle sin pegarte

esos piropos asquerosos que te violan

porque te lo mereces

por ir por ahí provocando, guarra,

y volviendo a mirarte, chica

que estás en los huesos,

me acuerdo de cuánta hambre he pasado

para tener contento a un hombre invisible

y para que las revistas

no me interroguen con sus portadas amenazantes,

para no ver los anuncios,

las danzas de la muerte,

que fingen querer ayudarnos a sonreír

con golosinas rellenas de veneno

presas nos tienen en nuestras jaulas

y nos miran las muñecas

como la bruja a Hansel y a Gretel.

Cuando estemos en el peso correcto,

vendrán a devorarnos. Prepárate.

Si te pones fea no te devorarán

pero te matarán de hambre. Prepárate.

Me canso de ti y te odio, pensando en cuántas

calorías has comido hoy

y calculando cómo quemarlas

mientras haciendo el cálculo y tomando

cocacolas light se te va la vida

y perdemos esta guerra

que ganaremos con nuestros hijos amarrados a nuestras

piernas

gordas

cortándonos un pecho como las amazonas

para poder luchar mejor. Para que nos dejen en paz

para dejar de escuchar la tele

lejana con sus tratamientos de belleza.

Qué esfuerzo tan grande sonreír al mundo

que nos quiere muertas

muertas de hambre

y sonriendo

con cara de putas de lujo.

Cómo odio los anuncios de compresas.

A algunos les vendría bien ponerse un tampón en la boca.

No me digas que sonría

si me duelen las entrañas. No puedo parar de hacerlo

aunque se me pongan ojos de loca. Venga,

dame una pastilla porque no puedo

aguantar más este largo paseo, este paraíso

repleto de serpientes sin manzanas.

Nos han engañado a todas. Ninguna

de nosotras será reina, y menos mal

que para cada Pablo hay una Gabriela.

Por suerte ya tengo más de treinta años

y no tengo que ir a la discoteca los fines de semana.

A que me pellizquen los hombres con sus ojos

y me odien las mujeres. A bailar como una caníbal

hasta que me chorreen de sangre los zapatos

hasta ser devorada por el ritmo de la noche.

Puedo ir al cuarto de baño yo solita.

 

Por suerte ahora

tengo tiempo y cabeza para poner

este odio en palabras y dejarte en paz a ti,

pobre chica que estás en los huesos,

por suerte ahora puedo colgar mis trapos

dejarlos que se aireen

aunque te moleste con mi olor a sardinas,

con mi odio, con mi leche agria,

con mi sangre putrefacta.

 

Me gusta ser mujer.

 

 

 

 

Pelagia Noctiluca

 

En su rareza lunar Gus y yo encontramos

un mundo remoto que de tan extraño

familiar se vuelve. Ahora en el exilio

se echa de menos lo más raro, lo más oscuro.

Escuchar a las hermanas pasando lista. ¡Servidora!

El olor húmedo de los confesionarios.

El escozor de las pipas pegadas en los labios.

Las piedras como hondas lanzadas a lo lejos.

El tacto de la tiza al trazar un sambori. La cuerda.

El frío de la portería contra la suela de los zapatos

sentirse la falda rozando la frente al hacer el pino

sabiendo que las monjas estaban vigilándonos

el gusto de rascarse la costra de una herida

viendo crecer la

gota de sangre,

su sabor férreo.

Descabezar una pantera rosa.

Abrir un sobre sorpresa. Una fanta.

Las peta zetas en la lengua y las nits del foc.

Por ejemplo, hoy echo de menos ser invitada

a una Primera Comunión. Se disuelve el barquillo

en el paladar como los bordes de un helado celeste.

(A veces le cuento recuerdos inventados; nos reímos.)

Mari Carmen y María Jesús, Rebeca y Eva, María José.

Sombrillas pálidas, urticantes en la marea de domingo

esas niñas también eran medusas a su manera

y como amigas sin nombre recorren con su rosario

los pasillos de t/su memoria, recitando los nuevos

nombres de Cristo con hashtags y pequeñas biblias,

blancas, las manos en guantes de ganchillo sintético,

los dedos como ilusionadas morcillas, anillo por encima,

reloj de plástico, cruz de oro sobre dos promesas redondas,

jugando bioluminescentes a la inmortalidad.

 

 

 

 

Nanas de lo profundo

Para Tahlequah/J35

 

Variación 1

 

La descubres en la peluquería

y te conmueve de tal modo

que arrancas la página

y te la metes en el bolso

como si estuvieras robando

un gran secreto que nadie

debería haber visto nunca.

Para ti ya es tarde.

 

No poder olvidarla

es un misterio tan grande

como el del negro baile

de la madre orca arrastrando

el cadáver de su criatura

muerta. Y no es pena.

Es comprensión y ganas

de decirle que pienso

en ella todo el día.

 

 

Variación 2

 

Ahora mismo, allá abajo

la madre orca sigue

empujando a la cría

muerta en lo profundo.

 

Si la cría desciende

ella vuelve a buscarla

y la lleva como la foca

iza la pelota de colores

desinflada y triste.

 

Días y días nadando

juntas una blanca y negra

y la pequeña negra toda.

 

 

Variación 3

 

Intentas sustituirlas

por la imagen que viste

aquel día en el acuario:

la beluga amamantando

a su bebé, nadando juntas.

La vida tiene sentido.

Como el fractal copo

de nieve. El perfecto

huevo. La sutil

bellota.

 

Y una imagen

se vuelve el negativo

de la otra y siempre

ahora van juntas

en la historia:

la blanca beluga láctea

y con ella la negra orca.

 

 

Variación 4

 

Estoy cansada de no dormir

y de jugar yo sola con las fichas

de este dominó siniestro.

 

 

Variación 5

 

Me pongo el traje de buzo

y me decido a bajar con ellas.

Y es como llamar a tu abuelita.

Le acaricio el lomo

con cuidado de no hacer

ruido ni cambiar las

corrientes. Le hablo

en silencio. Le digo

no hay consuelo

no hay consuelo

estamos contigo.

Aunque no lo entiende

la llamo guapa como

las enfermeras a los que

están a punto de morirse.

Le recito los versos:

pegasos lindos pegasos

caballitos de madera

yo conocí siendo niño

la alegría de dar vueltas.

Casi la llamo (mejor me callo)

Sísifo de las profundidades.

Y luego en mi sueño

como una enfermera letal

las atravieso a ambas

con una lanza larga

(el agua se vuelve roja)

para que se queden

ancladas en las olas

las jaulas de sus esqueletos

bailando madre e hija

entre los peces y su plancton

juntas para siempre.

 

 

Variación 6

 

Käthe Kollwitz, Tod und Frau um das Kind Ringend, 1911

 

 

Variación 7

 

Francisco de Goya, Grabado 54, Desastres de la Guerra: “Madre infeliz!”, 1812-1814

 

 

Variación 8

 

De profundis clamavi ad te.

 

 

 

 

Amor de madre, por Antonio Muñoz Degrain

 

Es un lienzo impresionista

hecho por un pintor valenciano

al que le gustaba pintar

Cristos iluminados

caminando sobre las aguas

Ofelias y Magdalenas; alegóricas

escenas de tipo simbolista

bastante cursis por cierto

ya entonces pasadas de moda.

Quedaría perfecto en un salón

del Ayuntamiento o colgado

en las paredes de una horchatería.

Pero no puedo evitar mi mal gusto.

Yo nací en Benicalap

me crié en la Ciudad Fallera

y pasé mi adolescencia

en el barrio de Marchalenes

también llamado Zaidía

rodeada de carnicerías

y mercadonas y fincas

con ropa tendida

bares melancólicos

de tabaco y carajillo

y menú del día

y deslunados tristes

y un eterno partido

de fútbol amordazado

por azulejos fregados

con lejía.

Por eso se explica

bien que me guste

tanto desde pequeña

este cuadro hortera

de un pintor

que quiere

y no puede

ser Sorolla

o Madrazo.

Hay una voz ahogada

entre sus aguas pintadas

que grita mi nombre y me estira el pelo

como el recuerdo de las niñas de Alcácer

que se salieron de la cuneta de la ruta

del bakalao y aún viven lorquianas

enterradas en un solo ay eterno y blanco

cuarteando un maredeueta

como las voces de la Escolanía

desamparadas Heidis de cristal

pinchadas como un moño de fallera.

El subidón de una riada nos electrocuta

y vibra el recuerdo atado a Chimo Bayo

me monto como una monleoneta

en la motoreta con la tía Enriqueta

y me sumerjo en el remolino

de este lienzo inmenso y mate

que visité un día de pequeña

en una excursión en autobús.

Hasta aquí llegó la riada,

dice el cartel tímidamente

junto a una casi imperceptible

raya roja.

Amor de madre.

Ahí asoma, tímida,

con su ironía dramática

el techo de una barraca con su cruz en la punta

en la margen izquierda del río desbordado que cubre el lienzo

con pinceladas enfadadas y pastosas

como arenas movedizas.

Una breve puerta de hierro

ha sido forzada por la corriente

y lo que antes era un huerto

ahora yace sumergido en las aguas marrones.

Un árbol seco parece querer agarrarse

con sus ramas al cielo,

en inútil súplica

de Dafne convertida ya en laurel

ahogada en sus ramas paralíticas.

Toda la escena ha sido grabada

utilizando un foso enorme

de aguas oscuras que yacen

quietas junto a las aguas

calmas del Mediterráneo

en la Ciudad de la Luz.

A su lado, emerge del agua

el brazo titánico de una labradora

su cabeza está ya cubierta por agua y barro

en pathos violáceo

de medusa llevada por las olas

al borde de la playa

atacada dulcemente

por niños piadosos

que la entierran viva

o la empalan con el palo

de una alegre sombrilla.

Sí, la cabeza ya está cubierta por agua y barro

pero su manga intacta, imposiblemente seca

se yergue almidonada en triunfo de abnegación trágica.

Quién pudiera usar una grúa

de pluma abandonada que gira

como veleta sobre las torres vacías

de la extensión de la Alameda

para echarle una mano.

Sobre el brazo, llora un bebé

rubio, grande y hermoso

al que las aguas

no han tragado todavía.

Amor de madre,

tragedia en la Albufera,

encerrada en un museo

municipal

te cubren con su sombra

luminosa y hueca

fantasmas blancos

espantosos monstruos

navegando a la deriva

sobre las aguas espejadas

de la Ciudad de las Ciencias.

Laocoonte levantino,

ahogándote con tu hijo en triunfo,

amor de madre.

Irene Gómez Castellano (Valencia, España, 1979). Doctorada por la University of Virginia, actualmente es Profesora Asociada en la University of North Carolina-Cha ... LEER MÁS DEL AUTOR