Todos aquí son medusas a su manera
Walking Around (Anuncio de compresas)
Sucede que me canso de ser hombre.
Pablo Neruda
Sucede que me canso de ser mujer.
Me canso de tus veinte poemas de amor
y de tu falsa canción desesperada.
Dónde está ahora la chica que inspiró esos versos,
mientras tus palabras vagan por la mente
de locas como yo, amargándonos la vida.
Nosotras somos los pobres buzos ciegos,
los astronautas desconectados de la nave madre
girando en una órbita que desemboca
en un agujero negro
rodeado de pelos:
a ver cuándo te depilas.
No aguanto a las esteticiennes. Me duele
que me arranquen los pelos de las cejas,
pero me duele no gustarte.
Me duele tener que charlar
en la peluquería
fingir que soy alegre
en amable agorafobia.
Me duelen los tacones que me pongo cada día
mientras camino con una mezcla de aire de mujer fatal
que no ha roto nunca un plato.
No quiero caerme, no quiero.
Pero he roto muchos platos en la vida.
Con mi imaginación, lo único
que nadie puede quitarme
ni con cera caliente ni con fría.
A veces cuando paseo por las calles
me saludan las maniquíes de un Zara
con más simpatía que la escuálida dependienta
que lleva diez horas a seis euros sin contar el transporte
para plegar sus sueños de grandeza
y guardarlos en las mangas de los suéters
donde no molesten con sus impertinentes villancicos
que hablan de reyes que no existen
y de príncipes que no cuidan de sus princesas
para eso no hubiera probado tantos tratamientos
para encogerme las caderas
tantas torturas, tanto vendarnos
los pies para encogernos el alma,
tantas horas planchándote el pelo
y el alma, tanto callarme, tanto sonreír
para esto.
Sucede que me cansa tener que trabajar más que tú
para ganar mucho menos.
Sucede que me canso de cuidar a los hijos
que llevarán tu nombre.
Hijos de puta.
Me canso de hablar y de pedir y protestar en silencio
Porque me enseñaron a callar
y a hablar en voz baja
y a sonreír
y a no pedir nada.
Me enseñaron que no debo levantar la voz
ni desear.
Por eso no me gusta
hablar en voz alta
prefiero escribir mis gritos
cuando me quito los tacones
al llegar a casa
y desear cosas prohibidas
a través de los libros.
Mis orgasmos no son
sino poéticas epifanías.
Algunos días me invade la tristeza cuando te veo,
chica en los huesos que fui yo,
y me invade la nostalgia, lo reconozco, porque ya no veo
mis huesos
porque ya no paso hambre y tengo buenas caderas
y pechos y estas manos que trabajan y limpian y cocinan
y escriben
y que alimentan a mis hijos
me cansa que los políticos hablen de mi vientre
como si fuera suyo
y que me miren el culo
y que no me lo miren
porque si no te miran no eres nadie:
sólo servimos para reflejar deseos ajenos
y devolverles a los hombres una foto
mejorada de ellos mismos.
Las fotos no tienen arrugas
me voy a retocar el alma,
borrarme la memoria
aunque qué gusto que la dejen a una
tranquila
paseando por la calle sin pegarte
esos piropos asquerosos que te violan
porque te lo mereces
por ir por ahí provocando, guarra,
y volviendo a mirarte, chica
que estás en los huesos,
me acuerdo de cuánta hambre he pasado
para tener contento a un hombre invisible
y para que las revistas
no me interroguen con sus portadas amenazantes,
para no ver los anuncios,
las danzas de la muerte,
que fingen querer ayudarnos a sonreír
con golosinas rellenas de veneno
presas nos tienen en nuestras jaulas
y nos miran las muñecas
como la bruja a Hansel y a Gretel.
Cuando estemos en el peso correcto,
vendrán a devorarnos. Prepárate.
Si te pones fea no te devorarán
pero te matarán de hambre. Prepárate.
Me canso de ti y te odio, pensando en cuántas
calorías has comido hoy
y calculando cómo quemarlas
mientras haciendo el cálculo y tomando
cocacolas light se te va la vida
y perdemos esta guerra
que ganaremos con nuestros hijos amarrados a nuestras
piernas
gordas
cortándonos un pecho como las amazonas
para poder luchar mejor. Para que nos dejen en paz
para dejar de escuchar la tele
lejana con sus tratamientos de belleza.
Qué esfuerzo tan grande sonreír al mundo
que nos quiere muertas
muertas de hambre
y sonriendo
con cara de putas de lujo.
Cómo odio los anuncios de compresas.
A algunos les vendría bien ponerse un tampón en la boca.
No me digas que sonría
si me duelen las entrañas. No puedo parar de hacerlo
aunque se me pongan ojos de loca. Venga,
dame una pastilla porque no puedo
aguantar más este largo paseo, este paraíso
repleto de serpientes sin manzanas.
Nos han engañado a todas. Ninguna
de nosotras será reina, y menos mal
que para cada Pablo hay una Gabriela.
Por suerte ya tengo más de treinta años
y no tengo que ir a la discoteca los fines de semana.
A que me pellizquen los hombres con sus ojos
y me odien las mujeres. A bailar como una caníbal
hasta que me chorreen de sangre los zapatos
hasta ser devorada por el ritmo de la noche.
Puedo ir al cuarto de baño yo solita.
Por suerte ahora
tengo tiempo y cabeza para poner
este odio en palabras y dejarte en paz a ti,
pobre chica que estás en los huesos,
por suerte ahora puedo colgar mis trapos
dejarlos que se aireen
aunque te moleste con mi olor a sardinas,
con mi odio, con mi leche agria,
con mi sangre putrefacta.
Me gusta ser mujer.
Pelagia Noctiluca
En su rareza lunar Gus y yo encontramos
un mundo remoto que de tan extraño
familiar se vuelve. Ahora en el exilio
se echa de menos lo más raro, lo más oscuro.
Escuchar a las hermanas pasando lista. ¡Servidora!
El olor húmedo de los confesionarios.
El escozor de las pipas pegadas en los labios.
Las piedras como hondas lanzadas a lo lejos.
El tacto de la tiza al trazar un sambori. La cuerda.
El frío de la portería contra la suela de los zapatos
sentirse la falda rozando la frente al hacer el pino
sabiendo que las monjas estaban vigilándonos
el gusto de rascarse la costra de una herida
viendo crecer la
gota de sangre,
su sabor férreo.
Descabezar una pantera rosa.
Abrir un sobre sorpresa. Una fanta.
Las peta zetas en la lengua y las nits del foc.
Por ejemplo, hoy echo de menos ser invitada
a una Primera Comunión. Se disuelve el barquillo
en el paladar como los bordes de un helado celeste.
(A veces le cuento recuerdos inventados; nos reímos.)
Mari Carmen y María Jesús, Rebeca y Eva, María José.
Sombrillas pálidas, urticantes en la marea de domingo
esas niñas también eran medusas a su manera
y como amigas sin nombre recorren con su rosario
los pasillos de t/su memoria, recitando los nuevos
nombres de Cristo con hashtags y pequeñas biblias,
blancas, las manos en guantes de ganchillo sintético,
los dedos como ilusionadas morcillas, anillo por encima,
reloj de plástico, cruz de oro sobre dos promesas redondas,
jugando bioluminescentes a la inmortalidad.
Nanas de lo profundo
Para Tahlequah/J35
Variación 1
La descubres en la peluquería
y te conmueve de tal modo
que arrancas la página
y te la metes en el bolso
como si estuvieras robando
un gran secreto que nadie
debería haber visto nunca.
Para ti ya es tarde.
No poder olvidarla
es un misterio tan grande
como el del negro baile
de la madre orca arrastrando
el cadáver de su criatura
muerta. Y no es pena.
Es comprensión y ganas
de decirle que pienso
en ella todo el día.
Variación 2
Ahora mismo, allá abajo
la madre orca sigue
empujando a la cría
muerta en lo profundo.
Si la cría desciende
ella vuelve a buscarla
y la lleva como la foca
iza la pelota de colores
desinflada y triste.
Días y días nadando
juntas una blanca y negra
y la pequeña negra toda.
Variación 3
Intentas sustituirlas
por la imagen que viste
aquel día en el acuario:
la beluga amamantando
a su bebé, nadando juntas.
La vida tiene sentido.
Como el fractal copo
de nieve. El perfecto
huevo. La sutil
bellota.
Y una imagen
se vuelve el negativo
de la otra y siempre
ahora van juntas
en la historia:
la blanca beluga láctea
y con ella la negra orca.
Variación 4
Estoy cansada de no dormir
y de jugar yo sola con las fichas
de este dominó siniestro.
Variación 5
Me pongo el traje de buzo
y me decido a bajar con ellas.
Y es como llamar a tu abuelita.
Le acaricio el lomo
con cuidado de no hacer
ruido ni cambiar las
corrientes. Le hablo
en silencio. Le digo
no hay consuelo
no hay consuelo
estamos contigo.
Aunque no lo entiende
la llamo guapa como
las enfermeras a los que
están a punto de morirse.
Le recito los versos:
pegasos lindos pegasos
caballitos de madera
yo conocí siendo niño
la alegría de dar vueltas.
Casi la llamo (mejor me callo)
Sísifo de las profundidades.
Y luego en mi sueño
como una enfermera letal
las atravieso a ambas
con una lanza larga
(el agua se vuelve roja)
para que se queden
ancladas en las olas
las jaulas de sus esqueletos
bailando madre e hija
entre los peces y su plancton
juntas para siempre.
Variación 6
Käthe Kollwitz, Tod und Frau um das Kind Ringend, 1911
Variación 7
Francisco de Goya, Grabado 54, Desastres de la Guerra: “Madre infeliz!”, 1812-1814
Variación 8
De profundis clamavi ad te.
Amor de madre, por Antonio Muñoz Degrain
Es un lienzo impresionista
hecho por un pintor valenciano
al que le gustaba pintar
Cristos iluminados
caminando sobre las aguas
Ofelias y Magdalenas; alegóricas
escenas de tipo simbolista
bastante cursis por cierto
ya entonces pasadas de moda.
Quedaría perfecto en un salón
del Ayuntamiento o colgado
en las paredes de una horchatería.
Pero no puedo evitar mi mal gusto.
Yo nací en Benicalap
me crié en la Ciudad Fallera
y pasé mi adolescencia
en el barrio de Marchalenes
también llamado Zaidía
rodeada de carnicerías
y mercadonas y fincas
con ropa tendida
bares melancólicos
de tabaco y carajillo
y menú del día
y deslunados tristes
y un eterno partido
de fútbol amordazado
por azulejos fregados
con lejía.
Por eso se explica
bien que me guste
tanto desde pequeña
este cuadro hortera
de un pintor
que quiere
y no puede
ser Sorolla
o Madrazo.
Hay una voz ahogada
entre sus aguas pintadas
que grita mi nombre y me estira el pelo
como el recuerdo de las niñas de Alcácer
que se salieron de la cuneta de la ruta
del bakalao y aún viven lorquianas
enterradas en un solo ay eterno y blanco
cuarteando un maredeueta
como las voces de la Escolanía
desamparadas Heidis de cristal
pinchadas como un moño de fallera.
El subidón de una riada nos electrocuta
y vibra el recuerdo atado a Chimo Bayo
me monto como una monleoneta
en la motoreta con la tía Enriqueta
y me sumerjo en el remolino
de este lienzo inmenso y mate
que visité un día de pequeña
en una excursión en autobús.
Hasta aquí llegó la riada,
dice el cartel tímidamente
junto a una casi imperceptible
raya roja.
Amor de madre.
Ahí asoma, tímida,
con su ironía dramática
el techo de una barraca con su cruz en la punta
en la margen izquierda del río desbordado que cubre el lienzo
con pinceladas enfadadas y pastosas
como arenas movedizas.
Una breve puerta de hierro
ha sido forzada por la corriente
y lo que antes era un huerto
ahora yace sumergido en las aguas marrones.
Un árbol seco parece querer agarrarse
con sus ramas al cielo,
en inútil súplica
de Dafne convertida ya en laurel
ahogada en sus ramas paralíticas.
Toda la escena ha sido grabada
utilizando un foso enorme
de aguas oscuras que yacen
quietas junto a las aguas
calmas del Mediterráneo
en la Ciudad de la Luz.
A su lado, emerge del agua
el brazo titánico de una labradora
su cabeza está ya cubierta por agua y barro
en pathos violáceo
de medusa llevada por las olas
al borde de la playa
atacada dulcemente
por niños piadosos
que la entierran viva
o la empalan con el palo
de una alegre sombrilla.
Sí, la cabeza ya está cubierta por agua y barro
pero su manga intacta, imposiblemente seca
se yergue almidonada en triunfo de abnegación trágica.
Quién pudiera usar una grúa
de pluma abandonada que gira
como veleta sobre las torres vacías
de la extensión de la Alameda
para echarle una mano.
Sobre el brazo, llora un bebé
rubio, grande y hermoso
al que las aguas
no han tragado todavía.
Amor de madre,
tragedia en la Albufera,
encerrada en un museo
municipal
te cubren con su sombra
luminosa y hueca
fantasmas blancos
espantosos monstruos
navegando a la deriva
sobre las aguas espejadas
de la Ciudad de las Ciencias.
Laocoonte levantino,
ahogándote con tu hijo en triunfo,
amor de madre.