Trascendencia del olvido
De palabras
La palabra, tu palabra
es un barco certero hacia el deseo.
Lanza tan primitiva,
caricia tan urgente,
lindando casi con el rojo
mordisco de lo obsceno.
Tu palabra me sobresalta,
me desata, me incita.
Plenamente verbal,
me humedezco de esencias germinales,
y se activan mis manos,
mi cuerpo, mi palabra también
para dormir el aire con la tuya.
Tu palabra, furtiva entre mi oído,
moscardón malicioso,
me cosquillea el instinto.
Subleva mis silencios
y, exacerbada de penumbras,
nos acerca y nos une
en esa vieja danza
de los cuerpos deseantes y absolutos.
Tu voy y mi voz se están amando
entrecortadas, susurrantes,
plenas de excitaciones, de turgencias,
de alientos agresivos o ternísimos,
entre un silencio despeinado y gozoso.
Palabras que se tocan,
se muerden, se estremecen
sn esa enredadera de deseos
que es sólo aire empapado y aromoso.
Hacemos el amor también con la palabra.
Segunda desfloración
Apareciste.
Fugaz, impredecible.
El más urgente ahora.
El subrepticio beso a la distancia,
más quemante mientras más lejos arde,
más moroso y astuto
que a ras de labio.
Ardió sobre mi cuello
desde la otra esquina del salón,
ala temible y deleitosa.
Tu palabra,
la subversiva,
irresistible herramienta del deseo.
Y mi burbuja oscura,
aquella que arrastré
después del desamor.
mi segunda virginidad,
estéril, afrentosa,
rota de desplaceres
donde el eros se esconde,
se esfumó en el asalto de tus manos,
ante el atrevimiento de tu lengua invasora,
enfrente al tajo de la noche
que improvisaste así para mi gozo.
Podría empezar a amarte
si me lo permitieras.
Eres demasiado fugaz,
tejido ajenamente en la distancia.
Y quizá nuestros mundos
no vuelven a cruzarse.
Te agradezco ese golpe de instinto
que me abrió claridades.
Recorrí, nuevamente,
la dulzura de los cuerpos
que se van acercando, hasta cerrarse
uno sobre otro, como puertas al gozo.
Y el jadeo triunfante,
música que no puedo desterrar de mi vida.
Y la belleza antigua de la espada
que siempre me sorprende,
y da vida y no muerte a donde hiere.
Quizá yo sea en ti
sólo unos ojos memorables,
que se irán disolviendo entre sus días
de rutina y de hastío.
Yo soy la gananciosa:
puedo hoy volver a amar.
Cedro de gracias
Un cedro de sabana florecido,
tal es la vida, y su solícito esplendor.
Con sus crespos copones rosa y blanco,
se recuesta en el telón azul de un cielo
que no sabe de nubes,
donde el verano redondea
en la luz su prodigio,
tan breve, y tan eterno en tan inmensa brevedad.
Lo ves y sólo sientes
un sobrecogimiento de beatitud y gozo
por tanto fulgor incomprendido,
Así la vida, nuestra vida,
punto de inflexión del universo.
La vida que se abre en esplendores,
Y que tiene sus veranos titilantes,
sus inviernos verdes e iridiscentes,
sus desnudeces dolorosas
en el mutar y vuelta
de cada temporada incierta y frágil.
Un cedro de sabana florecido:
pulso de diosa en medio de la fiesta
interrogante.
Como ignotos pasajeros de asombro
en este breve viaje,
sólo podemos musitar:
¡gracias por tanto don!,
… y compartirlo.
Lección indispensable
Deja así las almohadas,
no las cubras.
Ni despereces la colcha y su jardín
de estampados ansiosos.
En él hemos jugado a ser eternos,
a recoger las mínimas migajas del placer
con que la vida quiere agasajar
nuestra bella osadía.
No importa que lo sepan:
tú yo hemos pasado
dos horas de eterno regocijo,
y nos hemos amado
como si el tiempo nos perteneciera.
Ahora llega la noche.
Te bañas y despides,
con esa sonrisa que amo tanto,
placentera, feliz, cómplice, mía.
Aquí, donde nos hemos dado tanta luz,
uno en el otro.
Yo, fundida a la ternura.
Tú, con el halago tierno
de quien se ha vuelto experto de caricias.
Conmigo has aprendido
esa alta ciencia mutua del placer
y eres converso aventajado
en esta hermosa devoción del gozo.
Vuelve mañana, amado.
Que tenemos aún mucha materia
para aprender despacio y dulcemente.
Mar adentro
Aunque lejos del mar,
tengo un trozo de mar entre mis ojos
que azulea hacia adentro.
Apenas un perfil, un horizonte
recogido y vibrátil
que me llama y me llama
con su presencia clara
de amigo, amante, amado.
Y con su seno turbio o refulgente
donde ahondar la mirada
y todos sus cansancios.
Todos los días al despertar lo bebo
como a una dulce droga.
Adivino en su color el futuro del día.
Me mezo en su lejano movimiento,
me sumerjo en su luz,
cortada por la niebla
en pálidos islotes,
Y es más real y más mío
que todos los océanos
que no cabrían en mí.
Cuando alguien dice:”¡el mar!”,
es mi trozo de mar
quien le contesta.
Cuando alguien dice:
“¡El horizonte es plata!”,
estoy segura que es mi mar su mina.
Enmarcado en mis árboles
que el otoño enrojece cada día con más saña,
se me abre dulcemente
y me cuenta de patria, de ciencias,
de beatitud, de amor,
de playas lejanísimas,
de niños que se ríen,
de ciudades feroces
y de profundidad de peces
como ideales,
sorprendidos y agrestes.
Cuando una barca lo parte en dos,
me lanza el brillo doliente de su espuma
en la distancia.
Y cuando la tormenta lo oscurece e irrita,
me deslumbra con su terrible fuerza
de oleajes iracundos.
Va cambiando su rostro y su color
conforme avanza el día.
En el amanecer es brumoso y lejano,
como si el sueño lo envolviera también.
Por la mañana surge, azul y gloria,
trompeta de alegría
que asciende hasta la playa y la desborda.
A mediodía es cobalto y hondísimo,
pues el cielo se ha caído sobre él.
A la tarde se me va diluyendo,
fulgente y neblinoso,
como si en la otra orilla lo esperara
una cita de amor.
Y por la noche, sólo su hondo retumbo permanece ,
acompasando el sueño y el vacío.
Siempre quise tener un mar en mí.
Cuando niña, este mar
hubiese sido el regalo perfecto.
¡Tantas veces lo soñé mío, bajo la cama,
envuelto en húmedos reflejos,
lleno de gracia y de salobre espuma,
tan sólo para mí!
La vida me ha ayudado a construirlo.
Sólo cierro los ojos,
y allí me está esperando,
Líquido, dulce, vago,
como un sueño de infancia
que de repente
nos salta entre las manos.
Fuga de muerte
A propósito de un video sobre las víctimas indígenas
de Alteal, Chiapas, filmado en diciembre de 1997.
Pero, ¿a dónde van?
Atravesando ajenos montes de soledad,
cargando peso a peso su propio desamparo,
por los hostiles páramos en que la muerte anida
el paso muy pequeño y la mirada larga
por todas las fatigas y los fríos de este mundo,
¿a dónde van?
¿Dónde su albergue, su maíz, su canto?,
la mano fraternal que los devuelva
a la roca materna, anterior a la herida?
Apátridas perennes,
¿cuándo terminará su errar de siglos
por las tierras en donde sus abuelos
hicieron dios al colibrí y al puma,
perpetuaron al águila
en sus cielos de barro policromo
y llenaron de ranas
los espejos del agua y de la piedra?
Aplastados bajo el peso del hambre,
pariendo entre la lluvia,
sollozando por sus casas derruidas,
y por el grito agónico
de sus muertos recientes
que los persigue como un mal sueño.
Arrastrando a sus hijos
fuera del vendaval y de la fiebre,
bajo el abrigo triste de una hoja anegada,
¿a dónde van?
Atrás dejaron todo:
los güipiles florecidos en rojo
por manos primorosas
quedaron en el barro de los odios.
La piedra de moler, despedazada
no volverá a cantar sobre el maíz precioso.
Y de la casa, sólo
un enjambre de latas y de óxidos
sostiene su memoria.
Se ocultan del ejército,
De su antifaz violáceo y desangrado.
Se ocultan de la mano del vecino,
inesperadamente cruel.
Y huyen, huyen, porque la lejanía
es la dudosa puerta hacia la vida,
donde no llegue la traición,
ni la tortura incube sus dolorosas larvas,
ni las preguntas lleven el pavor y la sangre.
Pero, por Dios, ¿a dónde van
bajo la lluvia ciega
y la noche, aún más ciega,
del hombre?
Décima cuarta carta
(De Cartas a Camila)
12 de agosto,
segundo cumpleaños de Camila.
Si no crees que el ser humano
es un crucificado en la materia,
¡ven a los hospitales!
Aquí estás, Camila del dolor,
con tu hígado nuevo,
dispuesto a destilar
cada gota de vida
en tu cuerpo aterido.
Víscera arrancada a la muerte
por una Voluntad indescifrable,
y ofrendada a tu vida
en una dación de vértigos y asombros.
Aquí estás, nieta mía,
sobre la cama
con tus bracitos en cruz
poblados de agujas y sensores:
todo lo que pueda
mantenernos la vida
en esa zona liminar,
muda e indescifrable,
pero extrañamente iluminada
por los espejos del dolor
y de la pertinaz esperanza.
Aquí estás en tu penumbra,
tan semejante al miedo.
Invadida por sedaciones,
los tenues paraísos de la morfina
y tanto ingenio bioquímico
que hace su matinal milagro.
Aquí, donde cada día
te encuentra vivificada en tu penuria,
victoriosa de una noche más,
a enfrentar la mañana
y el amor compartido
de una resurrección.
Trascendencia del olvido
Se me olvidó que te olvidé,
a mí, que nada se me olvida.
Canto flamenco
Se me olvidó,
pero cuánta memoria enfebrecida
me permite sacarte
a la luz del recuerdo,
y no se me ha olvidado que te quise,
y que en algún momento
de este largo viaje,
tan eterno y tan breve,
tu nombre fue mi emblema,
y mi quimera matutina.
Se me olvidó,
pero yo que conservo
memoriosa presencia
de todos los amores y quereres
que encendieron mi vida,
hoy te saco de nuevo,
a ti, a ti y a ti, plurales y divinos,
que desde mis cinco años,
o desde los pupitres del colegio,
o en las aulas rebeldes de la universidad,
o en el páramo ansioso y quebradizo
de mis divorcios ásperos,
o desde el abandono de una virginidad
que nunca quise,
para decirte que,
en esta pampa ardiente de galopes vitales
o más allá de la ribera ignota de la muerte,
donde quiera que estés,
sacaste lo mejor
de mi fervor sagrado,
cuerpo y alma al unísono.
Y fui un ser más rico en plenitudes
con tu mirada, tu deseo, o tu quimera.
El amor ennoblece lo que toca,
ya sea breve, fugaz o duradero.
Brindo hoy, a mis años, por todos
los que desde su hombría sin adjetivos
me hicieron una mujer plenaria
con la brasa tenaz de su deseo.
Y por ti, el que llegó para quedarse
a esta última estación de soledad,
fraguando complicidades y deseos
hermosamente inesperados,
¡salud!
No hay olvido en la clara
contradicción de amarte.