Efraín Jara Idrovo

El ojo de la muerte

 

 

 

 

El lecho

 

Este es un lecho,

digo.

Y sé que no fue un lecho,

sino

un acantilado

batido de espumas y hogueras

de delirio;

bosque donde el amor

atronó

con torrentes de espadas

y tropeles

de animales en llaga.

Ahora, solamente,

barco inerte

encallado en fango de estupor,

coágulo gris de espacio.

 

Pero aquí sumergió el tiempo

sus témpanos de llamas.

Aquí se desgarraron los arneses

de seda de la carne.

Y, en la blancura de la almohada,

tu cabellera fue

como un río de trigo

desbordado en la nieve,

a una enredadera de soles

y relámpagos.

(Todo es revelación

reiteración,

refracción

del incesante vaho de la sangre,

formas que asume el vértigo

para reconocerse.)

Aquí fue la batalla

y la derrota.

(La transfiguración,

no la victoria,

permite sólo el tiempo.)

¡Ah palacio invadido

por las vegetaciones del fuego

y del tormento!

Aquí estuvo tu cuerpo,

como sobre un bloque de sal

un látigo dormido de diamantes.

Tu cuerpo que desata los oleajes

e invoca las potencias

del huracán

y el sismo.

Tu cuerpo en el que afila

el halcón

el dardo de sus ojos.

 

Devastación

y flores

llovió aquí.

Crujió este lecho al peso de los cuerpos

como un inmenso escarabajo pisoteado;

como las raíces de un pino

que se suicidara

dando un súbito salto;

como el eje del mundo.

 

Al pie,

despojo triste del océano,

tus prendas interiores,

como un puñado de mariposas abatidas…

 

Este es un lecho.

Miro este espacio inerte,

y sé que hubo un instante

en que nos demoramos,

en que nos devoramos,

pero sin consumirnos…

mil 970

 

 

 

 

El ojo de la muerte

 

como el espejo

tiene la ilusión del fondo

pero no otro lado

brillo de la obsidiana

fijeza inmemorial

transparencia sin interioridad de lo inerte

 

nada circula en él

ni el trazado de relámpago del instinto

ni el ardor indeciso de la lágrima

ya para siempre ausente

la vacilación de la luz del pensamiento

 

nada circula en él

todo resbala afuera

como sobre un bloque de hielo

 

no se trata de una expiación

ni de poner a prueba la resistencia de la cuerda

sino de la condición flamante del acero

que por serlo

tiene que despertar

la intransigencia asesina del óxido

ay porque desde que la respiración

instauró la estela del navío

su inexpresiva mirada de carnero

nos taladró hasta la médula

nos puso en el alma semillas de girasol

para que únicamente siguiéramos

absortos

la trayectoria de su planeta de apagadas antorchas

 

en realidad ese ojo no ve

¡pero nos obliga a vernos!

Islas de tiempo

Imprevisibles salpicaduras de vino en el desierto

 

mil 970

 

 

 

 

Currículum Vitae

 

¡Todo fue impredecible!

Gocé y sufrí entre las zarzas de la necesidad

(¡Nuestra fatalidad consiste en la libertad!)

Si todo irradia de mí

con el resplandor doloroso de la belleza,

es porque yo advertí

el empeño estéril de las justificaciones.

¡Nada está bien!

¡Ni nada está mal!

Soy de los que preservan las úlceras,

como un talismán,

y cantan arrobados en el centro de las catástrofes.

 

Me fascina la inocente perversidad

y el encanto terrible

del encaje de sueño de las telarañas.

A veces,

En el intempestivo surtidor de rayos

que inaugura la desnudez de la mujer,

o en el sufrimiento ya metálico de la hoja

martirizada por el verano,

reconoce mi corazón

el eco de su plenitud a pesadumbre.

¡Ah, universo!,

espejo inexorable de la reverberación de la conciencia

y ceniza desparramada de su perpetua orgía…

 

Hay quienes creen en el milagro

de la multiplicación de los panes y los peces.

Para mí,

sólo existe un prodigio:

la silenciosa lealtad de mi chaqueta,

esperándome para iniciar un nuevo día,

sin saber por qué,

ni hasta cuándo…

 

¡Sé que debo morir!

¡Que no se diga que tengo miedo a la muerte!

Únicamente la pena infinita

por el golpe en el atril,

que anuncia

el término del concierto…

 

Con indeclinable pasión de avaro,

atesoré

el centelleo de vísceras e inteligencia del lenguaje.

Por la palabra, el puro aleteo del ser

se congela en espejo

o desfallece en relámpago.

Se oye en las altas bóvedas del poema

forcejear al tiempo hechizado por los vocablos…

¡Todo fue necesario!

Ahora,

la imagen de mi complacencia o adversidad

se llama mundo.

 

Astro solitario,

ardí en el firmamento de la necesidad.

Pero girar absorto en mi órbita hizo posible

el deslumbrante equilibrio de las constelaciones.

Bien lo sabías,

entrañable Albert Camus:

¡La soledad es la única forma de la solidaridad!….

 

mil 969

 

 

 

 

Invocación a la vida

 

Ven a mí, agitación universal,

inmunda Vida amada!

¡Envuélveme en la velocidad de tus llameantes torbellinos,

quebrántame con terrores y relámpagos,

mis huesos pon a sonar

con el sonido demente del festín de las moscas,

ábreme en llaga y abandóname en un pozo de sal!

 

¡Amor, que los buitres perciban mi poderosa hedentina!

¡Que el perro muerto o la flor pisoteada

me pongan a llorar!

¡Qué en los barrancos calcinados de mis ojos se frustre

la frescura insidiosa de las semillas de las apariencias!

¡Que se agriete mi corazón

igual que los labios del sediento

y mi sexo despierte con un alarido,

como si un enorme cangrejo lo aprisionara entre sus pinzas!

 

Hiende los muros, ¡Amor,

puta Vida adorada!

Arrásalos con tu cola de planetas enloquecidos;

piedra a piedra demuele

las construcciones del conocimiento.

Dame la sabiduría del puñal,

que sólo cree en la sangre;

la seguridad de la serpiente,

que únicamente fía del veneno;

la libertad del viento que se persigue a sí mismo,

como el alucinado.

 

Rompe los candados de la locura

y entrégame sus cofres de mariposas aturdidas;

redímeme las gotas corrosivas del antes y el después,

de las esperas

y sus vientres ahítos de relojes congelados;

permite que las relaciones

entre la muerte y yo, sean, apenas,

las del hombre solitario que acaricia su gato.

 

Y, sobre todo, concédeme que nada me sea indiferente,

que cuanto se desnude en mi ojo

remonte al mundo con nitidez de lámpara o espada;

que todo deje un reguero de vísceras en la conciencia:

la agonía del escorpión dentro del círculo de fuego,

el paladar del prójimo

azotado por las espinas del hambre,

el pequeño fragmento de madera roído por el océano…

Porque si nada de esto

me tritura los testículos, Amor,

es porque hay sitios de mi alma que no conozco todavía…

 

mil 968

 

 

 

 

Tríptico

Homenaje a Rubén Darío

 

I

 

El caballo ceñido

por la opresión reverberante del verano.

 

Dentro de la corteza, el pino

aguza en flecha

la vigilia ardiente de la tierra.

 

Piedra y nube reposan en sí:

la terquedad del ser se agota

con su abandono en el espacio.

 

Pero nosotros, ¿ay! con los sentidos

acrecentamos aniquilación,

como árbol que se alimenta de sus hojas…

 

 

II

 

Nadie nos preguntó:

¿Estáis de acuerdo?

¿Aceptáis la espada del tiempo

hundida en el costado?

¿El corazón enredado entre relámpagos y espinas?

 

Nadie consultó nuestra opinión.

Pero, de pronto, estábamos,

enceguecidos por la fulguración,

sobrellevando nuestra suma de instantaneidades,

como una difícil venganza.

 

Nadie nos preguntó.

De todos modos,

habríamos dicho

¡Sí!

¡Sí!

¡Sí!

¡Apasionadamente!

 

 

III

 

Dichosa la piedra:

cumplimiento del sur, únicamente

por su anónimo abandono en el espacio.

 

Dichoso el árbol,

inalterable, en apariencia,

y adentro urgido por la flor y el fruto

para sobrevivir.

 

Y más dichosa el ave,

sin nostalgia ni expectativa;

pero esforzada voluntad de flecha

para que siga el vuelo.

 

La indigencia arrogante de la conciencia,

en cambio,

para que el tiempo inflame su vehemencia,

tiene que ser primero

la piedra,

el árbol,

el ave.

 

En este martirizante ejercicio de altanería

fincamos nuestra evidencia.

¡Somos los más dichosos!, amigo Rubén Darío.

 

mil 967

 

 

 

 

Balada de la hija y las profundas evidencias

 

El gozo de la luz se hace manzana;

el sueño de la tierra, hierba trémula.

Lo más lento del aire se hace nube;

lo más ágil del agua, pez o espuma.

 

Lo más áureo del sol prende la espiga.

Lo más triste del cielo cae en lluvia.

Lo más raudo del viento cuaja en pájaro;

lo más sueño del hombre, en canto, en hijo…

 

¡Oh sueño de mis sueños, Hija Amada,

alboroto de mi alma, flor surgida

entre tantos. escombros de la sangre!

¡Pequeña uña rabiosa de la vida!

 

Me redimes del tiempo, luminosa

arteria del diamante o del lucero.

Antes de ti, el bosque, el prado, el río;

después, el corazón, de nuevo el bosque…

 

No hay antes ni después; sólo este júbilo

detenido en tus ojos para siempre.

¿Qué pudo suceder antes de tu alma

o advenir después de tu sonrisa?

 

¡Cuánto tardaste, amor, en devolverme

la soledad gastada a manos llenas!

Monedas de pasión nunca extraviadas,

en mi canto tornáis, multiplicadas.

 

¿En dónde está la espina de mi infancia,

la luz de junio sobre los nogales,

el ardor del torrente, la oxidada

cimbra que en la humedad tensan las ranas?

 

¿En dónde están: mi corazón cansado

de tanto amar a los desposeídos,

las grandes pausas de abandono y muerte

frente al total silencio de los astros?

 

¿Qué se hicieron los días en que el vino

fundó la realidad con los fantasmas,

la ola de redención de la belleza

que rescató los despojos de los sueños?

 

¿Qué se hizo la mar, su piel violenta,

la agitación del ser cumpliendo, insomne?

¿Qué fue de la conciencia empecinada

en oponerse al mundo, que es su imagen?

 

El ser retorna al ser. Nada se pierde.

Lo más leve del fuego esplende en llama,

lo más denso del rayo nutre el trueno;

lo más puro del alma, el polvo, el tiempo…

 

Lo más frágil del alba quiebra en trino;

lo más pobre del pobre, en la ternura.

Lo más blando del ave adensa el nido.

Lo profundo del hombre se hace canto…

 

En dar brillo y aroma a los rosales

gasté muchas sandalias y veranos;

en otorgar murmullo a los arroyos,

rumor del corazón, flema del alma.

 

Todo iniciaba en mí su resonancia.

Cobrando oscuridad, como la noche

para el hilván de las constelaciones,

se apagaba mi ser, y el mundo ardía…

 

Nada es gratuito, si algo es verdadero.

No cuestan sólo el pan y las camisas:

más caro es el balido del cordero,

la luz del alba, de nuevo, en la ventana…

 

En mí fue dispersión, Niña Preciosa,

lo que tu sangre aquieta y eslabona:

la redondez del fruto no recuerda

la oscura agitación de las raíces…

 

Desde mis arboledas, como un himno,

el rumor de tus venas se expandía.

Mi alma soñaba a tu alma; como el viento,

su nudo de palomas desatado.

 

Eres yo y más que yo: eres la espuma

que torna a la inconstancia de la ola;

el desmoronamiento del aroma,

devuelto a la cantera de la rosa.

 

Eres yo y más que yo: en ti regresa

el bosque a ser puñado de semillas;

retornan las madejas de la nube

al susurrante asombro de las aguas.

 

Te prolongo hacia ayer; tú me proyectas

con la avidez del ala, hacia el futuro.

Agotas, tú, mi ser y lo desbordas

en el presente puro de tus ojos…

 

¡Porque nada se gasta sin motivo!

Lo más dulce del trébol se hace abeja;

lo más terso del tacto, p1el amada;

lo mas arduo del alma, pensamiento.

 

Lo voluble del nardo huye en aroma.

Lo tenaz de los huesos pacta en lágrimas.

Lo más fresco del árbol se hace sombra

lo ávido de la conciencia, el universo…

 

Quebranto y alegría, anhelos, júbilo,

vuelven al corazón donde partieron.

Pero si alguien soñó o amó en la vida

los confines del mundo ha dilatado.

 

Ya no es el mundo el mismo, su armonía

con recientes acordes ha acrecido.

Si vuelve la cometa, es diferente:

torna empapada del rumor del cielo.

 

¡Oh esencia extraña del cundir humano;

vida que sólo es vida si e.s más vida!

¡Oh pura agilidad siempre en peligro,

efímera extensión, sombra del tiempo!…

 

En hermosura y música regresa

tu imagen bienamada hasta mi pecho

de varón solitario, corroído

por el viento nocturno de la muerte.

 

Con sombra de paloma hice tu frente,

con peso de jazmín tus leves manos.

Al espectro del ciervo yo he creado

para que fulgurara en tus cabellos.

 

La oveja me devuelve la dulzura

con que aureolé su paz para tus ojos.

Para tu voz, el río me repone

su manojo de venas disgregadas…

 

En ti rescato lo que di a la vida:

mi niñez aventada en las espinas:

mis años junto al mar, allá en las islas,

oyendo respirar, sordo, el planeta.

 

¡Hija mía, presagio de la dicha!:

no la felicidad, su anuncio sólo,

!a intensa exaltación que la antecede

y que, por no advenida, jamás cesa…

 

Nada fue inútil mientras destellaba.

Lo absorto de la piedra engendra el musgo.

Lo inmóvil de la altura se hace nieve;

el perfil de la brisa, mariposa.

 

Lo terco del sonido irradia en eco;

la plétora del ser, en sensaciones.

Lo más voraz del alma enarca el sexo.

Lo vano del recuerdo se hace olvido…

 

De queresas de mosca estamos hechos,

de obstinada pasión irremediable.

No venimos, no vamos, aquí estamos;

mientras anima el fuego fulguramos…

 

Sólo el amor nos salva y justifica

la indolente crueldad de la existencia.

Sólo el amor y el canto nos reintegran

lo que dimos al mundo, dilatándolo.

 

¡Hija amada, burbuja de alegría!,

todo converge en ti y, acrecentado,

en tierra, en cielo, en mar, en aire, en fuego,

reposa en ti, salvado para siempre…

Efraín Jara Idrovo (Cuenca, 26 de febrero de 19261-Ib., 8 de abril de 2018). Poeta, ensayista y catedrático universitario ecuatoriano. En el ... LEER MÁS DEL AUTOR