Luz sin nadie
JOKER
«Amaremos la esclavitud».
Aldous Huxley
Aprendió demasiado o sufrió suficiente
la araña que ahora sube por mi mano.
Se decidió a matar por no vivir temiendo
que su piedad insigne le costara la vida.
¿Trepo yo por mi cuerpo?
Ser individuo o insecto
—según la furia o la conciencia—
es cosa indistinguible.
Seguro que mi sombra no copia este momento,
la araña es invisible para ella
dependiendo del ángulo,
la luz.
Escucho el pensamiento,
su voz es algo vivo:
la antología breve del espanto.
Tu dios es órfico,
quizás un astronauta.
Tu fe es la contingencia
de alegrías tumbales y dolores lucinios.
Por nombrar, que no quede.
Después de todo, qué más da acertar
en este juego de etiquetas;
si reduzco al absurdo
su posibilidad de acierto
demuestro que es mentira.
Hice un corte en mi mano, muy profundo;
acto seguido, la acerqué a la página;
pronto el blanco de la hoja
tiñó de negro letra.
Las palabras cayeron purificando el daño,
iluminando en su goteo
la página y los ojos.
Sangrar las infecciones,
supurar los venenos,
son rutinas tareas
de su milagro cotidiano.
No hay tan solo un testigo de su hazaña,
todos murieron
consumidos por graves quemaduras
en el ciento por ciento de sus cuerpos.
Con enferma armonía
me escupe su mensaje
mi yo escondido.
Escucharlo me aleja del mundo y de mí mismo;
a veces, me conmueve,
me provoca la risa o me enfurece.
Hoy, lo maldigo.
Me hace pensar que nadie
es consciente, ni tiene la certeza
de saber exactamente quién es.
A veces me pregunto
¿cuántos soy?
Hundido en el silencio considero estridente
el verso y su retórica, su mórbida fonética.
Si mi yo es un invento pragmático del verbo,
mi tristeza es sintaxis.
Vivir en la semántica de palabras ajadas,
en su innombrable vértigo de tiempo,
me hace reconocer el mundo
y sus seres deformes.
Yo soy, para vosotros, lo innombrable,
ese monstruo famélico
al que vuestros dedos señalan,
vuestra razón consagra mis miserias y miedos,
pero ¿sabéis que os digo?
Por más que os escondáis bajo armaduras
no seréis más humanos.
Después de todo, no quisiera
estar en otra parte.
Dejadme al otro lado del espejo;
aquí, a lo bello, nadie acosa,
su llama me perturba, me enriquece,
pero jamás la apago.
Dejad que mi cordura siga amándola.
Dejad que mi conciencia permanezca inhalando
—no sé hasta cuándo—
su principio insoluble de indeterminación.
JUGLAR DE LOS SEMÁFOROS
Se detienen los coches delante del semáforo
y aparece, de pronto, vestido de arlequín.
Comienza una función fantástica y efímera:
es el tácito pacto entre ricos y pobres.
Unas lágrimas negras destacan en su pálido
semblante, que pintado de blanco, resplandece.
Solo tiene un minuto: desenfunda sus armas
y empieza a deslumbrar a quien atento mira.
Lanza bolos al cielo —hay quien mira a otra parte—,
su sonrisa contagia incluso a los más tristes.
Enseña una flor blanca y sus pétalos vuelan:
son mariposas. Salta; también escupe fuego;
lanza una bola al aire: vuelve una calavera.
El tiempo corre en contra de esta farsa imprevista.
Una niña lo observa y coloca sus manos
en el cristal. Le ofrecen un billete que toma
y lo convierte en algo que alza el vuelo, dispara
su cañón de confeti y lo que vuela muere:
era un bicho sin alma. Alguien mira el reloj.
En su mano, un sombrero, sale de él la paloma
que con presteza vuela y se transforma en globo.
Ya la luz parpadea, encienden los motores,
el semáforo expira su tiempo y aquel mimo
se duele de sus manos, que en sangre, ahora blanden
un curioso paraguas. Parece conmovido.
El semáforo, en verde; ya los coches en marcha
le esquivan y abandonan, ángel de tempestad,
testigo de utopías que en pantomimas viven.
Hace sol y se cubre con el paraguas roto,
se resguarda, allí llora: solo llueve bajo él.
MANNEQUIN CHALLENGE
Quien gana en la derrota es el que pierde
para que nazcan alas en su espalda,
o es el que cree que pierde, cuando gana,
para perder los brazos, ganar el firmamento.
Aquel que con su llanto riega el suelo
en el que emergerá la vida triste,
quien deposita todo cuanto tiene
en el cuenco vacío de otras manos.
Quien ama a los demás, no pierde nunca
y eso lo sabe quien ha sido amado.
Ayudar es dejar que otro te abrace
con su dolor sincero, abierto el pecho;
y aceptar su regalo, no ofrecido,
transforma a quien se duele y a quien dona.
La virtud reconoce a quien merece
su salvífico canto, su hermosura,
por eso entre las flores, las abejas,
distribuyen su amor;
por eso el enfermero, tras su máscara,
hace como la abeja y salva al mundo.
Es en la enfermedad cuando sabemos
que es tan breve vivir, que no aprendemos
a valorar al otro, ni su hazaña;
no sabemos dar gracias, ni decimos `lo siento´,
amamos desde el yo, desde el yo erramos.
A mi señal, quedaos impasibles,
indolentes ante el dolor del mundo.
Ignorad el deshielo, la sequía,
la deforestación del verde.
No atendáis al hambriento,
¿por qué mover un músculo para cambiar las cosas?
A mi señal,
olvidad que os obliga una moral capciosa
a hacer vuestros cualquier problema ajeno.
Imitad a la piedra en su actitud callada.
Que una especie se extinga o que arda un bosque entero
no es empresa de mimos, de apátridas sin tiempo.
A mi señal,
sed estatua que brilla en el patíbulo,
impertérrito público, epíforas del fuego,
mariposas sin alas que arrancar,
irreverentes sádicos que duermen
impedidos del vuelo.
A mi señal, sed la execrable lacra
que condena a esta especie,
su indefendible esencia,
su vergüenza aforada.
De no haber más señales, inventad otro juego
si no morís tras este.
¡Ahora!
POEMA COLLAGE
Autor: Mario Benedetti (los versos son títulos de sus poemas)
Organizador: Heberto de Sysmo
Esta ciudad es de mentiras,
amor de tarde,
hablo de tu soledad
a tientas, de árbol a árbol,
como siempre, desde el alma.
Te espero por siempre,
nadie lo sabe.
Tu espejo es un sagaz
rostro de vos,
torturador y espejo.
Me sirve y no me sirve
saberte aquí, sirena nostalgia.
Escondido y de lejos
el amor es un centro,
epigrama con muro.
Enamorarse o no,
ese gran simulacro espero.
Luna congelada, la culpa es de uno,
incitación, soledades,
preguntas al azar,
parpadeo, pequeñas muertes.
¿Por qué cantamos?
Estados de ánimo.
Corazón coraza,
confidencial currículum,
defensa de la alegría,
fuego mudo,
los formales y el frío,
lo que necesito de ti…
Amor de tarde,
te espero todavía,
asunción de ti, piedras en la ventana,
mengana si te vas…
Ausencia de Dios.
LUZ SIN NADIE
En nuestras almas todo
por misteriosa mano se gobierna.
Incomprensibles, mudas,
nada sabemos de las almas nuestras.
Antonio Machado
Somos corpus, glosarios de palabras
caminantes que sueñan ser la cosa innombrada
que al encontrar su nombre se vacíe
de aquello que creía indispensable.
Inventamos lenguajes para llenar vacíos
de otras lenguas, ahora, inaccesibles.
Diseñamos las voces, su sentido y gramática,
convenimos que el símbolo, aunque sea a la fuerza,
satisfaga nuestra hambre de inventariar el mundo.
Ignoramos que cada nombre y lengua
aleja de nosotros cuanto ansiamos,
pues sin nombrar las cosas, cualquier flor,
insecto o ave viven y otros viven
por ellos y para otros que no saben
que el verbo no suplanta aquello que en silencio
no requiere decir para ser todo.
Darse sin un lenguaje que mancille
la innominada gracia de esa esencia
es don que no se elige; parcela de verdad
vetada a los hablantes: luz sin nadie
con ojos que la observe ni perturbe
cuanto dice al hacer sin falsos signos.
¿Qué verdad nos impone la mentira del verbo?
¿Qué solemne belleza preserva de nosotros?
Desde una perspectiva, el lenguaje es un puente
que concilia a deseo y deseado;
desde otra, es centinela de ese misterio informe
y nos confunde y ciega: su fiebre nos prohíbe
nombrar sin nombrar nada.
Nosotros veneramos una música
que en arbitrarias notas codifica
una parte del fuego, deja fuera
el prístino caudal que lo es sin cauce;
y ese desesperado intento es el lenguaje:
nacimiento de fe, esperanza asida
a una mentira en busca de verdad.
Es verdadero el río que inspira a trovadores;
la calidez de un rayo de sol a media tarde;
los ramajes del árbol que proyecta
su sombra en la ensenada.
No necesitan voz para decir,
ni tan siquiera un gesto:
discurren, iluminan, son
y siguen siendo sin nosotros.
La maravilla a solas que no exige un testigo
para satisfacer humanas ansias.
Así el amor de dios proclama en los no hablantes
sus consignas y así solo se aman
aquellos que no esperan del amor
y son la vida.
NO TE OFENDAS
A África Bouzas Rubio
Si pongo el mismo amor en darte un beso
que en trasplantar la flor, cuidar sus hojas,
buscar ese lugar en que reciba
del sol y de las nubes su oblación:
no te ofendas.
Si, apasionada, abrazo tu cuerpo y las heridas
que por mí te infligiste sin decirlo
y con misma pasión
acaricio a mi gato antes del sueño:
no te ofendas.
Si ves que mi cariño reparto por igual
entre seres que creo necesitan
tanto amor como tú, es porque lo merecen.
Si creo en los demás es porque somos
hijos de un mismo Dios, mi amor no quiere
dejar a nadie fuera de sus gracias.
No te ofendas si acaso no comprendes
que amar tan libremente es algo lícito,
que ser en los demás deja una huella
que mejora la relación del mundo
y sus criaturas.
Es igual de importante socorrer al mendigo,
ayudar a un anciano cuando cruza la calle,
irme de voluntaria a las misiones
que dicta el corazón, que estar contigo.
Soy así, no te ofendas.
Si me quieres amar, tendrás que compartirme
no con todos, mas solo con aquellos por quienes
amar es perdonar, crecer, perfeccionarse.
Si pongo el mismo empeño en ser empática
que al amarte en silencio, estando solos,
es porque soy así, no le des vueltas.
Si no lo entiendes, huye, pues nunca cesaré
de ser alivio, fuego que caliente
al tembloroso, luz para el que a tientas
con inocencia busque una salida.
Diría que lo siento, pero no.
No te ofendas.
Si decides amarme
—sabiendo de antemano esta pesquisa—
tenemos todo el mundo para hacerlo.