Primer encuentro con Lezama
POESÍA PARA SEÑORITAS
a Vanessa, mi hija científica
Cuando leas poesía
aprende a distinguir lo Verdadero de lo Falso.
No todo lo que está bien escrito es Verdadero
y todo lo mal escrito es necesariamente Falso.
El Criterio de Verdad es lógica impecable.
Falsedad es absurdo más allá de cualquier palabra.
Así, si distingues Verdad de Falsedad
serás una Princesa consorte, comerás uvas frescas
y acertarás cuando leas poesía.
MAITREYA
Me he sentado a esperar la vejez.
No pienso ni hago nada hasta que llegue otra
generación
a desempolvar el brío, los libros dorados, las
matemáticas,
el cuerpo, el alma, el universo,
todo ese conocimiento sepultado por el rencor,
la gnosis que demuestra que lo infinito
está en lo finito
donde está, realmente, el universo.
Florecí más que nadie
pero perfidia cayó sobre mí,
doblándome como una flor,
herrumbrándome, y fui silenciado.
Maitreya pasó desapercibido como una sombra por la
vida,
¿no dan ganas de llorar?
PRIMER ENCUENTRO CON LEZAMA
Llevo un sol en mis bolsillos
pero ya no tengo nada en mí
no puedo soñar cantar pensar en cosas concretas
no puedo soñar cantar escribir ese poema para ti mi gatita arañándome el hombro
y mis vecinos me tienen controlado
me ven llegar como una peste
y hablan de mí
entre comillas soy el ocioso el paria el que llega tarde en la noche
y corro por estas calles de Lima
buscando recordando a Vivian
cayéndome en pedazos consumido por mí mismo y tu no hacías nada por mí, viejo Lezama, estás ya viejo, pero te guío por estos sitios
Vivian solía aparecer desnuda con sus enormes muslos de cedro
y mira acá esta foto: es Jericó devastada por el mal uso de los sebos, por la droga, las flores de plástico
y sal un poco de tus páginas, de esos aires, Lezama, sé que el asma es tu paraíso
pero comparando nuestros árboles, nuestra sana manera de tendernos en la yerba
yo habito más que el infierno
y debo caminar pudriéndome por quedar bien contigo mientras vamos paseando por Tacora
entre prostitutas y ladrones
que no logran robarnos nada porque nada tenemos pero tenemos hambre y comemos ciruelas
y corremos fugándonos sin cancelar la cuenta
y otra vez estamos en la plaza San Martín frente al caballo inmovilizado por las cámaras de los turistas
sin saber dónde ir ni qué ómnibus tomar
sin saber cómo ni cuándo apareciste en Lima sorpresivamente como esas pocas lluvias que llegan para lavamos de la duda
y ahora estamos contigo en el café Palermo
ahora ya puedo decir que tus palabras huelen a manzano y los manzanos son gente sencilla que ignora el uso de la palabra gente que ignora el mal uso de la palabra
ahora sé que nada se perdió
y aprendí que el verso más claro está garabateado sobre la pared de los baños
y voy recitándolo con voz sonora en medio de la calle
mientras me alejo y llevo a Lezama prendido como un laurel sobre el ojal de mi camisa
yo no quiero brillar con esa intensidad de aviso Phillips
yo tengo un brillo en las pupilas
tan claro como el verso más claro que ahora voy gritando por estas páginas sórdidas
y somos arrojados uno al lado de otro sobre esta gran ciudad caminan un par de iguanas
reptando y comiéndose la luna
uno más joven que el otro
uno más flaco y pálido y callado y con las alas cortadas por la rutina de estar continuamente dando batallas a la rutina dando vueltas
y más vueltas encima de los cables
otra vez solo
sin nadie con quien cruzar unas palabras, una idea,
y los ojos están ardiéndote,
todo lo que miras es alcanzado por el fuego,
como en la hora del Juicio Final,
he llegado a mí después de haber gritado en las praderas porque todos huían de ti pero ya tu habías huido de todos
y el corazón te quema más que un buen vaso de brandy en el estómago
más que todos los fogones ardiendo juntos de noche sobre los campos,
el corazón es mi palabra y más que mi palabra soy yo ardiendo de noche sobre los corazones que aún no han conocido el amor
y están desesperados gimiendo arrancándose los cabellos.
PARA MARÍA LUISA ROJAS DE PELÁEZ
muerta el 21 de agosto de 1969 en Cañete donde moran, a las cinco de la mañana en el estanque los ángeles de Jericó
Ya puse estos versos como ramas de olivo sobre tu tumba oh mi abuela y me tendrás aquí para siempre – gritando, dando alaridos, llamándote, prosternado a tus maneras,
levantándome, maldiciendo a pesar de las prohibiciones y de que no debo hablar con locos
o pillar frutas en los mercados.
Estaré silencioso estos días como cuando hacia las 4 de la tarde cogías tu alfombra
para continuar tejiéndola con yerbas y ángeles de Jericó y rojos y verdes y dorados.
No fumaré ni saldré ahora a caminar con Mario hablando de Marx de la victoria.
Llegué hasta la tumba donde duermes y duerme una parte de mis años, de mi sueño
y permanezco como brasa bajo la lluvia o bajo el jazz de las discotecas escuchando cantar a Odetta.
meciéndome como la brisa como un murmullo de mariposas sobre mis rodillas,
sobre mi soledad.
Y no quiero estar solitario, no quiero ni puedo.
Tú viajas junto a mí a mi lado y soy la yerba por donde vas caminando sin que se noten tus ojos y tu canto
—en el patio deliro conversando con lo que eran tus pasos trazados sobre la noche
como por la constelación de mis labios sobre la frialdad del vidrio que daba a tu rostro en el ataúd.
y eso era todo o casi todo; yo volando por la ciudad con mis juguetes, enardecido como un ángel, con mis palabras de ángel.
Vi cómo te despediste de mí por última vez aquel día de agosto en Tigre cuando te trajeron a Lima a Neoplásicas y yo recién tanteaba mi ingreso en la universidad que ahora desprecio.
Toda la mañana de aquel día viajé en ómnibus, sudando, abochornado, desmayándome en los semáforos,
con una sensación de muerte en los labios, con el llanto.
Y eso era todo o casi todo, o nada.
Llegué hasta tu tumba cruzando amplios jardines —perdido entre otras tumbas
y chocándome a cada instante con viejos conocidos de cabellos de neón— amigos suicidas
—parientes parientes venidos a menos después de la lluvia— devorando frutas y palabras extrañas en los manicomios, en el fondo de cuartos que ya nadie recuerda.
Este es Jarry que retorna a tu álbum de recuerdos, a tu gusto; cargado de soledad
y sin sentido, hablando de cosas ininteligibles, blasfemando
—recíbeme abuelita soy yo el más engreído.
Agitaste tu mano desde dentro del automóvil, tu último saludo para mí —adiós al nieto que más querías
y a quien continuaste lavándole pañuelos y camisas aún cuando ya te sentías enferma
a 28 días de tu muerte y mírame colgado en la percha en la sala junto al estante de libros
entre la yerba y los ángeles de Jericó.
Hoy me levanté temprano y corrí a saludarte porque también toda palabra es un parque de sueños
y aquí estoy para siempre a tu lado, como las ramas de olivo que te puse ayer en la tumba.