Dale forma a este cuerpo
De Las horas muertas
IRREMEDIABLEMENTE, estar
cuando nada es preciso. Tomo
la carga de lo inútil, planto
algo irreconocible, le doy nombre
secreto a un día fuera de los siete
acostumbrados. No quería ser
el dedo ni la llaga bajo el palio
de luz de inmensas catedrales,
pero así son las cosas
de los iconoclastas de Bizancio.
VIBRACIÓN
A Luis Ángel Marín
Vibran las alamedas. La suerte
está echada. La suerte, no el azar:
la suerte es un pasquín anunciador
de su opuesto; el azar, lo que no toca
ni en mil vidas que tengas. Vibran las
alamedas y nadie lo percibe.
Solo un perro y un poeta que son menos
que nadie…
Pero cómo no escuchar
el canto de la luz, la sinestesia
de un pájaro encendido por encima
de las voces del mundo.
SEIS
Mark Rothko me destierra a las llanuras
del color. Esa puerta de amarillo,
magenta y oro cierra desde dentro.
Y desde dentro miro el trigo, cruzo
la línea del agua, su humedad
imposible, heredera no sé
de qué humano deseo. Tú me esperas
detrás, pincel en mano, trazo firme
del cantor desdoblándose insondable.
Para Iván Cabrera Cartaya
POR EL CAMINO DONDE HOPPER
se tropieza con Proust, hay un reguero
de soledad. Un hombre, una mujer
se toman el café sin magdalenas.
La pobreza es la paz sin magdalenas,
la paz de lo que nunca fue, que estuvo
delante de los ojos y no vimos
y por eso no existe—la paz
y la pobreza de los avestruces.
No solo el hambre o la negrura: el olvido
del color, el matiz, la turmalina
de un ocaso diluyen
al hombre en esa taza— ella es la taza,
ella sin rostro frente a la esquina
donde Hopper se cruza con Proust
y no se reconocen.
De Música para un arjé (inédito)
La maresía,
esa niebla del mar cuando sube
la marea y cuando se retira, traza
cuerpos. Olas con plumas lamen
el malecón como pájaros que anidan
en la sal y en la nieve del aire.
Ella, el velo delante y detrás
de los ojos: la maresía.
—
Los amantes se pierden
en el viejo noray de la cercanía.
Prefieren la zozobra de sus naves,
las velas desplegadas contra el viento
y la mar gruesa. Los amantes, como
los gatos, se despulgan en público,
se lamen mutuamente por higiene.
Y en privado se comen
el uno al otro en busca de
la invisibilidad de ambos cuerpos.
—
La cercanía canta
cuando se aleja. El chopo pierde
las hojas. Pierde el pájaro su nido
y el pájaro se va en pos de otros pájaros
con un nido en su pensamiento.
La cercanía existe porque existe
lo lejano. Y no existe ninguna
cuando ambas se encuentran en un chopo
o en el canto de pérdida de un pájaro.
Entonces, un instante es para siempre.
—
Fúmate el aire, entenderás,
entonces, que mi sino no es jugar
con las palabras mientras me respiras
y toses al vacío de la página.
El agua te sosiegue en la conquista,
te dé la mano y acoja en el sosiego
la última bocanada de mí
que inhales. No somos aire,
somos el humo
que a la muerte sisamos.
—
Arden las catedrales, arde el frío.
El helor superpuesto a pura llama
es amago de arder de otra manera
distinta a la de otrora, en la antítesis,
en el juego entre el ojo y lo imposible,
que resulta veraz en la plena oxidación
de miles de partículas que la mente
acota a fuego.
Arden las catedrales
del poema. Nerón toca la lira.
—
Dale forma a este cuerpo, tierra mía,
El barro, el polvo, el mineral,
el hombre, la mujer, las bestias,
las manos, las pezuñas, lo que repta,
lo que camina, lo que nada, que vuela,
que se evapora, que ama, que muerde,
que acaricia. El hollín,
el feldespato, el cuarzo, la mica,
el barro, el polvo, el hueso, acaso el alma,
los conceptos y axiomas, lo inasible,
lo que procede de los mil demonios,
la tierra donde yaces, la tierra que hiciste tuya,
la tierra donde pones los pies y te da forma
para tocar el cielo.