Consuelo Tomás

El cuarto Edén

 

 

 

 

AGONÍA DE LA REINA   

 

Darte la vida en estallidos de la carne y perderme en ello

Fue la máxima consigna que coronó el universo en mis cabellos.

Cruce del cielo y del infierno mi vestido de flores

Me di en las cascadas de tu aliento

En la luz derramada por los vasos de tu día

En la efervescencia y la pólvora

Con el dolor surcando los contornos de este tiempo

Limpié lágrimas y escombros después de las conflagraciones

Con una caravana de fantasmas cruzándome la calma

Sembré las flores arrancadas de mi risa

Y te puse con ellas un jardín en el pecho.

 

Era un levitar de aromas en mis senos

Una comparsa de libélulas cantándome en el vientre

Un olor de mangos en las manos esparcido

Era mi cuerpo el lecho de tu río

La caverna oscura en la que para tu calor

Hube de inventar el fuego.

Multipliqué los panes para tu hambre de niño

Y se fue deshojando el árbol que cuidé para ti

Contra el frío de todos los inviernos

En ramas desnudas bajo un cielo de plomo

Vi tornarse mis brazos extendidos.

 

Cuando un pedazo de sol agonizaba en mi ventana

Y tus ojos miraban caer meteoros de cruda lejanía

Yo contaba los hijos que perdí en guerras sin nombre

Los animales enjaulados en mi boca

Y los días vagabundos

Con el musgo entre mis piernas que no tuvo sello

Barcos fantasmas vi partir desde mi cuerpo

Mordí la ácida fruta de los nocturnos desamparos

Y las horas incrustaron alfileres de veneno

En mi carne fugitiva.

 

Despierta y extendida como una oscura estepa

Depositó la noche sus misterios

En la enormidad de mis amplias orfandades

Los guardé para ti en el cofre de mis dedos

Los secretos de las piedras me fueron revelados

La savia de los troncos me entregaron sus milagros

Para curarte al retorno de tus vuelos a la furia

Desflecado el estandarte

Con que alzaste hasta lo alto tus deseos.

 

De esperarte se gastaron mis sentidos

Llovió edad sobre mi pelo y la mirada,

se me llenó de humo

Dejaron de saltar los arlequines de mis manos

Aprendí a no pestañear en los eclipses

De mi falta se marchó el olor de crisantemos

Y el carrusel de mi risa se convirtió en silencio

Rota la cabalgadura que cargó mis esperanzas

Prófuga gris en su evasión perfecta

Em su tristeza yace como tenía que ser

En un ovillo de huesos sin sustento

Sobre una mezcolanza de plomo y de ceniza.

 

 

 

EL CUARTO EDÉN

 

Jardín

 

En este jardín

No puede haber cadenas

 

Nada más la loca enredadera de mi pelo

Derramada por tu pecho

 

Miro tu torso desnudo

Como un adiós que se dibuja suave

 

Miro la puerta

Por la que saldrás sin mirarme.

 

 

 

Erótica

 

ávidos arcángeles nos miran

Desde los orificios del cielo

Se relamen

 

Abro de par en par mis oquedades

Mi boca es un abismo que en tu lengua nace

 

Mi mano

Mariposa o araña

Sube    quiere     alcanza     cabe

 

Me lanzo al precipicio de tus ojos

Los arcángeles

Aplauden.

 

 

 

Un beso

 

De qué manera brutal

Inocula tu beso algodones en mis venas

 

Las hormigas de tu boca

Levantan marejadas en mi centro

 

Llueven flores y camellos en mis muslos

Cuando alzas tu bandera

En mis cavernas

 

Un beso solamente

Notable

Como un mundo sin rencores.

 

 

 

La llave

 

Aquí viene

Firme y con la seguridad del ave.

 

Tu sexo

Única llave para los ocultos cerrojos de mi carne.

 

 

 

Círculo flotante

 

Olemos a sagrada dispersión de panes

A pájaro profano

A prohibición de mágicos designios

Y antigüedad de auroras

 

Olemos a círculo flotante

Caballo desbocado

Selva jade.

 

Olemos a bruma inconcebible

Es decir:

Sudor

Saliva

Semen.

 

 

 

Coñac

 

Un juego enciende la garganta

Acaricia bajando.

Brasa líquida

Aroma de bosque y cielo.

Boca con boca

Va concluyendo el incendio.

 

 

 

Tocata y fuga

 

Derrumba lentamente las puertas inventadas

Desátame los nudos que no pedí tener

Haz saltar los hipocampos de mi vientre

Saca a esta hembra del fondo de sus aguas.

 

Que me quiebre tu serpiente los portones

Irrumpe a inaugurar mis impudicias

Besándome hasta desaparecer.

 

Te lo pido:

En nombre de esta implacable melodía

Esta noche no quiero ser tan razonable.

 

 

 

Beaujolais 3382

 

Polvo de estrellas

Agitado   inquieto

Flota en el aire

Un olor de cedro

Me derramo entera

Sobre tus costados

Te liberas todo

Sobre mis caderas.

 

Polvo de estrellas

Numerado

Sabor a sangre de uvas añejas

La punta de tus deseos

Estalla en el fondo

De mis ganas.

 

 

 

Aguas de Adán

 

Corrían sobre mí

Sus líquidos salados.

 

Se interponía su abrazo

Entre mis pechos y el cielo

Mientras su boca en la mía

Se hacía candado.

 

Su vientre encendió mis esteros

Hizo sonar las piedras que acumulé por siglos

Entre lluvias de cieno y secos veranos.

 

Ahora que se ha ido

Me flotan en el alma troncos muertos

Y animales ahogados

En este mar del molusco evadido

Que se llevó mi espuma.

 

 

 

Semana Santa

 

La luna retrata tu vientre

Desnuda inmensidad de lo sabido

Infinita estación de múltiples partidas

 

Imán para mis cinco dedos

Que buscan en su extremo el báculo prohibido

 

Afuera

Alguien reza el perdón de los pecados.

 

 

 

Domingo

 

El viene

Me abraza

Y todo ocurre.

 

Se me vuelve de agua el cuerpo

Materia lunar y fuego.

 

Ríos de lava me fluyen

Me unen a su corriente.

 

Los relojes desaparecen

Y el silencio se hace espeso

En este barrio sin trenes.

 

 

 

Falo Adán

 

Obsceno de apremio

Contundente y suave

 

Pájaro en suspenso

Buscando el coral

De mis profundidades.

 

Derrite despacio tus vitales augurios

Crece poco a poco en mi hambre sin tregua

Y despierta en mi memoria

Los antiguos caramelos de la infancia.

Consuelo Tomás (Bocas del Toro, Panamá, 1957). Poeta, narradora, comunicadora, actriz de teatro para títeres. Ha ganado premios nacionales de poesía y c ... LEER MÁS DEL AUTOR