La comedia del cadáver
COMO LOS DEDOS DE LOS PIES
DE LOS CURAS FRANCISCANOS
1. El privilegio
Te quisiera aún más blanca
que los dedos de los pies
de los curas franciscanos.
Sé que no es fácil: te quisiera
con una salud de hierro,
forjada en sacrificio y precocidad,
bondadosa como aquellos que aún conservan
el poder, la gracia, el asombro en la gracia
y el privilegio de bostezar cantando.
2. Una prueba de amor
Sé que sin técnica me acerco a ti
con el más puro instinto
y te pido una prueba de amor,
pero muy obstinada te deleitas en tu egoísmo
y me confundes:
pones los ojos de gallina en hipnosis,
los inviertes, los obnubilas, atacas mi psiquis,
me haces cosquillas y veo que al fin te burlas.
Estoy falto de estrategia como un cisne australiano,
pero acudo a tu arrepentimiento
y a tu examen de conciencia.
Sublimo mal, lo sé, no hay técnica
en mi instinto, mi gula es grande y te lastima.
3. El niño envuelto
No hay nadie más en esta letrina,
salvo el silencio del bidet que está a la entrada
y sus manillas en desuso, el óxido en sus llaves.
Aquí todo es normal, pero caigo en crisis
cuando descubro al pie del retrete
que pierde agua, el calzón amuñonado
de una desconocida, y entre sus negras rosas de encaje
–parecía un niño envuelto–,
el pene de la traición desangrándose como un soldado.
4. Donde mueren las palabras
Qué tinieblas este oficio que nos deja inmóviles:
el desamparo y tú tan lejos, ya ni mi sombra.
Confieso que eras una seda de gusano
ovillándome, chiquita:
fuiste la sangre del tabaco de Dios,
un microclima, y algunos dicen
que como tú fue la hija de Apolo, la venenosa
que mató a su esposo, y porque yo no soy Ulises
me maldijo para siempre, me maldijo
desde lejos para siempre.
Ahora muerdo el polvo observando tu fotografía
y tiemblo como un boxeador que va desnudándose
con estos ojos de adolescente, pobres ojos de insecto.
Un poco más abajo de tu vientre de niña
se me va la vida, qué oscuridad, y no te oigo.
CON MÚSICA DE CLAVICORDIO
Y escuchábamos, más allá de la sangre, en el jardín,
la viscosidad del trueno entre las lilas.
Ahora recuerdo que tú sangrabas
por la nariz como una loca
y yo ejecutaba, sobre el clavicordio de juguete,
la simulación del Vals de los Vampiros.
Ahora recuerdo que al fondo se escuchaba el miedo
de la vaca acercándose a los ojos del toro,
y las abejas, sin colmena, eran como terneros
extraviados en los últimos días
de aquel invierno con poca lluvia.
Ahora recuerdo que yo mordía mis labios,
pero en cada mordedura tú temblabas como una loca
mientras oíamos la música, siempre la música
del Vals de los Vampiros en el clavicordio de juguete.
Y escuchábamos, más allá de la sangre, en el jardín,
la viscosidad del trueno entre las lilas.
DANZA DE LOS NIÑOS LOBOS
Martirio del que escucha el clamor
del espíritu de los circuncisos
arrastrándose hacia el pozo del convento.
Dos enmascarados bailan
la antigua danza de los niños lobos.
Un becerro huye hacia las arenas
y al fin se derrumba sobre las aguas del mar.
Muy cerca del convento, algunos perros oscuros
aúllan bailando la antigua danza de los niños lobos.
La música de una flauta se triza en el aire
y el sonido se eleva, turbiamente,
hasta cubrir de ceniza los límites del cielo.
Nadie sube al campanario,
la iglesia medieval está vacía,
vuelan tres palomas detrás de la música de la flauta
y nadie descubre la mirada animal de la muerte.
Abajo, muy cerca del mar, dos enmascarados
escuchan el clamor de los circuncisos
y bailan la antigua danza de los niños lobos.
EL BRAMADERO
De rodillas y a los pies del Bramadero,
los ancianos descubren que el único bramante
soy yo en la medianoche, bajo el poder de la lluvia
y junto a la sombra de tantos muertos.
Después de todo, los ancianos tienen la certeza
de que nadie puede llorar como yo en la medianoche
y a los pies del Bramadero,
desde donde sube el aullido de tantos muertos.
La voz más antigua ha dicho desde siempre
que bramando se consigue todo:
la resurrección de la carne
o tal vez su total envilecimiento.
Todavía es medianoche y seguimos
amarrados al fondo del Bramadero
hasta que el mundo al fin comprenda
que tantos muertos caben en uno solo.
LA COMEDIA DEL CADÁVER
Sobre la cama no hay nadie:
debajo de mi cama hay un cadáver.
De pronto me subo a ella
y sin embargo no hay nadie.
Mi cuerpo emite señales:
alguien se revuelca sobre la cama
y sin embargo no hay nadie.
De pronto hay una explosión
y debajo de mi cama hay un cadáver
que tiembla y también emite señales.
Desde mi cama veo cómo se estremece
y sin embargo no hay nadie.
De pronto emito radiaciones
y me revuelco sobre la espuma.
De pronto me subo a ella
por encima o por debajo de la cama.
Todo es sumamente gracioso
y sin embargo no hay nadie.