Aquella cicatriz
(Selección de poemas y traducción del árabe al castellano por Khédija Gadhoum)
Árbol Colombiano
Me parezco al insomnio
me desconcierta encontrarme con el sueño
e igual a tantos arquetipos como yo, de día y
de noche nos dirigen los cambios
como si el mismo lugar estuviera entre dos moradas
como si estuviéramos fluyendo en un río en el que no crecimos.
No se aflija, compañero mío de noche
ningún demonio nos ha hechizado y
tampoco somos unos malditos.
Aún llevamos nuestros espíritus ancestrales
aquellos espíritus que deberían sosegarse con nosotros
antes de que se acuerden.
Si fuera usted como yo
estaría confundido su sueño en esta precisa parte del mundo
entre los continentes de Asia y África
y estaría cortado su lazo con la noche
por lo tanto, no se deje engañar por los médicos y sus recetas
y no confíe en los videntes y los brujos,
usted sólo necesita dirigirse al otro lado del universo
a Colombia, como yo hice
donde descubrí que era un árbol muy antiguo en “Medellín”.
Usted tiene que volver adonde estaba una
vez,
volverá a leer en su libro
volverá a sembrar una planta y regarla siete días
con el agua de su corazón
hasta que se vislumbre su primera flor,
entonces tendrá que volver a la idea original y,
tratar de entender lo que pasó antes
de llegar aquí,
después regrese a su casa y duérmase
tranquilo tanto como le apetezca
y sus sueños nunca estarán impregnados por ningún pánico
luego tendrá usted que recoger las hojas del árbol
que una tras otra está cayendo en su sueño más profundo
y así podrá apoyar su cabeza en el otro lado de la tierra
para escuchar su historia ancestral
una historia conmovedora y misteriosa
la historia de un árbol que seguirá sus pasos
un árbol que se conservará igual, sin arrepentirse.
A punto de suceder
Algo está
a punto de suceder:
el mar está planchado
y a diferencia de su hábito
las gaviotas están alteradas
con los ojos fijos en el cielo acechan
los árboles en ambos costados de la carretera
los perros ladran a los faroles
una estrella fugaz cruza y perece
sus presagios graznan invisibles los cuervos
un niño solitario llora en un balcón
una ambulancia se acerca con su sirena
los rayos por la mitad parten el desierto
un auto a toda velocidad chirría con sus frenos
la migración de las aves en bandadas
las flores marchitas
la caída de las lánguidas hojas de los árboles
el atranco repentino de las puertas y las ventanas
el eclipse de las luces
el silencio detenido sobre una pierna
el aullido del viento
una señal de precaución perdida en la calle
los gritos de las madres
oscuridad.
En un abrir y cerrar de ojos
una mariposa se posa en sus hombros
al revés aguardan sus zapatillas.
Usted se da vuelta
como si alguien le estuviera llamando.
Algo está
a punto de suceder.
Déjà vu
He venido de allí,
de una escena de su imaginación
que aún no ha sucedido.
He venido de donde usted tampoco
sabe que está allí
he venido de una época semejante
que usted nunca la va a conocer y
sólo será revelada en un secuestro
igual que el de ahora;
mientras se suicida el narrador.
He venido a comunicarle una oración hurtada
para que usted la interprete tal como se le antoje.
He venido parco con mi epístola
si usted la abriera no encontraría ningún mensaje,
sólo hipótesis gemelas en parentesco y confusión.
De pronto se cierra de nuevo la escotilla
me llevo mi fracaso y regreso de dónde vine
sin poder divulgar el secreto:
no se deje tentar por las dudas
destruya esa carta
no espere ningún mensaje
ni destino hacia donde anhele escaparse.
Canción de amor latina
“Si tan sólo pudiera escaparse
venga a mí, acérquese,
agáchese la cabeza en esta canción
porque está esperando su regreso un francotirador
en la puerta de su casa,
le está apuntando ahora mismo,
bájese la cabeza para que pueda pasar tranquilo y
para que se reparta por otro lado el plomo de las balas,
mantenga la noche en alerta y en guardia,
como había sucedido anteriormente en esta canción,
a salvo estaba su vida en la oscuridad”.
Podría haberla escuchado entre susurros por
detrás de las rejas,
o, haberla leído como si fuera un mensaje en una botella
que cruzó el océano,
mientras me saludaba pidiendo socorro
entre dos continentes.
Vine a buscarla,
con miedo volteaban las casas
resguardaban sus propios callejones y
les rogaban a sus habitantes,
estas casas no fueron construidas para dormir,
sus entrañas carecían de amor
estas casas fueron construidas por el ansia
de llorar en soledad.
Puede que en las alturas un halcón esté sobrevolando
en cámara lenta, a la hora de preguntarme, y
luego desvaneciéndose ante los ojos
invisibles de los transeúntes
que siguen caminando con los oídos tapados y
ajenos a los gritos tatuados en las paredes.
Quizás la haya secuestrado un río entre
sus letras
quizás la haya arrastrado sin saber adonde,
y le haya soltado las manos antes de llegar río abajo
para que su cuerpo se llene de gritos de los ahogados,
un cuerpo derrotado por tantos tambores de la guerra.
Puede que se haya ido cuesta arriba
despojada de sus dos alas,
para darse un breve paseo a escondidas entre
dos casas,
para poder fumar la siempre viva.
Deje que el baile le reconforte, esté donde esté
para que no se revele el dolor de sus hombros tatuados,
Déjese remozar con el abrazo del saxofonista roto,
cuando más se arqueaba, más tiempo tardaba en
curarla,
aquel portaaviones de guerra que llevaba en
la espalda
mientras paseaba en la plaza,
un vagabundo a la espera de un cuadro incompleto
que por casualidad salió publicado en el diario,
quien perdió un brazo mientras saludaba con sus restos y una
risa diciéndoles, Salud
a los borrachos atrapados en sus metáforas bajo
el yugo de una tragedia de cobre,
a otras chicas que están tejiendo sus
propios hilos en colores atados en lo más alto
de sus muslos.
Saco mi cabeza de la caja fantástica de
los espectáculos, y no la encuentro,
el amarillo está enojado con el árbol
el marrón es un soldado a quien le dieron
de baja,
y el azul está agotado de tanto recordar.
No me desesperaré cuando tenga que huir de los
engaños de su silueta en ese ceñido balcón,
un perro anda cojeando en el techo,
una canción latina está tumbando las puertas,
una montaña consiente visitas a través de los cristales,
sus piedras son testigos de los desaparecidos y los
asesinados.
Frente a todo lo que está pasando
sólo un extranjero como yo se sentiría tan desorientado.
8 de junio de 2020
Aquella cicatriz
Se despierta y delante de cada espejo que transita,
examina su mejilla en busca de ella.
Indudablemente se trata de una huella conocida casi
tatuada.
Intenta averiguar su origen. Ese
infortunio que la mantuvo tan visible.
No se acordaba de las causas pero la huella permanecía.
Su cicatriz lo cuenta todo a medida que se ahondaba por
debajo de los ojos, y poco a poco se habían ido desgastando
sus rasgos hasta que la cicatriz alcanzó dominarlo entero,
borró su nombre e inmortalizó su apodo que sólo por él se le conoce.
Cada vez que intentaba recordar sus motivos, se ponía intransigente, la
escondía con su extensa barba y su rostro giraba hacia la derecha.
La cicatriz lo perseguía en cada imagen reflejada en cada espejo,
en todas las miradas que se fijaban en él, que volteaban para volver
a mirarlo.
Ya no se conoce a si mismo sin ella, se despierta y se toca el rostro aún
sin encontrarla. Busca armarse de paciencia y perseverancia.
La cicatriz es una oración completa y bastante exigente. Aún
le falta tiempo para alisarse. Él no podía recordar dónde la había leído,
en qué libro y en qué pared.
La cicatriz lo aflige, cada tanto se la rasca, y con frecuencia se esconde detrás de ella.
Esa cicatriz,
que está buscando con una sonrisa ansiosa y desconfiada,
cada vez que se caía de bruces.